WERE -- Próximamente.

Evan entró en la casa echó una mierda. Cansado, molesto y sumamente confundido. Metió las llaves en su chaqueta y la colgó en el perchero. Con pasos lentos llegó hasta la sala y se dejó caer sobre el sofá.
Ahí se quedó, sentado, mirando a la nada. ¿Había hecho bien?
Trago, amargamente y dejó salir un fuerte y prologado suspiro. Echó la cabeza hacia atrás y se distendió sobre el sofá, colgando sus brazos en los respaldos y estirando las piernas, colocando los pies sobre la mesa de centro.
Aun no se podía quitar de la cabeza la imagen de Dante, su amigo y compañero, cuando él lo había dejado. O la cara de Milo, listo para arrancarle la cabeza a cualquiera de los weres de su manada que intentara hacerle daño a Dante.
“Amor…”
No había otra palabra para definir aquel acto imprudente, y totalmente estúpido. Pero, ¿acaso eso no era prueba suficiente de alguien que esta profundamente enamorado?
Jamas se le cruzó por la cabeza que su amigo podría ser gay. Es mas, ni siquiera considero la posibilidad de pensar algo asi sobre Dante. Él era impecable. Un buen guerrero, gran compañero, líder nato, y una gran persona.
Sintió algo acariciar sus cabellos, desde la parte de arriba, delgados y delicados dedos se abrieron paso y peinaron sus cabellos, deslizándose hasra alcanzar su cuello. Lo atrajo, suavemente y pudo percibir el dulce aroma de su pareja. Sus labios acariciaron su frente y después fueron hacia sus labios. Gimió complacido.
Alargó los brazos y la envolvió entre sus brazos, sin darle tiempo de que lograra escapar, la levantó y ambos rodaron antes de tenerla sobre su regazo.
La atrajo contra su cuerpo y aspiró su aroma, aquel que lo volvia loco. Enterró el rostro en el hueco de su cuello y el hombro, acariciándole con la punta de su nariz.
Ella le correspondió el abrazo y besó la coronilla de su cabeza, provocándole calma. Sus manos sobaban su espalda, formando pequeños círculos, mientras ella frotaba su mejilla contra su cabeza.
                                     Mal dia, ¿eh? —dijo ella, no era una pregunta, era una afirmación. Él solo se limitó a gruñir en respuesta. —¿Quieres hablarlo?
                                     No. —fue lo primero que había dicho desde que había llegado a la casa, pero no era suficiente para Carol.
Ella se apartó un poco, liberándose del abrazo (llave) en el que lo tenia su esposo. Sus ojos no se enfocaban en los de ella y eso era una mala señal. Algo realmente malo había pasado. Atrapó el rostro de su esposo entre sus manos y lo obligó a verla.
“Dolor… arrepentimiento… tristeza… vergüenza…”
Algo que amaba del lazo que ellos compartían era que mientras mas cerca estuvieran, las emociones de su pareja eran mas palpables y visibles para ella. Aunque no era necesario tener un lazo mágico para saber que su esposo estaba destrozado, emocionalmente hablando.
                                     Vamos, tal vez te pueda ayudar. Y sino es asi, hablarlo te hara sentir tranquilo. —le animó, tratando de que su voz no se quebrara en el intento. Las emociones de su esposo la abrumaban rápidamente. Estaba a una palabra de llorar. Pero ella no podía romperse ahora, tenia que ser fuerte, por ambos. Él la necesitaba, inquebrantable.
                                     Es solo que…. —vio como su esposo intentaba crear una oración coherente. Buscando las palabras correctas, pero no parecía encontrarlas. Ella frotó sus pulgares contra los pomulos de su rostro y le animó, esbozando una media sonrisa. —Soy una mierda, Carol.
Su esposo volvió a agachar la cabeza y esta vez tomó sus manos, llevándolas hacia su rostro, presionando su mejilla contra ambas. Sus manos se veian tan pequeñas a comparación de las de su esposo. Y aunque el hombre frente a ella era un gigante que fácilmente la superaba físicamente, se veía tan pequeño ante sus ojos.
Ella liberó una mano y la colocó en la barbilla de su esposo, un poco rasposa por la mala afeitada, levantándole el rostro hacia ella. Sus ojos estaban entrecerrajos, parecía estar a punto de empezar a llorar.
                                     Hey, no. Tu no eres una mierda, amor. ¿P-Por qué dices algo así?
Evan se apartó de su mano, pareciendo un niño que acababan de regañar. Aun sostenía su mano, acariciando los nudillos de la mano de Carol. Tragó en seco.
                                     Claro que lo soy. Yo… soy el peor amigo de la historia. —nuevamente, no le miraba a ella, sino a la pared. Aunque eso parecía calmarlo y darle valor para continuar hablando.  —Ni siquiera… ni siquiera pude apoyarlo cuando mas me necesitaba. —dejó salir un largo suspiro, esta vez bajando la mirada hacia sus manos entrelazadas. Carol solo le miraba, sintiendo como su corazón se apretaba dentro de su pecho al ver a su esposo en ese estado. Los ojos de Evan subieron, hasta encontrarse con los de Carol. Apretó los labios, relamiéndoselos, sorbiendo sus mocos.  —Yo… no sé lo que debería hacer. Soy un mierda. Una mierda. —las lagrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Y el corazón de Carol se hizo pedazos.
                                     Basta, por favor. Evan, amor, explícame por qué dices esas horribles cosas sobre ti. ¿A quien no pudiste apoyar?
                                     Es Dante. Yo… le hice algo horrible.
Tardó un poco, pero pudo recordar a un Dante. Todos los miembros de la manada lo respetaban y tenia un puesto muy importante. Era el mismo con el que su esposo solia salir a beber los fines de semana y quien siempre le ayudaba cuando se excedían en su “noche de chicos”. Un hombre fuerte, grande, por unos centímetros superando a su esposo y sumamente tranquilo que a veces parecía alguien difícil con quien hablar, pero lo que mas recordaba  y que era imposible olvidar era ese cabello pelirrojo.
                                     ¿Dante? ¿Dante De Luca, el pelirrojo?
                                     Sí, ese Dante. El mismo que vino a nuestra boda y fue mi padrino.
                                     Pero… Evan, amor, ¿a qué te refieres con que le hiciste algo horrible? Tu no podrias hacer algo así. Y menos a Dante, ustedes son como hermanos.
                                     No, no, no, no. Yo… lo hice. Lo hice. Él siempre me apoyó y yo… simplemente le di la espalda. ¡Soy un monstruo! —bramó, apartándose de Carol. Se puso de pie y comenzó a dar zancadas, de un lado para otro dentro de la casa. Sus movimientos eran torpes y rudos, tirando cosas por aquí y por alla.
Carol intento acercarse, pero éste la alejó. Volvió a intentarlo, apretándolo entre sus delgado brazos. Era una enormidad lo que quería abarcar, pero no desistía. Pudo sentir como el cuerpo de su esposo se tensaba y comenzaba a levantarla del suelo.
                                     ¡Maldición! ¡Evan! Calmate, ¿si? Te estas transformando, amor. —gritó, aferrándose al enorme cuerpo de su esposo. —¡Por favor, para! —volvió a gritar, pero Evan ya no controlaba su cuerpo.
La puerta principal se abrió y cuatro hombres entraron en la casa. Rapidamente los apartaron y sometieron a Evan contra la pared, mientras uno de ellos mantenía a Carol alejada para evitar cualquier incidente.
Evan se tranformó y los hombres tuvieron que aplicarle un sedante antes de que comenzara a armar un alboroto (mas grande). El efecto del sedante fue inmediato y Evan se tranquilo, sin dejar su forma animal. Carol intentó acercarse, pero los hombres, miembros de la manada seguramente, se lo impidieron.
                                     Es mejor que te mantengas alejada de él, por el momento.
                                     Es mi esposo, mi lugar es junto a él.
                                     Carol, eso no es lo que…
                                     ¡Carol!
                                     Maggie, Hannah. ¿Qué hacen…?
                                     Olvídate de eso. ¡Tu brazo!
                                     ¿Mi qué? —Caro bajó la mirada y miró su extremidad, notando algo húmedo que se deslizaba desde el codo hasta la punta de sus dedos. Un largo y delgado corte delineaba su extremidad. Vio cuatro pequeños rasguños, que era de donde brotaba la sangre.
                                     ¿Evan…?

                                     Rápido, tenemos que curar tu herida. —esta vez fue Hannah, adelantándose a los demás, que seguían en shock. Tomó a Carol y la llevó hacia la cocina, pero ella se mantenía atenta a la criatura, su esposo, que ocupaba casi la mitad de la sala. 

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