Capítulo 8 - Privacidad
[Capitulo 8 —Privacidad]
[Jason]
Estaba oscuro. No podía ver nada más que la
nada. No estaba seguro de poder moverme, al menos no sin tropezar con algo y
romperme la cara.
¿Dónde estaba?, esa pregunta resonaba en mi
cabeza mientras seguía corriendo el tiempo aquí. En realidad ni siquiera sabía
cuánto tiempo llevaba ahí, o si el
tiempo pasaba o no.
A pesar de todo, de la inquietud que me
embargaba, no podía evitar cierta comodidad al estar aquí. ¿Acaso yo había
estado aquí antes? ¿Cuándo? ¿Y por qué?
—
Así
que, finalmente has venido. —me giré, pero no podía ver nadie.
La voz seguía resonando, con un pequeño eco que permanecía en mis tímpanos,
provocando que me dieran escalofríos por toda la espalda.
—
¿Hola? —pregunté, aunque mi voz
sonaba diferente. Tal vez por el gran y absoluto nada. Era más como un susurro.
No hubo respuesta. Ni siquiera eco.
Sí, era un lugar completamente extraño. Y
necesitaba salir de aquí, si es que se podía hacerlo semejante. Digo, todos los
lugares tienen una salida, ¿no? Este no podía ser la excepción.
Pero, ¿dónde? Fuera lo que fuera, no podía
simplemente quedarme en un mismo lugar, esperando que la salida apareciera por
sí misma. Tenía que moverme, hacer algo, porque nadie más lo haría por mí.
Di el primer paso, dándome cuenta que a
pesar de que no lo parecía, había una superficie solida bajo mis pies. Claro
que seguía sin confiar en su totalidad de que no hubiera alguna especie de
trampa, pero me daba un poco de seguridad el saber que al menos podía moverme a
libertad.
Comencé a caminar, primero lento,
asegurándome de que mis pasos eran firmes y que el suelo no desaparecía con
cada paso. No quería terminar en el vacío solo porque no podía ser paciente. Si
iba a hacer esto, tenía que hacerlo con precaución y siendo inteligente, no
temerario e imprudente.
Después de varios minutos de caminar, sin
saber si lo hacía en círculos o si realmente estaba avanzando, me di cuenta que
esto no estaba funcionando. Era algo inútil. Debía conservar energías, por
cualquier cosa. No sabía si estaba seguro en este lugar.
—
Claro
que lo estás. —esta vez la voz sonó tan cerca que sentí
el aliento cálido acariciarme el rostro suavemente. Pero no había nadie delante
de mí, o a mí alrededor. Estaba solo.
¿Qué estaba pasando? ¿Estaba perdiendo la
cabeza? eso pensaba, porque ciertamente no había voces que provenían de la
nada.
—
Tal
vez si estás perdiendo la cabeza. ¡Que loco, hombre!
Di un salto, cayendo sobre mi trasero al
chocar contra algo duro.
Me sobé la nariz, la única parte del cuerpo
que me había golpeado más duro. Levanté la mirada, tratando de ver con qué
había chocado, pero mis ojos fueron atraídos por otra cosa.
Había un sujeto igual a mí del otro lado de
la pared de cristal, con la que había chocado, que mi miraba sentado con las
piernas cruzadas y con ambas manos sobre sus rodillas en un estilo mariposa.
Tardé unos segundos en recomponerme, y
cuando alargué la mano hacia la pared de cristal, noté que no se trataba,
solamente, de una pared. No, era una caja. El cristal se veía delgado,
demasiado frágil, pero al tacto podía sentir que necesitaría algo más que mis
manos para rasgarlo siquiera. Era como una caja de seguridad, pero el material
era completamente diferente. Solo cristal.
El sujeto me miró, descansando la mejilla
derecha sobre su palma, era obvio que no tenía intenciones de ponerse de pie
para encararme. Así que le imité y me senté sobre mis piernas.
Por un segundo pensé que sí estaba
perdiendo la cabeza. Es decir, él se veía igual a mí. Solo con la excepción de
que su cabello era negro, su piel era muy blanca, tanto que me hacía pensar que
estaba enfermo o que el sol nunca había tocado su piel, pero lo que me llamaba
más la atención eran sus ojos. ROJOS.
Había veces en las que me pasaba lo mismo,
pero nunca se quedaban así. Era momentáneo. Pero en él parecía que no era el
caso, eran su color natural. Por alguna razón me intimidaban, me hacía sentir
incomodo el sentir su mirada siguiéndome fijamente. ¿Estaba estudiándome?
—
No.
Solo… eres muy interesante, Jason Snyder. —rió al
pronunciar mi nombre y sentí cierta irritación por su forma de decirlo, casi
como burlándose de mí.
—
¿Quién eres? —pregunté, mirándolo.
No importaba cuanto tiempo pasaba observándolo, el parecido me provocaba
escalofríos. Era como una copia idéntica de mí.
—
Una
copia, ¿eh? Ya veo. —volvió a reír, negando suavemente
con la cabeza. Colocó ambas manos sobre sus muslos y me miró. Tragué en seco.
—
¿Cómo…?
—
Las
cosas están así de mal, ¿eh? Bueno, no todo es tu culpa. Solo fuiste un peón
más en su juego, Jason. —quería preguntar sobre lo que se
refería, pero era mejor dejarlo hablar y ver que podía obtener de toda esta
conversación. —Muy sabio de tu parte.
¿Quieres respuestas? ¡Bien! —alzó los brazos hacia arriba y aplaudió. —Lamentablemente yo no te las puedo dar.
—
¿Qué? ¡¿Por qué?!
—
Porque
la única persona que tiene las respuestas para tus preguntas, eres tú.
—
Pero yo…
—
¿No
recuerdas? Oh, no, Jason. Tu sí recuerdas. Todo está aquí. —golpeó
suavemente su sien con su dedo índice. —Lo
que sucede es que no quieres recordar. —su sonrisa se desvaneció
rápidamente. Cerró los ojos y aspiró profundamente, como si estuviera
meditando. Abrió la boca y su rostro calmado se perturbó, frunciendo el ceño y
torciendo la boca. —No, no eres tú el que
no quiere recordar. Es él. —señaló hacia atrás de mí.
Me giré hacia
donde iba su dedo y no pude evitar dar un salto al ver a otra persona parada
detrás de mí. Tragué en seco, levantándome y poniéndome en posición, listo para
atacar. Ni siquiera lo había sentido acercarse. ¿O había estado ahí todo este
tiempo? ¿Cómo era eso posible?
No era más grande
que yo, y se veía demasiado acabado. Cubierto de suciedad del rostro y la ropa
vieja, y un hedor hediondo que me provocaba nausea. Tenía una barba que le
cubría casi todo el rostro, al igual que el cabello largo y pegado a la frente.
No vestía zapatos y mantenía las manos juntas contra su pecho, balbuceando algo
que me era imposible entender.
—
Si
quieres respuestas, debes acabar con él.
De lo contrario, nunca lo harás. Es él quien te impide despertar. ¡Acabalo! —me gritó, esta
vez su tono de voz denotaba preocupación. Ante mis ojos, el sujeto no
representaba ningún peligro. Era un viejo.
—
Pero yo…—no pude terminar mi
oración, ya que algo se clavó en mi pecho.
Me giré hacia el extraño y vi que sostenía
una larga espada, una que no podía no reconocer. Incluso la sensación sobre mi
carne trajo consigo recuerdos desagradables.
Nunca
dudes, ataca.
Las palabras de mi abuelo resonaron en mi
cabeza y por primera vez en mucho tiempo, sentí miedo y dolor.
Lo aparté, empujándolo, tratando de poner
la mayor distancia posible entre los dos. El viejo rodó por el suelo, pero se
logró recuperar, arañando el suelo y clavando la espada para evitar ir más lejos.
Nos miramos fijamente, tratando de medir
nuestras fuerzas. Era obvio que no era un viejo cualquiera, tenía experiencia
en la batalla y no dudaba ni un segundo en atacar a su enemigo. Despiadado y
mortal.
Apreté la mandíbula al sentir el dolor en
mi hombro derecho. La herida no estaba cerrando como solía hacer. ¿Qué estaba
pasando? Mi cuerpo siempre solía curarse rápidamente después de que era herido
y esta no era una herida tan profunda, solo superficial, gracias a que lo había
detenido o de lo contrario me habría cortado el brazo.
—
No
confíes en tu regeneración. Confía en tus habilidades. Aquí no sirve nada de
eso. Sino lo matas, él te matará a ti. El único que sobrevivirá es aquel que
sea más fuerte. El débil morirá. —sus palabras
resonaron. No era un consejo, era una advertencia.
Era verdad. Mi cuerpo no estaba
reaccionando como siempre solía hacer.
Antes de poder hacer algo, él se adelantó
hacia mí, rompiendo la distancia entre los dos. Su espada pasó por mi mejilla,
rozándome solamente. Alargué la mano e intenté golpearlo, aunque no era un
golpe mortal, más bien una reacción natural.
La espada giró, cambiando su objetivo y no
pude evitar no gritar cuando ésta se clavó en mi brazo. Lo tomé del cuello y
aproveché su cercanía, asestándole un cabezazo.
Funcionó, pero él empujó con más fuerza,
haciéndome retroceder y clavando con más fuerza su espada, hasta que la
empañadura tocó mi piel. Era algo malo, si lo dejaba moverse podría arrancarme
el brazo en su siguiente movimiento.
—
Débil. —dijo, tan cerca que su
aliento me agitó los cabellos. Fruncí el ceño, apretando la mandíbula, pero no
pude responderle, ya que movió la espada, presionando con más fuerza en mi
brazo.
Grité e intenté empujarlo, pero su mano
libre ahora apretaba mi mano, machando mis dedos, aplicando presión sobre mi
palma.
—
¡¿Pero
qué estás haciendo?! ¡Defiéndete! —casi olvidaba
que teníamos audiencia. No necesitaba que me lo dijeran, sabía que tenía que
hacerlo, pero simplemente no podía. Me tenía sometido con ambas manos y él no
parecía en lo mínimo perturbado por ello, casi como si hacerlo no requiriera el
mayor esfuerzo.
Sin embargo, no hizo lo que pensaba haría.
Sacó su espada y antes de poder esquivarlo, su espada me cortó el pecho,
rasgando mi ropa y mi torso. Una larga línea aparecía desde el hombro derecho
hasta el costillar izquierdo.
Retrocedí, tropezando con mis propios pies.
No era la primera vez que recibía semejante daño en una pelea, pero sí la
primera que las cosas no iban como predecía. Era él quien estaba llevando el
control de la batalla, por lo que podía decir que solo estaba jugando conmigo,
no era serio sobre acabarme. De serlo, ya me habría cortado la cabeza desde hacía
ratos. ¿Acaso estaba prolongando mi muerte? Si era eso, entonces solo era un
juego para él y su intención principal era disfrutar el derrotarme lentamente,
tomándose su tiempo y destruir mi voluntad.
En ese caso, tenía que atacarlo y acabar
con él. O de lo contrario sería yo quien sería acabado, aquí y ahora.
El viejo se despojó de sus ropas viejas y
sucias y no pude evitar abrir los ojos de par en par, al igual que mi boca que
quería decir las palabras, pero mi cerebro se había apagado. La imagen frente a
mí era tan real que por un segundo pensé que mi mente me estaba jugando alguna
broma. Pero, ¿podía ser real?
El cabello lo tenía largo y le cubría casi
todo el rostro, pero fácilmente lo podía reconocer aun con toda esa maraña de
cabellos rebeldes y la barba. Incluso con las arrugas que se pronunciaban en su
rostro, dándole un aspecto demacrado y descuidado a su piel. Pero esos ojos no
me podían mentir. Podía ver dentro de ellos la sed.
—
No recuerdo haberte enseñado a ser
así de patético. ¿Realmente eres tú mi nieto? —sacudió la espada, removiendo la
sangre con el simple movimiento. Lo recordaba demasiado bien, ya que yo hacia
el mismo movimiento debido a que él me lo había enseñado. Estaba tan dentro de
mí que no podía simplemente no hacerlo.
—
¿Abuelo? Pero, ¿qué…? —mis palabras
se quedaron en mi garganta al sentir la ansiedad invadirme, nuevamente. Solo
que esta vez provocaba en mí que un sudor frio se deslizara por mi frente e
incluso mojara mis axilas.
“Adam
manipuló tus recuerdos, Jason. A tal grado que ni siquiera recuerdas quien eres
en realidad. Solo para poder utilizarte en sus investigaciones. Adam no es tan
diferente de Bateman, ¿sabes?” —las palabras de
mi “hermano” aparecieron en mi cabeza.
Lo miré. El parecido era excepcional, casi tétrico,
que provocaba me dieran escalofríos.
—
Me sorprende que puedas darte el
lujo de ponerte a platicar con tanta tranquilidad, considerando tu posición.
Realmente, débil. —me miró, con aquellos
ojos tan fríos y penetrantes con los que solía mirarme todo el tiempo. Podía
decir que era un hombre cruel por su forma de tratarme y que no había la mínima
pizca de amor en él, pero era mi familia y me había tenido que morder la lengua
y aceptarlo. Nadie elige a la familia, eso era muy cierto.
Un
hombre cruel, en definitiva.
“Era él.”
Sacudí la cabeza, negando y mordiéndome el labio inferior. Apretando
ambas manos y mirándolo fijamente, solo que esta vez no lo veía como un enemigo
cualquiera.
“No. Él murió.” Me dije a mi mismo,
tratando de auto-convencerme de que él no podía estar aquí, frente a mí, ya que
él no formaba parte de este mundo.
Tragué en seco, sintiendo la rabia subir
rápidamente y también la adrenalina, casi como algo natural en mi cuerpo, al
recordar su presencia frente a mí. Años de entrenamiento, recuerdos viejos volvieron
a la vida, y no pude evitar emocionarme un poco al poder verlo de nuevo. No
podía decir que era una emoción de felicidad sino más bien perversa.
Quería estar enojado con quien fuera que
haya sido el que pensó que esto era algo gracioso de hacer, pero en realidad no
podía. Estaba más interesado en medir mi fuerza con él, aunque no fuera el
real.
Una sonrisa apareció en mis labios,
curvándose un poco al final, casi como si estuviera loco. No podía evitarlo, mi
verdadera naturaleza estaba saliendo a flote.
Si era él, entonces no tenía que
contenerme—ni un poco—o lo lamentaría.
Ven a mí como si quisieras matarme. O yo te mataré.
En ese caso, solo tenía que hacerlo. Pensar
como si vida fuera a acabar si no lo asesinaba. Y podría ser así, ya que
parecía que mis habilidades habían desaparecido—por ahora—. Aunque, cuando
peleaba con él, no eran necesarias mis habilidades. Porque con él solo había
una forma de sobrevivir; matar o morir.
Me coloqué en posición, listo para atacar,
haciéndole saber que esta vez iba en serio con él y que no tenía ninguna
intención de prolongar nuestro encuentro. No iba a contenerme. Esta vez tenía
que dejarme llevar por mi propio sentido de supervivencia.
Como si intentará matarme y mi vida
dependiera de ello.
Cosa que en realidad era así.
Todo mi cuerpo vibraba debido a la
adrenalina. Mis ojos seguían cada uno de sus movimientos, tratando de no
perderlo de vista, mientras buscaba una abertura en su defensa y así poder
atacarlo.
Al ver que no había nada, que era casi
impenetrable, decidí que solo había una cosa por hacer; crear una.
Me lancé sobre él, corriendo, acortando la
distancia y quedando a solo dos metros. Atacó, alargando la espada hacia
adelante, como si fuera una lanza, pero en lugar de ir directo hacia él, yo
había visto previsto su movimiento y ahora me encontraba saltando, esquivando
la punta de la espada y dándole una fuerte patada en el rostro.
Se tambaleó, pero no bajo la guardia.
Volvió a hacer un movimiento en arco y esta vez me cortó en el muslo, dejando
una larga línea de quince centímetros roja impresa.
Dolía, pero no podía concentrarme en el
dolor en ese momento. Tenía a un asesino delante de mí que no iba a dudar y que
aprovecharía cualquier debilidad que mostrase.
Como si leyera su mente, me levanté y
esquivé, justo a tiempo, su espada tratando de atravesar mi cabeza. Cortó mi
oreja, pero no tuve tiempo de quejarme, ya que rápidamente la deslizó hacia un
costado, tratando de decapitarme, pero logré agacharme y darle una patada,
haciéndolo caer al suelo.
Grave error, al caer, aprovechó y clavó la
espada en mi pierna, casi atravesándola por la fuerza con la que me había
atacado.
Grité y con la otra pierna le estampé mi
suela contra la nariz, pero él no cedía. Seguía moliendo la espada, maltratando
mi carne y forzando la sangre a salir por la herida abierta.
Este era él siendo él. No me lo iba a poner
fácil y tampoco iba a permitir que lo ridiculizaran—aunque fuera yo—en un
combate.
No era mal perdedor. Era un jugador que
estaba dispuesto a todo con tal de sobrevivir.
Pero yo también lo estaba.
Al ver que mis golpes contra su cuerpo,
rostro y brazos, no funcionaba, decidí dirigir mi atención hacia otra cosa que
era más importante de terminar.
Volví a patear, solo que esta vez lo hacía
contra el largo filo de la espada que estaba clavada en mi pierna y cuya herida
no dejaba de sangrar. Él pareció entender lo que hacía, porque intentó detener
mi pierna, pero me lo quité, ya que si hacia eso, la presión de la espada cedía
y me permitía moverme, incluso levantar la pierna herida, aunque el movimiento
era restringido debido a la espada que me tenía clavado.
Tan pronto como la espada se rompió por la
mitad y quedé libre, intenté alejarme de él y poner la mayor distancia posible
para después atacarlo, pero mis planes de esfumaron cuando él saltó encima de
mí, colocándose sobre mi espalda.
Intenté girarme y quitármelo de encima,
pero él me sometió, clavando el pedazo de espada en mi mano derecha.
Grité, esta vez tan fuerte que incluso las
lágrimas se me salieron por el dolor.
Algo frío y delgado se deslizó por encima
de mi espalda, sobre la tela de mi camisa. Yo sabía lo que era.
Apreté las manos, aunque mi mano derecha
era imposible de cerrar, se tensaba por los nerviosos, entre el dolor y la
tensión de lo que se aproximaba.
—
Este es tu castigo, por ser débil.
—dijo y me estremecí, apretando los dientes tan fuerte que sentí se me fuera a
desencajar la mandíbula.
El primer corte vino y temblé ante la
sensación de la pequeña navaja cortando mi piel, tensando los músculos de mi
espalda cuando se detuvo unos segundos y después continuó, cortando mi carne de
forma lenta.
El segundo vino, esta vez empezando desde
mi espalda baja, delineando toda mi columna hasta que llegó a mi nuca.
Gemí cuando solo deslizó, rápido, contra
mis omoplatos y después volvía a cortar sobre mi espalda—de la misma forma—.
Uno más, otro y otro. Uno tras otro los cortes me iban debilitando y ya no
podía mantener las fuerzas.
Otro más. Y otro. Así hasta que fueron
veinte cortes, fue que sentí como aumentaba la velocidad de sus movimientos
contra mi carne.
Mis dedos arañaban la superficie debajo de
nosotros, dejando las huellas de mis uñas rasgando la superficie lisa y negra.
Finalmente se detuvo y cuando escuché el
sonido de un suspiro, supe que había terminado—de castigarme— y que era hora de
acabar con esto.
Intenté ponerme de pie, pero el dolor y la
espada clavada en mi mano me lo impidieron. Mi espalda ardía como una maldita
por la carne abierta y los diferentes cortes que habían desgarrado mis
articulaciones nerviosas.
Así era él. Lo normal sería acabar con tu
enemigo, pero él disfrutaba de la tortura y el dolor que le podía infringir a
otra persona, solo para satisfacer su propio placer.
Ahogué un gemido de dolor cuando se levantó
de encima de mí y le oí alejarse, aunque mi alivio no duro mucho. Ya que sus
pasos se oyeron acercando, a paso veloz.
Me pateó, fuerte, en el estómago y me doblé
en el suelo, ahogando un gemido de dolor cuando el aire, y casi todo el
interior de mi estómago amenazó con
dejarme. De tanta fuerza que había usado, la espada se había salido de mi mano
y ahora era libre, pero tenía un largo corte en toda la palma que dividía aún más
mi dedo índice y anular.
Traté de levantarme, pero volvió a
golpearme, esta vez con el empeine de su pie desnudo. Sentí como mis costillas
crujían por la fuerza con la que me estaba castigando, apretando los dientes en
un intento por no gritar, nuevamente.
El
pedazo de espada estaba a pocos centímetros de mí, así que alargué la mano y lo
tomé, apretándolo como si mi vida dependiera del uso de aquel pequeño objeto.
Cuando se acercó lo suficiente, me lancé
sobre él, recibiendo un fuerte puño contra la mejilla, regresándome al suelo.
Movimiento estúpido. O no.
En el suelo, aun con el dolor en la mejilla
por la fuerza de su puño y un poco mareado, apreté el pedazo de espada entre
mis manos y de un movimiento lo clavé en el pie de mi abuelo, atravesando su
bota vieja, arriesgándome a recibir otro golpe.
Me pateó la cara con el otro pie y un
pequeño gruñido, mezclado con una maldición, fue lo único que pude escuchar
antes de que el golpe me aturdiera completamente.
Gritos y gruñidos, mientras el hombre
delante de mí—aunque era más una mancha borrosa—se movía de un lado a otro,
maldiciendo. Se inclinó y finalmente sacó lo que tenía clavado en el pie, no
sin dejar salir más maldiciones.
Ponerme de pie fue una de las tareas más
difíciles que alguna vez tuve que realizar en toda mi vida. Estaba entre volver
al suelo por la falta de fuerza o por el mareo constante que estaba sufriendo
por el golpe en la cabeza. Todo me daba vueltas y sentía como si mis piernas
fueran a fallarme en cualquier segundo.
Me tambaleaba, alternando de pie en pie,
buscando un equilibrio, pero me era imposible no perder la fuerza y volver a
caer, quedando de rodillas.
Mi abuelo, por otro lado, a pesar de la
herida en su pie, seguía de pie. Era como si el dolor no le afectase—y si lo
hacía, no lo demostraba—. Su rostro era
una máscara dura que no dejaba ver nada más que su expresión severa.
Maldije, mordiéndome el labio al sentir su
mirada despectiva sobre mí. Podía ser falso, pero vaya que se parecía a él.
Incluso sin verlo, sabía que todo lo que había en sus ojos era vergüenza,
rechazo, ira, y nada de piedad por el ser patético delante de él. Podía intuir
su pensamiento; acabar con la vida de
este miserable. Como si me estuviera haciendo un favor al eliminarme.
Apreté la mano en el suelo al darme cuenta
de la realidad. ¿Acaso yo no era igual a él? Eliminar a la basura de la tierra,
un parasito que solo se alimenta y destruye todo a su paso, acabar con aquellos
que no comparten nuestra forma de pensar—o nuestra naturaleza—. Lo sabía, no
era mejor que él, pero al menos yo no usaba mi poder para someter a otros.
El sentido de justicia cambiaba de acuerdo
a la persona, y su moralidad, pero eso no significaba que uno tenía que aceptar
las acciones de otro solo porque él las consideraba “buenas” o “correctas”.
Había códigos, y bien o mal, mi abuelo había estado usando la ley del más
fuerte para su beneficio.
Pero yo no era así. No quería serlo.
Convertirme en mi abuelo, a pesar de lo mucho que lo admiraba como líder, era
algo que distaba mucho de mi ideal.
Temía el futuro de la Colonia al pensar que sino cambiábamos nuestra
forma de pensar y hacer las cosas, tarde o temprano terminaríamos
desapareciendo, en el mejor de los casos. Pero lo que temía ya se había
cumplido cuando Trent nos traicionó, sin importarle su especie, él había tomado
una decisión en base a su propia supervivencia.
Y, no queriendo sonar pesimista, ni dándome
aires superiores, mi ausencia dentro de la Colonia no presagiaba nada bueno.
Yo, lo quisiera o no, era un fuerte recordatorio de todo lo que mi abuelo
representaba y mi autoridad era absoluta. Pero yo no quería seguir viviendo
bajo la sombra de mi abuelo, ni ser sometido a sus ideales.
¡Eso era! No viviría como él, ni por él.
Viviría bajo mis propias reglas e ideales. ¡Lo rechazaría! Rechazaría todo de
él, incluyendo el recuerdo constante que aún me acechaba y me dominaba. Él ya
no tenía más poder sobre mí, y estaba a punto de demostrárselo.
Parpadeé varias veces antes de poder
enfocarme en él. No se había movido desde donde estaba y no entendía sus
razones, tal vez solo precaución o planeaba su siguiente movimiento. No sabía,
ni quería hacerlo, en esos momentos tenía que dejar de pensar como Matt Snyder,
y más como Jason.
Parecía que finalmente mi mente comenzaba a
despejarse y dejaba de sentir el mareo, aunque el dolor permanecía en mi
costado y en mi espalda, palpitando por las heridas que seguían manando sangre.
El movimiento de incorporarme mandó otra ráfaga de dolor por toda mi espina,
deslizándose desde mis hombros hasta mis tobillos. Pero me mantuve en pie.
Aspiré profundamente, tratando de
concentrarme en cualquier cosa, menos el dolor que azotaba mi cuerpo. Estaba
muy herido, pero sino me concentraba en mi siguiente movimiento, estar herido
sería lo mejor que me habría pasado, porque estaría muerto.
Tragué en seco, sintiendo como el sudor me
empapaba y adoptando una posición de ataque, con ambos pies bien plantados en
el suelo y un brazo, ahora en puño, delante de mí, mientras el otro permanecía
en un costado. Tenía que jugármelas todas.
Él sacó un cuchillo de su bolsillo trasero
y lo empuñó, apretando fuerte el mango y se lanzó sobre mí. Alargaba el
cuchillo en dirección a mi cuello, luego hacia mi pecho y algunas veces solo lo
movía en arco, buscando acertar algún golpe, pero no podía.
Sus movimientos eran buenos. Rápidos y, si no fuera lo
suficientemente rápido, letales. Pero sabía que me estaba mostrando esos
movimientos adrede. Su técnica era mejor, solo me estaba dando lo que yo quería
ver.
Una trampa.
Sabía lo que estaba pasando por mi cabeza.
Que al acostumbrarme a sus movimientos, sería capaz de preverlos y, finalmente,
actuaria imprudentemente, atacando directo y sería ahí cuando él mostraría su
verdadera técnica.
Alargó su mano hacia la derecha, buscando
clavarme el cuchillo en la cabeza, pero yo esquivé, notando su movimiento y
cómo retraía el cuchillo, en un arco hacia la izquierda. Me agaché, viendo el
cuchillo pasar a pocos centímetros y después golpeé su brazo. Tomándolo con
ambos brazos, forzándolo a mantenerlo extendido para romperlo, pero, de nuevo,
se me adelantó y me golpeó con el otro brazo. Aun así no le liberé, e
igualmente, impulsándome con mi propio peso, lo hice girar, levantándolo del
suelo y estrellándolo.
Gruñó y ante el repentino movimiento de
levantarse tras el golpe, rodando en el suelo y quedando de rodillas, impacté
mi rodilla contra su nariz. Volviéndolo a tomar de la cabeza, regresándolo
contra mi rodilla.
Maldijo y cayó sobre su trasero, alargando
el cuchillo en un intento por protegerse.
Cuando se puso de pie, ahora con la nariz
ensangrentada, arrojó el cuchillo, siendo sustituido por una larga y afilada
katana. Me miró y solo pude suspirar. Esto no tenía fin. Y lo peor era, no lo
interminable, sino que yo permanecía desarmado y él seguía sacando armas de
quien sabe dónde.
Se puso en posición de ataque, abriendo sus
piernas y agachándose un poco, poniendo el peso sobre sus rodillas, pero usando
la tensión de sus músculos para darle mayor impulso a la hora del ataque. Su
mirada fija en mí, mientras sus labios se volvían una línea y sus cejas
bajaban, frunciéndose, sus manos apretando la empañadura de la espada, casi de
una forma mezquina.
Atacó, yendo directo—muy su estilo—y sin
ningún titubeo. Logré esquivar, por poco, pero su velocidad había aumentado y
mientras más tiempo pasaba, más rápido se volvía y me era difícil seguirle el
paso. Algunas veces solo viendo el reflejo de la espada era como sabia hacia
donde se dirigía, pero cuando lo intentaba, solo veía un borrón que desaparecía
en dirección a mi cabeza, y apenas podía esquivarle.
Así como él se volvía más rápido, yo
también me acostumbraba a sus movimientos. Era veloz, pero no era imposible de
seguir. Él buscaba una abertura en mi defensa—o la falta de ella—y así terminar
con un movimiento.
Se lo daría. No de la forma que él quería,
eso sí. Solo tendría una oportunidad y si fallaba, moriría. Por alguna extraña
razón—que no comprendía—me emocionaba aquello. Mi sangre hervía, casi podía
escucharla cantar de felicidad ante la anticipación. Tal vez era la adrenalina
y el golpe en la cabeza, sumándole la pérdida de sangre y dolor, era
comprensible que tuviera esa clase de pensamientos.
Alargó su espada en una diagonal, pero yo
alcancé a tomar la hoja con mis dos palmas, apretándolas, y redirigiendo su
dirección.
La espada se detuvo a pocos centímetros de
mi hombro izquierdo y aunque parecía que le había detenido, él seguía
presionando, tratando de cortarme por la mitad.
Toda mi fuerza estaba yendo directamente a
mis brazos—palmas—y hacia mis piernas y cadera, intentando soportar la enorme
fuerza de mi abuelo. Era como si una montaña me cayera encima.
Gruñí cuando el filo de la espada tocó,
suavemente, mi hombro, dejando una delgada y casi imperceptible línea, que si
bien no se vea, estaba ahí por el dolor de la carne abierta.
Le empujé, haciéndolo retroceder y, por un
segundo, me sentí muy bien de plantarle cara. Nuestras fuerzas estaban casi,
casi iguales. Pero ninguno de los dos cedía, ni un poco.
Apretando la mandíbula, tensando todo el
cuerpo para mantenerme firme, y empujándole, intentaba pararle, pero su fuerza
era más grande y me estaba superando.
De un momento para otro nuestras fuerzas
cambiaron, él me superó—solo un segundo—y cuando me di cuenta, estaba siendo
empujado contra la pared invisible de la caja que aprisionaba a mi copia.
Mi tobillo estaba tocando la división del
espacio entre nosotros y mi copia. Y seguía sintiendo el empuje de mi abuelo,
que me forzaba a perder mi postura y, por ende, fuerza.
Mis manos sangraban, porque desde hacía
rato que había dejado de solo presionar mis palmas con la espada, sino que
había recurrido a apretarla, pero el filo de la hoja tan delgada desgarraba mi
carne fácilmente y ahora estaba cortando la carne de mis palmas, podía sentir
mis pulgares perdiendo fuerza debido a que la espada había cortado los
tendones.
Gruñí. Era ahora o nunca. Un movimiento,
nada más. Vivir o morir.
Aspiré, armándome de valor y en un
movimiento—que me costó el dedo pulgar izquierdo e índice derecho—empuje la
espada lejos de mí, desviándola. El sonido del filo rasgando la pared invisible
me hizo estremecer, apretando la mandíbula, pero rápidamente tomé aquello que
estaba en mi cadera y, lanzándome sobre él, clavé el pequeño pedazo de espada
en su cuello, apretándolo y presionando fuertemente para asegurarme de que
realmente se lo había clavado.
Tardé unos segundos en reaccionar, y
él también, porque parpadeó varias veces antes de darse cuenta lo que estaba
pasando realmente. Abrí la boca, pero la volví a cerrar, aun con mi mano
apretando el pequeño fragmento de espada contra su cuello.
Solté el fragmento y di un paso
hacia atrás, poniendo, al menos, tres metros de distancia de él.
Me miró, con los ojos bien abiertos
y con la sorpresa grabada en su rostro, mientras la sangre salía de su cuello.
Se sacó el fragmento y la sangre manó más rápido, salpicando el suelo.
Quiso gritar algo, pero en su lugar
solo salió sangre, cayendo a pocos centímetros de mis pies.
—
Es el fin. —dije, aunque no sabía si
se lo decía a él, o a mí mismo ante mi incredibilidad. Suspiré, aliviado, hasta
que los ojos del hombre se posaron sobre mí, una sonrisa maliciosa apareció en
su rostro y no pude evitar estremecerme.
—
Te arrepentirás. —fue todo lo que
pudo decir antes de que su cuerpo comenzara a desintegrarse en una arena negra,
que era tragada por el suelo, volviéndose parte de él. El suelo se agitó, como
agua y después volvió a su forma sólida original.
Tragué en seco ante la advertencia,
sintiendo aun los escalofríos.
Y como si aquello fuera un llamado, una
fuerte risa resonó en el lugar, provocando que el suelo bajo de mí temblara
fuertemente.
Me giré, a tiempo para ver como mi copia se
deshacía de la enorme caja de cristal. Golpeó una vez, provocando una enorme
araña en el cristal y después, al ver que sus golpes le afectaban, continuó
golpeando, con más fuerza y entusiasmo, sin dejar de reír.
Finalmente las paredes cayeron y la caja de
cristal desapareció.
Mi yo en copia avanzó, lentamente primero,
como inseguro de que realmente podía hacer aquello sin ninguna consecuencia
grave. Al ver que no pasaba nada cuando daba un paso fuera de la caja, sonrió y
todo mi cuerpo se estremeció, mis músculos se habían congelado y podía sentir
el sudor frio deslizándose por mi frente, axilas y por mi nuca.
Cuanta presión.
—
Gracias,
Jason. —dijo, haciendo una pequeña reverencia, como
si estuviera realmente agradecido. Pero sabía que no era así, su sonrisa y tono
de voz lo delataban. Levantó una ceja cuando lo miré, de seguro también había
escuchado eso. Asintió. Se acercó, de una forma tan elegante que por un segundo
me perdí a mi miso por cómo se movía. Cuando me di cuenta, saliendo de mi
trance, estaba delante de mí. —Verás, ese
sujeto era la única cosa que me impedía salir de mi prisión.
Me había perdido en el rojo de sus ojos y
la forma casi idéntica que tenía su rostro con el mío, hasta que sus palabras
calaron en mi cabeza.
—
¿Prisión…? —repetí, frunciendo el
ceño y mirando en donde mi “abuelo” había desaparecido, tras su advertencia.
Tragué en seco, sintiendo sus ojos fijos en mí, mientras esbozaba una media
sonrisa. —Entonces, ¿él era…?
No pude terminar mi pregunta, ya que cuando
me había girado él había vuelto a avanzar, esta vez quedando a pocos
centímetros de mi rostro.
—
El
guardia. —dijo, tomándome del cuello y elevándome.
Mis piernas se balanceaban en el aire, mientras su mano se cernía alrededor de
mi cuello, aplicando la suficiente presión para no ahogarme y hacerme perder el
conocimiento. Era cuidadoso, pero mantenía su hostilidad presente, para
recordarme lo fácil que sería acabar conmigo.
—
¿C-Cuál…? ¿Cuál es tu plan? —dije,
atragantándome con mis propias palabras ante la falta de aire y la dificultad
de tragar saliva.
—
¿Plan?
—arqueó una ceja y se hundió de hombros, negando suavemente. —Ninguno. Solo ser libre.
—
¿Libre?
—
¡Así
es! ¡¡LIBRE!! —gritó, descomponiendo su impasible rostro.
Era el primero rasgo casi humano que le veía hacer. A excepción de sus ojos,
que se habían tornado más rojos y sus colmillos sobresalían de su boca, al
igual que sus uñas, que se clavaban sobre la piel de mi cuello. Apretó mi
cuello y en un movimiento tan rápido, me lanzó del otro lado, como si yo fuera
un muñeco de trapo.
Giré varias veces en el aire, antes de
estamparme con el suelo y ahogar un gemido de dolor cuando todo mi cuerpo fue
recibido por el duro piso.
Me revolví en el suelo, sofocando una
maldición cuando sentí que mi costado derecho dolía demasiado como para
ignorarlo. Me había rotó un par de costillas. Tanto era así que cuando intenté
levantarme, volví al suelo, encorvándome, llevando mi mano sobre la superficie
que comenzaba a hincharse lentamente.
—
No… No entiendo. —tosí, y cuando
levanté la mirada, gimiendo de dolor, torciendo la boca y apretando la
mandíbula, él estaba delante de mí.
—
¡Por
supuesto que no! ¿Cómo podrías? —escupió,
furioso. —Tú… —parecía que quería
decir algo más, pero cerró sus labios y su rostro volvió a su parsimonia de un
principio. Sus ojos fueron hacia algo detrás de mí, pero no había nada allí.
Solo contemplaba su alrededor. —He estado
aquí por tantos años, todo por su culpa. —dijo, a pesar de que sus palabras
sonaban alegres, había cierta aura melancólica a su alrededor. Sus ojos bajaron
hacia mí. —Y la tuya.
—
¿Mía?
Volvió a estallar, sus ojos volvieron a
brillar. Sus manos tomaron mi rostro, apretándolo.
—
¡SÍ!
Ustedes dos… —su mandíbula rechinó, tan fuerte que
incluso yo podía escuchar como sus dientes se apretaban. —Me quitaron algo que era, por derecho, mío. Y me condenaron al olvido.
No entendía a qué se refería. ¿De qué me
estaba hablando? No tenía la menor idea. Tal vez había perdido la cabeza.
Ante este pensamiento, él me miró, juntando
ambas cejas y apretando sus labios en una tensa línea, abriendo y cerrando sus
fosas nasales.
—
Yo no…
—
Ahora
es mi momento, yo te quitaré lo que es tuyo. –gruñó y
diciendo esto su mano fue hacia mi vientre. Le vi levantar mi camisa y
levantando una ceja, le miré, interrogante.
De repente, sus dedos se abrieron, sus uñas
se clavaron sobre la piel y antes de poder detenerle, sus dedos se metieron en
mi vientre.
Grité, intentando liberarme. El dolor era
demasiado y podía sentir como sus largos dedos ingresaban en mi vientre,
desgarrando la piel y moviéndose en mi interior.
—
¡¡¡AHHHHHHHH!!! —era el peor dolor
que había experimentado en mi vida. Sentía como si estuvieran sacando todo lo
que había en mi interior, mientras aún seguían desgarrando lo que había
adentro. Sus uñas eran despiadadas y no se andaba con delicadezas.
Cuando sus dedos parecieron encontrar lo
que buscaba, se detuvieron y sus ojos se ampliaron, aunque no estaba seguro de
esto último, estaba en un nuevo grado de dolor que a duras penas podía
mantenerme consciente.
Lo tomó de mi interior, jalándolo con
fuerza, que todo mi cuerpo gritó por la perdida y a poco estuve de comenzar a
llorar. Mis manos, sin fuerza, clavadas en su brazo.
Finalmente me liberó, dejándome caer al
suelo, pero para ese entonces yo no podía ni siquiera levantar un dedo.
Intenté levantar la mirada hacia él,
notando como se metía aquello—que no podía ver qué era en sus manos—en la boca
y lo tragaba de un solo bocado. Le vi bajar por su garganta y después, cuando
estuvo en su estómago, él gruñó, esbozando una sonrisa de satisfacción.
Se limpió la boca, pasando el dorso de su
mano sobre sus labios, quitando la sangre de sus labios y de su barbilla.
Me miró y yo intenté levantarme, pero antes
de que pudiera decir algo más, él avanzó, y en un movimiento tan rápido, se
llevó mi brazo derecho.
Grité, apretando donde ahora hacía falta
una de mis extremidades. La sangre manaba y me hinqué, doblándome de dolor.
Levanté la mirada, pero él colocó su pie sobre
mi pecho, empujándome hacia atrás, cayendo sobre mi espalda y volvió a
colocarlo en el centro de mi pecho, aplastándome.
Gruñí, quejándome del dolor y la
impotencia. De repente, mis pensamientos fueron cortados al sentir que el piso
debajo de mi comenzaba a agitarse.
Miré a mis costados y, efectivamente, el
suelo estaba moviéndose, pero solo donde yo estaba. Y con cada empuje por parte
de mi copia sobre mi pecho, yo me hundía en el piso.
Traté de forcejear, pero mi cuerpo
protestó, cansado y mal herido.
Lo primero en ser engullido fueron mis
piernas y lentamente el resto de mi cuerpo comenzó a hundirse. Luché, pero fue
en vano, el piso me estaba tragando.
Alargué la mano, aferrándome al borde, pero
cuando mi mano finalmente había conseguido una superficie sólida, un pie volvió
a aplastar mi mano, machacándolo.
Me solté y justo cuando lo único que
quedaba era mi rostro, él estampo su planta contra mi frente, riendo. Quería
golpearlo, lastimarlo. Hacerle lo que sea con tal de vengarme.
Él negó, riendo divertido.
—
Será
mejor que no vuelvas, o te arrepentirás. —sentenció con
tono frío. Una sonrisa apareció en su rostro. —Por cierto, veamos cómo te las arreglas ahora que he reclamado lo que
es mío. —sus palabras no tenían significado para mí, pero sabía que lo
tendrían.
—
Yo no necesito de tu ayuda. Yo
puedo…
—
¡Demuéstralo!
Sino todo eso que dices solo son bonitas palabras. Demuéstralo con acciones. —sintiendo
como el agua entraba en mis pulmones y lo único que podía ver era la alta
figura del otro lado, mientras me hundía más y más y no podía evitarlo.
Alargué la mano, en un intento por
alcanzarlo. Luchando contra la fuerza que me jalaba hacia el fondo, pero era
inútil.
—
La
próxima vez que nos encontremos, solo uno quedara.
Fue lo último que alcance a escuchar antes
de que todo se volviera oscuridad, al igual que su sonrisa y aquel par de ojos
carmesí.
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