LAZOS parte 2



[Parte 2— Guerra]

Lo que lo despertó fue la intensa luz blanca que le daba de lleno en el rostro, provocándole dolor en los ojos cada vez que intentaba abrirlos.
Cuando por fin fue capaz de acostumbrarse, y alguien le quitó la luz de la cara, fue que se dio cuenta que se encontraba esposado, en una habitación que no reconocía y que tenía un dolor insoportable en todo el cuerpo—esto último producto de usar demasiado la magia de cimentación—.
                  Bien, señor Waldeck. —habló una voz, que por el tono parecía ser de un hombre. Aunque la formalidad con la que se refería a él le incomodaba.
                  Solo Dolan. No soy tan viejo como para que me llamen señor, ¿sí? —dijo, a pesar de estar todavía desorientado, sintiendo la lengua reseca.
                  Es por protocolo, señor Waldeck. —Dolan rodó los ojos, sabiendo que este sujeto, quien fuera, solo lo hacía para molestarlo y sacarlo de sus casillas. El hombre, de cabello castaño y lentes de botella cerró el pequeño folder y apretó los labios, aspirando profundamente, adoptando una postura seria. —Debo decir que después de leer su historial quedé asombrado por la gran cantidad de misiones en las cuales ha participado. Usted es el ejemplo claro de “soldado”. —Dolan sonrió, orgulloso de que se le reconocieran sus méritos después de tantos años, eso sí, sin pasar desapercibido el pequeño tono de desdén por su parte. —Y es por esa misma razón que usted no me agrada. A pesar de su “gran historial”, también tiene sus grandes metidas de pata, ¿eh? —dijo el hombre frente a él, esbozando una media sonrisa, al mismo tiempo que abría otro folder del doble de tamaño del primero, en el que se leía las palabras CLASIFICADO. Dolan arrugó la nariz al reconocerlo. —Destrucción de propiedad, asesinatos imprudenciales, insubordinación, un carácter muy particular y un lenguaje tan poco ortodoxo que es mejor decir que es un IDIOTA (y eso está marcado varias veces y en mayúsculas por sus superiores) —citó y cerró el folder, sabiendo que no necesitaba decir nada más. El resto, Dolan  lo conocía perfectamente. El hombre se ajustó los lentes, deslizando su dedo índice por el puente, cruzó ambas manos sobre el folder y sonrió, dando una actitud calmada y despreocupada, casi amigable. —¿Y? Entonces, ¿qué haremos con usted, señor Waldeck?
Iba a decirle qué podían hacer con él, exactamente, cuando la puerta se abrió de repente y un hombre uniformado ingresó en la habitación, entregándole una hoja amarilla al pequeño hombre, quién miró de Dolan al otro hombre uniformado que acababa de entrar. Arrugó la frente y, tras un suspiro, fastidiado, asintió y se retiró de la habitación sin mirar atrás.
El uniformado se giró hacia Dolan y sacó un sobre de su saco, arrojándolo al centro de la mesa.
                  ¿Qué  está…? —iba a preguntar, cuando el hombre le interrumpió, señalándole el sobre.
                  Las especificaciones de todo están ahí en el sobre. Léalo y preséntese en su estación de inmediato. —dijo, dándose la vuelta a punto de salir.
                  ¡Oiga! Un segundo, yo… —se giró, plantándose, parando el avance de Dolan y obligándolo a retroceder, pero ni un poco intimidado ante el otro hombre.
                  Teniente Dolan Waldeck, ya tiene sus órdenes. Obedézcalas y cierre la boca. —el hombre volvió a acercarse, colocando su mano sobre su hombro. —Felicidades, ha sido reasignado. —se separó y chasqueó los dedos, produciendo que las esposas que lo retenían desaparecieran, desvaneciéndose.
Esas fueron las últimas palabras que el uniformado le dirigió antes de desaparecer por la puerta y dejarlo solo en la habitación, aun confundido por todo lo que acababa de pasar. Dolan miró el sobre, cogiéndolo con cuidado y lo abrió. No tenía que ser un genio para comprender la magnitud del sello que tenía impreso los documentos.
Suspiró, maldiciendo. Una pequeña tarjeta se deslizó fuera de los documentos y, en ella, estaban impresos el numero de una oficina, junto al nombre de Holden Lafreur. Solo ver ese nombre le provocó dolor de cabeza.
******

La oficina estaba impecable y el hombre delante de él impasible. Su porte y su presencia en la pequeña habitación lo hacían sentir minúsculo, a pesar de la evidente diferencia física, lo cual también lo hacía desencajar en la apretada habitación, en la que no tenía la menor idea de cómo hacia Holden para moverse sin ninguna dificultad, pero, ¿qué podía decir? Era difícil estar en el sistema y conseguir todo con gran facilidad, incluso para un Lafleur, tenía que pasar a través del infierno para poder lograr subir a un mejor puesto.
Después de su pequeña entrevista con el Encargado de Asuntos Internos que en un principio buscaba culparlo de todos los disturbios en el viejo barrio de Ximekam, habían preguntado cómo demonios había llegado ahí exactamente. Todo en su mente era confuso, a  excepción de pequeños fragmentos que iban volviendo paulatinamente.
Al parecer había sido rescatado por miembros del Cuerpo Policial de Amysa, quienes lo habían encontrado atrapado entre los escombros de una parte del viejo edificio, con heridas tan graves que por un segundo lo habían dado por muerto, pero que al final se había salvado.
Lo que no entendía era cómo se había salvado. El recuerdo de aquel ángel volvió a su mente y agitó la cabeza, negando bruscamente. Eso había sido un simple delirio. Una alucinación.
Holden terminó lo que estaba haciendo, y por lo cual había hecho a Dolan esperar—sin ninguna otra opción—más de quince minutos en esa silla y sin emitir ninguna queja o ruido que pudiera interrumpir la concentración del rubio.
                  Sé que le dijeron que había sido “resignado”, pero más bien fue contratado. —explicó Holden. —El gobierno de Amysa necesita de sus habilidades en una misión que estamos completamente seguros usted, y solamente usted, podrá llevar acabo.
                  ¿A qué se refiere?
                  ¿Leyó los documentos que le entregamos? —la ceja de Holden se arqueó, obviamente insatisfecho con tanta pregunta que el moreno ya debía tener clara.
                  No. —Sí, lo había hecho, pero lo que decían los documentos no era toda la información. Siempre había algo más entre líneas que no les decían y ellos, como soldados, no tenían por qué saberlo, solo obedecer las órdenes.
                  Bien, supongo que tendré que explicarle desde el principio. —dijo, torciendo la boca, fastidiado. —Pero eso nos tomaría demasiado tiempo, el cual, por desgracia, no tengo. Así que iremos directamente a las especificaciones de la misión, lo más relevante. —tomó la fotografía del paquete de documentos y se la extendió, al igual que el perfil del sujeto. —Usted será el guardaespaldas personal de nuestro enviado a la República de Asperia, se encargará de su seguridad y que llegue sano y salvo a la Convención del Tratado de Talamantes. Es de suma importancia que él llegué a esa convención, Dolan Waldeck. De eso depende la paz con nuestros vecinos.
Dolan asintió, aun no convencido con la explicación del rubio. Sus ojos fueron del perfil del sujeto, en el que detallaban tantas cosas que incluso se le hizo una exageración para un simple mago, el cual, según parecía, era la esperanza para que se lograra, finalmente, la paz entre los países del Este y del Norte.
Sus ojos se estrecharon al notar la palabra HIBRIDO escrita en la clase del hombre, provocando que arrugara la nariz ante el desagrado. Tenía amigos híbridos, pero jamás se acostumbraría a ellos. Eran aliados, mejor tenerlos cuidando su espalda que apuntando hacia ella, ¿no? Pero la verdad era que no podía concebir la idea de los híbridos. Eran raros, incluso entre ellos seguían siendo algo que no podían tolerar y había magos que, obviamente, no compartían la idea de anexarlos entre los magos puros.
Iba a decir algo en contra sobre la misión, cuando sus ojos se posaron en la fotografía que sobresalía por el filo de la hoja. Abrió los ojos de par en par, sintiendo un leve estremecimiento recorrer todo su cuerpo. Tragó en seco, sintiendo la boca seca y la lengua rasposa.
La misma imagen que se había presentado ante él, antes de perder el conocimiento, estaba ahí frente a sus ojos.
¡¿Era real?!
                  Le proporcionaremos un equipo para que lo apoyen en el viaje y se aseguren de protegerlos, pero debe recordar que la prioridad es él. —Holden señaló la fotografía en la mano de Dolan. —Si se topan con alguna situación complicada, en la cual el riesgo pueda comprometer la misión, ellos se aseguraran de proteger al objetivo y lo abandonaran.
                  Si son ellos los que arriesgan la misión, los mataré yo mismo. —declaró firmemente y Holden esbozó una media sonrisa, complacido.
                  ¿Debo tomar eso como un sí?
                  Necesito un nuevo uniforme.
                  Todo está en su estación, Waldeck.
Y con eso, Dolan estaba de vuelta en el Cuerpo.
*****

Debía decir que en un principio, cuando había visto que su “alucinación” era real, se sintió emocionado. Pero ahora, ahí, mientras esperaban al Objetivo—nombre clave que habían decidido—, no podía negar que se sentía tan nervioso como en su primera misión. Lo cual era ridículo, porque, ¿él estaba nervioso de encontrarse con el responsable de que estuviera con vida?
¿Debería de agradecerle? ¿O tal vez saludarlo con más familiaridad por haberlo salvado?
Rodó los ojos ante sus pensamientos.
Miró a los otros cuatro hombres que los acompañaban. El uniformado—Malcor, información obtenida gracias a los reportes—que le había entregado su permiso estaba entre ellos y ahora no portaba su traje, dejando a relucir una cabellera pelirroja. Otros tres hombres que no reconocía, pero se veían más jóvenes estaban ahí, preparándose para partir.
Finalmente el Objetivo hizo acto de presencia, pero no solo—algo que ya sabían—. Iba acompañado de un chico más pequeño, casi de la misma estatura de un niño, y de cabello blanco que los examinaba con una mirada dura mientras se acercaba hacia ellos, evaluándolos. Aun así, los ojos de Dolan estaban fijos en el rubio que bajaba la rampa que conectaba el barco al muelle.
Dolan suspiró, completamente cautivado.
Sus movimientos eran tan precisos, que por un segundo le robó el aliento. Había visto personas mostrar semejante gracia en los eventos formales, pero esto estaba a otro nivel. Rápidamente entendió que no eran sus movimientos, o la forma en que los hacía—con tanta sincronía—, sino él mismo.
¿Era algo peculiar en los híbridos? No lo sabía a ciencia cierta, pero no podía despegar la mirada de él, y cuando su cuerpo se resistía, sentía que debía volver a mirarlo, solo para asegurarse de no haberse perdido nada.
Sus ojos se posaron sobre él y sintió todo su cuerpo estremecerse, el calor envolviendo su cuerpo y por un segundo podría haber jurado que esa mirada ocultaba algo más que una simple curiosidad, pero, ¿qué era ese destello?
Tragó en seco y, antes de poder decir algo, cerró la boca, sintiendo que no era correcto hablar al Objetivo. No tenía que haber interacción, más que el trato común de guardaespaldas y protegido.
Los hombres se inclinaron ante Julius Guilhem y él les imitó, doblando la pierna y colocando su peso sobre su rodilla, mientras mano descansaba sobre su pecho, manteniendo la cabeza gacha.
                  Concejal Guilhem, sea bienvenido. Nosotros seremos su escolta en su viaje a la República de Asperia, así que puede estar seguro de que lo protegeremos de cualquier peligro. Incluso si eso implica arriesgar nuestras vidas para conseguirlo, nos aseguraremos de que llegue sano y salvo. Yo, Dolan Waldeck, le doy mi palabra. —dijo Dolan, solemnemente, sintiendo una grata satisfacción al decirlo de corazón a aquel hombre.
                  Nos honra, Capitán Waldeck. Estamos seguros que con su presencia y la de sus compañeros, no tendremos ningún problema en nuestro camino. Confío plenamente en que los dioses no se han equivocado al elegirlos a ustedes para ser nuestros acompañantes. Nuestras vidas están en sus manos, Capitán Waldeck. —Dolan levantó la mirada ante la segunda voz, un poco desconcertado. Se trataba del acompañante albino quien decía todo eso, sujetando la mano del rubio mientras lo decía. —Esas son las palabras del Concejal Guilhem, Capitán. —explicó.
Había leído que el Concejal, raramente hablaba en voz alta y cuando lo hacía era delante de un público más amplio y no frente a un pequeño grupo, ya que, como era bien sabido, los híbridos solían tener la habilidad innata de engatusar con sus voces a los mortales. O ese era el gran mito que rondaba entre la gente, aunque no estaba totalmente seguro de si era un mito o si era verdad.
Por lo que parecía, tal vez sí era verdad.
Dolan asintió y los escoltó a su vehículo.
Justo cuando el rubio subía, se detuvo y se dirigió a Dolan, levantando su mano hacia él, hasta que la punta de los dedos de Julius tocaron su mejilla, provocándole pequeños escalofríos por lo frío de sus dedos.
Magia.
Su cuerpo reconoció la sensación. Tan familiar que por un segundo se imaginó a si mismo tendido en el suelo, agonizando, mientras un ángel dorado aparecía delante de él y se inclinaba, tocando la herida en su pecho.
El calor extendiéndose a través de todo su cuerpo, desde la herida hacia sus extremidades, mientras lo inundaba el dolor y la excitación. ¿Acaso el sentir dolor se había vuelto placentero?
Regresó a la realidad al sentir como la mano ajena abandonaban su pecho, dándole la respuesta de cómo había sobrevivido. Alargó la mano, tratando de atrapar la  de Julius, pero éste fue más rápido y, antes de darse cuenta, Julius se había alejado, poniendo la distancia suficiente.
Julius subió al vehículo, pero no sin antes mirarle por encima del hombro, provocando que todo el cuerpo de Dolan temblara por la intensidad de la mirada.
De repente, tenía sed.
*****
El viaje, hasta el momento, había estado tranquilo. Los únicos problemas que habían encontrado habían sido problemas naturales, pequeñas lluvias, caminos bloqueados por deslaves, y animales salvajes que los habían perseguido en las montañas de Lubit.
Finalmente, y cuando los caballos se habían negado a dar otro paso más, decidieron que era momento de tomar un descanso. Y dado que la figura del Concejal Julius Guilhem llamaría demasiado la atención si buscaban un lugar para pasar la noche, solo les quedaba acampar en el bosque, donde pasarían inadvertidos.
Todos comían, en silencio, más atentos a lo que había en sus platos que a sus compañeros.
Vaya forma de matar la camaradería, pensó. Aunque no es como si él fuera mejor que ellos. Ya que no iba a ponerse todo amigable con este grupo de desconocidos solo porque se encontraban atrapados en el mismo barco. Si tenía que elegir, los arrojaría por  la borda si con eso salvaba su propio pellejo. Aquí no había amistades, él tenías sus órdenes—al igual que ellos—y las cumpliría, fin.
Aunque no los culpaba, tal vez el albino era muy hábil en muchas cosas, pero en la cocina, sus habilidades apestaban. No podía seguir comiendo esto. Y, aunque había pasado por su cabeza dárselo a los caballos, no quería que se enfermaran y no pudieran continuar el viaje por su culpa.
Sin embargo había algo que no lograba entender y eso era la actitud de su “paquete”.
Todo el viaje se había mantenido encerrado dentro del carruaje y l único momento en que había salido y habían cruzado miradas, de nuevo, lo había evitado con un descaro tan evidente que le había enojado tanto que no podía esconder su molestia por el desagradable desplante.
No es como si le importara la opinión de un tonto burócrata, mucho menos de un hibrido.
El problema yacía en que cada vez que se refería a él de esa forma no podía evitar sentirse terrible. Como si hiciera algo que no debía. Se sentía avergonzado de sí mismo por referirse del rubio de esa forma.
Bajó la cabeza y dejó el cuenco con comida ahí, no podía fingir que disfrutaba de la “deliciosa” comida un segundo más.
                  ¿Acaso no te gustó mi especialidad, Capitán? —se giró ante la voz que había salido de la nada. A punto estuvo de sacar su cuchillo, pero al reconocer la voz no tuvo la necesidad de ello. Tragó en seco y negó, avergonzado.
                  No es eso, yo solo… —tartamudeó, sintiéndose atrapado.
                  Relájate. Sé que esto… —dijo el chico más bajo, moviendo con el cucharon el estofado, mientras apretaba los labios, torciendo la boca. —La cocina no es lo mío, lo sé. Pero quería agradecerles de alguna forma por todo lo que han hecho por nosotros durante todo el viaje. Es lo justo.
Esa palabra caló en el interior de Dolan. Justo. Una palabra que casi nadie usaba hoy en día y que este pequeño hombre podía decir con tanto orgullo sin ninguna dificultad.
                  No hay necesidad. Son nuestras órdenes. —respondió Dolan ante la incomodidad del silencio. El chico le miró, abriendo los ojos y después asintió.
                  Ya veo. Dígame, Capitán, ¿usted es un hombre de honor o un hombre de ordenes?
                  ¿A qué se refiere? —preguntó, confundido.
                  A si usted es un hombre que cumple su palabra de proteger al más débil o es un hombre que haría cualquier cosa que le ordenen, sin protestar. —los grandes ojos del chico se posaron sobre él, curiosos, imperantes, como si supiera que no podría mentirle—aunque quisiera—. Esperando ver cuál era su respuesta; una verdad incómoda, honesta, o una mentira complaciente, mecánica, bien aprendida.
Recuerdos de toda una vida en el Cuerpo lo golpearon, recordándole la razón por la que había sido degradado de su rango y después echado a la calle por no acatar las órdenes de su superior.
¿Acaso el albino sabía de su historial militar? No, eso era imposible. Solo unos pocos tenían acceso a esa información y un simple sirviente jamás podría conseguirlo fácilmente.
Aunque no le debía nada a un completo desconocido, sentía que debía ser honesto y tragarse la amargura de su resentimiento.
                  Visto de ese modo, supongo que puede decir que soy un hombre de honor. No soy bueno siguiendo órdenes. —dijo, rascándose la nuca. —Aunque jamás me he considerado un hombre de honor, solo… un hombre.
                  Yo no veo ningún problema en ser un simple hombre, Capitán. Se necesita mucho valor para admitir nuestra propia mortalidad. —respondió el chico y Dolan se sintió un poco mejor consigo mismo. Ojalá hubiera tenido a alguien que le dijera lo mismo cuando lo echaron, habría evitado que se sintiera como un desecho humano. —Me alegra haber podido hablar con usted, ahora estoy más tranquilo.
Dolan no entendió muy bien esas palabras. Pero si eso le pareció desconcertante, lo que dijo después fue aún más confuso.
                  Entonces, cuando llegué el momento, sé que puedo confiar en que cumplirá su palabra, Capitán. —no era un pregunta, era una afirmación. Dolan no podía corregirlo, no cuando las palabras del chico demostraban una total honestidad y confianza, de la cual no se creía merecedor. No había la mínima duda en los ojos del chico. Dolan asintió, sin saber qué o cómo responder. —Por cierto, soy Choksey Monfort, Capitán Waldeck.
Choksey dejó su labor y recogió los platos sucios y los utensilios que había utilizado para preparar la cena. Aún con su pequeño cuerpo pudo sostener las grandes ollas y platos en la otra mano.
Dolan pensó en ayudarlo, pero cuando vio que una cabellera pelirroja se acercaba y lo intentaba ayudar, siendo rechazado de inmediato, decidió que era mejor dejarlo ser.
El sonido de un par de rocas chocándose fue lo que llamó su atención y fue cuando se dio cuenta que se trataba del Concejal Guilham, quien estaba en cuclillas, tratando de encender una fogata.
                  ¿No sería más fácil usar magia? —dijo Dolan, levantando un dedo y produciendo una pequeña flama, el fuego brilló unos segundos antes de desvanecerse en el aire.
El rubio le miró y, por primera vez en toda su vida, Dolan vio algo que lo asustó, y al mismo tiempo le parecía hermoso. Los ojos del rubio brillaban, al igual que los de un animal que alumbrabas en la oscuridad de la noche. No, sus ojos eran diferentes, incluso se podía decir que había un destello en ellos, como si palpitaran.
La prueba de la descendencia hibrida del Concejal.
Dolan apartó la mirada, desviándola de nuevo hacia el fuego, apretando los labios.
Genial, lo había ofendido. Dolan abrió la boca para disculparse, cuando sintió un fuerte escalofrío, deslizándose desde su columna hasta su nuca, erizándole el vello.
Un pequeño destello, producido por las rocas, y el fuego comenzó a arder lentamente hasta convertirse en una cálida luz.
                  Más fácil, sí. Mejor, no. —Julius se levantó del suelo y tomó asiento en un pequeño cojín, que estaba seguro Choksey había preparado para él. Julius hizo un movimiento de cabeza, señalando el cojín junto a él, invitándolo a que se sentara, y Dolan obedeció, aun incapaz de comprender cómo era posible que el Concejal estuviera en su cabeza. Sus labios no se movían, pero las palabras llegaban a su cabeza. —Verá, Capitán, la magia es un medio que nos permite realizar milagros sorprendentes, pero no por ello debemos olvidar que somos simples mortales. No hay que abusar de este regalo irresponsablemente. —jamás, si alguien se lo hubiera dicho, habría creído que un hibrido hablara—¿pensara?—así de la magia, cuando ellos, en sí, representaban un milagro andante. —Depender en exceso de la magia nos ciega, nos vuelve arrogantes e inútiles, nos deshumanizamos. Además, hay cosas que con la magia no podemos hacer, ¿verdad? —el rubio sonrió y el corazón de Dolan saltó, aspirando profundamente.
Los ojos del rubio se suavizaron y al darse cuenta de que se habían quedado en silencio, mirándose fijamente, durante más tiempo del que deberían, apartaron la mirada del rostro del otro, avergonzados.
                  Así que ese es su trabajo, ¿eh? —Julius se giró hacia él, aún sonrojado, pero mirándole con ojos confundidos. Dolan levantó las cejas, sonriendo, divertido por la expresión tan honesta, y tal vez un poco infantil, del rubio. Dolan señaló la cabellera blanca de Choksey. —El de Choksey. Asegurarse de que el Concejal no se convierta en otro burócrata arrogante y clasista más, que solo vela por los intereses personales de los más privilegiados, ¿eh?
Las cejas de Dolan se dispararon hacia arriba y después volvieron a su lugar, frunciéndose, mientras trataba de descifrar si Dolan se estaba burlando de él. Su rostro se relajó y rió, y a Dolan le pareció el sonido más hermoso que hubiera escuchado en toda su vida. Resistió, luchando fuertemente contra el impulso de alargar su mano y tocarlo, solo para asegurarse de que era real y no un producto de su imaginación.
Tragó en seco, apretando las manos y esbozó una media sonrisa.
                  Wow, estoy sorprendido.
                  ¿Por qué? —Dolan arqueó una ceja.
                  Te referiste a mí como una persona y no como un “eso”.
¿Lo había hecho? Sí, lo había hecho. Él estaba también sorprendido con su repentino cambio de actitud con respecto a los híbridos. Tal vez era su forma de disculparse por haberse portado como un patán retrogrado.
                  ¿No debería? ¿Tan raro es?
                  No, es solo que no todos comparten tu forma de pensar, Capitán. —Julius miró hacia todos lados, como si alguien los estuviera espiando y pudiera escuchar todo lo que dijeran—o pensaran, en su caso—. Se inclinó y Dolan le imitó, buscando escapar de los metiches. —Soy un hibrido. —esta vez fue el momento de Dolan de sorprenderse. No por la revelación, sino por tanto misterio para decirle algo obvio. —Lo sabe, ¿no?
Dolan se apartó un poco, arqueando una ceja y mirando al rubio como si le faltara un tornillo. Suspiró, rodando los ojos y contuvo una risa.
                  Por supuesto que lo sé. Tengo que saber a quién estoy protegiendo, ¿no? —se rascó la nuca, un poco estresado por la situación. —¿Y? ¿Hay algo de malo con eso? —miró al rubio y éste, al notar la sinceridad en las palabras del moreno, recobró la compostura sobre su cojín, esbozando una media sonrisa.
                  Supongo que nada si usted dice que está bien. —respondió el rubio, entrecerrando los ojos y dejando la sonrisa en su rostro.
Dolan, de repente, se sintió avergonzado por su forma, tan descortés, de responder. Era obvio que ninguno de los dos, a pesar de todo su entrenamiento y formación, tenía las habilidades adecuadas para comunicarse correctamente con otros.
Bien, al menos tenemos algo en común, pensó Dolan y Julius abrió los ojos, girándose hacia él, tornándose rojo.
¿Acaso él acababa de…? No pudo terminar esa interrogante en su cabeza al ver que el rubio desviaba la mirada, nuevamente, hundiendo la cabeza entre sus hombros contra su pecho.
El momento se había vuelto incómodo. Incluso Dolan no sabía qué hacer para desaparecer esa extraña tensión. Sentía que, si decía algo, lo que fuera, metería la pata.
Metió las manos dentro de sus bolsillos y resopló, tratando de encontrar las palabras adecuadas con las cuales empezar desde cero, pero no había nada en su cabeza que no le pareciera inadecuado.
                  ¿Alguna vez ha escuchado sobre los “destinados”? —Dolan se giró hacia Julius, pero éste no le miraba, sino que mantenía la mirada fija en el cielo, en las estrellas que adornaban el cielo de esa noche.
                  No, lo siento, creo que falté a esa clase. —y a las demás, porque en realidad, debido a su estatus social, no había podido adquirir una educación apropiada como todos los niños normales—ricos y con padres—.
Su vida había sido un sinfín de batallas, viviendo entre la sangre y la pólvora, como cualquier perro de guerra. Al menos hasta que alcanzó la mayoría de edad y se “desligó” del Cuerpo Militar, una bonita forma de decir que lo echaron cuando levantó la voz y mordió la mano de su mano. Aunque volver a la sociedad y reintegrarse, volverse un buen ciudadano, había sido algo imposible para él, en especial considerando que asesinar personas no se consideraba algo respetable en la sociedad, a menos que estuvieras involucrado en negocios del bajo mundo.
Tragó amargamente, apretando las manos en puños, sintiendo la bilis subiendo por su garganta, provocando que toda su sangre hirviera.
Julius pareció darse cuenta del cambio de humor en el moreno y esbozó una media sonrisa, sintiendo pena por no poder hacer algo por él. Alargó su mano y alcanzó el brazo de Dolan, usando su magia para calmarlo y despejar su mente, apartando la ira—y sus demonios internos— lejos.
                  No se preocupe. Tampoco es como si lo enseñaran en las escuelas, es más como una antigua leyenda. Un mito para los escépticos. Una esperanza para los románticos. Y una maldición para los involucrados. —Dolan apartó su mano, suavemente, no queriendo hacerlo, sintiendo aún el calor de la piel del moreno sobre su tacto.
Dolan se dio cuenta de ello, solo parpadeó y aspiró profundamente, echando la cabeza hacia atrás, sin dejar de mirar al rubio.
                  ¿De qué grupo eres tú? —preguntó, mirándole fijamente. Era como si sus ojos no estuvieran suficiente de observarlo. No podía negarlo, Julius era hermoso. No sabía otra forma de describirlo. Una belleza extraña que te atrapada, difícil de describir con palabras y, que a pesar de haberlo estado observando desde hacía un buen rato, no se cansaba de ello—quería seguir haciéndolo—.
Tragó en seco, relamiéndose los labios, notando aquellos ojos dorados mirarle y aquel destello brillando en ellos, provocando que su corazón saltara.
Julius tardó unos segundos en responder, limitándose a mirarlo. Humedeció sus labios, como si por un segundo olvidase que no podía usar su voz y volvió a cerrar la boca, recordándolo. Su mirada se suavizó, sus labios curvándose en una tímida sonrisa, tal vez un poco melancólica.
                  Yo soy de los que aún tienen sus dudas con respecto a ello. Quiero creer que somos nosotros los que elegimos cómo y con quién vivimos nuestras vidas. —dijo, ruborizándose. Dolan también se ruborizó, solo que no por las palabras, sino por su honestidad—e ingenuidad—. Julius asintió y levantó el dedo, creando dos pequeñas luces; una azul eléctrico y otra amarilla. Ambas esferas danzaban la una con la otra, sin apartarse, realizando una coreografía demasiado hermosa como para despegar sus ojos. —Bien. La leyenda dice que cuando nació la magia, los destinados también lo hicieron, aunque muchos siguen diciendo que su nacimiento es una aberración de la magia. Algo sucio, impuro, que contradice las leyes de la realidad. Verá, los destinados—como su nombre lo dice—están destinados a estar juntos, para siempre. Fueron creados para pertenecerse el uno al otro. —las dos esferas delante de ellos se unieron, formando una esfera verde y pequeños destellos comenzaron a emanar de ella, los cuales brillaban en la piel pálida del rubio, provocando que el verde se mezclara con el dorado de sus ojos.
Dolan sonrió, no por la historia, sino por el rubio.
Hermoso.
Tan pronto ese pensamiento apareció en su cabeza, Dolan negó, desviando la mirada hacia la esfera que se desvanecía lentamente hasta que la luz que emanaba desaparecía completamente.
                  ¿Y ellos tiene elección? —tosió, tratando de disimular su tensión.
                  La tienen, pero no aceptar a tu destinado puede ser la peor decisión de tu vida, ya que no hay segundas oportunidad. Además, ¿quién quiere pasar toda su vida sin su otra mitad?
El corazón de Dolan se apretó ante la pregunta, como si esta fuera dedicada a él. Bajó la mirada, viendo sus pies, jugueteando con el polvo.
                  Conozco a algunas personas que estarían en desacuerdo contigo. —dijo y se maldijo a si mismo cuando su boca escupió aquellas palabras. Las cejas de Julius se fruncieron, y sus ojos fueron hacia el fuego de la fogata, que ahora menguaba, proyectando pequeñas sombras al rostro inmaculado del rubio.
                  Sin embargo, los destinado no lo tienen nada fácil tampoco. —explicó Julius, continuando con su relato. —Después de todo existen reglas que deben cumplir. Tiene que haber tres condiciones que se deben cumplir para hacer de la unión oficial: 1. —Él/ella debe aceptar por voluntad propia y no por designios de ser destinados. 2. —Ambas partes deben aceptar que, al unir sus almas, su unión será permanente y compartirán todo de la otra persona. 3. —El/la pretendiente debe aceptar la marca de su pareja en su cuerpo y mostrarlo como símbolo de su unión, con orgullo y respeto.
                  Wow, eso es… —Dolan silbó, elevando ambas cejas. —…una decisión difícil, si me lo preguntas. Digo, renunciar a tu libertad por una persona con la que debes pasar toda tu vida. —dijo, incapaz de imaginarse a sí mismo en esa situación. Al menos no aceptando fácilmente.
                  Ja, ja, ja, ja. —la risa resonó dentro de la cabeza de Dolan como pequeñas campañillas y todo su cuerpo se estremeció, sintiendo las piernas temblar como gelatina y el leve cosquilleo en su entrepierna. No le preocupaba tanto estar excitado por un hombre, sino por excitarse por una risa. —Oh, Capitán Waldeck. Los haces sonar más como si encontrar a tu pareja destinada fuera una condena y no una bendición.
¿Acaso no lo era? Eso, para él, sonaba a un plan con maña.
                  La unión también tiene sus ventajas, no todo es un secuestro sin nada a cambio. —Dolan arqueó una ceja, escéptico. —Por ejemplo, ambas partes podrán sentir lo que la otra parte sienta. No secretos y hasta sirve en situaciones de peligro si llegan a separarse. Y lo más importante, y la parte que les preocupaba a los viejos magos, es que la magia de los destinados es más poderosa que la de un mago normal. Se podría decir que llegan a ser INVENCIBLES.
                  ¿Magia extra? ¿Algo así como un suministro de reserva?
                  Yo no lo diría asíya que suena como lo diría un militar, pero sí, bastante parecido.
Dolan no pudo evitar sonreír ante la mirada que Julius le dirigía. El tiempo se había detenido para él, conteniendo la respiración, asegurándose de mantener esa expresión en su memoria por el resto de su vida. ¿De dónde venía ese pensamiento? No lo sabía, pero no podía negar que lo deseaba.
Sentía la necesidad de acortar la distancia entre los dos, pero su lado racional se lo impedía. Recordándose a sí mismo que tenía una misión y debía cumplirla, el simple hecho de estar ahí junto a él, a solas, ya que representaba una violación a su papel de guardaespaldas.
Suspiró, sintiéndose ansioso por tocar al rubio, sentirlo, aunque fuera un poco. Apretó las manos y dirigió la mirada hacia el cielo, que era donde el rubio miraba fijamente desde hacía un rato, preguntándose qué era lo que lo mantenía tan absorto en sus pensamientos.
El cielo estaba cubierto de estrellas, pero la luna era la que se robada el protagonismo, bañando todo con un hermoso color blanquecino. La humedad de la noche que cubría todo, como un pequeño manto, provocaba que resplandecieran con una tenue capa plateada.
Pequeños destellos comenzaron a aparecer, flotando alrededor, similares a las estrellas en el cielo, solo que estos aparecían y luego se desvanecían.
Se sobresaltó al sentir algo tocar su mano y, cuando bajó la mirada hacia ella, su sorpresa fue mayor al encontrarse con los dedos de Julius sobre los suyos, rozándose, aunque podía ver bien la intención de tocar su mano.
Su corazón se aceleró, tragando en seco y deslizó su mano, sintiendo su pulso dispararse cuando cubrió la mano del rubio con la suya. Su corazón resonaba en su cabeza, pero todo lo que podía pensar era que estaba tocando a Julius Guilham, algo que no debía hacer.
Dolan bajó la mirada, apretando los labios, aunque estos se curvaban en una sonrisa tensa. Dolan alargó su mano y dejó que la sensación de su palma contra la mejilla del rubio quedara grabada con su memoria. Sintió a Julius estremecerse ante su tacto y Dolan luchó contra todos sus impulsos por no lanzarse sobre él, desesperado por aliviar la necesidad de él.
Julius se giró cuando su dedo pulgar acarició su pómulo, sintiéndose nuevamente la electricidad picando en la punta de sus dedos. Era la magia de Julius que estaba descontrolada por la gran cantidad de emociones que lo envolvían. Los ojos dorados le miraron fijamente, las mejillas sonrojadas y la boca entreabierta, dejando salir un pesado sonido ronco.
Esta vez estaba seguro, aquellos ojos habían estado ocultando algo desde el principio. Ahora lo entendía; deseo. Podía sentir la fuerte intensidad de esa mirada y no era odio o pánico lo que le transmitían. No, era un fuerte deseo, excitación, era un reto que le provocaba, animándolo a dar el primer paso. Todo o nada.
Apretó los labios, humedeciéndolos, como si supiera lo que seguía y que ambos anhelaban con desesperación.
Iba a hacerlo, cuando la presencia de intrusos los alertó, separándose de inmediato, poniendo la distancia suficiente para disimular lo que habían estado a punto de hacer.
                  Concejal Guilham.
                  Capitán Waldeck.
Las dos niñeras de ambos aparecieron, juntos, mirándolos confundidos. Los ojos iban de Julius a Dolan y después volvían, repitiéndolo hasta que fue el pequeño albino quien se adelantó e indicó que era tarde y, dado el largo camino que aún faltaba por recorrer, era mejor irse a dormir.
Quiero permanecer platicando con este hombre un poco más, era lo que pensaban ambos, pero no podían.
Ambos se levantaron y se agradecieron en silencio. Julius se adelantó, siendo seguido por Choksey, quien murmuraba algo, pero era difícil saberlo ya que el pequeño era bueno en su labor.
En cambio, Dolan los miró retirarse al carruaje, mientras su compañero le dirigía una mirada extraña. Dolan rodó los ojos, chasqueando la lengua.
¿Qué había estado a punto de hacer, realmente?

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