Cuerpo Frío, Corazón Caliente - Capítulo 11- Competencia de Bastadors (Parte 3)
El movimiento en el bosque era evidente. Los centinelas seguían con la mirada a las bestias que se deslizaban de un lado a otro, corriendo y aullando, examinando el terreno. No les quitaban el ojo de encima y es que si se descuidaban en lo más mínimo podría significar un error fatal para ellos.
Por
otro lado, los Cazadores se mantenían alejados del pie de la montaña alrededor
de su pequeño campamento, y aunque sus intenciones seguían siendo desconocidas,
los hombres de Joe no bajaban la guardia. Los tenían en la mira, listos para
acabar con el pequeño grupo de hombres de negro que estaban reunidos a varios
metros, escondidos detrás de los árboles, atentos hacia la montaña, conscientes
de que eran observados por ellos. Sabían que algo se estaba orquestando entre
weres y Cazadores, pero aún no sabían qué con seguridad. Sus acciones siempre
solían ser erráticas e impredecibles, lo que los obligaba a ser más cautelosos
con ellos.
Joe
había dado sus órdenes y todos debían acatarlas; si se acercan demasiado a la montaña, disparen.
Dos
grupos de hombres ya estaban dentro del bosque, ocultándose entre la naturaleza
y utilizando las condiciones del terreno a su favor. Dos francotiradores
apuntaban a los Cazadores desde las ramas de dos grandes árboles en las que se
camuflageaban. Sus compañeros habían utilizado las viejas salidas que
conectaban la montaña con el bosque, una red de túneles que aunque los weres o
Cazadores pudieran ingresar, jamás podrían llegar al interior de la base, ya
que había puertas que tenían que abrir y éstas solo se abrían desde la Sala de
Control.
Los
hombres se Joe se habían vestido con colores militares, mezclándose con la
naturaleza del terreno, mientras levantaban las pequeñas trampillas y asomaban
la punta de sus fusiles de asalto M4A1, al igual que los francotiradores
cargaban sus Barret 50 y apuntaban a la cabeza de los Cazadores, quienes no
parecían ni imaginarse que estaban rodeados.
Los
weres resultaban ser los más fáciles de capturar, ya que teniendo a sus
compañeros su resistencia era inútil, así que aunque hicieran lo que hicieran
serían derrotados. Los Cazadores eran otro asunto, ya que debían de eliminarlos
en un solo ataque, o de lo contrario se prolongaría aún más su enfrentamiento y
eso es lo que ellos querían evitar.
Solo
necesitaban que Joe diera la orden para iniciar el ataque y todo habría
terminado, antes de que siquiera pudieran defenderse. No les darían esa
oportunidad.
Un
leve destello desde el centro del bosque llamó su atención y cuando fijaron sus
miras sobre la extraña luz, tuvieron que retroceder cuando ésta se intensificó
y les hizo imposible continuar usando la visión nocturna.
Mientras
se recomponían y ajustaban su equipo para comenzar a disparar a quienquiera que
fuera, un fuerte temblor y una explosión resonó en el bosque, mientras grandes
nubes de humo cubrían todo el terreno, elevándose hasta las copas de los
árboles, donde estaban los francotiradores.
―
¿Están viendo lo que
sucede aquí, Pelicano14? —preguntó uno de los
francotiradores hacia la base de centinelas del sur a través de los
comunicadores. —Tenemos que iniciar el
ataque ahora, antes de que…
La
transmisión se cortó cuando volvió a resonar otra explosión acompañada de un
pequeño destello y vieron que algunos árboles comenzaban a caer, produciendo un
sonido estrepitoso. Los hombres de Joe advirtieron que se trataban de las
ubicaciones en las que estaban los francotiradores y eso no podía ser una
casualidad, los estaban atacando.
―
Todas
unidades, prepárense para… —pero el hombre no logró terminar de dar la orden, porque
vieron que un proyectil salía desde la nube de humo, dejando una pequeña estela
por la fuerza con la que la habían lanzado.
El centinela apuntó y disparó,
atajando el proyectil a mitad del camino, pero no fue la mejor decisión que había
podido hacer, ya que cuando la bala penetró la esfera, se hizo pedazos y de su
interior salieron pequeños puntos que zumbaban y se arremolinaban, agitándose.
Unos fragmentos cayeron dentro de las torres y de ellos salieron unos pequeños
insectos negros que atacaron a los centinelas molestos por haber destruido su
hogar, picándolos y volando a su alrededor.
Una
criatura salió del bosque y comenzó a trotar hacia la montaña, esquivando las
balas de los centinelas haciendo movimientos en zigzag. Era muy rápida y daba
grandes zancadas, acortando la distancia entre el pie de la montaña y las
torres de los centinelas de la Colonia, mientras aullaba, divertido por la
falta de precisión de los hombres. Una figura delgada sobresalió de su lomo y
cuando estuvo cerca de la torre, dio un salto y girando en el aire, cortó los cañones
y aterrizó en el borde de la ventana de observación. Una sonrisa se ensanchó en
su rostro, mientras los hombres la observaban con los ojos bien abiertos.
*****************
Había
una gran conmoción en la Colonia. Los hombres de Joe corrían de un lado a otro,
armados, vigilando todos los pasillos y asegurándose que todos los humanos
hubieran caído por el gas que se había liberado por las ventilas y, si llegaban
a encontrarse con alguno que seguía despierto, lo rociaban con gas directamente
o lo mataban—si es que no le veían alguna utilidad—.
Derek yacía sobre su vientre, recostado sobre el enorme cuerpo de
Charlie, quien tenía grandes heridas en todo el cuerpo. Estaba cubierto de sangre debido a que se había encargado de
varios de los hombres de Joe, aunque no había salido airoso de sus encuentros,
ya que le habían disparado algunas veces.
Derek había hecho lo mejor que podía, pero la droga que habían
liberado hacía que la regeneración de Charlie fuese más lenta y el sangrado era
difícil de controlar. Solo restaba esperar y rezar para que sus primeros
auxilios fueran suficientes.
Miró sus manos ensangrentadas y entrecerró los ojos, sintiendo las
lágrimas brotar y deslizarse por sus mejillas. Se sentía abrumado. Había
querido ayudar a Simon y a Emily, pero, al ver su estado debilitado, le habían
pedido que se pusiera a salvo—y que no estorbara—.
Charlie había tratado de suavizar las palabras de sus compañeros,
pero al final seguía siendo lo mismo; duras y verdaderas. Como estaba,
actualmente, no era alguien en quien confiar si consideraban su supervivencia,
solo los retrasaría y lo menos que quería era ser una carga.
Habían acordado separarse y auxiliar a la mayoría de
supervivientes que pudieran, pero la comunicación con Simon se había cortado
después de que se había encontrado con unos hombres en la Sala de Control y no
tenían noticias de Emily, ella había apostado por ir hacia la guardería y
proteger a los niños, pero no había regresado tampoco.
Tanto
Charlie como él no habían podido hacer gran cosa, ya que cuando los habían
interceptados, los disparos llovieron y algunos de los que los acompañaban
cayeron al suelo. Los pocos que aún quedaban con ellos estaban acurrucados en
un pequeño círculo, sollozando y temblando de miedo. La mayoría eran mujeres y
algunas estaban embarazadas, junto con algunos ancianos que cojeaban o tenían
alguna otra discapacidad, ya fuera física o por la edad.
Lo
único que se le había ocurrido, dentro de toda la conmoción y adrenalina por
ser perseguidos, había sido refugiarse en el almacén de armamento y ahora los
hombres de Joe sabían que había un suministro secreto de armas que Jason se había
empeñado en mantener oculto.
Sabía
que había sido una mala idea haberlo hecho, pero era el lugar más seguro que
conocía y que no estaba controlado desde la Sala de Control, y solo se abría
con la llave, la cual aún seguía en su bolsillo. Además de que les sería
imposible abrir las enormes puertas que aseguraban el lugar, por eso lo había
hecho.
Sin
embargo, ahora no estaba tan seguro de que sus suposiciones fueran tan
certeras. Si bien los hombres de Joe no podrían abrir el almacén, también
implicaba que ellos no podían ir a ningún otro lado y sin comida ni agua, sería
solo cuestión de tiempo antes de que ellos perecieran. Y con Charlie herido la
situación no era nada alentadora.
―
¿Derek,
qué vamos a hacer? —la pregunta surgió del pequeño
grupo, llamando su atención y haciéndolo apartar la mirada de Charlie.
Todos
los ojos de los presentes estaban sobre él. Necesitaban una respuesta
esperanzadora, o al menos algo no tan terrible. Pero Derek sabía que no podía
solo mentirles cuando la situación era mala, sería como barrer y ocultar el
polvo bajo la alfombra.
No
iba a mentirles. Habían creído que el peligro estaba afuera de la seguridad de
la Colonia y no que eran sus propios compañeros. Ahora debían enfrentar las
consecuencias de su arrogancia por haberse creído seguros y por no haber previsto
nada así.
―
¿Qué
pasará con los que están afuera? ¿Joe y sus hombres van a…? —la mujer se llevó la mano a la boca y ahogó un sollozo.
Una de las que estaba junto a ella la abrazó y trató de calmarla, aunque era
evidente que ella tampoco se encontraba muy bien. Después de todo, sus
familiares estaban allá afuera y ellos solo podían esconderse como cucarachas,
mientras ellos arriesgaban su vida para protegerlos.
Miró
los rostros de sus compañeros. Los ancianos se veían más viejos de lo que eran
y no solo por la edad. Las mujeres parecían perdidas, mientras sus ojos iban
directo hacia la enorme puerta que los separaba de los matones de Joe, como si
fuera algo maldito. Jamás se habría imaginado que Joe se rebelaría contra los
suyos—a pesar de su comportamiento errático—,
y aquel en el que habían confiado para que los liderara ahora era su mayor
enemigo, junto a sus compañeros.
―
La
verdad, no lo sé. —admitió con amargura, tragando con
pesadez. Sentía el sudor empaparle todo el cuerpo y resbalarse por su espalda y
escurrirle por el rostro. —Nos superan en número y están mejor organizados,
además de que ellos hicieron el primer movimiento. —puntualizó, aunque no sabía
si era algo bueno señalar lo que era evidente.
―
¿Estamos condenados? ¿No hay nada que podamos hacer?
―
Y-Yo…
―
Derek. —una voz ronca le llamó y Derek bajó la mirada al sentir el
contacto de una mano que le sujetaba del brazo.
―
¡Charlie! ¡Gracias a Dios! —se inclinó, ignorando a los demás
presentes y sujetó su mano, apretándola con ambas manos. —¿Estás bien? ¿Cómo te
sientes? —le revisó con la mirada, palpando su cuerpo con rapidez en busca de
que pudiera detectar algún malestar.
―
Estoy… —abrió la boca, pero acalló cuando alguien golpeó el piso.
―
¡Por favor, Derek! ¡Tenemos problemas más importantes de los que
ocuparnos que un were forastero! —bramó uno de los ancianos, gruñendo,
dirigiéndole una mirada severa y molesta a los dos chicos.
Charlie
aspiró profundamente, soltándole con suavidad, avergonzado. Pero Derek sintió
que le hervía la sangre y sentía el rostro caliente. Si hubiera podido le
habría salido humo de las orejas.
―
¡¿Es
en serio?! —estalló, provocando que el anciano
retrocediera y algunos de los presentes se encogieran ante su tono de voz. Se
sentía tan enojado e indignado que no podía ocultar su descontento, y tampoco
es como si le importara. —¿Después de todo lo que ha pasado siguen
pensando que solo importamos los humanos? ¡Quienes nos traicionaron fueron
nuestros propios compañeros! Y si no fuera por este “were forastero” no habría
ni la mitad de los presentes aquí, sino con los hombres de Joe, con una pistola
apuntándoles a la cabeza. ¿Podemos dejar de ser tan egocéntricos y comenzar a
pensar en el bien común? —Derek miró a Charlie y
luego a los sobrevivientes. —¡Ellos no son el enemigo! —sus ojos fueron hacia
la puerta y frunció el ceño, apretando las manos en puños, mientras la apuntaba
con el dedo índice. —¡El enemigo está allá afuera y es cuestión de tiempo antes
de que ingresen aquí!
―
Y-Yo… —el anciano bajó la cabeza, avergonzado, aunque Derek podía
ver que había un poco de molestia también por ser regañado por alguien más
joven que él, y más por alguien que no era de su especie. Tosió y carraspeó
suavemente, dirigiendo su mirada hacia Charlie. —Perdón. —el hombre avanzó
lentamente, apoyándose en una de las mujeres de las que se sujetaba de su
hombro, mientras caminaba con paso lento y algo temeroso de perder el
equilibrio. La edad había hecho sus estragos y a duras penas podía mantenerse
de pie. —Muchacho, me disculpo por mi comportamiento. Lo siento. —se inclinó,
haciendo una leve reverencia, aunque solo se quedó a medio camino, ya que sus
articulaciones ya no eran lo mismo que antes y moverse era una gran hazaña para
él—al menos sin que ninguna de sus extremidades crujiera—.
―
Derek, por favor. —rogó la mujer que ayudaba al hombre mayor.
—Necesitamos de tu ayuda. No sabemos qué hacer. —las lágrimas le escurrían por
el rostro y parecía que realmente necesitaba de sus palabras, como si fueran su
propio salvavidas.
Realmente
no sabía qué responder o decir para hacerlos sentir mejor. Todo apuntaba muy
mal. La situación no era la mejor y en cuestión de horas empeoraría, ya que Joe
y sus hombres no se quedarían de brazos cruzados.
―
Ellos tienen razón, Derek. Te necesitan. —murmuró Charlie,
levantándose y colocándose junto a él, emitiendo un pequeño quejido de dolor
mientras se enderezaba. —Pero quiero asegurarles que no estamos solos en esto.
―
¿A qué te refieres, Charlie?
―
Mis hermanos están viniendo. —respondió con una expresión
dubitativa, mientras sus ojos se mantenían fijos hacia algo que solo él podía
ver (u oír).
―
¿Cómo estás tan seguro?
―
Lo sé. Ellos vendrán por nosotros. —dijo, posando sus ojos sobre
los de él y Derek sabía que era verdad lo que les decía. Otra cosa que no podía
entender, pero que era algo común en los weres.
Iba
a hablar, pero de repente cerró la boca, ya que una voz resonó dentro del
almacén.
―
Deeeeerek. —sintió un fuerte escalofrío recorrer su espalda,
poniéndole la piel de gallina. —¿Derek,
me oyes? —una voz salió de los altoparlantes,
asustándolos. Todos se giraron hacia las pequeñas bocinas del techo y Derek
tragó en seco al reconocer la voz, a pesar de que esta se escuchaba distorsionada
y de la estática.
―
Joe.
—gruñó, apretando la mandíbula y sintiendo la rabia
apoderarse de él. Todo esto era su culpa. Aspiró con fuerza.
―
Creí que
ya no tendrías ningún uso para mí. Pero me equivoqué. Jamás habría imaginado
que Jason te hubiera dado la llave maestra de la armería. —rió,
carraspeando. —Este es el trato;
entrégamela y les perdonaré la vida. ¿Qué dices? Es un buen trato. Tienes una
hora o mi oferta expirará. Decide pronto.
Cuando
la voz de Joe se apagó en el lugar, Derek abrió la boca y dejó salir el aire
que había estado conteniendo para no maldecir y soltar un sinfín de groserías a
un aparato.
―
¡Idiota! —gritó, escupiendo. —Como si alguien fuera a…
―
¡Derek! —una de las chicas se levantó del suelo, encorvándose por
el esfuerzo y después de tomar un segundo aire, habló nuevamente. —Creo que
deberíamos hacerlo.
―
¿Acaso
no lo escuchaste? —sus cejas se juntaron, confundido.
―
Sí,
nos perdonará la vida. —su rostro se iluminó, una
expresión de alivio surco su semblante, dándole una apariencia diferente. —Solo
deberíamos… —dijo, mientras acariciaba su vientre
hinchado, mordiéndose el labio, insegura y temerosa de lo que pudiera decir.
Era evidente lo que pasaba por su cabeza, pero actuar con imprudencia ante
semejante situación, y ponerse los unos con los otros—algo que Joe quería—no
serviría de nada. El tiempo era apremiante y debían de tomar decisiones
difíciles, que los pondrían a salvo o en peligro.
El
anciano golpeó el piso con su bastón, llamando su atención.
―
Él
no nos dejará escapar tan fácilmente, niña. No es tan sencillo como crees. —al ver como su rostro se volvía confuso y surgía el pánico
nuevamente, el anciano continuó, y no solo para ella. —Tan pronto como
le abramos la puerta y le entreguemos la llave, se deshará de nosotros. Después
de todo, ya no seremos de utilidad para él. —se giró
hacia Derek, apretando los labios y sujetando su bastón con fuerza. —¿Qué
piensas hacer, Derek? No tenemos mucho tiempo antes de que él decida por ti.
―
Y
mis hermanos están viniendo, Derek. Si ese tal Joe tiene control de la Colonia,
no importa que tan fuertes sean, sino hay una forma de hacerlos entrar, todos
nuestros esfuerzos serán inútiles. —señaló, un poco
nervioso.
Derek
lo meditó rápidamente, evaluando la situación. Todo lo que dijera en ese
momento impactaría gravemente a sus compañeros, ya fuera algo positivo o
negativo, así que debía pensar muy bien sus palabras. Lo necesitaban, pero él
también los necesitaba con él. No podía hacerlo solo.
Aspiró
profundamente y se aclaró la voz, tratando de ocultar su temor. No era la
primera vez que dirigía una operación, pero sus compañeros no eran los más
adecuados para poner en el campo de batalla. Pero no por eso significaba que
ellos no podían ser guerreros.
―
Sus
recursos son limitados. —dijo, mirándolos fijamente.
—Puede que sepan usarlos mejor y estén más organizados, pero no son
infinitos. Trataran de racionar cada bala que utilicen y no dispararan a menos
que crean que tienen un tiro seguro. —las miradas de
pánico de los presentes se hicieron notorias ante este comentario por lo que
conllevaba. —Joe puede tener más hombres, pero no conoce la estructura
de la Colonia como yo. El problema está en que él tiene la Sala de Control y
nosotros estamos a ciegas. Pero tengo un plan que nos podría proporcionar la
victoria. —se detuvo un segundo y apretó los labios,
nervioso. —Seré sincero con todos ustedes, puede que haya muchas bajas, así que
no les pediré que se unan, a menos que estén preparados para lo que se avecina.
Si deciden no participar, lo respetaré. —dijo, sintiendo un leve temblor en su
voz al final de la oración. No quería desanimarlos, pero era necesario
saber a lo que se atenían si decidían continuar.
―
Tenemos
que estar preparados. —respondió el anciano, dando un
paso hacia adelante y mirándole con solemnidad.
Contario
a lo que había imaginado, solo cuatro personas fueron las únicas que no
pudieron unirse al grupo, y eso porque una de ellas se había desmayado por la
fatiga física y mental a la que se había sometido y aún seguía débil, y el otro,
un señor que no tenía una pierna; había decidido quedarse, ya que los
retrasaría si necesitaban moverse rápido. Los otros dos habían sido
seleccionados por Derek par que se quedaran.
Los
ancianos se habían resistido a quedar rezagados en el almacén, ya que, según
sus propias palabras, el ser viejos no los volvía unos inútiles, si aún podían
usar un arma.
Todos
comenzaron a alistarse, tomando chalecos y munición que había en los
contenedores (cargadores y alguna que otra bomba), mientras elegían armas de la
pared y entre ellos se enseñaban cómo utilizarlas y no dispararse entre ellos.
No era una instrucción muy extensa, pero como guía les serviría para no
quedarse congelados cuando tuvieran a su objetivo en la mira. Incluso algunas
embarazadas había tomado armas de fuego de corto y mediano alcance (pistolas,
escopetas, metralletas y lanzagranadas) y alguna que otra arma blanca—aun cuando les habían aconsejado que lo mejor para ellas
era de largo alcance (algún rifle o una ballesta)—.
Mientras
Derek cogía un machete y se lo colocaba en la funda del cinturón. Tomó una
Glock 25 y la ajustó a su pernera, y se pasaba la correa de la metralleta por
la mitad del cuerp Charlie colocó su mano sobre su hombro, recordándole que no
estaba solo, a pesar de lo que pensara. No tenía por qué sentir todo el peso
del mundo sobre sus hombros. Era un gesto muy simple, pero que le reconfortaba
y significaba mucho para él.
No
supo por qué, pero se acercó a él y lo abrazó, sorprendiendo al mismísimo
Charlie, quien lo atrajo contra su pecho y envolvió sus brazos alrededor de él.
Se sentía tan bien el contacto del otro, que no les importaba si alguien los
veía.
Se
separaron y, sin decirse nada más, asintieron en silencio, yendo con el resto
del grupo. No necesitaban palabras entre ellos, Derek sentía que podía entender
a Charlie sin que este digiera algo.
Todos
se reunían en el centro, esperando a Derek, completamente armados. Tenían que
discutir la estrategia y aún había algunas cosas que aclarar antes de que
empezara. Sin embargo, Derek se sentía optimista, aunque no podía estar seguro
del resultado, ya que todo podía pasar en el campo de batalla, nada salía como
uno lo tenía planeado y eso era lo que más le aterraba—no
tener el control del resultado—.
―
Esto
es lo que vamos a hacer. —dijo Derek, agachándose y
comenzando a crear pequeños grupos, dando sus órdenes e indicaciones, que
debían seguir al pie de la letra. Cuando terminó de explicar las instrucciones,
todos asintieron y se dirigieron hacia la puerta, el tiempo para decidir había
terminado y era evidente que Joe iba a tomar cartas en el asunto. —¿Preparados?
—preguntó, pasando la correa de la metralleta M16A2 por el hombro y por debajo
de la axila, hasta que quedó a la mitad del pecho. Jaló el cerrojo y cargó el
arma, girándose hacia sus compañeros, quienes asintieron en silencio con la
cabeza. —Vamos allá.
Dicho
esto, colocó la tarjeta sobre el panel y la gruesa puerta crujió, provocando
que el piso vibrara con cada engranaje que giraba y la abría lentamente,
dejando ingresar el aire del exterior hacia el almacén. Le sudaban las manos y
sentía las axilas mojadas, igual que el sudor frío deslizándose por su espalda
y su frente con cada segundo que pasaba, hasta que la puerta se abrió por
completo y les indicó a los demás que avanzaran.
Dando
pasos cautelosos, con la punta de su fusil delante de él, avanzó lentamente,
mirando hacia los lados, agudizando el oído y socavando el sonido de su
corazón, que latía apresurado.
Antes
de dejar salir un suspiro de alivio, y de que todos sus compañeros estuvieran
fuera del almacén, agrupados, una luz se encendió sobre ellos, iluminando todo
el piso y exponiéndolos ante las cámaras y los hombres de Joe, quienes les
apuntaban directamente con sonrisas divertidas.
―
¡Están
rodeados! ¡Tiren sus armas! ¡AHORA! —gritó uno de los
hombres de Joe, agitando su arma y apuntando a la cabeza de Derek, quien solo
se limitó a mirarlo fijamente.
―
Te
hubieras quedado dentro, Derek. No creí que fueras tan estúpido. —dijo Brodie, esbozando una media sonrisa y los hombres
rieron ante su comentario.
―
No lo soy. —respondió Derek y las luces del techo explotaron,
apagándose y regresando la oscuridad al lugar, mientras una serie de disparos
comenzaron a resonar.
******
Los
hombres de Joe no entendían lo que estaba sucediendo. Un segundo, los tenían en
la mira y cuando Joe estaba a punto de dar la orden, todo se fue al carajo.
Primero
fueron las luces que los cegaron y los obligaron a alejarse de la mirilla nocturna
de sus fusiles que se valían por la intensidad y cuando volvieron a ponerse en
posición, buscando a los Cazadores y a los weres con la mira, se dieron cuenta
que todo el bosque estaba cubierto de humo, impidiéndoles localizarlos, mucho
menos tener un tiro certero. Seguido por una serie de explosiones aleatorias
que provocaba que todo el terreno se volviera caótico.
Sus
compañeros seguían dentro del terreno, pero no lo llevaban nada bien. Algunos
habían sido descubiertos y neutralizados al instante, sin darles oportunidad alguna
de esconderse o contraatacar.
Habían
creído que eran ellos los que tenían la ventaja, pero parecía que habían
subestimado a sus enemigos y ahora eran ellos quienes que tenían que tener
cuidado.
―
Control,
aquí Águila 3. Tenemos problemas, hemos perdido visibilidad y nuestros
efectivos internos del bosque han sido neutralizados. Solicito refuerzos. —dijo
con nerviosismo, viendo que sus dos compañeros que seguían apuntando hacia el
bosque, sin indicar ningún cambio. No hubo respuesta, solo silencio. Volvió a
presionar en el botón del comunicador, pero a pesar de que el aparato estaba
encendido, no producía ningún ruido. Revisó el aparato, pero no había nada
fuera de lugar, todo parecía bien. —¿Control, me copian? —preguntó, pero no
pasó nada. —Chicos, creo que tenemos un problema con la radio.
Se
giró hacia sus compañeros, pero no los encontró en sus puestos. Soltó el
comunicador y retrocedió, sacando su pistola y apuntando hacia el único lugar
por el cual podrían ingresar sus enemigos.
No
había comunicación y ahora se encontraba solo, sin ningún apoyo.
―
Creo
que tienes problemas más serios que una radio descompuesta. —una voz resonó
detrás de él y justo cuando se giraba hacia su dueño, algo le atravesó el
centro de la frente.
Mao
deslizó su espada hasta que la empañadura chocó contra su piel y, en un
movimiento rápido, la sacó, agitándola y salpicando la sangre del sujeto en el
techo.
Exhaló,
relajando sus músculos y sintiendo su pulso recomponerse. Había sido lo más
sigiloso que había podido. Los dos francotiradores habían sido fáciles de
engañar y cuando vio que su atención se había desviado hacia el bosque,
aprovechó y subió la montaña con rapidez, y tomándolos desprevenidos, les
rebañó los brazos y los cogió del cuello, arrojándolos fuera de su escondite
hacia el bosque, donde sus compañeros y los weres se habían encargado de ellos.
Había
tenido sus dudas con respecto al plan de los weres, pero cuando lo habían
puesto en práctica y había funcionado, sus preocupaciones desaparecieron y se
encontró a si mismo complacido por formar parte de él.
Vio
una gran puerta que separaba la habitación de la Colonia y no se sorprendió
cuando ésta no se abrió cuando giró la perilla. Golpeó la superficie de la
puerta con sus nudillos y se dio cuenta que no era tan frágil. Igual no había
esperado que fuera tan sencillo ingresar en la Colonia y si lo hubiera sido no
habrían sobrevivido tanto tiempo.
Se
alejó de la puerta e inspeccionó el lugar. No había cámaras, solo el equipo de
transmisión y ese era inservible gracias a sus inhibidores de señal que habían
colocado en los cuellos de los weres. El exterior y el interior no sabrían lo
que sucedía de ningún lado
Sonrió
al ver todo el equipo que había dentro de la torre de la vigilancia y que no
necesitarían más. Tomó las bombas y se las guardó en la mochila, separando dos
del resto y cogió el demás equipo, ya que les sería muy útil cuando ingresaran
a la Colonia.
Un
aullido resonó, indicándole que tenían que moverse y continuar con la
operación. Tomó impulso y comenzó a correr, cayendo encima del lomo del enorme
lobo. Jaló los seguros de las bombas y las arrojó hacia el interior de la
torre, mientras le indicaba al were que emprendieran la marcha.
Mientras
se alejaban de la torre y se colocaba la mascarilla, adentrándose en el bosque,
aun cubierto de humo, vieron la enorme llamarada por la explosión de las granadas
de fragmentación.
*********
Del
otro lado de los que operaban las cámaras, los que vigilaban frente a la
pantalla retrocedieron ante el destello de los focos al estallar, mientras la
imagen desaparecía y los dejaba a ciegas con el grupo que había ido a
interceptar a los sobrevivientes.
La
sonrisa en el rostro de Joe desapareció y fue sustituida por una expresión
molesta y confusa. Joe maldijo, pero antes de poder enviar a más hombres hacia
el lugar, la radio comenzó a sonar y cuando subieron el volumen para escuchar a
los centinelas y los francotiradores que habían enviado a vigilar a los weres y
a los Cazadores, se escuchó un fuerte pitido de estática que los obligó a
cubrirse las orejas y después se perdió la línea.
―
¿Qué
pasó? ¿Por qué no podemos recibir ninguna señal de los centinelas? —preguntó Joe cuando las comunicaciones se cortaron de
repente.
―
N-No
lo sabemos. Todo el equipo está funcionando perfectamente. Entonces, no sé qué…
—respondió Holston, revisando el transceptor de
radio, pero no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo. Era un equipo
viejo y él no era un técnico, así que no sabía cómo responder a su líder. Giró
las perillas, tratando de encontrar la frecuencia correcta y movió las antenas,
sin saber sí eso estaba bien—o estaba empeorando todo—. Hasta que finalmente se
escuchó una palabra entrecortada. Regresó la perilla y se aseguró que todos los
cables estuvieran bien conectados y volvieron a escuchar voces proveniente del
amplificador. Todos guardaban silencio, así que su voz resonó con claridad en
la habitación.
―
¡Necesitamos ayuda! ¡¿Me escuchan?! ¡¿Alguien me escucha?! —gritó la
persona del otro lado de la línea, agitado y Joe podía escuchar explosiones,
demasiado cerca. —¡Los weres están…!
¡Necesitamos apoyo! ¡Nos están rodeando! ¡Ellos están…!
La
señal se cortó y la estática volvió a reinar, hasta que el joven “técnico” apagó
el aparato. No había necesidad de intentar contactar con los demás centinelas,
o con los francotiradores, el resultado sería el mismo.
Era
evidente que no tenían ni tiempo para tomar sus walkie-talkies con todo lo que
estaba sucediendo en el exterior y que todos ellos desconocían, si es que unas
horas antes todo estaba marchando muy bien, y que prometía ser una operación
rápida y sencilla.
Joe
se puso de pie y se encaminó hacia la salida, tomando su arma y llamando a dos
de sus hombres, quienes lo siguieron, pero cuando Joe se giró sobre sus
talones, se detuvieron.
―
Ustedes.
—los señaló, con el ceño fruncido y la mandíbula
tensa. Apuntó el suelo con su dedo índice. —Quédense aquí y no dejen
entrar a nadie. Tengo que encargarme de unas cucarachas. —pronunció, molesto.
―
Pero…
¿Y los que están afuera? —preguntó Klaw, cerrando la
boca al mismo tiempo que se daba cuenta de lo que había hecho.
Joe
le dio una fuerte cachetada y el hombre se quedó con los ojos abiertos después
de recibir el golpe, llevándose las manos a la mejilla, mientras se encorvaba y
Sam solo se limitaba a observar en silencio, inmóvil, sabiendo que lo mejor que
podía hacer era eso y no interrumpir a Joe.
Joe
se inclinó y lo cogió del cuello, levantándolo—aunque
estaban casi a la misma estatura—. Klaw apretó
la mandíbula, aun sintiendo su carne palpitar por el dolor y que incluso le
había provocado que su ojo derecho se entrecierre.
―
Cuando
pida tu opinión, te lo haré saber. Mientras tanto, cierra la puta boca y
obedece. —lo soltó, arrojándolo al suelo. —Tenemos
que encargarnos de todo este desastre, antes de que llegue el Jefe o de lo
contrario no estará nada feliz. Limítense a obedecer lo que yo les diga.
Joe
no se esperó por una respuesta, ya que salió fuera de la Sala de Control, mientras
los dos hombres aseguraban la puerta, bloqueándola y activando los seguros de
su interior.
Dentro
de la Sala de Control solo había cinco hombres que se encargaban de manejar la
seguridad y el “técnico”, y todos tenían armas, cargadas y listas para ser
usadas. Klaw y Sam regresaron a sus puestos, sin decirse palabra alguna, y
fijaron la mirada sobre las pantallas de color verde en las que no se ve nada.
Los sensores detectan el movimiento de muchas personas en el bosque, pero no
saben quiénes son sus compañeros y quienes son enemigos, así que dar órdenes
son un desperdicio, a menos que logren restablecer las comunicaciones, y el
técnico no parece hacer un gran progreso en su labor.
Joe
siente que echa humo por las orejas. Todo su plan se ha arruinado y todo por
culpa de esos malditos weres. ¡No! Si no fuera por Derek y su insubordinación,
todo habría sido más sencillo. ¿Por qué los humanos no podían simplemente
aceptar su inevitable destino y no complicar las cosas? Había trabajado muy
duro para lograr el control de la Colonia y ahora todo amenazaba con
desmoronarse delante de sus ojos.
―
Si
así quieres jugar, jugaremos, pequeña mierda. —musitó,
mientras se dirigía hacia el centro de la plaza, donde estaban algunos humanos
que habían capturado al principio.
Sonrió,
esbozando una media sonrisa y cuando los humanos lo vieron acercarse,
intentaron retroceder, pero sus hombres les apuntaron, aplacándolos. Cogió la
radio de su cinturón y se conectó con la Sala de Control.
―
Pónganme
en los altavoces. Tengo un anuncio que hacer y quiero que todos lo oigan. —ordenó y sus hombres obedecieron. Las bocinas chillaron,
hasta que el volumen fue modulado y lo conectaron a los altoparlantes. Llevó la
radio contra su boca y se aclaró la garganta. —Tal parece que has rechazado mi
generosa oferta, Derek. Grave error. —apretó los labios, escuchando el sonido
de su propia voz resonar en todo el lugar, mientras sus ojos barrían con la
mirada su alrededor, tratando de encontrar algún rastro de los sobrevivientes,
pero al no ver nada, continuó. —Sin embargo, estoy dispuesto a darles una
segunda oportunidad. Entréguense y no apongan resistencia, de lo contrario,
esto se convertirá en un verdadero baño de sangre y tú serás el único culpable.
—anunció Joe, esperando que la carga emocional de la sobrevivencia de la
Colonia fuera demasiado para Derek y decidiera rendirse.
Uno
de los hombres que apuntaban a los rehenes cayó al suelo con un sonido sordo,
soltando su arma y con un agujero en la cabeza, del cual manaba sangre. Un poco
le manchó parte del pecho y una mujer del grupo gritó, sollozando, mientras se hacía
un pequeño ovillo, aferrando sus piernas contra su pecho. Sus hombres
levantaron sus armas, pero no sabían de dónde había venido el disparo, y era
probable que el responsable se hubiera movido después de disparar y comprometer
su posición.
Chasqueó
la lengua y agarró a una de las chicas del grupo del cabello, arrastrándola
fuera de la formación.
―
Si
no te entregas ahora, Derek, voy a matar a todos los rehenes aquí. —gritó con fuerza, a pesar de que su voz se escuchaba en
toda la instalación. Levantó a la chica, provocando que ésta chillara por el
tirón. —Empezando por ella.
―
¡Nooooo!
¡Auxilio! ¡Alguien ayúdeme! —gritó la mujer, mientras
pataleaba, tratando de zafarse de su agarre, pero Joe no cedía ni un poco. Unos
pocos de cabellos se le habían arrancado por la fuerza con la que se jalaba,
arañándole la mano.
Joe
sacó su pistola y le disparó sin miramientos, mientras los demás miraban y se
aferraban los unos a los otros, en una especie de abrazo protector. El silencio
volvió a reinar en la plaza y Joe se sintió aliviado de haber acallado los
alaridos de la mujer.
―
¿No?
Bueno, supongo que solo deberé matar a todos los aquí presentes. —iba a agarrar a uno de los niños, cuando alguien se puso
de pie y le escupió en el rostro.
―
¡Eres un cerdo! —gritó Emily con los ojos rojos y cristalinos, cubiertos
de lágrimas. La mujer avanzó entre el grupo, pero Joe detuvo a sus hombres de
que dispararan imprudentemente, dejándola acercarse hacia él. —¿Cómo pudiste hacernos esto? ¡Nosotros
confiábamos en ti! —le golpeó el pecho, pero la expresión de Joe no cambió.
Siguió recibiendo los golpes, hasta que Emily dejó de hacerlo, encorvada y
hundida de hombros, mientras sus manos, en puños, seguían pegadas a su pecho. Las
lágrimas se deslizaban por sus mejillas y sus labios temblaban ante la
impotencia.
―
Gracias. —dijo Joe, cerrando los ojos y dejando salir una pequeña
sonrisa en su rostro. Abrió los ojos y tomó a Emily del cuello de la blusa—arrancándole
algunos botones en el proceso—, y lanzó lejos del grupo.
Emily
gimió por el fuerte golpe contra el piso y cuando estuvo a punto de ponerse de
pie, un click sonó sobre ella. Levantó la mirada y se encontró con el cañón del
arma de Joe apuntándole directamente a pocos centímetros de la ceja izquierda.
Emily se congeló ante la amenaza que representaba y la sonrisa divertida de
Joe.
―
Me
alegra que seas voluntaria, Em. —rio Joe, sin apartar
la mirada de Emily, quien le miraba impotente. Sus ojos buscaron a sus
compañeros, pero todos desviaron la mirada cuando sus ojos se encontraron,
bajando la mirada e ignorándola.
―
N-No vas a ganar, Joe. Perderás. —a pesar del miedo que la
invadía, Emily esbozó una sonrisa tensa.
Joe
no le prestó atención. No tenía por qué escuchar los desvaríos de un animal que
estaba a punto de ser sacrificado en el matadero. La verdad, habría deseado
conservar a Emilly, le atraía físicamente, pero tendía a abrir la boca
deliberadamente.
―
¡¿Y?!
¡¿Qué piensas hacer, Derek?! ¡¿La dejarás morir en tu lugar?! —soltó una fuerte carcajada y sus hombres le imitaron. —¡Qué
gran líder eres!
―
¡No le hagas caso, Deck! —gritó Emily, pero Joe la sujetó cuando
intentó levantarse, volviéndola a tirar al suelo. Su mano se deslizó por la
tela de su blusa y le acarició un pecho. Lo estrujó con suavidad, notando la
forma en que Emily se estremecía y doblaba su espalda. —¡Basta! —agitó las
manos hacia el rostro de Joe, pero dos grandes manos la sujetaron por detrás.
Se giró y se dio cuenta que se trataba de uno de los hombres de Joe, quien
yacía hincado, restringiéndola y dejándola a merced de la voluntad de Joe.
Joe
le desgarró la blusa, junto con su sostén, y dejó al descubierto sus pequeños
pechos. Se relamió los labios y acarició uno de ellos, notando el desagrado de
Emily, quien le miraba con los ojos iracundos por ser humillada a tal grado
delante de todos los presentes.
―
¡Joe,
hijo de perra! ¡Te voy a matar! —gritó alguien dentro
del grupo de humanos. Era Simon, quien había despertado finalmente de los
efectos del somnífero. Se abalanzó sobre el grupo, a tropezones, pero los
hombres de Joe lo sometieron rápidamente, derribándolo y moliéndolo a golpes.
Tres
hombres se turnaban para patearlo y golpearlo con la culata de sus rifles.
Había mucha sangre en el suelo y cada vez que lo golpeaban, aparecían nuevas
manchas y sal picaduras, mientras la figura de Simon era reducida.
―
¡Basta! ¡Vas a matarlo! —las lágrimas se deslizaban por sus
mejillas al ver a Simon siendo herido y la impotencia por no poder ayudarlo—o
que alguno de sus compañeros lo intentara—. Intentó liberarse, pero tanto Joe
como el hombre la tenían muy bien sujeta y eran dos hombres muy grandes y
fuertes. —Por favor, no le hagas daño. ¡Déjalo en paz! —suplicó, mirando
directamente a Joe.
―
Entonces,
deja de pelear. —respondió, acariciándola y frotando
su miembro contra su vientre, dándole a entender lo que deseaba. Emily se
estremeció, entrecerrando sus ojos cuando Joe se acercó y lamió su cuello,
pasando su lengua por toda su piel hasta su oreja, dejando un rastro de saliva.
Una
de las manos de Joe fue hacia su pantalón, metiéndose por debajo de su ropa
interior, pero Emily apretó las piernas cuando sintió sus dedos acercarse a su
zona más íntima. Joe la obligó a separar las piernas y sus dedos le
acariciaron, provocándole repulsión y vergüenza.
Se
dijo a si misma que si no pensaba demasiado en ello, no tendría ninguna
importancia. Pero la tenía y ella lo sabía. Ser violada era una cosa, pero
serlo delante de todos por un hombre como Joe, eso era lo peor.
―
¡No!
¡No lo hagas, Emily! —gritó Simon entre gorgoteos de
sangre en la boca, rodando sobre su espalda. Estaba muy mal herido, tenía el
rostro rojo por los golpes y la ceja derecha demasiado hinchada que hacía que
no pudiera abrir bien su ojo. Tenía el labio inferior rasgado y había un
pequeño hilo de sangre que escurría de la comisura de sus labios. Alargó su
mano hacia Emily, como si pudiera reducir la distancia y alcanzarla con su
voluntad, aunque los separaban dos metros de distancia.
Emily
le imitó, sin darse cuenta que Joe y los demás los observaban fijamente.
Un
hombre se paró delante de Simon y le aplastó la mano sin piedad y con malicia,
machacándosela con la suela de la bota, mientras Simon gritaba de dolor,
tratando de liberarse.
―
¡NOOOO!
—gritó Emily, luchando contra los dos hombres,
aprovechando que habían aflojado su agarre y tomándolos por sorpresa. Hizo un
movimiento en arco con ambas manos entrelazadas y golpeó a Joe en el rostro,
quitándoselo de encima y haciéndolo caer a un costado.
Joe
se quedó mirando a Emily acercarse hacia Simon, arrastrándose, sintiendo el
golpe en la cabeza palpitar. No había sido un golpe muy fuerte, pero lo que le
molestaba era que se había atrevido a golpearlo, aun cuando él era más fuerte y
no tenía ninguna oportunidad.
La
chica empujó al hombre que aplastaba la mano de Simon y lo cubrió con su cuerpo
semi desnudo, en una actitud protectora. El hombre retrocedió, desconcertado y
le apuntó con su rifle.
Estaba
a punto de presionar el gatillo cuando Joe lo detuvo, cogiéndolo por el
guardamano y forzándolo a bajar su arma.
―
Si
lo tocas otra vez, te juro que te mataré. ¡Lo juro! —bramó
Emily, escupiendo saliva y levantando los puños al aire en una posición
defensiva, sin darle importancia a su desnudez. Simon la miró con total
admiración.
―
Te creo, Emily. —admitió, apretando la mandíbula y retrocedió,
levantando las manos en una señal de rendición. —Adelante, ayúdalo. Prometo que
nadie le hará daño. —prometió y, aunque Emily no lo creía, parecía sincero
sobre su declaración.
Emily,
todavía desconfiada, miró a los hombres de Joe, con el ceño fruncido, tratando
de intimidarlos, y cuando vio que ninguno de ellos tenía intención de atacarla,
se giró hacia Simon, inclinándose y extendiendo su mano para ayudarlo a
levantarse del suelo.
Simon
esbozó una media sonrisa, enfocando sus ojos en su hermosa sonrisa y no en su
cuerpo semi desnudo, porque para él, la belleza de Emily no radicaba en su
físico, sino en su propia valentía.
―
Eres
todo un desastre, tonto. —dijo Emily, ensanchando su
sonrisa, mientras lo cogía de la mano y lo jalaba, ayudándolo a ponerse de pie,
aunque Simon tuvo un poco de dificultad al sentir un fuerte dolor en su costado
izquierdo.
―
Mira quién habla. —rió y, antes de poder aferrarse a su hombro
para sostenerse, se escuchó un fuerte estallido que resonó en toda la Colonia.
Emily
abrió los ojos de par en par y Simon sintió que el agarre de la chica perdía
fuerza, al igual que una mancha carmesí comenzaba a extenderse en su pecho.
El
cuerpo de Emily se desvaneció y cayó sobre Simon, haciéndolos tropezar a ambos.
Simon la atrapó, evitando que cayera directo contra el piso y la giró, viendo
el agujero en su pecho, presionando con fuerza, intentando que parara la
hemorragia, pero sus esfuerzos eran inútiles.
―
No…
¡No! Em, por favor no. —sus manos estaban manchadas
de sangre y Emily comenzaba a entrar en shock, ahogándose con su propia sangre,
al parecer le había perforado el pulmón. Emily abría la boca, pero no salía
palabra alguna, más que un gorgojeo y la sangre escurría por la comisura de sus
labios. —¡No! ¡Resiste, por favor! —suplicó, pero el sangrado no paraba. Simon
se giró hacia sus camaradas, pero estos desviaron la mirada, como si fueran
ajenos a lo que sucedía. Miró al hombre que estaba con el arma aún levantada de
pie junto a él torcer la boca y acercarse, agachándose hacia ellos.
―
Que desperdicio. Lástima. —chasqueó la lengua y se puso de pie,
dejando a Simon con una expresión perpleja, hasta que sus emociones pudieron
más que él y se lanzó sobre Joe, derribándolo.
―
¡Eres un hijo de perra! ¡Maldito! —Simon lo golpeó, sacándole
sangre y Joe se defendió, empujándolo con un puñetazo, tirándolo a un lado con
gran facilidad que no solo sorprendió a Simon, sino a sus compañeros.
―
¡Basta
de estupideces! —escupió la sangre y se limpió la
boca, notando la sangre de Simon en sus nudillos. Esbozó una media sonrisa,
divertido y ladeó la cabeza. —¿Quieres pegarme? ¡Adelante!
Pero
antes de poder alcanzar a Simon, un disparo impactó en el suelo, dejando la
marca de la bala. Joe levantó la mirada y, aún con la cabeza a medio camino, una
bala atravesó su cabeza, perforándole justo donde tenía el ojo derecho y
saliendo por la parte de atrás de la nuca, haciéndolo retroceder y tambalearse.
Joe
alzó la mirada y vio la figura de Derek que le apuntaba fuera de la seguridad
de cualquier obstáculo, a campo abierto. Seguía con el fusil cargado y listo
para disparar, no había ni un pequeño rastro de duda en su semblante y eso no
le gustaba a Joe.
―
Ahí estás, mierdecilla. —una sonrisa se deslizó por la comisura de sus labios,
mientras levantaba dos dedos al aire. La sangre le escurría por la mejilla y
manchaba el costado derecho de la camisa, provocando que se le pegara al
cuerpo. —¡Disparen! —ordenó y una lluvia de
balas se desató, pero de ambos lados, provocando que todos buscaran refugio y
retrocedieran ante los disparos.
Los
hombres de Joe se vieron obligados a replegarse, ya que no tenían ninguna clase
de protección al estar completamente expuestos ante sus atacantes, quienes
utilizaban la ventaja de la distancia y el terreno en el que se encontraban.
Las balas venían de todas partes y rápido se le sumaron bombas de humo por
parte del equipo de Derek—al igual que
granadas aturdidoras que bloqueaban la visibilidad de los hombres—, cegándolos, cubriendo toda la plaza y
separándolos de los sobrevivientes de la Colonia.
Las
balas volaban por encima de las cabezas de los rehenes, quienes seguían en el
centro, agachándose y manteniéndose juntos, evitando que les diera alguna bala
perdida como pequeños animales asustados.
Los
hombres de Joe retrocedieron, buscando refugio de sus atacantes que aún seguían
ocultos, utilizando la ventaja de la altura para evitar que les dieran.
Dos
cuerpos cayeron al suelo, llenos de agujeros por las balas de las metralletas y
Simon aprovechó y cogió una de sus armas y comenzó a disparar como desquiciado
hacia los concentrados hombres que miraban hacia arriba y no hacia ellos.
Descargó el cargador de su metralleta R15 contra los hombres, tomándolos
desprevenidos; uno de ellos murió al instante; otro gritó, llevándose la mano
hacia el hombro, donde le había perforado una bala, y Joe se dobló, gimiendo de
dolor, cuando una bala perdida le alcanzó en la pierna, por encima del muslo.
Simon
sintió una extraña satisfacción al verlo retorcerse de dolor sobre un enorme
charco de sangre, y aunque quería rematarlo, le fue imposible por la falta de
balas, no de ganas. Uno de los sujetos ayudó a Joe a levantarse, brindándole su
hombro para que se pusiera de pie y comenzó a jalarlo, alejándose de todo el
caos, mientras éste se resistía y maldecía por el dolor.
―
¡Libera
el maldito gas! ¡AHORA! —gritó una vez que estuvo dentro de la Sala de Control,
seguro, y su voz resonó en toda la Colonia.
Como
si hubiesen estado esperando su orden, el sistema de ventilación comenzó a
funcionar nuevamente y la Colonia se llenó de un gas extraño y que comenzaba a
propagarse rápidamente. Los sobrevivientes se cubrieron, en un intento por
protegerse, pero lo que desconocían era que no era un gas somnífero, era algo
mucho peor. Joe había tomado una decisión, que, si no podía hacerse del control
de la Colonia, nadie lo haría. Era un todo o nada.
Una
de las chicas del grupo de sobrevivientes no pudo contener la respiración más
tiempo he inhaló profundamente el gas. Fue cuestión de segundos en los que las
venas se le marcaron en el rostro y los ojos se le inyectaron de sangre,
volviéndose rojos. Vomitó sangre y cayó de frente contra el suelo, y las
convulsiones comenzaron. Su cuerpo se agitó con violencia, mientras la sangre
manaba de su boca y cualquier orificio, hasta que se detuvo tras un fuerte
chasquido y su cuerpo se dobló en una forma humanamente imposible.
Simon
miró con horror la escena y cuando se giró hacia Derek lo vio también, no solo
la sorpresa.
**********
En
el exterior, las cosas tampoco iban tan bien como lo habían pensado. Si bien
habían logrado neutralizar a los hombres de Joe, nunca se les habría pasado por
la cabeza que Joe sería un suicida y apostaría por su última carta para ganar.
Si iba a perder, perderían todos, no solo él.
Si
no podía ser el rey de la montaña, la incendiaría y no se la dejaría a nadie.
Delgados
y largos tubos salieron de entre la hierba, elevándose y apuntando hacia el
cielo, hasta que el cañón salió completamente, quedando expuesto. Pequeños proyectiles
salieron lazados de éstos hacia el bosque, en diferentes direcciones,
aterrizando y rodando sobre la tierra húmeda, hasta que el titileo rojo que
tenían en el costado se hizo más rápido y los artefactos se expendieron,
dejando salir una enorme llamarada que provocó que los cilindros giraran y
giraran por la intensidad.
Pequeñas
válvulas que estaban en la base de los árboles se accionaron y un gran fogonazo
salió despedido de las pequeñas boquillas, propagando el fuego y las llamas
treparon a través de los troncos de los árboles hasta llegar a las copas, donde
cobraron vida e intensidad.
El
infierno se había desatado y tanto los weres como los Cazadores no tenían
ningún lugar en el cual esconderse.
******
[Jason]
Blandí el pedazo de tubo que había arrancado
de la pared y lo clavé en la cabeza de la criatura cuando ésta intentó volver a
atacarme, mientras se deslizaba bajo el agua.
Chilló, siseando y su larga cola se agitó en
el aire, golpeándome cuando ésta hizo un movimiento en látigo.
Presioné más fuerte, sintiendo la punta del
tubo arañar la superficie del piso y, tras un breve gorgoteo, la criatura dejó
de moverse, convulsionando suavemente por los espasmos de energía que aún
quedaban en su cuerpo.
Una enorme mancha oscura brotó alrededor del
tubo y se extendió en el agua, yo me aparté, temeroso de que fuera alguna clase
de defensa o que pudiera ser dañino para mí.
La luz verde volvió a cubrir el pasillo,
iluminando todo el lugar, lastimándome la vista por la intensidad y por haber
estado tanto tiempo en la oscuridad. Había terminado el tiempo y habíamos
superado la prueba del pasillo verde.
Sin embargo, no me permití suspirar aliviado,
porque eso solo significaba que había otra prueba que se avecinaba y teníamos
que estar preparados, y no lo estábamos.
Retrocedí, palpando la pared con las manos,
sin despegar la mirada del cuerpo sin vida de la criatura. Mis ojos fueron
hacia los pedazos de las otras dos serpientes que entre Gabin y yo habíamos
matado y que flotaban sobre el agua como grandes troncos de madera seca. Poco
estuve a punto de caerme sobre mi trasero por no mirar contra lo que chocaba,
pero me aferré a la pared y me mantuve de pie.
Algo me cogió del brazo y por poco le propinó
un golpe, cuando me di cuenta que se trataba de Gabin, quien se esforzaba por
mantenerse a flote, pese a las graves heridas que presentaba, mientras mantenía
una mueca de dolor con cada esfuerzo que hacía.
―
¡Vamos,
Gabin! —grité, agitado, agachándome y ayudándolo a levantarse, ignorando el
dolor de mis rodillas y mi espalda cuando crujieron. Me escurría el agua por el rostro y sentía las
axilas y la espalda empapadas y pegajosas de sudor, no solo por las aguas
negras. Gabin se resistió, pero cedió finalmente y me dejó ayudarlo.
Gabin
aferraba a mi brazo, pero se veía muy
cansado y sus heridas eran demasiado profundas, lo que le impedía moverse con
facilidad. Era como si estuviera arrastrando un saco de arena y cada vez que
alaba de él, sentía que se me doblaban las piernas.
La
luz sobre nosotros palpitó y el verde fue sustituido por un color rojo, el cual
me lastimó la vista. Los cambios de iluminación me provocaban mareo y me hacía
sentir un poco desorientado, era como si cada vez que la luz cambiaba, no solo
implicaba una nueva “misión”, sino que el dolor de mi cabeza se intensificaba y
me era difícil concentrarme. No tenía tiempo ni de respirar, ya que si me
relajaba un poco, algo nuevo surgía.
Teníamos
que darnos prisa antes de que iniciara la siguiente ronda, todavía había tiempo.
Incluso en el silencio abismal en el que se había sumido el pasillo, solo rotó
por nuestros chapoteos, podía sentir a nuestros persecutores muy cerca y aunque
no se había abierto la puerta que nos separaba de ellos, eso no me hacía sentir
más cómodo.
Y es que yo no estaba mejor que él, solo era
bueno aparentándolo, aunque cada poro de mi cuerpo gritaba de dolor y fatiga.
Me palpitaba la mejilla donde la serpiente me había golpeado con su cola, pero
que gracias a la adrenalina de la pelea me había adormecido hasta el dolor. Sentía
que se me estaba hinchando.
―
¡AHÍ
ESTÁN! —alguien gritó detrás de nosotros y cuando miré por encima de mi hombro
vi a un hombre chaparro señalándonos, mientras agitaba su otra mano, llamando a
sus compañeros.
―
¡Mierda!
—musité entre dientes, ahogando un quejido de dolor y chasqueando la lengua
cuando vi las sombras de los hombres ensancharse mientras más se acercaban por
el pasillo.
―
Debes…
dejarme. —dijo Gabin, tratando de apartarme, pero lo agarre con fuerza y no lo
solté. No me importaba lo que estuviera pasando por su cabeza, no me podía
permitir el solo abandonarlo y correr, aunque de eso dependiera mi vida. Él no
lo había hecho antes y ahora yo no lo haría con él.
―
Si
tienes tantas fuerzas para hablar, deberías poner un poco de tu parte y
ayudarme. —gruñí, mientras los arrastraba. Ya que si debía jalarlo del cabello,
lo haría, pero él no se quedaría atrás.
―
Nos
van a alcanzar. —gimió nuevamente, tratándose de erguir, tambaleándose un poco,
pero logró mantenerse de pie y no volver a caer.
El agua nos dificultaba el paso y sentía que cada vez iba subiendo
más y más. En un principio me llegaba por debajo de la rodilla y ahora casi
estaba hasta mi cadera y sentía que peleaba contra una fuerza imponente que
aplicaba cada vez más presión en mis extremidades. Las voces se intensificaban,
al igual que el sonido del chapoteo en el agua, indicándonos que se acercaban
rápidamente. Teníamos que poner la mayor distancia posible.
¿Cuánto
tiempo había pasado desde que habíamos llegado a los Laberintos? No tenía idea,
el tiempo pasaba de forma diferente para nosotros. Podían haber sido minutos,
horas, o incluso un día completo.
―
Espero
que estés listo para cortar algunas cabezas si nos alcanzan, eh. No te estoy
ayudando solo por gusto. —bromeé y Gabin dejó salir una pequeña risita, que
acalló por un quejido de dolor en las costillas.
―
Eres
un sujeto muy extraño, Snyder. —dijo en voz baja y casi no estuve seguro de que
lo hubiera dicho, sino fuera porque estábamos muy cerca como para no oírlo.
―
Sí,
me lo han dicho muchas veces. —sentí un poco de nostalgia cuando recordé a
todas las personas importantes para mí y que estaban a kilómetros lejos de mí.
¿Habían escapado? ¿Se encontraban bien? ¿Randolph y los demás pensaban en mí
como yo pensaba en ellos?
La
ansiedad me carcomía, pero sabía cómo controlarla y no dejarme sucumbir ante el
temor y es que no me podía dar ese privilegio cuando todos con los que me
encontraba parecían querer arrancarme la cabeza, a excepción de Gabin.
―
¡Cuidado!
—alguien gritó a mi costado y, antes de poder girarme, Gabin me jaló de la
camisa, empujándome hacia la pared, donde ambos resbalamos y sumergimos dentro
del agua.
Salí
a flote, aspirando con fuerza, agitado y confundido. Gabin me volvió a coger de
la camisa y me obligó a hincarme, de forma que solo quedo la mitad de nuestras
cabezas por encima del agua, permitiéndonos respirar y ocultarnos.
Me
giré hacia Gabin, molesto y confundido, pero él me colocó su mano sobre mi boca
e hizo un movimiento con su cabeza, señalando hacia el otro lado hacia donde
nos dirigíamos.
―
¿Qué
rayos es eso? —grité al ver la figura larguirucha en el medio del largo pasillo
y que nos miraba fijamente, aunque era algo difícil de asegurar por la forma en
que sus ojos se enfocaban hacia las paredes y luego hacia el pasillo. Estaba en
los huesos, le colgaba el pellejo de la piel por la desnutrición y su palidez
no podía ser algo natural, o sano.
Se
giró con brusquedad, moviendo la cabeza en cámara lenta y con una pesadez que
no era acorde a su fisiología. Intentó abrir la boca, pero los hilos cosidos en
sus labios se lo impidieron, dejando salir un sonido gutural lastimero, como el
de una criatura en agonía.
―
¡UUUUOOOGGGGH!
—gruñó, avanzando con torpeza, mientras extendía su brazo hacia adelante y
jalaba un objeto alargado y delgado que arrastraba.
―
Shuuu…
—me regañó y cubrió la boca con fuerza. —¿Cómo diablos voy a saberlo?
Estábamos
rodeados. No podíamos avanzar, ni retroceder. Solo teníamos una opción y no
parecía muy buena. Gabin se dio cuenta de lo que pasaba por mi mente y meneó la
cabeza, dándome la razón.
―
¡Rápido,
ellos están…! —el hombrecillo acalló, entornando la mirada y posó sus ojos
sobre la criatura, haciendo una mueca que se asemejaba al asco y a la sorpresa.
—¿Qué demonios…?
La
criatura, como si fuera consciente finalmente de la presencia del hombre, se
giró, abriendo los ojos completamente y su boca se abría, alargando sus labios
en una línea. De repente, se movió con mayor facilidad de la que había pensado
e hizo un movimiento hacia el hombre, arrojando su arma.
El
hombre fue atravesado y terminó pegado contra la pared, una expresión de
sorpresa plasmada en su rostro, mientras sus ojos sin vida iban hacia el hacha
incrustada en su pecho.
―
¡Oh,
maldito hijo de perra! —bramó uno de los hombres que había logrado retroceder y
no quedar en medio del lanzamiento sobre su trasero, y sacó una pistola de su
cinturón, apuntándole. —¡No te muevas o dispararé! —amenazó, pero la criatura
no pareció entender su advertencia, ya que volvió a gruñir.
El
agua vibró y las paredes crujieron. Gabin y yo nos miramos, confundidos. No
sabíamos qué sucedía, pero era algo aún peor de lo que imaginábamos.
Se
escuchó el sonido de pasos veloces que venían detrás de la criatura, al igual
que el chapoteo por la forma en que se movían sobre el agua e incluso podía
sentir la superficie de la pared vibrar, mientras ésta continuaba llamando a
quien fuera, o lo que fuera.
Nos
levantamos y retrocedimos, esta vez Gabin se sujetó de mí sin que yo se lo
pidiera y comenzamos a correr hacia nuestros persecutores.
―
Para
atrás, pendejos. —dijo uno de los hombres, apuntándonos con su arma.
―
¡Bien!
Disparen. —dije, apretando la mandíbula. —Pero a ver cómo le hacen para
encargarse de eso que se acerca.
El
hombre nos miró fijamente y miró por el rabillo del ojo a sus compañeros, que
tampoco estaban tan seguros de lo que deberían hacer. Pero el fuerte rugido
proveniente del final del pasillo pareció hacerlos reaccionar y recobrar el
sentido común. Nos hicieron un gesto para que nos uniéramos a ellos y, a pesar
de su reticencia, nos pasaron un bastón retráctil y un puñal con manopla
integrada, aunque yo tomé los dos al ver a Gabin no muy convencido del arma que
le habían proporcionado.
―
Espero
que estén listos. —dijo, levantando su arma hasta la altura del hombro. No
éramos amigos, pero fuera lo que fuera lo que se acercaba, era mejor estar
unidos.
La
criatura se colocó en cuatro, mientras levantaba la cabeza hacia nosotros como
una lagartija y su espalda se doblaba en una curva. Abrió su boca y un sonido
gutural salió de su interior, provocando que todos retrocediéramos ante la
fuerza y los chillidos que venían detrás de ella.
Una
figura salió disparada desde el interior del pasillo y quedó sobre la pared,
pegado, y más de éstas se le unieron, bloqueando el paso. Todos eran iguales a
la criatura que estaba delante de nosotros y cuando nos vieron rugieron con
fuerza.
Giré
el cuchillo, apretando los dedos en la manopla y manteniendo el filo hacia el
dorsal, levantándolo a la altura del pecho. Agité el bastón hacia un costado y
se extendió. Flexioné un poco las rodillas, inclinándome hacia adelante y traté
de alejar la sensación de dolor, tenía que estar preparado. El dolor era algo
mental.
―
Aquí
vamos, entonces. —dije al ver a las criaturas que se abalanzaban hacia nosotros
con gruñidos y deslizándose en el piso y las paredes y mostraban unos horribles
dientes puntiagudos.
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