Cuerpo Frío, Corazón Caliente - Capítulo 12 - Competencia de Bastardos (Parte 4.1)
[Bateman & Angel —Piso Inferior de los Laboratorios de Crossing DNA Corp—Área Restringida]
Angel
se sentía inquieto. Normalmente solo se desplazaban por las zonas que estaban
permitidas y es que a pesar de todo el tiempo que llevaba trabajando para
Bateman aún no podía ingresar a las áreas restringidas, la cuales estaban tan
seguras y custodiadas que si ingresar era difícil, salir lo era todavía
imposible.
Y
sin embargo ahí estaban, bajando al Piso Inferior, donde se encontraban los
laboratorios y experimentos más secretos y de los cuales nadie fuera del
complejo tenía idea.
Le
sorprendió que Bateman se lo informara, que no seguirían el itinerario que
había preparado, que cancelara todas sus reuniones e hiciera tiempo, limpiara
su agenda y no tuviera ningún pendiente.
No
había sido fácil liberarlo por un día, pero lo había conseguido a tiempo para
acompañarlo. Normalmente él se encargaba de la organización de la papelería de
Bateman y su trabajo se limitaba más a estar detrás de una pantalla y responder
llamadas, algunas veces tenía que acompañarlo a sus reuniones, pero solo cuando
estaban apretados de tiempo.
En
un principio había imaginado que estaría trabajando en los laboratorios junto a
Bateman, pero pasó de un científico a una secretaria.
Si
Bateman lo estaba considerando para descender a los laboratorios significaba
que estaba haciendo algo bien y que confiaba lo suficiente en él como para
dejarlo pasar esas enormes puertas de acero. Quien sabe, tal vez su suerte
estuviera cambiando y pronto dejaría el escritorio para trabajar detrás de un
microscopio.
Era
un lugar enorme, lleno de contenedores y había muy pocos científicos que se
movían de un lado a otro, a diferencia de los Fledermaus que vigilaban cada
centímetro del lugar, se tomaban su trabajo muy en serio. Tal vez Bateman temía
que hubiera alguna fuga de información confidencial. Los hombres que trabajaban
aquí eran seguidos por un Fledermaus que iba bien armado y mantenían su
atención sobre los presentes, todos eran posibles traidores, nadie estaba
excluido de sospecha.
Apretó
las manos, nervioso. No podía arruinarlo o sería su última oportunidad de
impresionar al jefe y conseguir un ascenso.
Los
hombres parecían reconocer la autoridad de Bateman, ya que tan pronto lo veían
se apartaban, sin importar lo que tuvieran en las manos. Los Fledermaus lo
saludaban con la mano en la frente y se hacían a un lado con los rifles a un
costado. No preguntaban qué hacía ahí, solo lo dejaban moverse y no se
interponían en su camino, pero Bateman no les prestaba atención, solo
continuaba caminando.
Angel
había sentido la mirada de las personas cuando pasaban siguiéndolo atentamente,
él no estaba fuera de peligro aunque estuviera con Bateman, ya que si pensaban
que actuaba extraño le dispararían de inmediato, sin dudar y su cuerpo
desaparecería.
Los contenedores quedaron atrás y fueron sustituidos
por tanques llenos de un líquido verde y que ocupaban todo el espacio
adyacente. Era un largo pasillo y ambos lados podía observar especímenes que
flotaban en el líquido y en el cristal había pequeñas pantallas en las que se
mostraban su información y signos vitales. Estaban vivos y aunque algunos
tenían forma humanoide, los había tipo reptiliano, llenos de escamas y con la
piel lisa, incluso tenían cola. Los más extraños eran los que no tenían una
forma definida, tenían cola de pescado, colmillos que sobresalían de sus
mandíbulas caninas y brazos tan largos que no parecían estar bien desarrollados
y eran más tentáculos por la forma en que flotaban.
Unos
nos observaron y se agitaron dentro de su contenedor, inquietos cuando nos
vieron pasarlos, pero Bateman no les prestó atención, solo continuó caminando
con paso firme y sin inmutarse.
Finalmente
se detuvo delante de un contenedor más pequeño, pero en el que flotaba una
criatura con rasgos más humanos y que se mantenía quieta, con los ojos
cerrados, solo las burbujas del
respirador que tenía conectado y algunas mangueras que iban desde el fondo del
contenedor hasta sus brazos, piernas, y espalda.
Como
si sintiera que la observábamos, abrió los ojos y se agitó. El monitor alertó
que se encontraba despierto y nadó hacia el cristal, colocando su mano en él y
mirando a Bateman y a mí con curiosidad. Quise alargar mi mano hacia el
cristal, pero Bateman me detuvo, negando con la mirada.
―
Sensores
de movimiento. —indicó y pude ver el pequeño destello
rojizo alrededor del contenedor. —Si metes tu mano ahí es probable que todos
los guardias del laboratorio vengan corriendo y te disparen antes de que les
des una explicación. Yo se los ordené, por cierto. —dijo con tranquilidad y
miró la pantalla y revisando los reportes diarios de su progreso. Había notas
demasiado complejas que sentí que solo había entendido su nombre, pero lo demás
parecía codificado. —Él es mi orgullo. —admitió, y por primera vez que lo
conocía podía decir que lo decía con sentimiento.
El
chico me siguió, nadando alrededor y mirándome con el ceño fruncido. Por un
segundo tuve la sensación de ya conocerlo y la familiaridad de su rostro me
indicó que así era. Se parecía a él.
―
Así
que este es, ¿no es así? —dije, llevándome una mano
al pecho. ¿Qué era esta inquietud y porque sentía que esto era más grande que
yo? Esto no eran buenas noticias, eran malas, terribles.
―
Sí,
el sustituto que hemos creado. —explicó, colocando su
mano en mi hombro y mirando al chico mucha atención.
―
¿Hemos?
―
Yo, más bien. —rodó los ojos y me miró fijamente. —Sin el original
es imposible replicar el trabajo de Snyder. He tenido que crearlo desde cero,
basándome en sus investigaciones y en la mía. Aun así no he alcanzado mi
objetivo.
―
¿Por qué?
―
Varios
factores. En primer lugar, Jason no fue creado. Él nació así.
―
¿Nacer
así? Eso es… Imposible, ¿no?
―
Me
cuesta admitirlo, pero Snyder logró crear un huésped perfecto para el suero.
Por eso fue más fácil para él asimilar la droga y mutarla. —me entregó la una tableta y observé las anotaciones que
había, eran más sencillas y las podía entender con mayor facilidad. —Tras
varios intentos, sujetos de prueba que creé, finalmente lo logré. —apretó la
mandíbula y desvió la mirada hacia los contenedores vecinos. Realmente había
estado trabajando en ello por mucho tiempo. Pero no se veía satisfecho con su
progreso. Continuó. —Pero no todo cabía en el mismo recipiente, ¿sabes? Era
demasiado para un solo individuo.
Parpadeé
cuando vi las muestras que habían tomado para la creación del chico y tragué en
seco, nervioso. Ahí habían más de 304 sujetos y casi la mayoría habían
fracasado, a excepción de los que se encontraban hasta arriba.
―
Crear uno estaba bien, pero no uno que fuera cinco en uno solo,
¿no? —dije al ver los nombres de los “hijos” de Bateman, aunque sus valores
eran bajos. No había sido exitoso. Había tenido que tomar solo una parte de
ellos para crearlo, lo mejor y eliminar lo peor.
―
Solo el 15% de su código genético fue necesario, lo demás era
inservible. —dijo con desdén. —Mis “hijos” han vivido más años que otros
vampiros y no han presentado problemas con la enfermedad que nos acecha. Son
“casi” perfectos. —no sabía cómo interpretar esa pausa final, como si dudara de
sus propias palabras.
―
Dígame algo, señor.
―
¿Qué cosa?
―
¿Qué hay de Yomen? Según sus reportes, antes no se veía así.
¿Acaso usted lo intentó con él?
―
Creí que por su fuerza física sería capaz de asimilar a los cuatro
restantes, pero… —apretó la mandíbula y miró hacia el contenedor. —… al parecer
no fue así. —se enderezó. —Logré estabilizarlo, pero parte de sus células
cerebrales murieron en el proceso, además de las mutaciones a las que su cuerpo
se vio sometido. Se volvió una enorme masa de músculos sin raciocinio. Tuvo un
retroceso.
―
¿Retroceso? —pregunté, confundido.
―
Es
un proceso extraño y no muy común. Usualmente sucede a edad temprana, mientras
se encuentran en el vientre, pero… Su cuerpo comenzó a comenzar mientras lo
teníamos en observación, después de que le inyecté mi suero. Si lo miras de
cerca te darás cuenta que él no es como sus demás hermanos, es más como en
animal salvaje. Regresó a su naturaleza original; primitiva.
>>Según
la historia, el hombre proviene del mono, así que es algo normal hacer esas
comparaciones en el caso de Yomen. Fue como si desevolucionara para protegerse
de un agente extraño en su organismo. Como un mecanismo de defensa.
―
¿De
qué?
―
De
la droga, claro. Sus cuerpos son diferentes, fuertes y resistentes, aunque no
sean más que fallos, así que es normal la reacción fisiológica. Sus defensas
físicas los preparan para adaptarse a cualquier entorno hostil, incluso si
tiene que cambiar su aspecto físico y su inmunología.
―
Impresionante.
Entonces, Yomen sigue…
―
Sí,
la droga sigue fluyendo en su organismo, pero tratar de sacarla sería perder
a un sujeto de investigación valioso.
Dentro de él sus células siguen peleando entre sí, resistiéndose y adaptándose.
Aún falta mucho y me gustaría ver su progreso.
―
Pero
aun así… —no estaba de acuerdo con eso. Aunque fuera
su creación, tratarlo de esa manera era algo cruel.
―
Entiendo tu punto. Crear otro sería lo más inteligente que podría
hacer, pero aún tiene utilidad para mí.
―
¿En qué sentido?
―
Se encarga de la basura. —señaló, sonriendo. Comenzó a caminar
alrededor del contenedor, observando al chico dentro y deslizando su dedo en la
pantalla de la tableta. —¿Sabías que cada vez que alguien sale de la ciudad
queda registrado? —sentí un leve escalofrío en la parte trasera de la nuca y
negué. —Thomas se cree más inteligente que yo, pero solo es confiado. Demasiado
lleno de sí mismo como para darse cuenta de esos pequeños detalles importantes.
>>Yo
construí esta ciudad, diablos. ¿Cómo podría no saber algo tan simple que yo
diseñé para mantener a todos mis hombres vigilados? —se
detuvo y me miró fijamente, arqueando una ceja. —Incluso cuando cualquiera sale
yo sé dónde están y lo que están haciendo. Nada pasa sin que yo no lo sepa.
>>Cuando Thomas manda a sus hombres fuera, “a mis espaldas”,
solo se queda con sus segundos más fuertes y se resguarda a si mismo dentro de
su fortaleza de juegos enfermizos, por temor a ser atacado por algún
enemigo mientras sus mejores guerreros
cumplen alguna tarea especial.
―
¿A
dónde fueron? —preguntó con inquietud. ¿A dónde
quería llegar revelándole todo esto? Tenía un mal presentimiento.
―
A la colonia que crió Snyder. —respondió. —Ya es momento de
cosechar los frutos de ese proyecto.
―
¿Por qué haría algo así? Creí que el derecho sobre la Colonia era
suyo. El equipo que íbamos a mandar esta…
―
Es mejor así. Nos hemos ahorrado muertes innecesarias. Y ya que
pronto el caos caerá sobre esta ciudad, prefiero tener más hombres a mi mando y
estar preparado.
―
¿A qué se refiere, señor?
―
A que la ciudad se convertirá en un enorme campo de batalla..
―
Entonces, deberíamos huir antes de que suceda, ¿no?
―
¿Y por quien crees que vienen, hijo? —se congeló cuando Bateman lo
llamó de esa manera y Angel se giró hacia él. —Quieren mi cabeza.
―
¿P-Por qué? Usted no ha… —la voz le estaba fallando y sentía que
todos sus sentidos le gritaban que debía huir de ese lugar, de inmediato. Pero
cualquier movimiento en falso y terminaría con una bala en la cabeza o en
alguno de los contenedores con una cola o branquias.
―
Traición. —dijo finalmente, elevando el mentón y observando su
creación. No parecía perturbado en lo más mínimo. Se veía tranquilo, sereno.
—La enfermedad que ha acosado a nuestra raza todos estos años, la creé yo.
—admitió y tras esa afirmación sabía que no tenía otra opción más que salir
corriendo. —Pero eso ya lo sabías, ¿no es así? —Bateman lo miró fijamente y por
primera vez pudo ver a aquel hombre que todos temían. Sostenía una pistola en
su mano y le estaba apuntando a él.
―
¿Q-Qué? No sé a qué… —levantó las manos, no sabía que responder o
cómo hacerlo sin seguir delatándose. Estaba acorralado.
Bateman
regresó sobre sus pasos, yendo hacia él, obligándolo a retroceder cada vez que
él avanzaba, dirigiéndolo hacia la baranda que separaba los contenedores.
―
¿Realmente creíste que no me daría cuenta? ¿Qué no reconocería a
mi propio hijo? —rió y negó, desviando la mirada un poco, pero sin bajar el
arma. —Que decepción. De todos ustedes, jamás imaginé que serías tu quien me
traicionaría. Aunque no lo hiciste solo, asumo, ¿verdad?
―
Lo lamento, Padre. —dijo y bajó la mirada, avergonzado, aunque no
estaba arrepentido, salvo de haber sido atrapado cuando estaba tan cerca.
―
Hasta pronto, hijo. —se despidió Bateman y una figura saltó encima
de él, cayendo delante de Ben y apresándolo en sus grandes manos, estrujándolo
con fuerza y levantándolo en el aire.
―
¿Y-Yomen? ¿Qué estás…? —gruñó, viendo a su hermano sujetándolo.
Sentía todo su cuerpo siendo aplastado y sus huesos crujiendo. —¿Padre? ¡Por
favor, no! —suplicó, pero Bateman lo miró con desdén y cansancio.
Elevó
un dedo sobre sus labios, acallándolo.
―
Los niños malos deben ser castigados. Y los traidores deben morir.
―
Ugh… ¡No puedes hacerme esto! —gruñó con dolor, intentando
liberarse, pero el agarre de su hermano era demasiado fuerte. Todas sus
articulaciones estaban siendo trituradas mientras éste apretaba como si fuera
una masa.
―
Termina con su sufrimiento de una vez. Estoy cansado de
escucharlo. —le dio la orden a Yomen y éste asintió, apretando con más fuerza.
―
¡No tan rápido! —alguien gritó y el techo del laboratorio colapsó,
cayendo encima de Yomen, quien liberó a Ben y se protegió para evitar ser
aplastado por los enormes tubos y pedacería de concreto.
―
Ahí está, la otra rata traidora. —dijo Bateman, viendo a Griffin
aparecer y auxiliar a Ben. Sus miradas se encontraron y Griffin le dirigió una
mirada de desprecio y un disparo que fue bloqueado por Yomen con su brazo
ensangrentado. —¿Por qué no me sorprende? Siempre supe que esto pasaría.
—admitió y todo el laboratorio se vio envuelto en una luz rojiza, indicando que
alguien había violado la seguridad.
―
El único traidor aquí eres tú, padre. —acusó y ayudó a Ben a
colocarse a un lado, mientras sacaba su arma y se preparaba. —No creas que te
saldrás con la tuya.
―
Ya lo he hecho.
Nova
y Tyler aparecieron junto a Yomen, pero fue solo la chica quien se colocó en el
medio de su hermano y su padre, transformando ambos brazos en dos largas
espadas.
―
Entonces,
¿así va a ser, querida hermana? —no respondió, solo
se inclinó, preparándose para atacar. —Él solo te está utilizando. —no quería
pelear contra ella, pero sino la convencía tendría que y no dudaría en lastimarla.
―
Tú nos has traicionado. —puntualizó, molesta. Tyler retiraba los fragmentos de la
espalda de Yomen, empujándolos a un lado, pero seguía enterrado bajo los
escombros.
―
Él nos traicionó primero. ¡Nos mintió!
―
Eso no importa ahora, hermano. Ninguno de los dos saldrá vivo de
esta habitación. —frotó ambas espadas y Ben cargó de nuevo su arma, listo para
disparar.
―
Obsérvame. —disparó y Nova esquivó, pero cuando se había acercado
demasiado a Ben, a punto de cortarlo por la mitad, una enorme aguja se clavó en
su pecho y la electrocutó, haciéndola retroceder.
Ben
aprovechó ese momento y le disparó en la pierna, haciendo estallar la extremidad
y obligándola a caer sobre su otra rodilla buena.
************
El
fuego se propagaba con rapidez por todo el terreno del bosque y los alrededores
ardían, sin dejar ningún lugar en el que esconderse, o huir. Los árboles
crujían mientras se despedazaban y se consumían. Las ramas caían carbonizadas,
los arbustos y hojas en el suelo solo servían como combustible para extender el
fuego.
Los
animales corrían como locos, sin saber hacia dónde dirigirse. Una parvada de pájaros
emprendió vuelo, pero Mao alcanzó a ver la mitad del grupo caer, envueltos en
llamas y se unieran al fuego, levantando enormes llamaradas.
Iba
sujetó al pelaje del were, pero aun así el calor era insoportable y atravesaba
su mascarilla, provocándole problemas para respirar. Percibía un aroma
chamuscado, similar al de una fogata, aunque ellos se encontraban dentro de
ella y no podían salir.
El
fuego y el humo se extendían con velocidad, bloqueando el camino y reduciendo el
campo de visibilidad. No sabía cómo lo hacía el were, pero parecía saber hacia
dónde ir.
―
Tenemos
que reagruparnos. —dijo Mao al were, quien se limitó a gruñir en respuesta y
comenzó a correr hacia la derecha, esquivando las llamaradas y saltando los
escombros que bloqueaban su camino.
Un
enorme tronco cayó delante de ellos, pero se detuvieron antes de que los
aplastara y Mao se sacudió por el repentino frenón. Chocó contra el lomo del
were, gimiendo por la fuerza y el dolor, pero se mantuvo sujeto, o de lo
contrario resbalaría y no quería tener que enfrentarse al suelo ardiente.
El
were retrocedió y tomó otro camino. Mao parpadeó, mareado y sintiendo su pómulo
inflamarse. El cuerpo del were era como de piedra sólida y de por sí ya se le
hacía difícil respirar por el humo y calor.
Atravesaron
el campo en llamas a gran velocidad, hasta que el calor disminuyó y las llamas
quedaron detrás de ellos. El were disminuyó su velocidad y se detuvo
finalmente.
Los
ojos del were fueron hacia el bosque y Mao siguió su mirada, quitándose la
mascarilla, mientras bajaba de su lomo.
―
No
puede ser. —dijo una voz detrás de él y se dio cuenta que se trataba de Emba,
quien miraba lo mismo que ellos, con los ojos llenos de lágrimas y se cubría la
boca con ambas manos. Estaba bien, pero por su aspecto Mao podía decir que ella
también había sido víctima del misterioso incendio.
Estaba
a punto de acercarse a Emba para consolarla, cuando alguien lo cogió del hombro
y lo giró, sujetándolo del cuello.
―
¡Te
lo dije! ¡Te dije que no deberíamos de involucrarnos! —gritó Derno, señalando
el bosque y tenía el rostro colorado y cubierto de ceniza negra, dándole un
aspecto más viejo. Sus ojos irritados y enrojecidos se posaron sobre él.
―
¿Dónde
están los demás? —preguntó Mao finalmente al darse cuenta de que no todos
estaban ahí reunidos.
Derno
apretó la mandíbula, sujetándole con más fuerza y dejó salir un suspiro,
gruñendo.
―
No
todos tuvimos tanta suerte. —respondió Emba, quien se acercó hacia ellos y
colocó una mano sobre el brazo de Derno. Ambos se dirigieron una mirada que Mao
no logró descifrar, pero sabía que ellos entendían perfectamente. —Si no fuera
por los weres, nosotros también… —se mordió el labio y desvió la mirada,
sorbiéndose los mocos.
Derno
soltó a Mao y envolvió en sus brazos a Emba, quien correspondió a su abrazo y
sollozó, temblando.
―
Es
lo mínimo que podían hacer. Después de todo, este era su maldito plan y mira lo
que ha pasado. —bramó, acariciándole la espalda con suavidad a Emba,
dirigiéndole una mirada cargada de enojo a los enormes lobos que permanecían
juntos en un círculo, atentos al bosque.
Los
Cazadores se encontraban en una esquina y no se veían nada bien. El número de
sobrevivientes era casi la mitad, solo aquellos que habían participado y alguno
que otro que se había salvado por azares del destino.
“Suertudos”, pensó, pero el
pensamiento se le hizo repulsivo.
¿Para
eso habían peleado tan duro por su libertad?
Derno
tenía razón, el plan de los weres había fallado, pero no porque fuera malo,
sino porque se enfrentaban contra Cazadores más experimentados y con mayores
recursos. No solo conocían el terreno, sino que tenían a su disposición más
hombres y tecnología. Ellos estaban unidos y ellos no, de hecho solo habían
accedido por obligación, no por voluntad propia. Mao podía decir una cosa, pero
sentirse realmente comprometido con la causa de los weres, o humanos, era otro
tema.
Los
weres comenzaron a cambiar y un grupo de personas desnudas apareció delante de
sus ojos. Todos se veían tan heridos, y sin embargo habían arriesgado sus
vidas, no solo para salvar a los humanos, sino a ellos también.
¿Qué
era lo que los motivaba a hacer semejante acto? No podía comprenderlo.
Se
dirigió hacia los weres, cuando un grito llamó su atención y vio a la niña—Esther creía—ayudando
a un hombre que gritaba y pataleaba. Se acercó y se dio cuenta de que el hombre
tenía quemaduras de cuarto grado, pero lo más grave eran sus extremidades, que
parecían carbonizadas y se veía el hueso expuesto.
Esther
trataba de tranquilizarlo, pero el hombre se agitaba con fuerza y la apartaba
con gran facilidad, haciéndola caer sobre su trasero. Sin embargo, la niña no
desistía, sino que se empeñaba en someterlo.
Mao
se inclinó y la auxilió, sorprendiéndola por su repentina aparición, pero la
niña asintió cuando Mao colocó su mano en la frente del hombre, abriendo su
palma y aplicando presión para evitar que se levantara. Esther sacó un objeto
de su blusa y colocó la punta de éste en el cuello del hombre, presionando
hasta que produjo un pequeño clic y el hombre se quedó quieto finalmente,
cerrando los ojos.
Mao
y Esther miraron el cuerpo inmóvil de la víctima, su pecho subía y bajaba. Mao
se sorprendió por la actitud tan madura de la niña con respecto al trato que le
estaba dando al hombre, sin inmutarse, o demasiado impactada y más concentrada
en aliviar su dolor que en mirar las quemaduras.
―
Lo
hiciste bien, niña. —dijo Mao, acariciándole la
cabeza y Esther lo miró por primera vez, asintiendo con los ojos rojos y
cansados. Era una expresión a la que estaba acostumbrado, desesperación, dolor,
tristeza, era lo que se reflejaban en ellos, al igual que los niños dentro de
la Zona de Contención en los pisos del fondo.
―
Es lo único que puedo haced. Todos están haciendo algo. Así que yo
también debo tatad de haced algo pod los demás. —respondió con firmeza y fue la
primera vez que Mao se dio cuenta que a pesar del dolor que la niña había
experimentado, ella buscaba ayudar, salvar a las demás personas y volverse más
fuerte.
Dentro
de todo ese enorme infierno en el que los cuerpos de sus compañeros eran
reducidos a cenizas y algunos todavía se retorcían de dolor, aún había una
pequeña esperanza. Probablemente no habían logrado evitar las perdidas, pero la
batalla aún no terminaba. Recién estaba comenzando y los weres lo sabían.
―
¿Qué
haces cuando te caes de un árbol? —preguntó a nadie
en particular, parpadeando y miró a Esther, esbozando una media sonrisa,
mientras se echaba el arma al hombre. —Te levantas antes de que sea demasiado
tarde y vuelves a intentarlo hasta que llegas a la cima. Nunca sabrás lo que
hay arriba sino te esfuerzas por alcanzarla.
―
¿Qué estás…?
Una
fuerte explosión resonó en el pico de la montaña y una enorme nube de polvo se
elevó, al mismo tiempo que la onda expansiva los alcanzaba y golpeaba con
fuerza. Todos se cubrieron, agachándose y colocándose en lugares donde la
ráfaga no los embistiera con los escombros o arrojara muy lejos.
Mao
cubrió a Esther, aferrándose al suelo con sus uñas y tratando de concentrar
todo su peso. Sintiendo los fragmentos de ramas y el calor sobre su espalda
azotarlo con violencia, mientras el zumbido le ensordecía.
―
¡Quédate
abajo, niña! —gritó, haciéndose escuchar a través del
fuerte ruido y explosiones, viendo al otro lado a sus compañeros haciendo lo
mismo. Los estallidos a través de la tierra por todas partes de la montaña
provocaron que el suelo retumbara y los árboles y plantas salieran volando,
mientras una avalancha comenzaba a formarse y pedazos enormes de tierra caían a
gran velocidad hacia el pie de la montaña.
Un
tronco pasó por encima de su cabeza y tierra cayó sobre ellos, enterrándolos.
No
solo le habían prendido fuego a la maldita montaña, ahora querían destruirla y
enterrar a todos los que estaban dentro de ella y matar a los que estaban en el
exterior.
―
¿Qué
diablos está pasando allí adentro? —se preguntó,
confundido.
*********
Los
agujeros en la estructura interna de la montaña permitían que el gas se
filtrara y que la nube morada comenzara a disiparse, aunque algunos fragmentos
del techo y las paredes caían, provocando que todo crujiera y temblara por la
poca estabilidad. Los sobrevivientes continuaban su enfrentamiento contra los
traidores.
Los
tres lanzacohetes yacían en el suelo, echando humo a través del amortiguador
delantero.
Derek
se quitó la máscara de gas y todos los demás le imitaron.
―
Avancemos.
—ordenó y comenzaron a seguirlo a la planta baja,
encontrándose con la enorme puerta de la Sala de Control completamente sellada.
Aun podía ver que el gas no había parado, pero los agujeros en el techo evitaba
que se acumulara.
Había
cuerpos de los hombres de Joe y algunos rehenes en el suelo, ya fuera con una
bala o sobre un charco de sangre. Las cosas se habían salido de control y Joe
sabía que la mejor opción era aprovecharse de los más vulnerables y usarlos en
su contra.
Lo
había logrado. Los sobrevivientes estaban enfurecidos, pero en lugar de
hacerlos sentir débiles, se sentían fuertes y más comprometidos con su causa.
Sabían que debían detener a Joe antes de que acabara con todos los que no
fueran sus seguidores. Era obvio que ya no le importaba si los mataba, siempre
y cuando detuviera la insurrección.
Derek
maldijo haber estado en lo correcto de que la única opción que tenían era
asesinar a Joe y después tomar el control de la Colonia. No había una
posibilidad de un trato. Solo no había esperado que el costo fuera la vida de
todos sus compañeros.
Apretó
las manos en puño y se mordió el labio. Él se encargaría de Joe aunque fuera lo
último que hiciera.
Auxiliaron
a los rehenes restantes, agregándolos a su grupo y colocándolos detrás de
ellos. La revisión fue rápida y se dieron cuenta que solo habían sufrido los
efectos del gas somnífero y al estar en el centro se habían salvado de no ser
víctimas del gas mortal, aunque no todos
habían sido tan afortunados.
Derek
se acercó a Simon, colocando su mano sobre él y su amigo se giró, mirándolo con
lágrimas en los ojos. Estaba desecho y cubierto de la sangre de Emily, todavía
en estado de shock.
―
Simon,
te necesito. —dijo Derek y se agachó para estar a la
misma altura. No iba a darle palabras de aliento, porque de nada servirían y
tenía que saber que aún tenía un trabajo que hacer.
―
¿Qué necesitas, Deck? —respondió, parpadeando y mirándolo confundido.
―
Debemos hacerlo salir de la Sala de Control y solo tú puedes
encargarte de eso. —le entregó un cinturón lleno de bombas, colocándolo sobre
sus manos. —Retomaremos nuestro hogar.
―
Los oí. Vienen más vampiros en camino. ¿Qué…?
―
No estamos solos, Simon. Los Cazadores y los weres están con
nosotros. Acabaremos con cualquiera que se acerque. Pagarán por lo que le han
hecho a nuestra familia. —respondió con amargura, sintiendo el escozor en los
ojos de las lágrimas amenazando con salir y traicionarlo. Esta era la carga que
Jason debía llevar todo el tiempo y en ningún momento se había quebrado, así
que él no podía hacer menos. Tenía que ser fuerte, por todos.
―
Los haremos pagar. —asintió y apretó su mano con fuerza, había una
mirada decidida en él.
Justo
cuando lo ayudaba a ponerse de pie, las alarmas se dispararon y todo el
complejo se tiñó de rojo.
―
Enemigo
aproximándose. Enemigo aproximándose. Activando protocolo de seguridad 8-6-9-5.
Todos los residentes de la Colonia diríjanse al refugio de inmediato. Todos los
residentes de la Colonia diríjanse al refugio de inmediato. —una voz resonó y toda la estructura comenzó a crujir,
provocando que algunos escombros que aún colgaban cayeran al suelo.
―
¿Ahora qué está pasando? —preguntó Charlie, tambaleándose por el
fuerte temblor. Parecía no poder mantener su estabilidad.
Creían
que solo estaba temblando, pero en realidad todo se estaba moviendo. Los pisos
superiores giraban en sentido contrario como si fueran hélices gigantes,
mientras unos iban en sentido de las manecillas del reloj, otros iban hacia
atrás. La velocidad comenzó a aumentar rápidamente y todos se vieron
sujetándose a lo primero que encontraron para no salir estampados contra la
pared o que algún escombro cayera sobre ellos.
El
crujido que hacía cada vez que giraba provocaba que todo el lugar temblara y
saltaran por la fuerza, mientras algunos pilares que mantenían en pie la
estructura se deshicieran por la velocidad y la presión a la que estaban siendo
sometidos.
―
¡Es
la montaña! ¡La montaña está girando! —gritó alguien
entre la gente, pero Derek poco podía oír debido al zumbido en los oídos por la
fuerza centrífuga en la que se encontraba. Vio que algunos se soltaban
accidentalmente y terminaban saliendo rodando por el suelo hasta que chocaban
entre ellos o se sujetaban a algo más, o alguien.
―
¿Qué hicieron esos idiotas?
*************
Joe
y sus hombres saltaban dentro de la Sala de Control, incapaces de mantenerse en
el suelo y aunque el técnico había intentado detener el programa de seguridad
tan pronto el sistema había detectado la proximidad de naves extrañas en el
espacio aéreo, había resultado imposible y ahora ellos tampoco tenían el
control de la situación. Alguien lo había programado de esa manera para que una
vez activado nadie pudiera detenerlo.
Uno
de sus hombres cayó sobre el panel, destruyéndolo con todo su peso, pero eso no
lo detuvo. La habitación seguía girando y las pantallas solo brillaban de color
rojo. Aunque hubieran podido restablecer la imagen, solo podrían ver estática
debido a que las cámaras se habían derretido durante el incendio y el
movimiento había destruido el cableado de las paredes. No solo estaban a ciegas
del exterior, sino que todas las comunicaciones parecían haberse perdido desde
que la puerta se había cerrado. Snyder debería de haber colocado algún
inhibidor de frecuencia de largo alcance porque no se alcanzaba a escuchar nada
más que estática.
Por
si fuera poco había un fuerte pitido desde los altavoces que no dejaba de
sonar, era la alarma
―
¡Alguien
apague esa cosa! —bramó Joe, pero sentía la presión
contra su pecho, impidiéndole hablar sin jadear. Era como si lo estuvieran
aplastando y la cabeza no dejaba de darle vueltas. Ya había sido víctima de los
objetos que volaban por todas partes y tenía un corte que iba desde el costillar
derecho hasta la cadera. Además de que con los disparos que había recibido por
parte de Dereck tenía una herida en la pierna que no dejaba de sangrar.
Todos
sus hombres luchaban por mantenerse en pie, pero rápidamente el movimiento de
la habitación cambiaba y comenzaba a girar hacia el otro lado, deteniéndose y
aumentando la velocidad. Era como estar dentro de una batidora.
Alguien
vomitó y la peste se hizo presente. Incluso cuando le dispararon, el hedor no
desapareció, sino que las paredes se cubrieron de sangre y vomito. Un poco de
esta mezcla cayó sobre él y no pudo evitar gruñir, maldiciendo.
*********
Las
llamas los envolvían y no parecía haber ninguna ruta de escape. Estaban
atrapados y respirar se hacía cada vez más difícil, además del calor sofocante
que los golpeaba con fuerza y crueldad.
Arrojaban
tierra hacia el fuego, pero las lenguas rojizas en lugar de hacerse pequeñas
saltaban y casi los chamuscaban, haciéndolos retroceder y ganando terreno,
volviendo sus esfuerzos inútiles.
Todos
en el centro estaban aferrados, tratando de resguardarse, pero incluso estar
cerca era insoportable. Cuando una fuerte ráfaga hizo que las llamas
retrocedieran y una nube de polvo se levantara, permitiéndoles respirar un poco
mejor.
Levantaron
la mirada hacia la enorme luz sobre ellos y vieron el enorme aerodeslizador de
color negro que se mantenía en el aire y el sonido de las turbinas trabajando a
máxima capacidad.
No
era la única, había otras cinco más que inspeccionaban la zona con reflectores,
pero a una distancia segura para no ser atrapados en las llamas o que las
turbinas se sobrecalentaran por aspirar el calor.
Una
puerta se deslizó y de ella salió una larga escalera que cayó a pocos metros de
ellos. Antes de que alguien dijera algo, una voz habló desde las bocinas de la
cabina.
―
¿A
qué están esperando? ¡Suban de una vez! El fuego se acerca. —explicó con voz fuerte y nerviosa. No le agradaba la
situación, pero por alguna razón los estaba ayudando.
Mao
y sus compañeros se miraron entre sí, desconfiados sobre quien estaría al otro
lado de la escalera esperándolos. Nadie hacía nada sin ninguna razón.
―
Vamos,
chicos. —los empujó Randolph, indicándoles que se
movieran. —No hay tiempo que perder. —ordenó detrás de ellos, mientras se
cargaban a los heridos en la espalda y los sujetaban con fuerza, ya que muchos
estaban inconscientes o gravemente heridos. —Sea quien sea el que esté arriba,
si es un enemigo nos haremos cargo de él. Lo importante ahora es salir de aquí
y poner a salvo a los heridos.
―
¿Quién lo nombró jefe, eh? —preguntó Derno, arqueando una ceja y
mirándolo ceñudo. —¿En serio piensan subir así nada más? Cada día creo que me
convenzo más de que estas criaturas están muy locas. Algo en ellos no funciona
nada bien, ¿saben?
―
Son demasiado confiados, algunas veces. —convino Emba, abrazándose
a sí misma y mirando como trepaban la escalera con gran facilidad y comenzaban
a auxiliar a los que iban subiendo.
―
¿Lo crees? —ambos Cazadores se giraron hacia Mao, quien mantenía
la mirada fija y concentrada. —Yo creo que ellos ven lo que nosotros no podemos
ver. No lo hacen sin pensarlo, porque ya saben la respuesta. —se acercó a la
escalera, y aunque sus instintos le decían que era mejor no subir, su miedo a
morir en el fuego era mucho mayor. Era un pensamiento básico en la supervivencia
personal. —Si estuvieran tan locos ya habrían saltado a un precipicio y se
habrían extinguido. —se sujetó con fuerza y colocó el pie en uno de los
barrotes. —Sin embargo siguen aquí, luchando, oponiéndose a un nuevo orden que
busca erradicarlos, viviendo los hijos de puta. Por ahora los seguiré en su
cruzada, parece que todavía hay cosas que necesito aprender. No quiero morir,
pero tampoco quiero estar solo. —dijo y sus compañeros lo miraron como si
estuviera loco, pero entre todas esas cosas que salían de su boca tuviera
cierto sentido para ellos.
Los
Cazadores y los weres treparon por la escalera, dejando el infierno atrás, para
acercarse a la enorme construcción artificial de la cual salían chispas y la
estructura parecía temblar, provocando que todo lo que la cubría cayera y se
amontonara en el suelo, mientras quedaba al descubierto su cuerpo. Ahí tenían
que ir, tendrían que adentrarse en una montaña mecánica que estaba fuera de
control y en la que estaban recluidos los humanos y los weres y donde su
enemigo se ocultaba. Si querían respuestas tendrían que forzar su propia
entrada, aunque eso significara echar abajo toda la montaña y enterrarlos.
*********
[Jason
—Carnaval —Laberinto]
La
criatura me atrapó de la pierna, haciéndome perder el equilibrio y hundirme en
el agua, donde comenzó a sacudirme con fuerza. Di vueltas dentro del agua,
luchando por resistirme y agarrarme a algo, pero era demasiado fuerte.
Sintiendo
como me faltaba aire, comencé a clavar el cuchillo en el largo tentáculo que
estaba alrededor de mi pierna. Salí volando cuando me soltó y choqué contra el
techo del pasillo, aterrizando en el agua nuevamente. La cabeza me daba vueltas
y sentía todo el cuerpo adolorido.
Me
levanté y atrapé a la criatura a mitad de camino, golpeándola con la punta del
bastón y derribándola, al mismo tiempo que una bala le atravesaba la cabeza.
Giré
y miré por encima de mi hombro y vi a Gabin dirigiéndome un leve asentimiento y
supe que él me había ayudado, como había estado haciendo desde que comenzamos a
matar esas cosas.
¿Una
manopla con cuchillo y un bastón serían suficientes? Lo dudaba, pero sabía que
no me darían otra cosa y cada vez que intentaba tomar algún arma perdida me la
arrebataban. Preferían perderla a dármela.
Tardé
unos segundos, pero me puse de pie y aspiré profundamente antes de lanzarme de
nuevo hacia los hombres que formaban una barricada e impedían que las criaturas
siguieran avanzando.
Nos
habíamos dividido en dos equipos; uno que se encargaba de enfrentarlo en combate cuerpo a cuerpo y otro que los
inmovilizaba desde lejos con sus armas. Aunque era difícil frenarlos y algunas
veces atrapaban a alguno de los que estaban junto a mí y se lo llevaban detrás
con la horda de criaturas, quienes no tardaban demasiado en arañarlo y cuando
daban el golpe final, comenzar a devorarlo. No siempre lo mataban, se lo comían
vivo y sus gritos inundaban el pasillo y hacía imposible ignorar lo que sucedía
y que si no éramos cuidadosos terminaríamos así
Gabin
había estado apoyándome con su arma y se encargaba de derribar a los que se me
acercaban demasiado y yo los machacaba, golpeándolos con la vara y perforando
sus cabezas, algunas veces había tenido que golpearles el cráneo hasta que
estos crujían y dejaban de moverse, pero eran demasiados y el especio muy
reducido, así que nuestro movimiento era restringido y difícil porque podría
terminar con una bala de alguno de nuestros “aliados”, quienes esperaban a que
la horda terminara de aparecer y pudieran encargarse de nosotros.
Habíamos
ideado un plan y cada vez que las criaturas abatían a alguno de los hombres,
Gabin se hacía con sus armas y munición, y si tenía algún otro objeto lo
guardaba. Lo necesitaríamos más adelante, porque si esto era parte del
Carnaval, quien sabe con qué otras cosas nos podríamos encontrar y quería estar
armado y preparado antes de que se nos acercaran. A diferencia mía él no estaba
tan vigilado y lo pasaban desapercibido, aunque me imaginaba que no tenían el
tiempo para hacerlo.
Realmente
dudaba que todo fuera a ser tan fácil como hasta ahora, pero tenía que mantener
la esperanza de que juntos podríamos encargarnos, aunque no estaba seguro de si
podía confiar en él o no, prefería tenerlo de mi lado, por ahora.
Uno
de los hombres detuvo a una de las criaturas que estaba en la pared, tratando
de burlarnos, clavándole un pico de hierro en el cuerpo y lo jaló,
despegándolo. Tan pronto la criatura aterrizó en el agua del pasillo, comencé a
golpearla, mientras alguien más la sometía con un bastón. Intentó levantarse,
quitándose al hombre de encima, estampándolo contra el techo.
Salté
sobre él y comencé a clavarle el puñal en el pecho, colocando mi mano en su
cuello para evitar que se levantara y me atacara. Agitó los brazos y se
sacudió, pero cuando sacó la cabeza fuera del agua lo golpeé con la manopla y
lo regresé al piso, aprovechando y clavando el filo de mi navaja en su pecho
con ambas manos.
La
cabeza de una de las criaturas salió volando y cayó a pocos metros de mí,
alguien había acabado con ella cuando estaba por atacarme. Me di cuenta que se
trataba del mismo chico con brazo de metal quien me dirigió un leve
asentimiento y me brindó su mano para ayudarme a poner de pie.
―
¿Cómo
te encuentras? —me preguntó y continuamos atacando a
las criaturas, golpeándolas y apuñalándolas.
Él
atrapó a una contra la pared, clavándole su arma en el pecho y disparó su
pistola por el piso de la mandíbula y el interior del cerebro de la criatura
salió volando por encima, haciendo una enorme mancha negra y viscosa.
Yo
sujeté a otra contra la pared, colocando mi brazo en su cuello, y comencé a
apuñalarlo repetidas veces en el vientre, sintiendo a la criaturas resistirse y
tratar de apartarse, pero rápidamente se quedó inmóvil y arrojé su cuerpo a un
lado.
Miré
el lugar del cual venían todas las criaturas y no parecía que hubiera
disminuido su número. Hasta sentía que habían aumentado y que solo estábamos
malgastando munición en algo que ya estaba perdido. ¿Resistir? No estábamos ni
cerca de ahuyentarlos.
―
Esto
no tiene fin. —respondí, agitado y bañado en sudor y
sangre oscura. —¿De dónde están saliendo todas estas cosas?
―
No
lo sé, pero supongo que son criaturas que habitan el laberinto.
―
¿Laberinto?
¿Estamos en un maldito laberinto? —gruñí y me
incliné, palpando mi pierna izquierda, donde había un pequeño corte. Al parecer
no había salido tan airoso de mi lucha contra esas cosas. No era grave, pero me
sorprendía a mí mismo el no haberlo notado.
―
Algo así. —hizo una pequeña mueca y se hundió de hombros. —La
verdad no sabría en qué nivel, pero no hemos salido de la zona del laberinto y
este lugar está lleno de monstruos, trampas y enemigos. Tienes que estar
preparado para lo que sea que salte encima de ti.
―
Genial. —admití, molesto. No solo debía cuidarme de las mascotas
de Thomas Dale, sino que también debía mirar mi espalda de los que estábamos
metidos en toda esta tontería del Carnaval. —¿Tú por qué estás haciendo esto?
―
¿Acaso tengo otra opción? Cuando te eligen para participar en el
Carnaval solo puedes sobrevivir y subir de nivel o de lo contrario puedes formar
parte del menú de estos monstruos. Pero, según escuche de los veteranos, entre
más subes, más difícil se pone la cosa.
―
¿Qué hay arriba? —por instinto levanté la mirada hacia arriba.
―
No lo sé. —respondió con un suspiro y algo de temor.
―
¿Me estás diciendo que solo estás matando monstruos sin saberlo? —no
podía creerlo. Esto era maravilloso. Rodé los ojos y me rasqué encima de la
ceja. —¿Estás seguro que arriba es mejor que aquí?
Mi
pregunta debió parecerle una tontería, porque me miró como si estuviera loco y
todo su cuerpo se tensó.
―
Cualquier lugar es mejor que este infierno, Jason. —murmuró entre
dientes, aunque podía sentir la duda en su voz. No estaba seguro de que eso
fuera cierto. No lo podía culpar, a final de cuentas nadie sabía nada con
seguridad. Todo lo que sabíamos o bien era una mentira o era lo que ellos
esperaban que pensáramos. A veces era mejor solo esperar lo mejor dentro de la
suciedad.
―
¿Por qué estás con ellos? —pregunté, mirando a los hombres. No
parecían la clase de amigos que él se debería rodear. Todos parecían
mercenarios y delincuentes de la peor clase.
Una
criatura salió del agua y saltó sobre él, pero la cogió del cuello con su brazo
robótico y la estampó contra el suelo, hundiéndola y manteniéndola debajo del
agua. Como si supiera que hacer, le clavé el cuchillo y la criatura dejó de
moverse y agitar el agua. Él me agradeció con un leve asentimiento.
Flexionó
el brazo, alargándolo y moviendo los dedos, revisando sino había ningún mal
funcionamiento. Cuando estuvo satisfecho con su pequeño chequeo, asintió y me
miró.
Me jaló de la camisa, colocándome detrás de él y golpeó a la
criatura que buscaba atacarme por sorpresa, atravesándole el pecho con su
brazo.
―
Mis
posibilidades de sobrevivir son más grandes si permanezco con ellos que solo.
¿Enfrentarte a todos tu solo? Debes estar loco. Ni a mi peor enemigo le deseo
eso. —hizo una mueca de asco al ver su brazo cubierto
de la sangre de la criatura.
Salté
encima de él, utilizándolo como apoyo y le di una fuerte patada a la criatura
que venía contra nosotros y justo cuando volvía a levantarse, le asesté un
fuerte golpe con el bastón en la cabeza y clavé mi cuchillo en la parte
superior del cráneo.
―
No
importa cuántos aliados tengas, si no hay confianza entre ustedes, estás mejor
solo que con ellos.
―
Puede
que tengas razón. Pero quiero vivir y utilizaré cualquier medio para
conseguirlo. —me contradijo, al mismo tiempo que
continuábamos matando a esas cosas. Incluso bajo esas circunstancias podíamos
mantener un dialogo medianamente decente, aunque las cosas se calentaban y
estábamos comenzando a cansarnos de pelear sin descanso.
―
Te
traicionarán. —señalé, rompiéndole un brazo a una
criatura con el bastón y apuñalándole la espalda. —Tarde o temprano se
volverán en tu contra. —mi bastón se había doblado
por el impacto de los huesos y ahora era inservible. Gruñí.
―
Cuando
ese momento llegue, pensaré algo. Si tienes tanto miedo…
Le
interrumpí, arrojándole un pedazo de mi bastón, que golpeó a una de las
criaturas del techo y los otros hombres se encargaron de terminar.
―
Yo
no tengo miedo. —puntualicé, molesto y claramente
ofendido.
―
¿Por
qué no te quedaste en el Fondo? —dijo, colocándose
delante de mí y empujándome con su pecho. —Estoy seguro que podrías
haber encontrado un pequeño cuarto y mantenerte a salvo.
Apreté
la manopla con fuerza, conteniendo las ganas de estampársela en la mandíbula.
―
No
tuve elección. —respondí. No era el momento de
ponerse emocionales por minuciosidades. Estábamos en un campo de batalla,
rodeado de monstruos y pelear entre nosotros no traería nada bueno. —Me
empujaron a este lugar. Y si hubiera sabido que podía sobrevivir en esa
alcantarilla, créeme que habría preferido quedarme ahí que tener que
enfrentarme a esta mierda de Thomas Dale.
―
¡No
rompan formación! ¡Continúen atacando! ¡Ya casi acabamos con ellos! —alguien gritó detrás de nosotros entre el grupo de Gabin.
No sabía quién lo había elegido como el jefe, pero era evidente que todos
pensaban lo mismo que yo cuando dejaron salir suspiros cansados y algunos
gruñidos fastidiados.
―
¿Qué vamos a hacer, entonces? —le pregunté a él y me miró
confundido. —No podemos seguir así. Es cuestión de tiempo antes de que llenen
todo el pasillo y terminemos en pedazos.
Una
bala pasó entre los dos y derribó a una de las criaturas que había pasado la
primera línea y que se comía a uno de los hombres en el techo. Ambos cuerpos
cayeron al agua. Nos giramos hacia el responsable, quien gruñía y maldecía, aún
en posición.
―
Estoy de acuerdo. —dijo Gabin que peleaba con su arma, al parecer
se había trabado. Chasqueó la lengua y la tiró al suelo, sacando un machete. —Y
cuando eso suceda, detonarán el pasillo y enterraran a esos monstruos, con
nosotros en él. Vivos o muertos, les da igual. Con tal de llevárselos al
infierno. —se veía un poco mejor, pero sus heridas seguían presentes y eso me
preocupaba, al igual que en mi cuerpo. Si era un vampiro, debería de haberse
curado y no lo estaba haciendo. —Soy Gabin. —le saludó levemente.
―
Durand. —respondió cortésmente y me sorprendí que fuera Gabin
quien preguntara algo tan importante y que yo había pasado desapercibido. Hasta
ahora solo lo conocía como el chico de brazo robótico.
Le
pregunté a Gabin sin palabras si se encontraba bien y él asintió, agitando la
mano. Debería parecer una mamá gallina con tanta preocupación por un
desconocido, pero si era grave, no podría seguir arrastrándolo por el mentado
laberinto de Thomas Dale, eso podría ser la peor decisión, para ambos.
―
¿Qué
propones? —preguntó finalmente Durand, echándose los
cabellos hacia atrás. Todos estábamos empapados, fuera sudor, sangre o
cualquier otra porquería de había a nuestro alrededor. Parecía que nos habíamos
sumergido en una letrina. —Están armados y cuando se den cuenta de que queremos
huir nos meterán una bala.
―
¿Está
todo listo, Gabin?
―
Por
supuesto. Solo debemos continuar fingiendo un poco más antes de que explote. —dijo y salió corriendo hacia la primera fila, imitando a
un grito de guerra. Algo inesperado y que los demás consideraron como que había
perdido la cabeza, pero cuando le cortó la cabeza a una de las criaturas todos
le imitaron y el ánimo se elevó extrañamente. La locura que uno llegaba a
padecer durante los momentos más peligrosos y estresantes parecía ser un gran
estimulante que jamás llegaría a entender.
―
¿A qué se refiero, Jason?
―
Creo que será mejor seguir a Gabin. Confía en mí, si él corre, tú
debes correr. —palmeé su pecho y le indiqué que debíamos unirnos a él. —No
confío mucho en que se haya “controlado” con los preparativos. —admití en voz
baja y seguí a Gabin, ayudándolo.
Los que estaban hasta atrás nos
miraban fijamente, pero no había dejado de disparar. Cuando una de sus pistolas
dejaba de funcionar o no tenían munición la tiraban y sacaban otra como por
arte de magia
―
No podremos seguir conteniéndolos más tiempos. ¡Debemos hacer algo!
—gritó uno de los hombres que estaba junto a mí, estaba arañado y tenía una
enorme cortada que le surcaba la mitad del rostro. Se había llevado la peor
parte por seguir las malas decisiones de un tonto líder.
―
¡¿Dónde están los refuerzos?!
―
Nos estamos quedando sin balas.
―
¡Y sin hombres! —replicó al mismo tiempo que abatía a otra
criatura con su sable.
―
¿Acaso ustedes no tienen explosivos? —pregunté, golpeando a la
criatura cuyas fauces estaba a punto de engullirlo. Me dolía la mano.
―
Nosotros no. —respondió y miró por encima de su hombro hacia los
que estaban detrás de nosotros. —¡Arrójenme unas bombas! —ordenó a los hombres,
pero estos hicieron oídos sordos, concentrándose en disparar e ir retrocediendo
poco a poco.
―
Nos están dejando. —murmuré.
―
Eso no… —le interrumpí, negando y señalando hacia atrás de
nosotros. Él se giró y vio que, efectivamente, la distancia se hacía más grande
entre nuestros grupos y los francotiradores iban retrocediendo gradualmente,
colocando la mayor distancia posible. —Desgraciados. Sabía que nos
traicionarían cuando nos descuidáramos.
―
¿Qué haremos? —preguntó Durand, nervioso, mirándome a mí, a Gabin,
al hombre, y a nuestros compañeros por el rabillo del ojo. Sin las balas no
aguantaríamos demasiado. Nos despedazarían en segundos y mientras se
entretuvieran con nosotros, ellos podrían alejarse y llegar al siguiente nivel
o al menos prepararse de no ser acorralados.
―
¡A la mierda con esos bastardos! A mi señal, todos nos echamos a
correr hacia ellos.
―
¿Crees que nos lo permitirán? Somos la carnada. Nos dispararan
cuando vean lo que tramamos.
―
Estamos atrapados. —dijo alguien y no pude estar más de acuerdo
con él. No podíamos avanzar y tampoco retroceder y replegarnos
***************************
[Arthur]
Bajó
de su coche y se adentró en la enorme mansión de su primo, recibiendo miradas
curiosas e inquisitivas mientras atravesaba el vestíbulo y llegaba al Salón
Principal donde se desarrollaba la celebración de cumpleaños.
¿Cuántos
años eran? No lo sabía y estaba seguro que su primo tampoco le importaba
demasiado. Un año no era nada, ni siquiera diez, porque seguirían viéndose
iguales.
Era
algo gracioso el celebrar un cumpleaños, cuando para ellos el tiempo era algo
banal, pero todos agradecían una buena fiesta y era razón suficiente para reunirse.
El
salón lucía tan extravagante, superando sus expectativas y eso que decía
conocer muy bien a mi primo y a Paice.
Estaba
hermoso, pero no podía quitar esa palabra de mi mente cada vez que veía la
decoración o los invitados. Era tan… demasiado, como él.
Realmente,
y siendo honesto, no echaba de menos este ambiente. Para nada cambiaría mi
mansión lúgubre por este enorme lingote de oro artificial que parecía sacado de
la olla de un duende.
El
color principal de la fiesta era dorado. Paredes doradas, cortinas, luces
blancas que hacían que el brillo se intensificara y todos los presentes vestían
como si fueran figuras de oro sólido. Había bocadillos en una enorme y larga
mesa junto con bebidas espumosas, pero nadie parecía estar interesado lo
suficiente en ella como para acercarse y probarla—lastima
por los cocineros—.
Su
atención no se encontraba en los cuadros que adornaban las paredes y los cuales
eran carísimos, además de exóticos. Era como si todos los artistas de toda la
historia hubieran sido congregados y sus obras de arte fueran un bonito papel
tapiz común y corriente.
No.
Todos miraban a las jóvenes y provocativas mascotas que permanecían en el
centro de la habitación, demasiado quietas y que exhibían sus cuerpos a los
invitados. Tenían un aroma exquisito y todos estaban esperando que alguien
hiciera los honores para poder probarlas. Hombres y mujeres por igual, la gente
no era quisquillosa con el género de su comida, solo pedían que fuera joven y
estuviera limpio.
Arthur
podía escuchar sus corazones acelerados ante la atención de la que eran víctimas.
Algunos temblaban por estar rodeados de tantos vampiros. Era evidente que era
su primer banquete, y el último.
Casi
sintió pena por ellos. Casi. Pero no puedes disfrutar una buena comida y soltar
lágrimas de tristeza porque ha dado su vida para nutrirte, ¿verdad?
Por
regla las mascotas no entraban a la casa de un vampiro sin invitación, ya que
ésta solo iba dirigida al dueño y los animales se quedaban fuera. Algunos no
podían evitar sentir la urgencia de alimentarse cuanto antes, pero debían
esperar y obedecer las reglas de su anfitrión.
―
Vaya,
vaya. Pero mira a quien tenemos aquí. —se giró hacia
la femenina voz y encontró a Paige, quien usaba un vestido pegado y
arrebatador. Cada movimiento que hacía parecía incitar al pecado y estuvo a
poco de robársela del lugar, pero sabía que su primo no lo encontraría nada divertido.
―
Hola, Paige. Wow, te ves hermosa. —admitió con un pequeño silbido
y ella arqueó un ceja, no muy convencida de sus palabras, aunque agitó su
hombro y sonrió.
―
Los halagos no te salvarán. ¿Sabes en cuanto trabajo me has tenido
estos días? Creí haberte dicho que te quedaras en tu mansión. —señaló,
llevándose una copa a los labios y bebiendo un pequeño sorbo, aparentando
disfrutar el líquido.
―
Si te sirve de consuelo, mi padre no ha dejado de destruirme los
oídos, repitiéndome lo irresponsable que soy y la posición en la que lo he
puesto delante del Consejo. —bufó, rodando los ojos.
―
Oí que Bateman y Dale te tienen muy vigilado.
―
No solo ellos. El Consejo también. Strom y sus socios. Y creo que
algunos ligues pasados.
―
Te has convertido en el hombre más deseado de la ciudad, que
maravilla.
―
No puedo hacer nada sin que alguien salte sobre mi e intente
asesinarme.
―
Te diría que tú te lo buscaste, pero eso ya lo hice. Te dije que
las cosas se iban a poner feas, ¿no?
―
Sí, me advertiste. Solo no especificaste que tendría a tanto
chiflado de esquina a esquina.
―
Y eso no es lo peor. A pesar de tu escena y nuestros esfuerzos, el
Consejo no tiene intenciones de liberar a los weres. De hecho, se ha iniciado
un nuevo proyecto para ampliar las instalaciones de Strom, en colaboración de
Crossing DNA Corporation.
―
Desgraciado
Bateman. ¿Cuáles son mis opciones?
―
¿Retirarte
y pedir disculpas? ¿Continuar y fracasar? ¿Pedirle ayuda a tu padre?
―
Prefiero
que me lleven al Carnaval antes que hacer algo así.
―
No
sabes de lo que hablas. Podrá ser entretenimiento, pero nada es peor que el
Carnaval. Es un agujero sin salida.
―
Tendré
que cambiar el tablero, ¿no?
―
Si
le prendes fuego y destruyes todo, supongo. Bateman es muy poderoso y tiene a
todos besándole el trasero. —dijo en voz baja y
cautelosa, mirando hacia todos lados, como si alguien pudiera estar pendiente
de lo que hablaban. Bien podría decir que era paranoica, pero Bateman era
alguien que podía sorprender con sus mañas.
―
Eso
solo porque no han visto el mío. —bromeó y casi
escupe su trago, golpeándolo con el hombro. —¿Y dónde está? La fiesta está en
su máximo apogeo. —preguntó, cambiando de tema y ella se enderezó.
―
Oh, ya sabes como es. Ella nunca llega temprano, necesita… —agitó
su mano en gesto dramático y Arthur rodó los ojos.
―
… hacer una gran entrada. —terminó y Paige asintió.
―
Típico de ella. Entonces, ¿a qué debemos tu presencia en nuestra
“humilde” reunión de amigos?
La
fiesta era de todo, menos humilde. Por favor, había visto a una mujer desnuda
cubierta de pintura dorada desde las uñas hasta la areola de los pezones. Sabía
que lo decía en broma, pero había niveles. Casi todos los hijos de los más
poderosos de la ciudad estaban aquí, que hasta
el dorado podía verse en los barrios pobres.
Si
bien no podía derrotar a Strom por medios legales, gracias a su primo y a Paige
terminarían saboteando sus máquinas por toda la energía que utilizaba la
mansión y lo llevarían a la bancarrota.
―
Yo…
—meditó mi respuesta por unos segundos y esbozó una
media sonrisa. —Quería un cambio de aires. Respirar aire puro. —mintió, aunque
había querido decir que no quería estar solo en esa maldita mansión otro
segundo más, pero no lo hizo. Su orgullo no se lo permitió, aunque se tratara
de Paige, quería mantener esos pensamientos para sí mismo.
―
Pues me alegra que nos eligieras para recomenzar. Bienvenido a la
noche, querido.
―
Es bueno regresar a ella. —convino, incomodo. No quería estar ahí,
pero su primo era importante para él y era una de las pocas personas que no lo
quería muerto. Eran como hermanos, así que no podía perderse su cumpleaños.
Paige
lo tomó de la mano y caminaron, saludando y sonriendo a cuanto se les
atravesaba, aunque la mente de Arthur estaba en otro lugar y lo hacía todo por
inercia, dejándose llevar por la corriente, algo en lo que era muy bueno.
Después
de mirar las pinturas y echarle un ojo a algunas mascotas—ninguna le llamó la atención en particular—, se
congregaron debajo de la enorme escalera imperial. Las luces bajaron suavemente
hasta que todo el lugar estuvo envuelto en la penumbra.
Un reflector iluminó la
parte superior de la escalera, donde estaba una mujer con un antifaz dorado parada
en el centro, sosteniendo las cadenas de dos mascotas hombres, quienes se
mantenían postrados a cuatro patas como animales y con las cabezas abajo. Su
cabello era tan rubio, pero aun así Arthur podía distinguir que algunas hebras
no eran sintéticas, eran de oro verdadero y tenía flores en él. Su vestido
parecía más una armadura, pero no le hacía desentonar, las proporciones eran
precisas y muy bien definidas, dándole una apariencia femenina y a la vez dura.
La cola estaba compuesta de pequeñas cadenas, diminutas, pero todas muy bien
unidas y que daban la ilusión del mismo tul más fino.
La luz le siguió mientras bajaba cada escalón con una gracia que
hacia olvidar las enormes plataformas que usaba y sus movimientos eran tan
gráciles que parecía acostumbrada.
Cuando llegó al último escalón y todos pudieron contemplar su
enorme cola de novia que se extendía desde arriba hasta abajo, se giró hacia la
oscuridad.
―
Sean
bienvenidos a mi hogar, queridos amigos. Espero que disfruten la fiesta y
muchas gracias por venir. ¡Que comience el banquete! —gritó
y las luces se encendieron, al mismo tiempo que pequeños papelitos dorados
comenzaron a caer desde el techo y los presentes aplaudieron emocionados.
En
algún momento alguien le auxilió con las mascotas y se las llevó lejos de su
vista, probablemente algún sirviente y la cola desapareció, pero aun sin esas
cosas seguía siendo tan llamativa que era difícil no mirar en su dirección y
apartar la mirada.
Saludó
cordialmente, sintiéndose la persona más importante de todos los presentes y sin recordar al menos
lo que esa gente le decía, porque ante sus ojos no eran nadie. Salvo dos
personas en particular.
―
Arthur.
—saludó alegremente y se inclinó hacia él,
envolviéndolo en un cariñoso abrazo, mientras le daba un beso en la mejilla y
otro en los labios.
―
Elizabeth.
—correspondió, abrazándolo y Arthur tuvo que ponerse de puntitas para
alcanzarlo. —Hermosa como siempre. —dijo con honestidad, todavía sorprendido
por lo llamativo que se veía su primo. Besó su mano con delicadeza e hizo una
reverencia.
―
Adulador. —movió los hombros, agitándose suavemente y
pellizcándole una mejilla. —¿Y? —preguntó finalmente, dirigiéndole una mirada
curiosa y filosa.
―
Solo… —miró a Paige en busca de ayuda, pero ésta fue junto a su
primo, colocando su brazo en la parte de la cadera, dándole un beso en la boca
más cariñoso. Suspiró. —…quería visitarte. Ya sabes, distraerme un poco.
―
Sí, bueno, lo entiendo. Después del espectáculo que diste en el
Consejo, yo también buscaría un refugio. —señaló con cierta malicia, aunque
lejos de ser hirientes sus palabras eran más como un recordatorio y mostraban
su preocupación por él. Alargó su mano y le apretó con suavidad. —Tranquilo,
este es un lugar seguro, ¿verdad, amor? —se dirigió a Paige y ella asintió.
—¿Algo de tomar? Debes estar sediento. —hizo un gesto con sus dedos y
rápidamente todos los sirvientes estaban a su alrededor con diferentes bebidas
y botellas.
―
En realidad, yo…
―
Arthur,
querido. Sabes, para mí lo más importante es el placer, los negocios vienen
después. —puntualizó y le entregó una copa con algo
rojizo. —Debes probarlo, es exquisito. —dijo con orgullo y él también se
sirvió, relamiéndose los labios.
―
Vine por ti, querida. —habló después de beber un trago y hurgó en
su saco, extrayendo una pequeña caja aterciopelada de color negro. La extendió
hacia él y soltó un pequeño grito de felicidad al ver el obsequio.
―
Oh, no te hubieras molestado. —agitó suavemente la caja, tratando
de descubrir lo que contenía. —¿Joyería? ¿Una tarjeta autografiada? Espero que
no sea una notificación por mi reciente comportamiento. —rió y comenzó a
abrirlo con cuidado, llevándose una mano hacia la boca en sorpresa y miró a
Arthur con los ojos abiertos. —¿Esto es…?
―
Así
es. —asintió, elevando la copa al aire y sonriendo.
—Sé cuánto lo deseabas, así que… es todo tuyo.
Elizabeth
tomó el objeto entre sus dedos y se lo enseñó a Paige, admirándolo con una
atención y fascinación que rosaba la obsesión. Eran muy pocas las veces en que
lo podía ver siendo cautivado por algo, pero claramente valía la pena, ya que
era cuando más honesto y hermoso se veía.
―
No
debiste… Esto es… Wow. —no tenía palabras para
describir cómo se sentía o la cantidad de emociones que experimentaba. Solo se
limitó a colocarlo en su palma y ver los pequeños destellos que el medallón con
incrustaciones de diamantes y zafiros desprendía a contraluz. Lo apretó contra
su pecho, resguardándolo con mucho cariño y miedo a que fuera a desvanecerse.
—Tía no…
―
Mamá
habría querido que lo tuvieras tú. No existe nadie mejor para usarlo que tú. —señaló y casi sintió que se le salían las lágrimas de
felicidad.
Era tan pequeño, a comparación de
toda su colección de joyería, pero el valor sentimental que éste tenía era mil
veces más grande y es que había pasado toda su vida deseándolo y que llegara a
sus manos era el mejor regalo.
Recordaba a su tía Marie cuando
se arreglaba delante del espejo del tocador y de todas los accesorios que
mantenía en su alhajero éste era el que más quería y utilizaba en los eventos
de sociedad. Observarla mientras se vestía y maquillaba era una de las cosas
que más disfrutaba y era algo muy especial para él. Toda su vida había tratado
de emular su esencia, y aunque tenía clase y se veía hermoso, todavía le
faltaba mucho antes de llegar a ser como su tía, o su madre.
―
Es precioso, Arthur.
—Elizabeth se inclinó y volvió a abrazarlo y besarlo. —Lo amo. —admitió y se lo
entregó. —¿Podrías, por favor?
―
Por supuesto. —Arthur lo tomó y lo colocó con sumo cuidado en su
vestido, a pocos centímetros de su clavícula y que quedará a la vista de todos.
Se veía muy bien en ella.
―
Muchas gracias. ¿Cómo se ve?
―
Perfecto.
―
Vamos, los invitados nos esperan y no puedes perderte el banquete.
—lo cogió de la mano, junto con Paige del otro brazo, y los guió hacia donde
los invitados ya estaban “cortejando” a las mascotas y las seleccionaban. No
quería presenciarlo, pero era un invitado y no podía rehusarse. Además, un
bocadillo antes de regresar a casa no le haría ningún mal.
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