Capitulo 9 - Competencia de Bastardos (parte 1)


[Capitulo 9 —Competencia de Bastardos —Parte 1]


Luz.
Había demasiada.
¿De dónde provenía? De todas partes.
¿Dónde me encontraba? La respuesta fue fácil al darme cuenta que estaba en el centro de la habitación. Sin embargo mis pies no alcanzaban a tocar el suelo, estaba sujeto a algo que me mantenía suspendido en el aire.
Cuando intenté mover mis manos, sentí la restricción de fuertes cadenas a mí alrededor, casi como si me hubieran envuelto con ellas. Bajé la mirada, aunque poco podía observar con el collar que estaba sujeto a la parte de atrás de las mismas cadenas, manteniéndome en una posición recta, grandes candados aparecían de aquí y allá, como pequeños moños entre las cadenas, dándole más fuerza al agarre.
Mis manos estaban cubiertas por dos enormes cilindros que llegaban hasta la mitad de mis antebrazos. Había algo extraño en su interior, como una masa que me impedía mover mis dedos dentro de ella. Moví mis manos, pero me di cuenta que también estaban encadenadas por tres grandes eslabones.
¿Cadenas? ¿En serio? Después de todos los artilugios que habían utilizado para mantenerme controlado, ¿ahora volvían a las cosas primitivas como grilletes y cadenas de acero?
Suspiré, dejando salir el aire de mis pulmones, pero rápidamente lo hice me di cuenta que el aire no salía de la misma forma. Sentía la calidez de mi propio aliento haciéndome cosquillas en los labios. Algo cubría la mitad de mi rostro y por la forma en que no podía abrir la boca, se podía decir que estaba asegurada, de alguna manera, a mi dentadura.
              Ni te esfuerces. —levanté la mirada hacia aquel que se encontraba delante de mí, Thomas Dale. Para variar llevaba el cabello corto, rapado por la mitad, mientras del otro lado caía una pequeña cortina. Le hacía lucir más joven, pero obviamente fuera de lugar. No tenía idea de donde sacaba sus outfits, pero necesitaba reconsiderar la permanencia de su consejero en moda. Como siempre, lucía un bello y elegante traje, azul marino, y zapatos de vestir. Esbozó una media sonrisa y se acercó, no demasiado. —Oh, Jason. Eso fue… —se encorvó, hundiendo los hombros, suspirando. — ¡Maravilloso!—aplaudió, sin dejar de sonreír y negar con la cabeza. — ¡Lo sabía! Tú —me señaló—perteneces aquí.
Su emoción, en lugar de ser contagiosa, resultaba chocante. De no haber sido por lo que tenía cubriéndome la boca se habría dado cuenta que no compartíamos el mismo sentimiento de euforia.
              Gané. —dije, y mi voz sonó incluso más extraña. Ronca. Traté de ignorar ese hecho y continué. —Ahora…
              ¿Ganar? —sus cejas se elevaron y luego volvieron a juntarse, frunciendo el ceño. —Oh, eso. No, querido. Aún no has ganado.
              ¿Q-Qué? Pero yo… eso…
              Eso fue solo tu iniciación.
              ¿Iniciación? ¿A qué te…?
              La verdadera diversión comienza ahora. —dijo, dándose la vuelta mientras se alejaba de mí y salía de la habitación, la cual comenzó a llenarse de un extraño gas blanco, tan denso que podía verlo.
Me sacudí, tratando de liberarme, pero muy poco podía hacer en esa posición y con todas esas cadenas envolviéndome. Me retorcía en el aire, gritando y maldiciendo el nombre de Thomas Dale, pero lo único que recibía era el eco de mis gritos y el gas acumulándose dentro de la habitación.
 Antes de poder replicar algo más, comencé a sentir mis parpados pesados y la habitación comenzó a desvanecerse lentamente hasta que mis ojos se fueron cerrando.
Parpadeé varias veces, tratando de resistirme, pero era inútil. Había un ligero calor en la parte trasera de mi nuca que se iba extendiendo, deslizándose hasta que no podía sentir la lengua. De no haber sido por las restricciones estaba seguro que me habría caído al suelo.

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[Colonia]
Los adultos les habían ordenado que se durmieran, pero era imposible para los jóvenes weres, que en lugar de sentirse aterrados por estar un lugar desconocido, era todo lo contrario. Estaban emocionados y no podían ocultar su curiosidad infantil por explorar cada rincón de la enorme instalación.
Claro que cuando los adultos habían dicho que no podían ir a otro lugar más que ese piso, en cual debían permanecer bajo el ojo vigilante de sus padres y conocidos, su curiosidad solo había hecho más que crecer.
Los pequeños se giraron al oír un shuseo proveniente del final del pasillo, encontrándose con un grupo de humanos que, por su estatura y apariencia,  parecían ser de su misma edad.
Los ojos de los niños weres brillaron con curiosidad al darse cuenta de su presencia. Y, por las sonrisas en los rostros de los otros niños, ellos también se emocionaron.
Uno de los niños humanos levantó una pelota y les hizo un gesto con la cabeza, indicándoles que los siguieran. No hubo mucho esfuerzo para convencerlos, y los weres no se negaron tampoco, por lo que en segundos los niños weres iban detrás de ellos, ignorando por completo la advertencia de sus padres.
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[Jason]

Cuando volví a abrir los ojos, esta vez no había nada sujetándome. Podía moverme con total libertad. Creí que era libre, solo por un momento, pero pronto me di cuenta que no era así. Algo obstruía mi respiración y me impedía abrir la boca. Llevé la mano hacia mi boca, pero no la sentí. En su lugar sentí el frio metal cubriéndome la boca, alrededor de toda mi cabeza y podía saborear el metal con mi lengua en el interior, lo que significaba que estaba ajustada dentro de mi boca, tal vez desde mi mandíbula o mis encías.
¿Un bozal? ¿Finalmente me habían puesto un BOZAL? ¿Eso me hacía ahora una más de sus mascotas, así como Trent?
El simple pensamiento hizo que me hirviera la sangre.
El cuarto parecía sentir que estaba despierto, porque las luces comenzaron a encenderse, hasta que el blanco cubrió la habitación y a mí.
Entrecerré los ojos, tratando de soportar el escocer de los ojos por la gran cantidad de luz que había en la habitación.
Parpadeé varias veces hasta que la luz se hizo soportable, aunque no por eso menos molesta. ¡Maldita sea! Como odiaba esa forma de despertar, pero parecía que los vampiros no estaban familiarizados con el significado de “ahorrar energía”.
De nuevo, una habitación blanca, sin ninguna puerta visible, o algo más que decorara las paredes—al menos nada visible que pudiera detectarse a simple vista—. O que pudiera utilizar para defenderme. Porque estaba seguro que me miraban, podía sentir las miradas de extraños sobre mí.
Me erguí en la cama, sacando los pies primero fuera de la cama y las sabanas. El piso era frío. Me dio escalofríos, erizando la piel de mis brazos y el vello de la nuca. Apreté las sabanas, clavando las uñas. No sabía por qué, pero podía sentirlo todo. Demasiado.
Mi cuerpo nunca se había sentido así de sensible. Incluso el aire helado de la habitación se colaba debajo de mi piel y la suavidad de las sabanas me provocaba un leve cosquilleo.
Tragué en seco y me puse de pie, parándome con sumo cuidado, ya que aún me sentía débil, mareado. Me tomó unos segundos el poder pararme bien, pero lo hice, sin necesidad de aferrarme al borde de la cama.
Me sentía como un ciervo recién nacido y que necesitaba de varios intentos antes de poder ponerme de pie por mí mismo.
Por primera vez en mucho tiempo mi cuerpo se sentía mío y eso era lo extraño, porque tenía tiempo sin sentirme de esa manera. Siempre sintiendo como si en realidad alguien más tuviera el control y yo solo fuera el piloto automático, sin saber cuándo realmente iba a perder el control y cuándo lo retomaría.
Me las arreglé para llegar hasta donde estaba una pequeña repisa. Aferrando los dedos en la superficie al sentir como mis piernas comenzaban a temblar y mis rodillas amenazaban con ceder en cualquier segundo. Todo mi cuerpo temblaba. Me sentía tan frágil y débil ahí mismo, de una forma que no podía explicar.
¿Era debido a él?
Levanté la mano y la miré, apretándola suavemente. Repetí la misma acción varias veces antes de poder sentir la tensión de los músculos cuando cerraba la mano y las uñas de mis dedos se clavaban, suavemente, contra mi palma.
El dolor me hizo sentir vivo, nuevamente.
Mi reflejo en un espejo me saludó inmediatamente cuando levanté la mirada, sintiendo el temblor de mis piernas. Me miré fijamente durante unos segundos antes de asegurarme que ese delante de mí era mi rostro.
Llevé la mano hacia mi reflejo y no pude evitar sonreír. Una sonrisa verdadera, honesta, de esas que vienen del corazón y no son un acto forzado. Aunque era difícil de ver debido al bozal que cubria mi boca.
Mis ojos eran verdes, mi cabello castaño estaba recortado en un estilo militar y aunque tenía pequeños cortes por todo el rostro—recuerdos de batallas previas—todo parecía tan normal. Yo me sentía normal. Me sentía humano. Por primera vez en toda mi vida, me sentía humano. ¿Realmente alguien sabia como se sentía eso? ¡Pues así como yo me sentía ahora mismo!
Vivo.
Por alguna extraña razón comencé a llorar y al ver las lágrimas deslizarse por mis mejillas me hizo sentir tan bien. Era la primera vez en tanto tiempo que sentía mi cuerpo como si fuera mío, sin nadie detrás de mí, controlándome.
A pesar de la sensación de alegría y alivio, también había cierto vacío. No sabía cómo explicarlo, pero me sentía extraño. Diferente. ¿Eso era algo bueno o malo? No tenía idea, pero por el momento no quería pensar demasiado en ello.
Noté que encima de la repisa estaba un pequeño rectángulo y en el centro de éste había lo que parecía un pequeño chip. Casi no se veía, pero cuando rasqué con mi dedo, me di cuenta que lo era. Más pequeño que mi uña. Decidí guardarlo.
Giré el rectángulo, y rápidamente me di cuenta de que se trataba de un espejo. ¿Para qué necesitaría un espejo pequeño si ya tenía uno delante de mí? No sabía, pero aun así decidí guardarlo, ya que podría servirme más adelante como un arma—si llegaba el momento—.
Hubo un pequeño pitido y un pedazo de la pared de la derecha se deslizó, revelando una puerta oculta.
Caminé hacia la puerta y noté que era un largo pasillo blanco que solo iba hacia una dirección, que era hacia la derecha. Parecía que no tenía muchas opciones a elegir.
Salí de la habitación, y tan pronto lo hice, la puerta se cerró. Coloqué mi mano sobre donde había estado, pero no podía diferenciar la textura de la  pared o de la puerta. Me pregunte, ¿Cuántas puertas más habría en este pasillo?
Me giré y decidí que debía moverme, ahora.
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Alo

Primero humanos, ahora Cazadores. Randolph estaba presionando muy fuerte sus botones y estaba a punto de estallar. Sabía que su hermano estaba pensando en conseguir información que le ayudara a rescatar a Jason, pero, ¿hasta qué punto estaba dispuesto a  ir para lograrlo?
No desconfiaba de él, pero temía que su hermano se dejase llevar por sus sentimientos y terminara mal, con toda la manada entre las piernas. Aunque tampoco podía ignorar que sus últimas decisiones dejaban mucho a que desear.
No, no podía pensar así. El confiaba en su hermano.
Era cierto, traer a Jason a la Guarida había atraído a los vampiros, pero el que los vampiros encontraran su Guarida era solo cuestión de tiempo, no tan cercano, pero lo harían. De no ser por Randolph, ellos seguirían en el bosque sin saber sobre su futuro. Lo último no cambiaba. Aun no sabían nada sobre el futuro y sus planes aún seguían siendo inciertos, pero estaban vivos. Vivos.
Todo gracias a su hermano, a su Alfa.
Esbozó una media sonrisa y pasó sus manos sobre sus largos cabellos, peinándolos hacia atrás. Un pequeño mechón que se había salido de su lugar, lo colocó detrás de su oreja.
No podía negar que su hermano estaba herido por la captura de Jason y la pérdida de su hogar, pero él no había dejado de pensar en el bienestar de la manada, como cualquier Alfa debería hacer. Para él, ambos eran igual de importantes. Como si Alo no conociera el sentido de responsabilidad de su hermano.
Suspiró.
Tenía que ser paciente y aprender de su hermano, quien ante sus ojos estaba madurando a grandes pasos. Se estaba volviendo un mejor Alfa, un mejor hombre. Aunque pareciera que Randolph hubiera perdido el juicio, era todo lo contrario. No estaba tomando decisiones imprudentes, estaba determinando lo mejor para la manada y al mismo tiempo encontrar información que lo llevase a Jason, sin arriesgar a la manada.
Debía confiar.
Él lo necesitaba a su lado. Si lo abandonaba ahora… No podía hacerlo. Eran hermanos y la manada contaba con ellos para sobrevivir.
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              ¡Jefe! —gritó el hombre, que ingresaba e interrumpía a Joe, quien discutía con sus hombres más cercanos los detalles de la misión y qué papel deberían jugar en ella.
Joe se giró, molesto. Suspiró, torciendo la boca, mientras sus hombres miraban como las cejas de Joe se juntaban, frunciendo el ceño y aguantando las ganas de arrancarle la cabeza a su subordinado. Sus dedos arañaron el mapa de la colonia, dejando la marca de sus uñas.
              ¿Ahora qué sucede? —dijo, gruñendo suavemente, indicándole lo molesto que estaba por semejante interrupción.
El hombre lo miró, tragando en seco, viendo a sus compañeros—o sus Superiores según la escala de Joe—, que le miraban con miradas divertidas, preguntándose si el pobre diablo sabía lo que estaba haciendo o solamente era estúpido o suicida.
              Los weres, Jefe. Ellos… — se mordió la lengua, pensando si era adecuado decírselo o no. Pero al ver como su ceja subía, indicándole que estaba perdiendo la poca paciencia, se dio cuenta que era mejor decirlo que callarlo. —… salieron. —su voz tembló cuando confesó, notando el salto y cambio de ambiente dentro de la habitación.
              ¿Qué acabas de decir? —dijo Joe, enderezándose y mirándolo desde arriba, como si fuera una cucaracha. El aura peligrosa que desprendía su jefe en ese momento era una de las razones por la cual había sido elegido como el líder del grupo para esta misión. —¿Se fueron? ¡Pero si no ha salido el sol!
              No. Salieron, pero no todos. Solo algunos de ellos. —Joe arqueó  una ceja, mirándolo confundido. —Según lo que vio el Vigía se dirigían al bosque, hacia donde está el campamento de los Cazadores.
La mesa salió volando y todos se apartaron al ver a su líder estallar, iracundo.
              ¿Disculpa? —Joe había avanzado, tan rápido que nadie lo había notado hasta estar delante de su subordinado, incluso sus hombres más cercanos fueron sorprendidos por semejante hazaña. Sus ojos se habían tornado de color rojo carmesí, revelando su verdadera naturaleza y también su estado de humor.
              Y-Yo… Lo siento. —dijo, cerrando los ojos, listo para su final.
Joe alargó su mano, pero antes de envolver sus dedos en el cuello del hombre, se detuvo, apretando la mandíbula. Deseaba romperle el cuello, retorcérselo, y hacerlo pedazos ahí mismo. Todos sus planes se estaban yendo por un traste y todo por culpa de esos estúpidos y asquerosos weres. ¿Y ahora Cazadores? No tenía tiempo para estas estupideces, tenía que hacerse cargo antes de que la situación se le saliera de control y tuviera un motín entre manos.
              Dile al vigía que siga atento a los movimientos de los weres y de los Cazadores y que suene la alarma si ve algún movimiento sospechoso. Si los ve acercarse, tiene permitido disparar a matar. Todos los centinelas, los quiero vigilando todo el perímetro. —ordenó y el chico salió corriendo, obedeciendo las ordenes de su líder.
Tan pronto el chico había dejado la habitación, Joe se giró hacia sus hombres, que le miraban preocupados y él podía entender lo que pasaba por sus cabezas sin que siquiera dijeran algo.
              Supongo que eso solo nos da una opción; tenemos que encargarnos de los weres. —dijo en tono frío y sus hombres asintieron en silencio, tomando sus armas. —Antes de que llegue nuestro Señor.
De lo contrario tendrían problemas. Grandes problemas. Bien podría darle un giro a la  situación y entregarle, no solo humanos jugosos, sino que también toda una manada de weres. ¡Diablos!
Eso adelantaba toda la operación y lo peor es que, si se presentaba el peor escenario, tendría que depender de Ethan. Estaría bajo el ojo de Ethan, y eso no se lo podía permitir.
Todo por lo que había trabajado estaba a punto de irse a la mierda en un segundo y todo por culpa de unos estúpidos weres y de Jason Snyder, que incluso lejos de la Colonia seguía provocándole problemas.
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[Ciudad Zweilicht —Barrios Pobres]

Pisó el acelerador a fondo, esquivando—por poco—que el proyectil le diera al vehículo. Apretó las manos sobre el volante cuando explotó, haciendo saltar a todos los que iban dentro y que le regañaban por no tener cuidado al manejar. Rodó los ojos, irónicamente. Sería más cuidadoso sino hubieran balas yendo hacia su culo y proyectiles queriendo explotar sus sesos por todas partes.
Giró, moviendo el volante violentamente cuando vio una abertura entre los edificios.
El vehículo giró, dejando una estela de las llantas por la fricción con la que había hecho el movimiento tan rápido y abrupto y aceleró hacia adelante, adentrándose en el largo y estrecho camino.
Una pared apareció delante de ellos, pero sin detenerse—e ignorando las negativas de sus compañeros—, aceleró y atravesó la pared.
¡Cielos! Él conocía bien esa zona. Sabía que la mayoría de lo que aún estaba en pie no era porque fueran construcciones fuertes, sino que los de arriba habían decidido que era una pérdida de tiempo gastar recursos derribándolas y volviendo a construir algo nuevo en lugar de dejarlos que se cayeran solos.
Los Barrios Pobres de seguro era la peor zona, pero era su hogar, asi como de la mayoría de sus compañeros y ahora tenía que correr como una rata  en la alcantarilla solo porque, finalmente, habían decidido que era momento de cortar cabezas de los vendedores de drogas independientes.
Ya suficiente tenían ellos que otros vendedores vecinos estuvieran matando a sus compañeros y a sus trabajadores como para tener que preocuparse por un idiota con traje.
No sabía qué se les había metido, pero esto se había convertido en una cacería. Se podía sentir la tensión por parte de los altos mandos, el Consejo de Ancianos había hecho una declaración que los distritos que no estuvieran siendo bien vigilados serían puestos a disposición del cuerpo de Fledermaus y se haría una limpieza interna a fondo.
¡Tonterías de viejos decrépitos! ¿Qué podían saber ellos de las condiciones de vida? O por qué tenían que hacer lo que tenían que hacer. Eran solo un grupo de ancianos pomposos que se ponían viejas túnicas polvorientas y señalaban a cualquiera que no les gustara. Si realmente querían cambiar la ciudad, primero deberían de salirse de sus traseros y echar una mirada al mundo real, fuera de sus seguros y sagrados muros.
              ¡Demonios! ¿Qué están esperando? —preguntó, molesto al ver que aun los seguían y las balas pasaban por encima de su cabeza. Uno de los chicos—el novato—estaba en una esquina, sosteniendo su cañón fuertemente contra su pecho, el rostro aterrado. Le dio una patada al asiento de junto, haciéndolo espabilar. —¡¿Qué?! ¿Quieres que te agarre la mano mientras disparas, pedazo de mierda? —normalmente no le gustaba hablar así, pero tenía que esclarecer quien era el superior ahí.
El chico pareció reaccionar y se puso de pie, colocándose en posición para disparar, al igual que los otros dos de sus compañeros.
              ¡Dispara de una puta vez! —gruñó, molesto.
              Sí. —respondió, tragando en seco. Se giró, colocando el arma sobre el respaldo, buscando un buen ángulo. Esperó hasta que el pitido en el arma le indicó que estaba cargada y lista para disparar, pero no podía apuntar correctamente con el movimiento errático que tenía el vehículo. —¿Podrías enderezar el vehículo un poco? No puedo apuntar con tanto ajetreo.
              Te daré 10 segundos, eso es todo. Si me mantengo en la misma posición seremos blanco fácil.
              Entonces, solo una bala, ¿no es así? —dijo, sonriendo mientras miraba por la pequeña mirilla hacia el vehículo, tratando de fijar al conductor.
              Exacto. Falla y morimos.
Sonrió ante aquel pensamiento. Dejó de zigzaguear, pero sin dejar de girar. Aun no era tiempo.
Justo como si supiera, después de dar vuelta en un callejón, advirtió a su compañero, dándole cancha a que disparara cuando lo tuviera en la mira.
              ¡Ahora!
Haciendo caso a la orden de su compañero, el novato disparó y el parabrisas de los persecutores estalló, quedando manchado de sangre. Se movió erráticamente unos segundos, perdiendo el control y salió fuera del camino, rodando varias veces hasta estrellarse contra un viejo edificio que aplastó el vehículo y a sus pasajeros. Una pequeña explosión detrás  del retrovisor les indicó que el disparo había sido un éxito.
El conductor sonrió al novato, agradecido por su buena puntería.
Pero la emoción duro muy poco.
El sonido de un edificio colapsando le hizo mirar a través del retrovisor. Entre las nubes de polvo, un vehículo—bastante más nuevo—sobresalió, dando un salto fuera del polvo, dejando una pequeña línea hasta que cayó al suelo nuevamente.
Los que iban sobre él eran tres personas. Pero uno de ellos llamó su atención. ¡Era enorme! Como esas bestias de las que se habían estado hablando últimamente y que aseguraban los medios que se escondían en las cloacas.
              ¡Chicos, tenemos compañía! —les advirtió, golpeando con su puño la cabina.
El vehículo rápidamente ganaba velocidad y bien que podía ver a uno de los tres ocupantes de éste ponerse de pie, sobresaliendo de entre el gigantón. Una larga melena pelirroja se sacudió, casi como una bandera que anunciaba la llegada de un gran y feroz enemigo.
El vehículo dio un salto, provocando que tuviera que frenar y acelerar para no perder el ritmo y salir volando. Algo había golpeado la parte trasera del parachoques.
              ¿Qué carajos…? —dijo, sin poder terminar ya que el vehículo los volvió a embestir, empujándolos hacia adelante, tratando de sacarlos del camino.
Maniobró con destreza, resistiéndose a salir volando y mantenerse derecho, pero sus nuevos persecutores eran rápidos y no les importaba que ellos también pudieran salir y estrellarse contra una pared.
No eran unos amateurs. Eran profesionales. Asesinos. ¿Cazadores? No. Eran algo peor.
              ¡Mierda! ¡Refuerzos! ¡Son refuerzos! —gritó uno de sus compañeros, levantándose de su asiento mientras los observaba con los binoculares, pero poco tiempo estuvo así ya que rápidamente sus brazos cayeron a sus lados y salió fuera del vehículo.
¡Malditos!
Giró, pero sabía muy bien que se les estaba acabando el camino. Pronto se verían rodeados por los muros. E incluso aunque girara, los otros Fledermaus ya habrían acordonado la zona y los tendrían encerrados en el viejo perímetro de construcción abandonado. Era una suerte que aún no hubieran mandado a detonar toda la zona. Algo esperaban.
              ¡Paxil! —alguien llamó su nombre, pero cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde. Algo se acercaba a su costado y embestía con fuerza la cabina, del lado del conductor.
El vehículo salió volando por los aires, como si fuera un auto de juguete y, dando vueltas al caer, una nueva embestida llegó, arrinconándolos contra una pared, que crujió al sentir la fuerza aplastante.
Salieron del vehículo, tomando sus armas y antes de poder disparar al enorme monstruo que atacaba su coche, una mancha roja apareció delante de ellos, desarmándolos. Hubo miembros caídos—cabezas rodando, manos sin dueños (una de ellas era de él) y armas cortadas por la mitad— antes de ver como su propia sangre formaba un enorme charco de sangre, sobre el cual estaba parada una belleza que en lugar de brazo tenía una larga hoja que salía desde su codo hasta donde deberían estar sus dedos.
              Tengo unas preguntas que hacerles. Espero y cooperen conmigo amablemente, ¿sí? —el tono de su voz era tranquilo, casi vacío.
              ¿Quién va a “cooperar” contigo, perra? —gritó uno de sus compañeros, escupiéndole a la cara.
Nova miró a su lado izquierdo y caminó hacia el responsable. Tyler iba a decir algo, pero al ver la expresión de su hermana decidió mejor permanecer dentro del vehículo. Él no era necesario y tampoco quería intervenir a lo que se aproximaba.
El sujeto levantó la mirada, encontrándose con la de Nova, quien lo tomó de los cabellos y, con la otra mano, en un movimiento rápido y limpio, digno de alabanza por la precisión con la que lo realizaba, le cortó la cabeza.
Levantó la cabeza al aire, dándole un puntapié al cuerpo para que cayera de espaldas contra el suelo.
              Volveré a repetir: tengo unas preguntas que hacerles, espero y cooperen conmigo amablemente. —sus cejas se unieron, frunciendo su entrecejo y dándole un aspecto más atemorizante. —De lo contrario les cortaré la maldita cabeza. ¿Entendido? —advirtió, gritando con tanta fuerza que los que aún seguían en shock por el dolor de haber perdido una extremidad asintieron, olvidándose del dolor. —Bien. ¡Tyler, encárgate!
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Se detuvo, sentándose sobre un viejo árbol caído. Alejándose un poco de los festejos por su reciente adquirida libertad. Realmente necesitaba un poco de paz, estar a solas consigo mismo y respirar libremente sin tener que ser sometido a los largos cuestionamientos que los demás estaban debatiendo.
El bosque era tranquilizante. Después de estar encerrados, con gritos por todos lados, ya fueran por los que eran torturados o por los que vivían presas de sus propios recuerdos, el sonido de las cigarras y de los búhos que se movían de copa en copa, observándolos con curiosidad, pero sin acercarse demasiado, era algo agradable.
Aun no tenían un plan como tal. Los Cazadores estaban divididos. Algunos querían un líder—a pesar de nunca haber tenido uno— y otros solo deseaban olvidar. De cualquier forma en ambos casos se habían dado cuenta que, por el momento, la mejor decisión era permanecer juntos.
Después del altercado con aquel vampiro había quedado en claro que tenían mayor posibilidad de sobrevivir juntos que separados.
Eran un blanco fácil al moverse en un grupo grande, pero también tenía sus cosas buenas.
Aun así no podía decir que estaba cómodo con toda esta situación. ¡Malditos instintos de cazador solitario! Los habían adoctrinado  demasiado bien y él sabía que aquellos pensamientos de inconformidad provenían de las viejas costumbres que les habían enseñado.
Chasqueó la lengua, molesto consigo mismo por no poder deshacerse de esos recuerdos. Pero era difícil. Era como si hubieran estado toda su vida ahí, debajo de su piel.
Se giró hacia donde estaban sus “compañeros”. Todos estaban confundidos. Y estaba seguro que todos tenían sus propios demonios a los que enfrentarse en esos momentos. Él no era el único que estaba experimentando la incertidumbre del ¿Y ahora qué?
Era la primera vez que estaban fuera, libres sin tener un collar alrededor de sus cuellos o alguien que les estuviera ordenando.
Era abrumador el pensar en tantas cosas. Pero por el momento sería mejor solo dejarlo ser. ¿Darle muchas vueltas a algo realmente ayudaría al grupo? No, de momento. Tampoco significaba que evadiría el tema para siempre, o que lo dejaría para cuando fuera el momento adecuado, pero tenía que tener la cabeza fría.
Sostuvo su cuchillo, mirando el filo que se reflejaba por la luz de la luna. Algo tan hermoso y peligroso. Aun no podía creer que era libre. ¿Realmente su libertad podría durar? ¿O era una ilusión fugaz? El simple pensamiento de tener que volver a estar encerrado y ser la mascota de esos malditos le revolvía el estómago, provocándole una furia extraña.
Sopesaba la idea de que ser capaces de disfrutar de esta libertad mientras había muchos más como ellos dentro de la ciudad Zweilicht, encerrados, sufriendo, siendo utilizados para fines desconocidos, sin tener  conocimiento—ni esperanza—de que podrían ser libres.
Cerró los ojos, apretando el cuchillo entre sus manos. No quería aceptar que, después de todo, esas enseñanzas de matar eran la única razón por la que hoy seguía vivo. Porque sería como decir que agradecía a su captor por haberlo domesticado.
El ruido de pasos acercándose le advirtió que alguien había violado el perímetro.
Se levantó, alertando a los demás, quienes dejaron sus festejos y se acercaron, poniéndose en guardia, mirando alrededor hacia el bosque en busca de movimiento sospechoso, en caso de que los hubieran rodeado y tuvieran que escapar.
El crujido de las hojas y pequeñas ramas secas indicó la dirección del norte. Y todos los ojos fueron hacia ella, sin dejar de vigilar los demás puntos ciegos.
Dos figuras enormes aparecieron de entre las sombras, saliendo de entre los arbustos. Rápidamente a esas dos figuras se le unieron otras dos más, un hombre y una mujer.
Weres.
No tenían que decir quiénes eran. Ellos sabían muy bien con solo mirarlos una vez y podían estar seguros de su naturaleza.
Tragó en seco, sintiéndose extrañamente nervioso. No era la primera vez que veía weres, de hecho estaba acostumbrado ya que había varios descendientes dentro de los Cazadores. Pero había algo en ellos que simplemente no le daba confianza.
Apretó el cuchillo, preparándose para atacar en el mismo momento en que alguno de ellos hiciera algún movimiento brusco.
De repente, se dio cuenta que si era un ataque la estrategia no tenía mucho sentido. Es decir, ¿dejarse ver? ¿Llegar directamente y ni siquiera saltar encima del enemigo?
Bajó el arma. Los weres no venían a atacarlos. Entonces, ¿a qué habían venido exactamente?
Antes de que alguien más pudiera adelantársele, Mao habló, recordando los rostros de aquellos hombres—que ahora no eran desconocidos—.
              Ustedes son los weres que estaban en el bosque de los Azules. —dijo, seguro. El más alto de entre los cuatro presentes ahí asintió suavemente, dando un paso hacia adelante y Mao, como algo normal, retrocedió, aferrando el mango de su cuchillo con fuerza.
              Y ustedes son los Cazadores que no estaban dando caza. Asesinaron a muchos de los nuestros. —no estaba buscando recriminarles nada, pero tenían que ser honestos entre ellos y no andarse por las ramas con palabrerías bonitas y presentaciones innecesarias.
Mao no podía negar que aquello le había calado fuerte, pero admiraba la honestidad del were.
Sin embargo, no todos compartían el mismo sentimiento. Uno de los Cazadores saltó hacia adelante, enojado.
              ¡Ustedes hicieron lo mismo! —respondió, alzando la voz y los demás le aplaudieron, asintiendo con gestos amenazantes, que a Mao solo le recordaron que ellos aún eran muy jóvenes y estúpidos para entender una conversación de adultos.
Mao levantó su mano, indicándoles que se calmaran y retrocedieran, no como una advertencia, sino como un consejo de alguien con mayor experiencia.
              ¡Alto! —miró por encima de su hombro y los chicos obedecieron, a regañadientes, retrocediendo y cerrando la boca. Mao se giró hacia los weres, al más alto en específico, mirándolo directamente y sin vacilación. Apretó los labios, sintiéndose incomodo por lo que iba a hacer. No sabía si funcionaría, pero tendría que intentarlo si quería cambiar viejas costumbres. —Sobre eso… lo siento.
Se sentía extraño el tener que decirlo en voz alta. En su mente sonaba descabellado, pero ahora cuando se oía a si mismo se daba cuenta de lo ridículo que se escuchaba pidiendo disculpas por matar a alguien que también había intentado matarlo.
Aunque, si era honesto, él había sido el primero en atacar. Cualquiera habría saltado sobre el intruso que llegaba a su casa a intentar arrancarle la cabeza, ¿no?
              ¡¿Y creen que con eso será suficiente?! ¡Ustedes…! —bramó Kadar, pero Randolph levantó su puño al aire, indicándole que retrocediera.
              Silencio, Kadar. —advirtió y el gran hombre obedeció, disculpándose.
Había mucha tensión en ambos grupos. Era imposible no sentirla, casi asfixiante.
              Supongo que esta conversación se volvió en una charla de alfas, ¿verdad? —dijo alguien detrás, alguno de los miembros de los Cazadores. Hubo unas pequeñas risillas, aunque por las expresiones de otros no estaban tan de acuerdo con ello.
Randolph era alguien muy hábil para darse cuenta que el grupo de Cazadores estaba dividido. Y que había fuertes rencores sin resolver entre ellos. No había una organización.
El chico delante de él parecía tener el mando, pero no era algo definitivo. Tal vez temporal.
Realmente no conocía bien la forma en que estaban organizadas las manadas de Cazadores, pero no había una unidad, eso se podía ver a leguas. Eran solitarios, como todo cazador solitario es mejor no tener un grupo del cual depender o un líder al cual obedecer. Ellos eran mascotas de los vampiros, así que no era de extrañar que tuvieran esa actitud con respecto a su manada.
                Necesito hablar con su líder. —al ver las expresiones confundidas y divertidas de los Cazadores se corrigió a sí mismo. —¿Su jefe? ¿Su alfa? ¿La persona que esté a cargo de todo su grupo?
                Nosotros no tenemos a alguien así. —lo sabía, pensó Randolph para sí mismo, sonriendo internamente. Arqueó una ceja. —No somos una sociedad, Alfa. Somos independientes. Lo que significa que…
                …que cada uno cuida de sí mismo. —completó Randolph.
                Así es.
                Por favor, solo necesito que escuchen lo que tengo que decir. —dijo Randolph, pidiendo con amabilidad, sorprendiendo a los Cazadores por el repentino cambio de humor del were.
Una chica se le acercó al chico delante de él, susurrándole algo al oído.
¿Podrías hacerlo, Mao? No perdemos nada. A lo que asintió, no muy convencido, pero al ver los rostros de sus compañeros se dio cuenta que no tenía muchas opciones.
              Necesito unos minutos. —dijo Randolph a sus hombres y estos asintieron en silencio.
              Los tienes. Esperaremos a unos metros. —dijo el chico de cabello largo—Alo—que compartía los mismos rasgos que la chica.
              Chicos, retrocedan. —ordenó Mao, pero rápidamente Derno se negó, llevándole la contraria, para variar.
              ¿Crees que te vamos a dejar a solas con él? —sin tener el mínimo reparo en señalar al Alfa, provocando que los demás weres se levantaran desde donde estaban, enojados. Mao asintió, empujándolo.
              Sí, lo harán.
              Pero… —quiso replicar, pero Emba se le adelantó, tomándolo del brazo, negando suavemente en una advertencia de que debía dejar el asunto.
              Compórtate, Derno. Nos estás humillando delante del Alfa.
Derno bajó la cabeza, avergonzado consigo mismo y chasqueó la lengua. No removió la mano de Emba de su brazo.
              Lo siento. —aunque nadie sabía si era a Emba, a Mao o a Randolph la disculpa. Sus ojos fueron hacia Mao. —Si vemos algo extraño, intervendremos.
              Lo tendré en cuenta.
Randolph no sabía si su relación era buena o mala. Estaba un poco confundido por todas las señales, pero prefería darle el beneficio de la duda.
                Estamos solos. —declaró Mao, tomando asiento de nuevo sobre el viejo árbol. Randolph se colocó en cuclillas, y aun así se veía tan grande.
                Gracias.
                Su visita no es solo para hacer las paces, ¿verdad?
Randolph sonrió al ver que el chico tampoco se andaba por las ramas, iba directo al grano.
                Eres rápido. Bien.
                ¿Y? ¿Qué es lo que quieren? —incluso sabía que querían algo de ellos. Claro, de lo contrario no habrían ido a buscarlos a mitad de la noche al bosque a su campamento.
                Necesito que me ayuden a entrar.
                ¿Entrar? ¿A dónde? —Mao lo presentía, pero quería estar 100% seguro de la locura que iba a decir aquel hombre.
                A ciudad Zweilicht.
Hubo silencio por unos segundos. Mao miró por encima de su hombro hacia sus compañeros y luego hacia los weres que los miraban del otro lado, probablemente escuchando todo lo que decían. Arqueó una ceja y se echó hacia atrás, suspirando.
Meditó unos segundos lo que le estaba pidiendo el were y después, sucedió algo inusual, Mao rió. Una carcajada de verdad.
              Bromeas, ¿verdad?
Pero no había una pizca de duda en la expresión del were delante de él. Es más, se veía más firme y decidido que nada.
              Es un suicidio, Alfa…
              Randolph. ­—se presentó, diciéndole su nombre. —Me llamo Randolph.
              ¿Sabes lo que nos estas pidiendo? Eso es…
              Ustedes no tienen que venir sino quieren. —por alguna razón la excusa del alfa no le hacía gracia. Era obvio que no quería regresar a ciudad Zweilicht, ni en su peor pesadilla, pero le molestaba que le negaran ese derecho cuando él, Mao, podía hacer lo que se le pegara en gana.
              ¿Y qué pasa si queremos ir, eh?
              ¿Regresarían?
              ¡Solo muertos! —rió, burlándose. Aspiró profundamente, tratando de tranquilizarse. —¿Por qué quieres ir allá? —iba a preguntar si era suicida o idiota, pero era difícil saberlo con los weres, así que mejor decidió irse por terreno más sólido y que no sonara tan grosero con el were.
              Necesito salvar a alguien.
****

Justo como había previsto, no era el único que estaba siendo torturado aquí. Había cientos de personas.
Era una especie de cafetería.
Alguien me empujo, indicándome que me mantuviera en la fila y, sin darme cuenta cuándo, una charola había aparecido entre mis manos. Todos parecían heridos, viejos, enfermos, sucios, a pesar de que el lugar rebosaba de blanco. Había guardias armados en cada pared, vigilándonos y podía sentir las cámaras ocultas entre las paredes, muy bien ocultas porque no podía verlas.
Todos llevaban collares, llevaban el cabello corto—casi como el mío—demostrando que no había individualidad, y nadie hablaba con nadie. Bueno, ¿Qué esperaba? Éramos prisioneros.
No sabía si era mi imaginación o era verdad que la gente me miraba más de lo normal. Diablos, como odiaba la atención. Quería creer que era porque yo tenía un bonito bozal y ellos no.
Cuando avanzaba, la gente avanzaba tres pasos, como si temieran que los fuera a apuñalar. Bien, al menos sabían que podía hacerlo. Y mejor que lo creyeran y no lo experimentaran de mano propia.
¿Realmente es él?
Era la pregunta que flotaba en el aire. No sabía si se referían a mí o a él, pero definitivamente era yo a quien miraban.
Me colocaron algo similar a una pasta café grumosa y un pedazo de pan mohoso junto.
Me alegré de no tener apetito. Así que avancé y me senté en una de las mesas más lejanas, colocando la charola enfrente de mí. No sabía qué clase de juego era este, pero era algo estúpido. Es decir, ¿Comida sólida y bozal? Wow, que gran combinación.
Apreté los puños sobre la mesa al sentir que ya no era el único en la mesa. Dos hombres estaban a mis costados, mirándome fijamente. Uno con cara de idiota y otro con la cara llena de cicatrices que era casi imposible de diferenciar.
              Hola, nuevo. ¿Disfrutando tu primer día en el pabellón? —dijo el que tenía cara de idiota, esbozando una media sonrisa, mostrando sus dientes podridos y su mandíbula salida, como si se la hubieran desencajado.
             
              Queo quesh mudo. —dijo el que no tenía cara. Al parecer su cara no era lo único que no tenía.
              ¡Más bien insolente!
Arqueé la ceja, mirándolo cuando golpeó la mesa, tirando toda la asquerosa comida sobre ella.
Los demás a nuestro alrededor nos estaban mirando ahora, con curiosidad. Había otros que, al parecer como yo, habían sido ya abordados por estos rufianes y mejor decidían bajar la cabeza, hundiéndose en sus hombros.
              ¡Hey, te estoy hablando! —volvió a gritar. Apreté mis manos, sintiendo mis uñas clavarse contra mis palmas. Quería golpearlo. ¿Sería prudente? ¿Qué tal si me disparaban por golpearlos, aunque fueran unos imbéciles? Levanté la mirada hacia él. —Ahora, escucha atentamente, porque no lo volveremos a repetir. Aquí tenemos algunas reglas. La primera y más importante es que YO controlo todo aquí. ¡¿Entendido?! —salté sobre mi asiento. No por miedo, sino que su voz me molestaba.  Era demasiado rasposa y parecía que no sabía bien cuando tragar saliva. —Así que tu trasero me pertenece y puedo…
No lo dejé terminar. Rápidamente me le lancé encima de él y, tomándolo del cuello, lo estrellé contra la mesa. El otro intentó acercarse, pero tomé la bandeja de comida y lo golpeé con ella en el costado izquierdo, provocando que el chico cayera al suelo, sobándose.
Iba a levantarse de la mesa, cuando lo volví a empujar contra ella, presionando su rostro, aun ejerciendo presión del cuello. No era la primera vez que me había enfrentado a un idiota petulante, pero si la primera que había tomado mi tiempo antes de darle su merecido.
              Ahora escúchame tú a mí, pedazo de mierda. —dije, acercándome a su oreja. —¡Jodete! Me importa un bledo tus reglas. ¡Yo no soy de tu propiedad! Pruébame una vez más—o cualquiera de los presentes—y te mataré. —dije mientras miraba a los demás espectadores que nos observaban, apartándose.
Los guardias no habían intervenido, así que asumí que era algo natural que los reclusos pelearan entre ellos. Además, no lo había matado, solo lo había golpeado un poco. Yo no iba a ser el eslabón más débil dentro de esta prisión y tampoco sería de la propiedad de nadie—ni de Thomas Dale—.
              Tú… —intentó decir, pero cuando ejercí más presión en su cuello, gruñó, retorciéndose de dolor.
              Chicos, tranquilos. —la tercera voz de alguien desconocido me hizo levantar la mirada hacia un alto hombre que se acercaba hacia nosotros. Me miró fijamente, dándome cuenta que era más alto que yo y tenía que levantar la mirada para verlo directamente. Se sentó frente a mí y yo, sin saber qué más hacer, liberé al bravucón. —Yo me haré cargo.
Se levantó, maldiciendo y sobándose el cuello, mientras se alejaba, seguido por su amigo, al cual apartó molesto.
Mis ojos fueron al chico delante de mí, que había colocado sus brazos sobre la mesa, juntando sus manos, dejando ver que su mano derecha no era normal. Estaba hecha de metal.
              Hola. Lamento eso. —dijo, señalando hacia donde los chicos se habían ido. —Ello solo… —le corté de inmediato, levantando mi mano, estaba demasiado cansado de oír hablar gente. Me comenzaba a doler la cabeza.
              No te esfuerces demasiado. ¿Qué quieres?
              ¿Cómo sabes que quiero algo? Tal vez solo quiero ser amable y saludar.
Arqueé una ceja y asentí, escéptico.
              Ajá. Gracias por tu amabilidad, entonces. —dije, tomando mi bandera doblada y poniéndome de pie, pero el chico me tomó del brazo, forzándome a sentarme de nuevo. El frio del metal y el agarre eran extraños, como si fuera una pinza. Gruñí y él pareció darse cuenta que había usado demasiada fuerza.  
              Está bien, si quiero algo. —admitió, sonrojándose y bajando un poco la voz.
Rodé los ojos, suspirando, sobándome donde me había agarrado. Se me había puesto rojo el brazo.  
              Lo sabía, todos quieren algo. —me hice el ofendido, aunque no lo estaba en realidad. Era algo normal.
              ¿Qué quieres tú? —preguntó, curioso. Suspiré.
              Paz. Tengo cosas que pensar y no puedo hacerlo si todos continúan molestándome.
              ¿Como huir?
Me giré hacia él, arqueando una ceja y mirándolo con mayor interés. Al parecer ahora si me interesaba lo que tenía que decir. ¿Quién sabe? No perdería nada si lo escuchaba. Porque si pensaba que podría sacarme algo de información o le soltaría la lengua, estaba muy equivocado.
Me senté mejor sobre la mesa, empujando la charola a un lado, haciéndole ademan que continuara.
              Te vi. Arriba. —indicó, moviendo los ojos y silbando suavemente. Rápidamente entendí que no se trataba de lo que había pasado en la jaula, sino cuando me había encontrado con Thomas Dale, en campo abierto. —Eso fue sorprendente, amigo. Acabaste con esa tipa fácilmente.
              No fue tan difícil.
              ¿Y lo que hiciste en la jaula? ¡WOW! —ahora parecía un niño pequeño, demasiado emocionado. No sabía si debía compartir el mismo sentimiento, pero, lamentablemente para él, no lo hacía. Apenas podía recordar cosas de lo que había pasado allí. Y lo que recordaba era confuso y extraño. —Obviamente tienes experiencia matando vampiros. Muchos aquí la tenemos. —así que era algo muy común. No era de sorprender, todos eran prisioneros, sobrevivientes y no lo habían hecho solo siendo pacifistas y ondeando banderas blancas. Tenían que saber defenderse y matar cuando fuese necesario, de lo contrario no habría tantos dentro de la cafetería. El pareció ver que me sumergía en mis pensamientos, porque continuó. —Pero lleva años desde la última vez que uno mató un vampiro aquí. —creo que intentaba animarme. —Tú eres…
              ¿A dónde quieres llegar con todo esto? —sintiendo el fuerte punzón en mi cabeza. Esta conversación me estaba cansando demasiado. Tenía que terminarla ahora y regresar a mi habitación—si es que podría—.
              Ayúdanos. Este lugar es un infierno. —al menos no estaba ciego como para darse cuenta de lo obvio.
              ¿Por qué debería? Yo solo podría encontrar una salida por mi cuenta.
              ¿Solo? Esa no es una buena idea.
              ¿Por qué?
              Necesitas tener aliados, gente de tu lado.
              ¿Algo así como amigos?
              Si quieres puedes llamarlos así, pero es mejor tener alguien en quien confiar que estar solo y tener que enfrentarte a toda esta mierda por tu cuenta.
Tenía un punto, no lo iba a negar.
              Tal vez disfruto de la soledad.
              Entonces estas destinado a morir. Deja de ser tan obstinado y hazme caso. Si quieres salir de aquí, necesitas socios en los cuales confiar, quienes te protejan y te ayuden cuando lo necesites.
Tenía razón, nuevamente. Normalmente formar parte de un grupo no era algo que me llamara la atención, pero si era honesto conmigo mismo tendría más posibilidades de sobrevivir estando en uno.
              ¿Necesitas una respuesta inmediata? —pregunté, nervioso. Tal vez era una de esas cosas que solo pasaban una sola vez y si no me apresuraba, la oferta expiraría.
              La verdad, sí. Pero creo que esto es algo que necesitas pensar. Aun sigues bajo los efectos de las drogas, así no podrás darme una respuesta favorable. Esperaré.
              Gracias.
              Aunque te sugiero que te apresures. Está comenzando. Y tal vez sea demasiado tarde cuando nos busques.
No sabía a lo que se refería, pero rápidamente me di cuenta que tenía razón. Algo había comenzado.
Los guardias que estaban rodeándonos, ahora levantaban sus armas hacia nosotros y sonaba una fuerte alarma que solo aumentaba mi dolor de cabeza.
Todos se pusieron de pie, empujando las mesas y los guardias nos congregaban en el centro. Pude ver a mi amigo—del cual no sabía ni su nombre—del otro lado, mirándome con una media sonrisa. No sabía si intentaba tranquilizarme o solo quería ser amable, pero ninguna de las dos cosas me servía. Necesitaba respuestas a lo que estaba sucediendo.
La gente se arremolinaba en el centro, empujándose y frotándose, todos sudorosos y nerviosos, llorando y gritando, mientras algunos solo rodaban los ojos, como acostumbrados a esta clase de actos.
Alguien me tomó del brazo, jalándome hacia abajo.
Mis ojos se encontraron con una pequeña de cabellos revueltos y llena de mocos. Intenté apartarme, pero ella se aferraba, arañándome.
              ¿Qué estás…? —gruñí, listo para empujarla o golpearla, lo primero que fuera y que la obligara a liberarme.
              ¿Usted es Jason Snyder? —preguntó, sorbiéndose los mocos y limpiándose con el hombro.
Asentí, inseguro de si debía o no revelar mi identidad.
Ella sonrió, aliviada y, antes de liberarme, se escuchó un sonido metálico y caí de rodillas.
Algo frío estaba alrededor de mi muñeca y, siguiendo una pequeña cadena, vi una enorme bola que estaba en el suelo, debajo de la niña, que ahora salía corriendo, no sin antes girarse y sonreir, limpiándose los mocos con el dorso de la mano.
              El señor Dale dice; bienvenido, Jason.
Lo siguiente que supe es que el suelo había desaparecido y que todos caímos. Gritos de terror resonaron, mientras yo era jalado con mayor velocidad hacia el fondo de lo que parecía ser una fosa oscura.
Solo alcance a ver una luz, alejándose sobre mi cabeza, antes de pelear contra la pesa que me jalaba hacia abajo.
*********

Los niños seguían jugando. Esta vez lo niños weres se habían transformado, dejando ver sus verdaderas formas—un pequeño zorro y dos lobos cafés—.
A pesar de haberse sorprendido un poco al verlos cambiar, los niños humanos no se apartaron. En su lugar, maravillados, comenzaron a jugar a las atrapadas, lanzándose la pelota de un lado a otro y acariciando el pelaje de los niños weres.
Era una escena extraña de ver, pero no algo que resultara imposible.
Sin embargo, los problemas vinieron cuando escucharon a los adultos corriendo de un lado a otro. No eran sus padres, eran los centinelas y también los hombres de Joe, el nuevo líder de la Colonia, que vestían trajes de cuerpo completo y máscaras. Al ver como colocaban varios contenedores en el centro de la plaza, se dieron cuenta que algo andaba mal.
Como si los niños weres pudieran prever lo que sucedería, volvieron a sus formas humanas y tomaron a sus nuevos amigos, alejándose de la plaza.
Al darse cuenta que no sabían hacia dónde dirigirse, fueron los niños humanos quienes los condujeron, llevándolos lo más lejos posible de la plaza y de aquel extraño gas que provocaba que les doliera la cabeza.
              ¡Veneno! —gritó uno de los niños y todos corrieron nuevamente, cubriendo sus bocas con sus ropas aunque era difícil no respirar un poco de aquel gas.
Cuando giraron, se encontraron con un hombre en traje que estaba esparciendo el gas con una manguera hacia los dormitorios. Cuando se dio cuenta de su presencia, roció a una de las niñas a la cara y ésta cayó al suelo. Sin pensarlo, uno de los weres cambió y se le lanzó encima, arrancándole la máscara, pero quedando igual dentro de los gases.
Todos corrieron, pero por todos lados el gas se extendía rápidamente, cubriendo todas las secciones de la Colonia. Incluso jurarían haber visto a algunas personas que no habían caído por los efectos de los gases, eran sometidas hasta que finalmente caían.
Un disparo resonó. Y después se le unieron más.
¿Los estaban matando? ¡Oh, por Dios!
Algo los jaló, metiéndolos dentro de una habitación. Se resistieron, pero cuando vieron de quien se trataba, los niños humanos se arrojaron a sus brazos, aliviados. Los niños weres mantuvieron su distancia, solo observando, entre confundidos y asustados.
Emily les devolvió el abrazo y rápidamente los apartó, indicándoles que guardaran silencio y la siguieran.
Todos los hicieron y rápidamente llegaron hacia una vieja bodega, provocando la desconfianza en todos los niños. Pero cuando vieron que Emily empujaba unas cajas y dejaba al descubierto una pequeña compuerta, entendieron que los estaba llevando a una salida de emergencia.
              Dense prisa, niños. —les indicó, animándolos a que entraran.
              Pero…
              No hay tiempo. Tienen que ir por los weres y los Cazadores.
              ¿Qué? ¿Por qué?
              Estamos siendo atacados. Nos han traicionado. —explicó Emily y justo cuando los niños iban a preguntar algo más, la puerta por la que habían entrado crujió. —¡Rápido!
Los niños obedecieron, aterrados por los que golpeaban la puerta del otro lado. Eran los hombres malos que querían atraparlos.
Entraron en el pequeño y angosto espacio y comenzaron a gatear, apresurándose, mientras Emily les deseaba suerte y volvía a cubrir la pequeña reja con las cajas.
Se escucharon gritos y disparos del otro lado y después, cuando los niños casi salían, algo cogió de la pierna a uno de los niños humanos. Trataron de jalarlo, pero el adulto del otro lado lo había cogido demasiado bien. Solo alcanzaron a ver sus pequeñas manitas desapareciendo dentro del agujero del ducto, mientras ellos se alejaban, adentrándose en el bosque, siguiendo el rastro de su Alfa que aun permanecía en los alrededores del bosque.
Querían gritar y llorar, pero no había tiempo. Tenían que correr.

*****
[8 meses atrás —Cerca del Himalaya — Complejo Ingber (Acceso Restringido)]

Solo había tomado menos de 15 minutos para que toda la instalación fuera aniquilada. No había ningún sobreviviente, salvo él, pero él no formaba parte de los miembros del equipo que estaban designados a estar aquí.
Miró las pantallas dentro de la Sala de Vigilancia y vio que la prisión yacía en el suelo, partida a la mitad, mientras fragmentos de estacas ensangrentadas estaban dispersas por todas partes. Algunas habían sido “reutilizadas” y ahora estaban dentro de los cuerpos de los Fledermaus que estaban de guardia, los que no habían sido brutalmente despedazados por interponerse en el camino del prisionero.
Comenzó a caminar, viendo toda la masacre a su alrededor. Las paredes estaban manchadas con sangre y por todas partes había miembros ensangrentados y extraviados. Había grandes marcas de garras y parecía que habían golpeado las paredes con un marro, dejando grandes fisuras que iban desde formas circulares hasta cuartear toda la superficie, amenazando con ceder en cualquier momento.
El lugar estaba en completo silencio.
La brisa helada del exterior se colaba dentro del largo pasillo y la nieve había comenzado a amontonarse en la entrada. El único sonido era el de sus suelas con cada paso que daba, chapoteando sobre la gran cantidad de sangre bajo sus pies.
Casi podía escuchar el eco de los gritos y el sonido de las armasaun olía a pólvora. Había pequeñas estelas de munición en las paredes, evidencia de un fuerte enfrentamiento. Una mancha enorme de sangre en la pared como si hubiera estallado un globo lleno de pintura.
Pasó su mano sobre una de las paredes, acariciando aquella mancha ensangrentada con forma de mano que se deslizaba hasta casi toda el suelo, donde yacía su creadoro lo que quedaba de él.
Había sido una masacre. Nunca lo vieron venir. Aunque, igual si hubieran sabido, muy poco habrían podido hacer.
Se detuvo en el marco del largo pasillo que daba hacia la única salida del complejo, viendo aquella delicada figura a mitad de la nieve. Su belleza le arrebató el aliento, teniendo que parpadear varias veces para asegurarse de que aquella visión era real y no un producto de su imaginación. Tragó en seco al darse cuenta que había un pequeño rastro de pisadas carmesí que llevaban directo a ella, exponiendo a la hermosa mujer como la culpable de la masacre del complejo Ingber.
***********

Estaba nevando, al igual que aquella vez.
¿Deja vú?
Sonrió para sí misma, dejando salir las lágrimas que al deslizarse por sus mejillas removían los rastros de sangre en su barbilla, tiñéndose de un tenue rosa apagado.
Era libre.
Aspiró profundamente, más como un acto de libertad que por necesidad, ya que ella no requería del aire.
Pero su tranquilidad fue interrumpida por una mirada curiosa, un intruso grosero que no sabía que no debía molestarla.
              Mi señora. —se presentó el extraño delante de ella, haciendo una reverencia.
Evelyn se giró y saltó, rápidamente, derribando al dueño de aquella voz. Sus largas uñas se extendieron, apuntando a la garganta, quedando solo a escasos milímetros de tocar su piel.
Pero cuando Evelyn lo reconoció, en lugar de apartarse y disculparse, gritó, tomándolo del cuello con más fuerza, levantándolo del suelo. Era algo que no parecía creíble, que una mujer tan pequeña tuviera semejante fuerza para levantar el cuerpo de un hombre que la superaba en estatura y masa corporal.
Sus ojos lo observaban cuidadosamente, examinándolo. Parecía que la chica fuera a perder la cabeza en cualquier momento. Sus ojos rojos carmesí  iban desde su mentón hasta las puntas de su cabello y su entrecejo se fruncía cada vez más con cada segundo, desaprobando lo que veía.
Sin embargo, en lugar de arrancarle la cabeza, los ojos de Evelyn se humedecieron y, apretando su agarre, clavando con más fuerzas sus uñas a través de su ropa, gritó de rabia, como un animal herido.
El sonido de la voz de Evelyn fue más que suficiente para indicarle a Mark que se habían equivocado al intentar esta táctica. Incluso él lo había pensado, pero Ben siempre tenía sus propios planes y a él solo le quedaba acatarlos, aunque eso implicara que le hicieran pedazos por su imprudencia.
Podía sentirlo, en todo su cuerpo, como la adrenalina se había disparado. Sentía que no podía mentirle a esta mujer. Ya que si lo hacía, lo mataría.  
              Mi señora, yo solo… —se aventuró, pero ella clavó aún más sus uñas, sofocando su voz por los alaridos de dolor.
La mirada en el rostro de Evelyn se había tornado fría.
              No sé lo que pretendes lograr con todo esto, impostor, pero sí deseas seguir con esto, te mataré. —Mark tragó en seco al sentir la honestidad en esas palabras. Incluso aunque se podría decir que ellos compartían la misma sangre la sensación que le causaba era perturbadora. Quería gritar y vomitar al mismo tiempo. —Hay muy pocas cosas que puedo tolerar, y mancillar el recuerdo de mi querido amigo y más leal sirviente no es una de ellas. —ella lo acercó un poco más hacia su rostro, teniendo las ganas de llorar y suplicar perdón, algo muy raro en él. ¿Así que esto era el poder de la Realeza? —Así que te preguntaré; ¿qué es lo que pretendes al usar su rostro?
La mirada de Evelyn era tan intensa, era como si pudiera ver a través de su alma—algo que sonaba gracioso considerando su naturaleza—. Sus ojos rojos ahora brillaban y le producían toda clase de malestar que jamás había experimentado. Tragó en seco, sintiendo los temblores en sus manos.
Antes de que pudiera decir algo, Evelyn puntualizó, alargando su uña del dedo pulgar sobre la suave piel de su cuello.
              Si me mientes, te destruiré.
Evelyn no había dicho matar, sino destruir.
¿Acaso había algo peor que morir? Ciertamente, él no quería descubrirlo. Además estaba esa extraña sensación de no querer mentirle a esta persona delante de él.
              ¡Soy un aliado, mi Señora! —gritó Mark, esperando que sus palabras sonaran lo suficientemente honestas como para que Evelyn no lo destruyera ahí mismo.
              Tú no eres leal a mí, así que deja de llamarme así. —advirtió Evelyn y Mark se sintió avergonzado. ¿Por qué? Ese era el misterio.
Ella lo miró, estudiándolo nuevamente, tratando de descubrir si lo que decía era verdad o era mentira.
              Ahora lo soy. Mi última orden fue que yo obedecería a usted; Evelyn Raleigh. —confesó después de  tanto tiempo, recordando la promesa que había hecho hacía mucho tiempo. Él no podía fallar en cumplir con su promesa.
Evelyn esbozó una media sonrisa, riendo suavemente, lo que le provocó a Mark una enorme, y misteriosa, alegría.
              ¿Incluso si eso significa matar a tu antiguo amo, Mark? —el poder oír su nombre siendo pronunciado por ella le dio una gran satisfacción, casi se sentía halagado por semejante honor, que él creía no merecer. Incluso haciéndolo olvidar el hecho de cómo diablos había conseguido su nombre si él no se lo había dicho en ningún momento—si bien recordaba—.
              Si es lo que desea, lo haré. —admitió con toda la sinceridad que podía. No quería seguir repitiendo todo lo que Ben le había dicho. Él tenía una voz propia y la iba a usar, al menos delante de ella.
              ¿Me estás diciendo que no sentirías nada al matarlo?
              Lo haría, pero hice una promesa.
              ¿Una promesa, eh? Me gustaría saber a quién le hiciste esa promesa, Mark.  —presionó Evelyn, liberando un poco se agarre alrededor de su cuello y colocándolo en el suelo para que la mirara fijamente, pero a Mark se le hizo una descortesía, y avergonzado, bajó la mirada.
              A la persona que me dio mi libertad, mi Señora. —admitió, agachando la cabeza.
No fue sino hasta que sintió el frio tacto de Evelyn sobre sus cabellos que se atrevió a levantar la mirada, aun inseguro de si era algo que debía hacer.
              ¿Y me darías tu propia libertad? ¿Por qué, Mark? ¿Por una promesa? Eso suena difícil de creer. —dijo Evelyn, y por primera vez le mostró un poco de compasión, quitándose aquella mascara de frialdad. —¿Qué ganarías tú con todo esto? A mi parecer, no es algo muy justo. Puedes hacer lo que quieras, ir a donde quieras, ser lo que quieras, ¡y aquí estás! Pidiéndome ser mi sirviente. ¿Por qué?
Como si hubiera tocado el interior del corazón de Mark, apretó los labios, esbozando una media sonrisa, hundiéndose de hombros.
              Porque le prometí, a la persona que me salvó, que haría lo que yo quisiera sin arrepentirme. Y es hora de regresar ese favor.
              ¿Y pretendes utilizarme para conseguirlo? —la ceja de Evelyn se arqueó, escéptica.
              ¡No! Preten… ¡Quiero! Quiero que usted me utilice para conseguirlo.
Las cejas de Evelyn se juntaron, en una señal de confusión.
              La persona que me salvó, la persona a la cual yo amo con todo mi ser, me lo dijo; “Si todo parece perdido, búscala y ella te ayudará. Sé que lo hará." —la honestidad y la seguridad con la que Mark decía aquellas palabras realmente hacían sentir a Evelyn que él lo creía con todo su ser.
Creer en un par de palabras, eso podría resultar en una trampa o en algo peor; una desilusión. Ella sabía mucho de ello, el poder que tenían las palabras de alguien cercano. El peligro que conllevaba creerlas y no dudar.
De repente, sin poder ocultarlo, el rostro de Mark comenzó a cambiar, agitándose como si fuera agua hirviendo o si tuviera gusanos debajo de la piel. La estatura cambió, quedando casi a la misma que Evelyn, el cabello se recortó, oscureciéndose por completo, quedando casi en un estilo militar e incluso el color de sus ojos se tornaron de un verde césped.
Evelyn abrió la boca para decir algo, pero no pudo decir nada, solo se cubrió la boca con ambas manos, perpleja por lo que estaba viendo. No sabía si se trataba de alguna clase de broma, pero no podía negar los hechos; era él.
Evelyn alargó su mano, descubriendo su boca, hasta alcanzar la mejilla de “Mark”, quien solo se limitó a cerrar los ojos ante el suave contacto y—en un acto de sumisión y respeto— se hincó, haciendo una pequeña reverencia. Una que dejaba muy en claro su convicción y su lealtad, a pesar de la renuencia de Evelyn de poder confiar en alguien tan fácilmente.
Finalmente, después de examinar el rostro que había adoptado Mark decidió que bien podría darle el beneficio de la duda. No tenía que confiar en él, pero sí que lo utilizaría. Y si él se rebelaba en su contra, lo asesinaría.
              Mi vida la pertenece. Puede hacer lo que usted quiera conmigo. Yo le obedeceré fielmente y sin dudarlo. —dijo Mark, casi como si pudiera saber lo que pasaba en la cabeza de Evelyn.
Sonrió y se inclinó, tomándolo de la barbilla. Sus ojos se encontraron por vez primera, al menos a la misma altura, sin que Mark tuviera que desviar la mirada, como no merecedor de aquel privilegio.
              Ese es un rostro muy interesante el que tienes ahí, Mark. Me parece que es momento de que hablemos un poco más. Mi deseo es volver a conquistar este mundo, pero necesito información. ¿Me dirás todo lo que necesito saber?
              ¡Por supuesto!
              Entonces, vamos. Hay un largo camino que recorrer hasta la siguiente instalación. —dijo, sonriendo, divertida, pero el color carmesí en sus ojos le indicaba que su emoción provenía de otros pensamientos. Y la siguiente frase se lo confirmó. —Y los niños tienen hambre. Mucha hambre.
Un leve gruñido se escuchó detrás de ellos y, al girarse, Mark se dio cuenta que los guardias que habían estado custodiando a Evelyn Raleigh ahora se encontraban de pie, detrás de ellos. Sus ojos estaban vacíos, pero podía sentir la sed de sangre.
La maldición de los traidores. El estado más primitivo y deplorable para cualquier vampiro, ya que no eras consciente de tus acciones, eras solo una marioneta, una mascota que obedecía ciegamente a su amo—Evelyn Raleigh en este  caso—. Era un castigo por haber traicionado a tu amo, en el cual te privaban de tu libertad y estabas condenado a la sed de sangre.

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