Capitulo 9 - Competencia de Bastardos (parte 1)
[Capitulo 9 —Competencia de Bastardos —Parte
1]
Luz.
Había demasiada.
¿De dónde provenía? De todas partes.
¿Dónde me encontraba? La respuesta fue fácil
al darme cuenta que estaba en el centro de la habitación. Sin embargo mis pies
no alcanzaban a tocar el suelo, estaba sujeto a algo que me mantenía suspendido
en el aire.
Cuando intenté mover mis manos, sentí la
restricción de fuertes cadenas a mí alrededor, casi como si me hubieran
envuelto con ellas. Bajé la mirada, aunque poco podía observar con el collar
que estaba sujeto a la parte de atrás de las mismas cadenas, manteniéndome en
una posición recta, grandes candados aparecían de aquí y allá, como pequeños
moños entre las cadenas, dándole más fuerza al agarre.
Mis manos estaban cubiertas por dos enormes
cilindros que llegaban hasta la mitad de mis antebrazos. Había algo extraño en
su interior, como una masa que me impedía mover mis dedos dentro de ella. Moví
mis manos, pero me di cuenta que también estaban encadenadas por tres grandes
eslabones.
¿Cadenas? ¿En serio? Después de todos los
artilugios que habían utilizado para mantenerme controlado, ¿ahora volvían a
las cosas primitivas como grilletes y cadenas de acero?
Suspiré, dejando salir el aire de mis
pulmones, pero rápidamente lo hice me di cuenta que el aire no salía de la
misma forma. Sentía la calidez de mi propio aliento haciéndome cosquillas en
los labios. Algo cubría la mitad de mi rostro y por la forma en que no podía
abrir la boca, se podía decir que estaba asegurada, de alguna manera, a mi
dentadura.
—
Ni te esfuerces. —levanté la mirada
hacia aquel que se encontraba delante de mí, Thomas Dale. Para variar llevaba
el cabello corto, rapado por la mitad, mientras del otro lado caía una pequeña
cortina. Le hacía lucir más joven, pero obviamente fuera de lugar. No tenía
idea de donde sacaba sus outfits, pero necesitaba reconsiderar la permanencia
de su consejero en moda. Como siempre, lucía un bello y elegante traje, azul
marino, y zapatos de vestir. Esbozó una media sonrisa y se acercó, no
demasiado. —Oh, Jason. Eso fue… —se encorvó, hundiendo los hombros, suspirando.
— ¡Maravilloso!—aplaudió, sin dejar de sonreír y negar con la cabeza. — ¡Lo
sabía! Tú —me señaló—perteneces aquí.
Su emoción, en lugar de ser contagiosa,
resultaba chocante. De no haber sido por lo que tenía cubriéndome la boca se
habría dado cuenta que no compartíamos el mismo sentimiento de euforia.
—
Gané. —dije, y mi voz sonó incluso más
extraña. Ronca. Traté de ignorar ese hecho y continué. —Ahora…
—
¿Ganar? —sus cejas se elevaron y luego
volvieron a juntarse, frunciendo el ceño. —Oh, eso. No, querido. Aún no has
ganado.
—
¿Q-Qué? Pero yo… eso…
—
Eso fue solo tu iniciación.
—
¿Iniciación? ¿A qué te…?
—
La verdadera diversión comienza ahora.
—dijo, dándose la vuelta mientras se alejaba de mí y salía de la habitación, la
cual comenzó a llenarse de un extraño gas blanco, tan denso que podía verlo.
Me sacudí, tratando de liberarme, pero muy
poco podía hacer en esa posición y con todas esas cadenas envolviéndome. Me
retorcía en el aire, gritando y maldiciendo el nombre de Thomas Dale, pero lo
único que recibía era el eco de mis gritos y el gas acumulándose dentro de la
habitación.
Antes
de poder replicar algo más, comencé a sentir mis parpados pesados y la
habitación comenzó a desvanecerse lentamente hasta que mis ojos se fueron
cerrando.
Parpadeé varias veces, tratando de
resistirme, pero era inútil. Había un ligero calor en la parte trasera de mi
nuca que se iba extendiendo, deslizándose hasta que no podía sentir la lengua.
De no haber sido por las restricciones estaba seguro que me habría caído al
suelo.
**********
[Colonia]
Los adultos les habían ordenado que se
durmieran, pero era imposible para los jóvenes weres, que en lugar de sentirse
aterrados por estar un lugar desconocido, era todo lo contrario. Estaban
emocionados y no podían ocultar su curiosidad infantil por explorar cada rincón
de la enorme instalación.
Claro que cuando los adultos habían dicho que
no podían ir a otro lugar más que ese piso, en cual debían permanecer bajo el
ojo vigilante de sus padres y conocidos, su curiosidad solo había hecho más que
crecer.
Los pequeños se giraron al oír un shuseo
proveniente del final del pasillo, encontrándose con un grupo de humanos que,
por su estatura y apariencia, parecían
ser de su misma edad.
Los ojos de los niños weres brillaron con
curiosidad al darse cuenta de su presencia. Y, por las sonrisas en los rostros
de los otros niños, ellos también se emocionaron.
Uno de los niños humanos levantó una pelota y
les hizo un gesto con la cabeza, indicándoles que los siguieran. No hubo mucho
esfuerzo para convencerlos, y los weres no se negaron tampoco, por lo que en
segundos los niños weres iban detrás de ellos, ignorando por completo la
advertencia de sus padres.
******************
[Jason]
Cuando volví a abrir los ojos, esta vez no
había nada sujetándome. Podía moverme con total libertad. Creí que era libre,
solo por un momento, pero pronto me di cuenta que no era así. Algo obstruía mi
respiración y me impedía abrir la boca. Llevé la mano hacia mi boca, pero no la
sentí. En su lugar sentí el frio metal cubriéndome la boca, alrededor de toda
mi cabeza y podía saborear el metal con mi lengua en el interior, lo que
significaba que estaba ajustada dentro de mi boca, tal vez desde mi mandíbula o
mis encías.
¿Un bozal? ¿Finalmente me habían puesto un
BOZAL? ¿Eso me hacía ahora una más de sus mascotas, así como Trent?
El simple pensamiento hizo que me hirviera la
sangre.
El cuarto parecía sentir que estaba
despierto, porque las luces comenzaron a encenderse, hasta que el blanco cubrió
la habitación y a mí.
Entrecerré los ojos, tratando de soportar el
escocer de los ojos por la gran cantidad de luz que había en la habitación.
Parpadeé varias veces hasta que la luz se
hizo soportable, aunque no por eso menos molesta. ¡Maldita sea! Como odiaba esa forma de despertar, pero parecía que
los vampiros no estaban familiarizados con el significado de “ahorrar energía”.
De nuevo, una habitación blanca, sin ninguna
puerta visible, o algo más que decorara las paredes—al menos nada visible que
pudiera detectarse a simple vista—. O que pudiera utilizar para defenderme. Porque
estaba seguro que me miraban, podía sentir las miradas de extraños sobre mí.
Me erguí en la cama, sacando los pies primero
fuera de la cama y las sabanas. El piso era frío. Me dio escalofríos, erizando
la piel de mis brazos y el vello de la nuca. Apreté las sabanas, clavando las
uñas. No sabía por qué, pero podía sentirlo todo. Demasiado.
Mi cuerpo nunca se había sentido así de
sensible. Incluso el aire helado de la habitación se colaba debajo de mi piel y
la suavidad de las sabanas me provocaba un leve cosquilleo.
Tragué en seco y me puse de pie, parándome
con sumo cuidado, ya que aún me sentía débil, mareado. Me tomó unos segundos el
poder pararme bien, pero lo hice, sin necesidad de aferrarme al borde de la
cama.
Me sentía como un ciervo recién nacido y que
necesitaba de varios intentos antes de poder ponerme de pie por mí mismo.
Por primera vez en mucho tiempo mi cuerpo se
sentía mío y eso era lo extraño, porque tenía tiempo sin sentirme de esa
manera. Siempre sintiendo como si en realidad alguien más tuviera el control y
yo solo fuera el piloto automático, sin saber cuándo realmente iba a perder el
control y cuándo lo retomaría.
Me las arreglé para llegar hasta donde estaba
una pequeña repisa. Aferrando los dedos en la superficie al sentir como mis
piernas comenzaban a temblar y mis rodillas amenazaban con ceder en cualquier
segundo. Todo mi cuerpo temblaba. Me sentía tan frágil y débil ahí mismo, de
una forma que no podía explicar.
¿Era debido a él?
Levanté la mano y la miré, apretándola
suavemente. Repetí la misma acción varias veces antes de poder sentir la
tensión de los músculos cuando cerraba la mano y las uñas de mis dedos se
clavaban, suavemente, contra mi palma.
El dolor me hizo sentir vivo, nuevamente.
Mi reflejo en un espejo me saludó
inmediatamente cuando levanté la mirada, sintiendo el temblor de mis piernas.
Me miré fijamente durante unos segundos antes de asegurarme que ese delante de mí
era mi rostro.
Llevé la mano hacia mi reflejo y no pude
evitar sonreír. Una sonrisa verdadera, honesta, de esas que vienen del corazón
y no son un acto forzado. Aunque era difícil de ver debido al bozal que cubria
mi boca.
Mis ojos eran verdes, mi cabello castaño
estaba recortado en un estilo militar y aunque tenía pequeños cortes por todo
el rostro—recuerdos de batallas previas—todo parecía tan normal. Yo me sentía
normal. Me sentía humano. Por primera vez en toda mi vida, me sentía humano.
¿Realmente alguien sabia como se sentía eso? ¡Pues así como yo me sentía ahora
mismo!
Vivo.
Por alguna extraña razón comencé a llorar y
al ver las lágrimas deslizarse por mis mejillas me hizo sentir tan bien. Era la
primera vez en tanto tiempo que sentía mi cuerpo como si fuera mío, sin nadie
detrás de mí, controlándome.
A pesar de la sensación de alegría y alivio,
también había cierto vacío. No sabía cómo explicarlo, pero me sentía extraño.
Diferente. ¿Eso era algo bueno o malo? No tenía idea, pero por el momento no
quería pensar demasiado en ello.
Noté que encima de la repisa estaba un pequeño
rectángulo y en el centro de éste había lo que parecía un pequeño chip. Casi no
se veía, pero cuando rasqué con mi dedo, me di cuenta que lo era. Más pequeño
que mi uña. Decidí guardarlo.
Giré el rectángulo, y rápidamente me di
cuenta de que se trataba de un espejo. ¿Para qué necesitaría un espejo pequeño
si ya tenía uno delante de mí? No sabía, pero aun así decidí guardarlo, ya que
podría servirme más adelante como un arma—si llegaba el momento—.
Hubo un pequeño pitido y un pedazo de la
pared de la derecha se deslizó, revelando una puerta oculta.
Caminé hacia la puerta y noté que era un
largo pasillo blanco que solo iba hacia una dirección, que era hacia la
derecha. Parecía que no tenía muchas opciones a elegir.
Salí de la habitación, y tan pronto lo hice,
la puerta se cerró. Coloqué mi mano sobre donde había estado, pero no podía
diferenciar la textura de la pared o de
la puerta. Me pregunte, ¿Cuántas puertas más habría en este pasillo?
Me giré y decidí que debía moverme, ahora.
*******
Alo
Primero
humanos, ahora Cazadores. Randolph estaba presionando muy fuerte sus botones y
estaba a punto de estallar. Sabía que su hermano estaba pensando en conseguir
información que le ayudara a rescatar a Jason, pero, ¿hasta qué punto estaba
dispuesto a ir para lograrlo?
No
desconfiaba de él, pero temía que su hermano se dejase llevar por sus
sentimientos y terminara mal, con toda la manada entre las piernas. Aunque
tampoco podía ignorar que sus últimas decisiones dejaban mucho a que desear.
No,
no podía pensar así. El confiaba en su hermano.
Era
cierto, traer a Jason a la Guarida había atraído a los vampiros, pero el que
los vampiros encontraran su Guarida era solo cuestión de tiempo, no tan
cercano, pero lo harían. De no ser por Randolph, ellos seguirían en el bosque
sin saber sobre su futuro. Lo último no cambiaba. Aun no sabían nada sobre el
futuro y sus planes aún seguían siendo inciertos, pero estaban vivos. Vivos.
Todo
gracias a su hermano, a su Alfa.
Esbozó
una media sonrisa y pasó sus manos sobre sus largos cabellos, peinándolos hacia
atrás. Un pequeño mechón que se había salido de su lugar, lo colocó detrás de
su oreja.
No
podía negar que su hermano estaba herido por la captura de Jason y la pérdida
de su hogar, pero él no había dejado de pensar en el bienestar de la manada,
como cualquier Alfa debería hacer. Para él, ambos eran igual de importantes.
Como si Alo no conociera el sentido de responsabilidad de su hermano.
Suspiró.
Tenía
que ser paciente y aprender de su hermano, quien ante sus ojos estaba madurando
a grandes pasos. Se estaba volviendo un mejor Alfa, un mejor hombre. Aunque
pareciera que Randolph hubiera perdido el juicio, era todo lo contrario. No
estaba tomando decisiones imprudentes, estaba determinando lo mejor para la
manada y al mismo tiempo encontrar información que lo llevase a Jason, sin
arriesgar a la manada.
Debía
confiar.
Él
lo necesitaba a su lado. Si lo abandonaba ahora… No podía hacerlo. Eran
hermanos y la manada contaba con ellos para sobrevivir.
***********
—
¡Jefe! —gritó el hombre, que ingresaba
e interrumpía a Joe, quien discutía con sus hombres más cercanos los detalles
de la misión y qué papel deberían jugar en ella.
Joe se giró, molesto. Suspiró, torciendo la
boca, mientras sus hombres miraban como las cejas de Joe se juntaban,
frunciendo el ceño y aguantando las ganas de arrancarle la cabeza a su
subordinado. Sus dedos arañaron el mapa de la colonia, dejando la marca de sus
uñas.
—
¿Ahora
qué sucede? —dijo, gruñendo suavemente, indicándole lo
molesto que estaba por semejante interrupción.
El
hombre lo miró, tragando en seco, viendo a sus compañeros—o
sus Superiores según la escala de Joe—, que le miraban con miradas divertidas,
preguntándose si el pobre diablo sabía lo que estaba haciendo o solamente era
estúpido o suicida.
—
Los weres, Jefe. Ellos… — se mordió la
lengua, pensando si era adecuado decírselo o no. Pero al ver como su ceja
subía, indicándole que estaba perdiendo la poca paciencia, se dio cuenta que
era mejor decirlo que callarlo. —… salieron. —su voz tembló cuando confesó,
notando el salto y cambio de ambiente dentro de la habitación.
—
¿Qué acabas de decir? —dijo Joe,
enderezándose y mirándolo desde arriba, como si fuera una cucaracha. El aura
peligrosa que desprendía su jefe en ese momento era una de las razones por la
cual había sido elegido como el líder del grupo para esta misión. —¿Se fueron?
¡Pero si no ha salido el sol!
—
No. Salieron, pero no todos. Solo
algunos de ellos. —Joe arqueó una ceja,
mirándolo confundido. —Según lo que vio el Vigía se dirigían al bosque, hacia
donde está el campamento de los Cazadores.
La mesa salió volando y todos se apartaron al
ver a su líder estallar, iracundo.
—
¿Disculpa? —Joe había avanzado, tan
rápido que nadie lo había notado hasta estar delante de su subordinado, incluso
sus hombres más cercanos fueron sorprendidos por semejante hazaña. Sus ojos se
habían tornado de color rojo carmesí, revelando su verdadera naturaleza y
también su estado de humor.
—
Y-Yo… Lo siento. —dijo, cerrando los
ojos, listo para su final.
Joe alargó su mano, pero antes de envolver
sus dedos en el cuello del hombre, se detuvo, apretando la mandíbula. Deseaba
romperle el cuello, retorcérselo, y hacerlo pedazos ahí mismo. Todos sus planes
se estaban yendo por un traste y todo por culpa de esos estúpidos y asquerosos
weres. ¿Y ahora Cazadores? No tenía tiempo para estas estupideces, tenía que
hacerse cargo antes de que la situación se le saliera de control y tuviera un
motín entre manos.
—
Dile al vigía que siga atento a los
movimientos de los weres y de los Cazadores y que suene la alarma si ve algún
movimiento sospechoso. Si los ve acercarse, tiene permitido disparar a matar.
Todos los centinelas, los quiero vigilando todo el perímetro. —ordenó y el
chico salió corriendo, obedeciendo las ordenes de su líder.
Tan pronto el chico había dejado la
habitación, Joe se giró hacia sus hombres, que le miraban preocupados y él
podía entender lo que pasaba por sus cabezas sin que siquiera dijeran algo.
—
Supongo que eso solo nos da una
opción; tenemos que encargarnos de los weres. —dijo en tono frío y sus hombres
asintieron en silencio, tomando sus armas. —Antes de que llegue nuestro Señor.
De lo contrario tendrían problemas. Grandes
problemas. Bien podría darle un giro a la
situación y entregarle, no solo humanos jugosos, sino que también toda
una manada de weres. ¡Diablos!
Eso adelantaba toda la operación y lo peor es
que, si se presentaba el peor escenario, tendría que depender de Ethan. Estaría
bajo el ojo de Ethan, y eso no se lo podía permitir.
Todo por lo que había trabajado estaba a
punto de irse a la mierda en un segundo y todo por culpa de unos estúpidos
weres y de Jason Snyder, que incluso lejos de la Colonia seguía provocándole
problemas.
******
[Ciudad
Zweilicht —Barrios Pobres]
Pisó el acelerador a fondo, esquivando—por
poco—que el proyectil le diera al vehículo. Apretó las manos sobre el volante
cuando explotó, haciendo saltar a todos los que iban dentro y que le regañaban
por no tener cuidado al manejar. Rodó los ojos, irónicamente. Sería más cuidadoso
sino hubieran balas yendo hacia su culo y proyectiles queriendo explotar sus
sesos por todas partes.
Giró, moviendo el volante violentamente
cuando vio una abertura entre los edificios.
El vehículo giró, dejando una estela de las
llantas por la fricción con la que había hecho el movimiento tan rápido y
abrupto y aceleró hacia adelante, adentrándose en el largo y estrecho camino.
Una
pared apareció delante de ellos, pero sin detenerse—e
ignorando las negativas de sus compañeros—, aceleró y atravesó la pared.
¡Cielos! Él conocía bien esa zona. Sabía que
la mayoría de lo que aún estaba en pie no era porque fueran construcciones
fuertes, sino que los de arriba habían decidido que era una pérdida de tiempo
gastar recursos derribándolas y volviendo a construir algo nuevo en lugar de
dejarlos que se cayeran solos.
Los Barrios Pobres de seguro era la peor
zona, pero era su hogar, asi como de la mayoría de sus compañeros y ahora tenía
que correr como una rata en la
alcantarilla solo porque, finalmente, habían decidido que era momento de cortar
cabezas de los vendedores de drogas independientes.
Ya suficiente tenían ellos que otros
vendedores vecinos estuvieran matando a sus compañeros y a sus trabajadores
como para tener que preocuparse por un idiota con traje.
No sabía qué se les había metido, pero esto
se había convertido en una cacería. Se podía sentir la tensión por parte de los
altos mandos, el Consejo de Ancianos había hecho una declaración que los
distritos que no estuvieran siendo bien vigilados serían puestos a disposición
del cuerpo de Fledermaus y se haría una limpieza interna a fondo.
¡Tonterías de viejos decrépitos! ¿Qué podían
saber ellos de las condiciones de vida? O por qué tenían que hacer lo que
tenían que hacer. Eran solo un grupo de ancianos pomposos que se ponían viejas
túnicas polvorientas y señalaban a cualquiera que no les gustara. Si realmente
querían cambiar la ciudad, primero deberían de salirse de sus traseros y echar
una mirada al mundo real, fuera de sus seguros y sagrados muros.
—
¡Demonios!
¿Qué están esperando? —preguntó, molesto al ver que aun los
seguían y las balas pasaban por encima de su cabeza. Uno de los chicos—el
novato—estaba en una esquina, sosteniendo su cañón fuertemente contra su pecho,
el rostro aterrado. Le dio una patada al asiento de junto, haciéndolo
espabilar. —¡¿Qué?! ¿Quieres que te agarre la mano mientras disparas, pedazo de
mierda? —normalmente no le gustaba hablar así, pero tenía que esclarecer quien
era el superior ahí.
El
chico pareció reaccionar y se puso de pie, colocándose en posición para
disparar, al igual que los otros dos de sus compañeros.
—
¡Dispara
de una puta vez! —gruñó, molesto.
—
Sí. —respondió, tragando en seco. Se
giró, colocando el arma sobre el respaldo, buscando un buen ángulo. Esperó
hasta que el pitido en el arma le indicó que estaba cargada y lista para
disparar, pero no podía apuntar correctamente con el movimiento errático que
tenía el vehículo. —¿Podrías enderezar el vehículo un poco? No puedo apuntar
con tanto ajetreo.
—
Te daré 10 segundos, eso es todo. Si
me mantengo en la misma posición seremos blanco fácil.
—
Entonces, solo una bala, ¿no es así?
—dijo, sonriendo mientras miraba por la pequeña mirilla hacia el vehículo,
tratando de fijar al conductor.
—
Exacto. Falla y morimos.
Sonrió ante aquel pensamiento. Dejó de
zigzaguear, pero sin dejar de girar. Aun no era tiempo.
Justo como si supiera, después de dar vuelta
en un callejón, advirtió a su compañero, dándole cancha a que disparara cuando
lo tuviera en la mira.
—
¡Ahora!
Haciendo
caso a la orden de su compañero, el novato disparó y el parabrisas de los
persecutores estalló, quedando manchado de sangre. Se movió erráticamente unos
segundos, perdiendo el control y salió fuera del camino, rodando varias veces
hasta estrellarse contra un viejo edificio que aplastó el vehículo y a sus
pasajeros. Una pequeña explosión detrás
del retrovisor les indicó que el disparo había sido un éxito.
El
conductor sonrió al novato, agradecido por su buena puntería.
Pero
la emoción duro muy poco.
El sonido de un edificio colapsando le hizo
mirar a través del retrovisor. Entre las nubes de polvo, un vehículo—bastante
más nuevo—sobresalió, dando un salto fuera del polvo, dejando una pequeña línea
hasta que cayó al suelo nuevamente.
Los que iban sobre él eran tres personas.
Pero uno de ellos llamó su atención. ¡Era enorme! Como esas bestias de las que
se habían estado hablando últimamente y que aseguraban los medios que se
escondían en las cloacas.
—
¡Chicos,
tenemos compañía! —les advirtió, golpeando con su puño la
cabina.
El
vehículo rápidamente ganaba velocidad y bien que podía ver a uno de los tres
ocupantes de éste ponerse de pie, sobresaliendo de entre el gigantón. Una larga
melena pelirroja se sacudió, casi como una bandera que anunciaba la llegada de
un gran y feroz enemigo.
El
vehículo dio un salto, provocando que tuviera que frenar y acelerar para no
perder el ritmo y salir volando. Algo había golpeado la parte trasera del
parachoques.
—
¿Qué
carajos…? —dijo, sin poder terminar ya que el vehículo
los volvió a embestir, empujándolos hacia adelante, tratando de sacarlos del
camino.
Maniobró
con destreza, resistiéndose a salir volando y mantenerse derecho, pero sus
nuevos persecutores eran rápidos y no les importaba que ellos también pudieran
salir y estrellarse contra una pared.
No
eran unos amateurs. Eran profesionales. Asesinos. ¿Cazadores? No. Eran algo
peor.
—
¡Mierda!
¡Refuerzos! ¡Son refuerzos! —gritó uno de sus compañeros,
levantándose de su asiento mientras los observaba con los binoculares, pero poco
tiempo estuvo así ya que rápidamente sus brazos cayeron a sus lados y salió
fuera del vehículo.
¡Malditos!
Giró,
pero sabía muy bien que se les estaba acabando el camino. Pronto se verían
rodeados por los muros. E incluso aunque girara, los otros Fledermaus ya
habrían acordonado la zona y los tendrían encerrados en el viejo perímetro de
construcción abandonado. Era una suerte que aún no hubieran mandado a detonar
toda la zona. Algo esperaban.
—
¡Paxil!
—alguien llamó su nombre, pero cuando se dio cuenta ya
era demasiado tarde. Algo se acercaba a su costado y embestía con fuerza la
cabina, del lado del conductor.
El
vehículo salió volando por los aires, como si fuera un auto de juguete y, dando
vueltas al caer, una nueva embestida llegó, arrinconándolos contra una pared,
que crujió al sentir la fuerza aplastante.
Salieron
del vehículo, tomando sus armas y antes de poder disparar al enorme monstruo
que atacaba su coche, una mancha roja apareció delante de ellos, desarmándolos.
Hubo miembros caídos—cabezas rodando, manos sin dueños (una
de ellas era de él) y armas cortadas por la mitad— antes de ver como su propia
sangre formaba un enorme charco de sangre, sobre el cual estaba parada una
belleza que en lugar de brazo tenía una larga hoja que salía desde su codo
hasta donde deberían estar sus dedos.
—
Tengo
unas preguntas que hacerles. Espero y cooperen conmigo amablemente, ¿sí? —el
tono de su voz era tranquilo, casi vacío.
—
¿Quién va a “cooperar” contigo, perra?
—gritó uno de sus compañeros, escupiéndole a la cara.
Nova
miró a su lado izquierdo y caminó hacia el responsable. Tyler iba a decir algo,
pero al ver la expresión de su hermana decidió mejor permanecer dentro del
vehículo. Él no era necesario y tampoco quería intervenir a lo que se
aproximaba.
El
sujeto levantó la mirada, encontrándose con la de Nova, quien lo tomó de los
cabellos y, con la otra mano, en un movimiento rápido y limpio, digno de
alabanza por la precisión con la que lo realizaba, le cortó la cabeza.
Levantó
la cabeza al aire, dándole un puntapié al cuerpo para que cayera de espaldas
contra el suelo.
—
Volveré
a repetir: tengo unas preguntas que hacerles, espero y cooperen conmigo
amablemente. —sus cejas se unieron, frunciendo su
entrecejo y dándole un aspecto más atemorizante. —De lo contrario les
cortaré la maldita cabeza. ¿Entendido? —advirtió, gritando
con tanta fuerza que los que aún seguían en shock por el dolor de haber perdido
una extremidad asintieron, olvidándose del dolor. —Bien. ¡Tyler, encárgate!
******
Se
detuvo, sentándose sobre un viejo árbol caído. Alejándose un poco de los
festejos por su reciente adquirida libertad. Realmente necesitaba un poco de
paz, estar a solas consigo mismo y respirar libremente sin tener que ser
sometido a los largos cuestionamientos que los demás estaban debatiendo.
El
bosque era tranquilizante. Después de estar encerrados, con gritos por todos
lados, ya fueran por los que eran torturados o por los que vivían presas de sus
propios recuerdos, el sonido de las cigarras y de los búhos que se movían de
copa en copa, observándolos con curiosidad, pero sin acercarse demasiado, era
algo agradable.
Aun
no tenían un plan como tal. Los Cazadores estaban divididos. Algunos querían un
líder—a pesar de nunca haber tenido uno— y otros solo deseaban
olvidar. De cualquier forma en ambos casos se habían dado cuenta que, por el
momento, la mejor decisión era permanecer juntos.
Después del altercado con aquel vampiro había
quedado en claro que tenían mayor posibilidad de sobrevivir juntos que
separados.
Eran un blanco fácil al moverse en un grupo
grande, pero también tenía sus cosas buenas.
Aun así no podía decir que estaba cómodo con
toda esta situación. ¡Malditos instintos de cazador solitario! Los habían
adoctrinado demasiado bien y él sabía
que aquellos pensamientos de inconformidad provenían de las viejas costumbres
que les habían enseñado.
Chasqueó la lengua, molesto consigo mismo por
no poder deshacerse de esos recuerdos. Pero era difícil. Era como si hubieran
estado toda su vida ahí, debajo de su piel.
Se giró hacia donde estaban sus “compañeros”.
Todos estaban confundidos. Y estaba seguro que todos tenían sus propios
demonios a los que enfrentarse en esos momentos. Él no era el único que estaba
experimentando la incertidumbre del ¿Y
ahora qué?
Era la primera vez que estaban fuera, libres
sin tener un collar alrededor de sus cuellos o alguien que les estuviera
ordenando.
Era abrumador el pensar en tantas cosas. Pero
por el momento sería mejor solo dejarlo ser. ¿Darle muchas vueltas a algo
realmente ayudaría al grupo? No, de momento. Tampoco significaba que evadiría
el tema para siempre, o que lo dejaría para cuando fuera el momento adecuado,
pero tenía que tener la cabeza fría.
Sostuvo
su cuchillo, mirando el filo que se reflejaba por la luz de la luna. Algo tan
hermoso y peligroso. Aun no podía creer que era libre. ¿Realmente su libertad
podría durar? ¿O era una ilusión fugaz? El simple pensamiento de tener que
volver a estar encerrado y ser la mascota de esos malditos le revolvía el
estómago, provocándole una furia extraña.
Sopesaba
la idea de que ser capaces de disfrutar de esta libertad mientras había muchos
más como ellos dentro de la ciudad Zweilicht, encerrados, sufriendo, siendo
utilizados para fines desconocidos, sin tener
conocimiento—ni esperanza—de que podrían ser
libres.
Cerró
los ojos, apretando el cuchillo entre sus manos. No quería aceptar que, después
de todo, esas enseñanzas de matar eran la única razón por la que hoy seguía
vivo. Porque sería como decir que agradecía a su captor por haberlo domesticado.
El
ruido de pasos acercándose le advirtió que alguien había violado el perímetro.
Se
levantó, alertando a los demás, quienes dejaron sus festejos y se acercaron,
poniéndose en guardia, mirando alrededor hacia el bosque en busca de movimiento
sospechoso, en caso de que los hubieran rodeado y tuvieran que escapar.
El
crujido de las hojas y pequeñas ramas secas indicó la dirección del norte. Y
todos los ojos fueron hacia ella, sin dejar de vigilar los demás puntos ciegos.
Dos
figuras enormes aparecieron de entre las sombras, saliendo de entre los
arbustos. Rápidamente a esas dos figuras se le unieron otras dos más, un hombre
y una mujer.
Weres.
No
tenían que decir quiénes eran. Ellos sabían muy bien con solo mirarlos una vez
y podían estar seguros de su naturaleza.
Tragó
en seco, sintiéndose extrañamente nervioso. No era la primera vez que veía
weres, de hecho estaba acostumbrado ya que había varios descendientes dentro de
los Cazadores. Pero había algo en ellos que simplemente no le daba confianza.
Apretó
el cuchillo, preparándose para atacar en el mismo momento en que alguno de
ellos hiciera algún movimiento brusco.
De
repente, se dio cuenta que si era un ataque la estrategia no tenía mucho
sentido. Es decir, ¿dejarse ver? ¿Llegar directamente y ni siquiera saltar
encima del enemigo?
Bajó
el arma. Los weres no venían a atacarlos. Entonces, ¿a qué habían venido
exactamente?
Antes
de que alguien más pudiera adelantársele, Mao habló, recordando los rostros de
aquellos hombres—que ahora no eran desconocidos—.
—
Ustedes
son los weres que estaban en el bosque de los Azules. —dijo,
seguro. El más alto de entre los cuatro presentes ahí asintió suavemente, dando
un paso hacia adelante y Mao, como algo normal, retrocedió, aferrando el mango
de su cuchillo con fuerza.
—
Y ustedes son los Cazadores que no
estaban dando caza. Asesinaron a muchos de los nuestros. —no estaba buscando
recriminarles nada, pero tenían que ser honestos entre ellos y no andarse por
las ramas con palabrerías bonitas y presentaciones innecesarias.
Mao
no podía negar que aquello le había calado fuerte, pero admiraba la honestidad
del were.
Sin
embargo, no todos compartían el mismo sentimiento. Uno de los Cazadores saltó
hacia adelante, enojado.
—
¡Ustedes
hicieron lo mismo! —respondió, alzando la voz y los demás
le aplaudieron, asintiendo con gestos amenazantes, que a Mao solo le recordaron
que ellos aún eran muy jóvenes y estúpidos para entender una conversación de
adultos.
Mao
levantó su mano, indicándoles que se calmaran y retrocedieran, no como una
advertencia, sino como un consejo de alguien con mayor experiencia.
—
¡Alto! —miró por encima de su hombro y
los chicos obedecieron, a regañadientes, retrocediendo y cerrando la boca. Mao
se giró hacia los weres, al más alto en específico, mirándolo directamente y
sin vacilación. Apretó los labios, sintiéndose incomodo por lo que iba a hacer.
No sabía si funcionaría, pero tendría que intentarlo si quería cambiar viejas
costumbres. —Sobre eso… lo siento.
Se
sentía extraño el tener que decirlo en voz alta. En su mente sonaba
descabellado, pero ahora cuando se oía a si mismo se daba cuenta de lo ridículo
que se escuchaba pidiendo disculpas por matar a alguien que también había
intentado matarlo.
Aunque,
si era honesto, él había sido el primero en atacar. Cualquiera habría saltado
sobre el intruso que llegaba a su casa a intentar arrancarle la cabeza, ¿no?
—
¡¿Y
creen que con eso será suficiente?! ¡Ustedes…! —bramó Kadar, pero Randolph
levantó su puño al aire, indicándole que retrocediera.
—
Silencio,
Kadar. —advirtió y el gran hombre obedeció, disculpándose.
Había
mucha tensión en ambos grupos. Era imposible no sentirla, casi asfixiante.
—
Supongo
que esta conversación se volvió en una charla de alfas, ¿verdad? —dijo alguien
detrás, alguno de los miembros de los Cazadores. Hubo unas pequeñas risillas,
aunque por las expresiones de otros no estaban tan de acuerdo con ello.
Randolph
era alguien muy hábil para darse cuenta que el grupo de Cazadores estaba
dividido. Y que había fuertes rencores sin resolver entre ellos. No había una
organización.
El
chico delante de él parecía tener el mando, pero no era algo definitivo. Tal
vez temporal.
Realmente
no conocía bien la forma en que estaban organizadas las manadas de Cazadores,
pero no había una unidad, eso se podía ver a leguas. Eran solitarios, como todo
cazador solitario es mejor no tener un grupo del cual depender o un líder al
cual obedecer. Ellos eran mascotas de los vampiros, así que no era de extrañar
que tuvieran esa actitud con respecto a su manada.
―
Necesito
hablar con su líder. —al ver las expresiones confundidas y divertidas de los
Cazadores se corrigió a sí mismo. —¿Su jefe? ¿Su alfa? ¿La persona que esté a
cargo de todo su grupo?
―
Nosotros
no tenemos a alguien así. —lo sabía,
pensó Randolph para sí mismo, sonriendo internamente. Arqueó una ceja. —No
somos una sociedad, Alfa. Somos independientes. Lo que significa que…
―
…que
cada uno cuida de sí mismo. —completó Randolph.
―
Así
es.
―
Por
favor, solo necesito que escuchen lo que tengo que decir. —dijo Randolph,
pidiendo con amabilidad, sorprendiendo a los Cazadores por el repentino cambio
de humor del were.
Una
chica se le acercó al chico delante de él, susurrándole algo al oído.
¿Podrías hacerlo,
Mao? No perdemos nada. A lo que asintió, no muy convencido, pero al ver los
rostros de sus compañeros se dio cuenta que no tenía muchas opciones.
—
Necesito
unos minutos. —dijo Randolph a sus hombres y estos asintieron en silencio.
—
Los
tienes. Esperaremos a unos metros. —dijo el chico de cabello largo—Alo—que
compartía los mismos rasgos que la chica.
—
Chicos,
retrocedan. —ordenó Mao, pero rápidamente Derno se negó, llevándole la
contraria, para variar.
—
¿Crees
que te vamos a dejar a solas con él? —sin tener el mínimo reparo en señalar al
Alfa, provocando que los demás weres se levantaran desde donde estaban,
enojados. Mao asintió, empujándolo.
—
Sí,
lo harán.
—
Pero…
—quiso replicar, pero Emba se le adelantó, tomándolo del brazo, negando
suavemente en una advertencia de que debía dejar el asunto.
—
Compórtate,
Derno. Nos estás humillando delante del Alfa.
Derno
bajó la cabeza, avergonzado consigo mismo y chasqueó la lengua. No removió la
mano de Emba de su brazo.
—
Lo
siento. —aunque nadie sabía si era a Emba, a Mao o a Randolph la disculpa. Sus
ojos fueron hacia Mao. —Si vemos algo extraño, intervendremos.
—
Lo
tendré en cuenta.
Randolph
no sabía si su relación era buena o mala. Estaba un poco confundido por todas
las señales, pero prefería darle el beneficio de la duda.
―
Estamos
solos. —declaró Mao, tomando asiento de nuevo sobre el viejo árbol. Randolph se
colocó en cuclillas, y aun así se veía tan grande.
―
Gracias.
―
Su
visita no es solo para hacer las paces, ¿verdad?
Randolph
sonrió al ver que el chico tampoco se andaba por las ramas, iba directo al
grano.
―
Eres
rápido. Bien.
―
¿Y?
¿Qué es lo que quieren? —incluso sabía que querían algo de ellos. Claro, de lo
contrario no habrían ido a buscarlos a mitad de la noche al bosque a su
campamento.
―
Necesito
que me ayuden a entrar.
―
¿Entrar?
¿A dónde? —Mao lo presentía, pero quería estar 100% seguro de la locura que iba
a decir aquel hombre.
―
A
ciudad Zweilicht.
Hubo
silencio por unos segundos. Mao miró por encima de su hombro hacia sus
compañeros y luego hacia los weres que los miraban del otro lado, probablemente
escuchando todo lo que decían. Arqueó una ceja y se echó hacia atrás,
suspirando.
Meditó
unos segundos lo que le estaba pidiendo el were y después, sucedió algo
inusual, Mao rió. Una carcajada de verdad.
—
Bromeas,
¿verdad?
Pero
no había una pizca de duda en la expresión del were delante de él. Es más, se
veía más firme y decidido que nada.
—
Es
un suicidio, Alfa…
—
Randolph.
—se presentó, diciéndole su nombre. —Me llamo Randolph.
—
¿Sabes
lo que nos estas pidiendo? Eso es…
—
Ustedes
no tienen que venir sino quieren. —por alguna razón la excusa del alfa no le
hacía gracia. Era obvio que no quería regresar a ciudad Zweilicht, ni en su
peor pesadilla, pero le molestaba que le negaran ese derecho cuando él, Mao,
podía hacer lo que se le pegara en gana.
—
¿Y
qué pasa si queremos ir, eh?
—
¿Regresarían?
—
¡Solo
muertos! —rió, burlándose. Aspiró profundamente, tratando de tranquilizarse.
—¿Por qué quieres ir allá? —iba a preguntar si era suicida o idiota, pero era
difícil saberlo con los weres, así que mejor decidió irse por terreno más sólido
y que no sonara tan grosero con el were.
—
Necesito
salvar a alguien.
****
Justo
como había previsto, no era el único que estaba siendo torturado aquí. Había
cientos de personas.
Era
una especie de cafetería.
Alguien
me empujo, indicándome que me mantuviera en la fila y, sin darme cuenta cuándo,
una charola había aparecido entre mis manos. Todos parecían heridos, viejos,
enfermos, sucios, a pesar de que el lugar rebosaba de blanco. Había guardias
armados en cada pared, vigilándonos y podía sentir las cámaras ocultas entre
las paredes, muy bien ocultas porque no podía verlas.
Todos
llevaban collares, llevaban el cabello corto—casi como el
mío—demostrando que no había individualidad, y nadie hablaba con nadie. Bueno, ¿Qué
esperaba? Éramos prisioneros.
No
sabía si era mi imaginación o era verdad que la gente me miraba más de lo
normal. Diablos, como odiaba la atención. Quería creer que era porque yo tenía
un bonito bozal y ellos no.
Cuando
avanzaba, la gente avanzaba tres pasos, como si temieran que los fuera a
apuñalar. Bien, al menos sabían que podía hacerlo. Y mejor que lo creyeran y no
lo experimentaran de mano propia.
¿Realmente es él?
Era
la pregunta que flotaba en el aire. No sabía si se referían a mí o a él, pero
definitivamente era yo a quien miraban.
Me
colocaron algo similar a una pasta café grumosa y un pedazo de pan mohoso
junto.
Me
alegré de no tener apetito. Así que avancé y me senté en una de las mesas más
lejanas, colocando la charola enfrente de mí. No sabía qué clase de juego era
este, pero era algo estúpido. Es decir, ¿Comida sólida y bozal? Wow, que gran
combinación.
Apreté
los puños sobre la mesa al sentir que ya no era el único en la mesa. Dos
hombres estaban a mis costados, mirándome fijamente. Uno con cara de idiota y
otro con la cara llena de cicatrices que era casi imposible de diferenciar.
—
Hola,
nuevo. ¿Disfrutando tu primer día en el pabellón? —dijo el que tenía cara de
idiota, esbozando una media sonrisa, mostrando sus dientes podridos y su mandíbula
salida, como si se la hubieran desencajado.
—
…
—
Queo
quesh mudo. —dijo el que no tenía cara. Al parecer su cara no era lo único que
no tenía.
—
¡Más
bien insolente!
Arqueé
la ceja, mirándolo cuando golpeó la mesa, tirando toda la asquerosa comida
sobre ella.
Los
demás a nuestro alrededor nos estaban mirando ahora, con curiosidad. Había
otros que, al parecer como yo, habían sido ya abordados por estos rufianes y
mejor decidían bajar la cabeza, hundiéndose en sus hombros.
—
¡Hey,
te estoy hablando! —volvió a gritar. Apreté mis manos,
sintiendo mis uñas clavarse contra mis palmas. Quería golpearlo. ¿Sería
prudente? ¿Qué tal si me disparaban por golpearlos, aunque fueran unos
imbéciles? Levanté la mirada hacia él. —Ahora, escucha atentamente, porque no
lo volveremos a repetir. Aquí tenemos algunas reglas. La primera y más
importante es que YO controlo todo aquí. ¡¿Entendido?! —salté sobre mi asiento.
No por miedo, sino que su voz me molestaba.
Era demasiado rasposa y parecía que no sabía bien cuando tragar saliva. —Así
que tu trasero me pertenece y puedo…
No
lo dejé terminar. Rápidamente me le lancé encima de él y, tomándolo del cuello,
lo estrellé contra la mesa. El otro intentó acercarse, pero tomé la bandeja de
comida y lo golpeé con ella en el costado izquierdo, provocando que el chico
cayera al suelo, sobándose.
Iba
a levantarse de la mesa, cuando lo volví a empujar contra ella, presionando su
rostro, aun ejerciendo presión del cuello. No era la primera vez que me había enfrentado
a un idiota petulante, pero si la primera que había tomado mi tiempo antes de
darle su merecido.
—
Ahora
escúchame tú a mí, pedazo de mierda. —dije, acercándome a
su oreja. —¡Jodete!
Me importa un bledo tus reglas. ¡Yo
no soy de tu propiedad! Pruébame una vez más—o cualquiera de
los presentes—y te mataré. —dije mientras miraba a los demás espectadores que
nos observaban, apartándose.
Los
guardias no habían intervenido, así que asumí que era algo natural que los
reclusos pelearan entre ellos. Además, no lo había matado, solo lo había
golpeado un poco. Yo no iba a ser el eslabón más débil dentro de esta prisión y
tampoco sería de la propiedad de nadie—ni de Thomas Dale—.
—
Tú…
—intentó decir, pero cuando ejercí más presión en su
cuello, gruñó, retorciéndose de dolor.
—
Chicos, tranquilos. —la tercera voz de
alguien desconocido me hizo levantar la mirada hacia un alto hombre que se
acercaba hacia nosotros. Me miró fijamente, dándome cuenta que era más alto que
yo y tenía que levantar la mirada para verlo directamente. Se sentó frente a mí
y yo, sin saber qué más hacer, liberé al bravucón. —Yo me haré cargo.
Se
levantó, maldiciendo y sobándose el cuello, mientras se alejaba, seguido por su
amigo, al cual apartó molesto.
Mis
ojos fueron al chico delante de mí, que había colocado sus brazos sobre la
mesa, juntando sus manos, dejando ver que su mano derecha no era normal. Estaba
hecha de metal.
—
Hola.
Lamento eso. —dijo, señalando hacia donde los chicos se habían
ido. —Ello
solo… —le corté de inmediato, levantando mi mano,
estaba demasiado cansado de oír hablar gente. Me comenzaba a doler la cabeza.
—
No
te esfuerces demasiado. ¿Qué quieres?
—
¿Cómo
sabes que quiero algo? Tal vez solo quiero ser amable y saludar.
Arqueé
una ceja y asentí, escéptico.
—
Ajá.
Gracias por tu amabilidad, entonces. —dije, tomando mi
bandera doblada y poniéndome de pie, pero el chico me tomó del brazo, forzándome
a sentarme de nuevo. El frio del metal y el agarre eran extraños, como si fuera
una pinza. Gruñí y él pareció darse cuenta que había usado demasiada fuerza.
—
Está
bien, si quiero algo. —admitió, sonrojándose y bajando un
poco la voz.
Rodé
los ojos, suspirando, sobándome donde me había agarrado. Se me había puesto
rojo el brazo.
—
Lo sabía, todos quieren algo. —me hice
el ofendido, aunque no lo estaba en realidad. Era algo normal.
—
¿Qué quieres tú? —preguntó, curioso.
Suspiré.
—
Paz. Tengo cosas que pensar y no puedo
hacerlo si todos continúan molestándome.
—
¿Como huir?
Me
giré hacia él, arqueando una ceja y mirándolo con mayor interés. Al parecer
ahora si me interesaba lo que tenía que decir. ¿Quién sabe? No perdería nada si
lo escuchaba. Porque si pensaba que podría sacarme algo de información o le
soltaría la lengua, estaba muy equivocado.
Me
senté mejor sobre la mesa, empujando la charola a un lado, haciéndole ademan que
continuara.
—
Te
vi. Arriba. —indicó, moviendo los ojos y silbando
suavemente. Rápidamente entendí que no se trataba de lo que había pasado en la
jaula, sino cuando me había encontrado con Thomas Dale, en campo abierto. —Eso
fue sorprendente, amigo. Acabaste con esa tipa fácilmente.
—
No fue tan difícil.
—
¿Y lo que hiciste en la jaula? ¡WOW! —ahora
parecía un niño pequeño, demasiado emocionado. No sabía si debía compartir el
mismo sentimiento, pero, lamentablemente para él, no lo hacía. Apenas podía recordar
cosas de lo que había pasado allí. Y lo que recordaba era confuso y extraño. —Obviamente
tienes experiencia matando vampiros. Muchos aquí la tenemos. —así que era algo
muy común. No era de sorprender, todos eran prisioneros, sobrevivientes y no lo
habían hecho solo siendo pacifistas y ondeando banderas blancas. Tenían que
saber defenderse y matar cuando fuese necesario, de lo contrario no habría tantos
dentro de la cafetería. El pareció ver que me sumergía en mis pensamientos,
porque continuó. —Pero lleva años desde la última vez que uno mató un vampiro aquí.
—creo que intentaba animarme. —Tú eres…
—
¿A dónde quieres llegar con todo esto?
—sintiendo el fuerte punzón en mi cabeza. Esta conversación me estaba cansando
demasiado. Tenía que terminarla ahora y regresar a mi habitación—si es que
podría—.
—
Ayúdanos. Este lugar es un infierno. —al
menos no estaba ciego como para darse cuenta de lo obvio.
—
¿Por qué debería? Yo solo podría encontrar
una salida por mi cuenta.
—
¿Solo? Esa no es una buena idea.
—
¿Por qué?
—
Necesitas tener aliados, gente de tu
lado.
—
¿Algo así como amigos?
—
Si quieres puedes llamarlos así, pero
es mejor tener alguien en quien confiar que estar solo y tener que enfrentarte
a toda esta mierda por tu cuenta.
Tenía
un punto, no lo iba a negar.
—
Tal
vez disfruto de la soledad.
—
Entonces
estas destinado a morir. Deja de ser tan obstinado y hazme caso. Si quieres
salir de aquí, necesitas socios en los cuales confiar, quienes te protejan y te
ayuden cuando lo necesites.
Tenía
razón, nuevamente. Normalmente formar parte de un grupo no era algo que me
llamara la atención, pero si era honesto conmigo mismo tendría más
posibilidades de sobrevivir estando en uno.
—
¿Necesitas
una respuesta inmediata? —pregunté, nervioso. Tal vez era una
de esas cosas que solo pasaban una sola vez y si no me apresuraba, la oferta
expiraría.
—
La verdad, sí. Pero creo que esto es
algo que necesitas pensar. Aun sigues bajo los efectos de las drogas, así no podrás
darme una respuesta favorable. Esperaré.
—
Gracias.
—
Aunque te sugiero que te apresures.
Está comenzando. Y tal vez sea demasiado tarde cuando nos busques.
No
sabía a lo que se refería, pero rápidamente me di cuenta que tenía razón. Algo había
comenzado.
Los
guardias que estaban rodeándonos, ahora levantaban sus armas hacia nosotros y
sonaba una fuerte alarma que solo aumentaba mi dolor de cabeza.
Todos
se pusieron de pie, empujando las mesas y los guardias nos congregaban en el
centro. Pude ver a mi amigo—del cual no sabía ni su nombre—del
otro lado, mirándome con una media sonrisa. No sabía si intentaba
tranquilizarme o solo quería ser amable, pero ninguna de las dos cosas me servía.
Necesitaba respuestas a lo que estaba sucediendo.
La
gente se arremolinaba en el centro, empujándose y frotándose, todos sudorosos y
nerviosos, llorando y gritando, mientras algunos solo rodaban los ojos, como
acostumbrados a esta clase de actos.
Alguien
me tomó del brazo, jalándome hacia abajo.
Mis
ojos se encontraron con una pequeña de cabellos revueltos y llena de mocos. Intenté
apartarme, pero ella se aferraba, arañándome.
—
¿Qué
estás…? —gruñí, listo para empujarla o golpearla, lo
primero que fuera y que la obligara a liberarme.
—
¿Usted es Jason Snyder? —preguntó, sorbiéndose
los mocos y limpiándose con el hombro.
Asentí,
inseguro de si debía o no revelar mi identidad.
Ella
sonrió, aliviada y, antes de liberarme, se escuchó un sonido metálico y caí de
rodillas.
Algo
frío estaba alrededor de mi muñeca y, siguiendo una pequeña cadena, vi una
enorme bola que estaba en el suelo, debajo de la niña, que ahora salía corriendo,
no sin antes girarse y sonreir, limpiándose los mocos con el dorso de la mano.
—
El
señor Dale dice; bienvenido, Jason.
Lo
siguiente que supe es que el suelo había desaparecido y que todos caímos. Gritos
de terror resonaron, mientras yo era jalado con mayor velocidad hacia el fondo
de lo que parecía ser una fosa oscura.
Solo
alcance a ver una luz, alejándose sobre mi cabeza, antes de pelear contra la
pesa que me jalaba hacia abajo.
*********
Los
niños seguían jugando. Esta vez lo niños weres se habían transformado, dejando
ver sus verdaderas formas—un pequeño zorro y dos lobos cafés—.
A pesar de haberse sorprendido un poco al
verlos cambiar, los niños humanos no se apartaron. En su lugar, maravillados,
comenzaron a jugar a las atrapadas, lanzándose la pelota de un lado a otro y
acariciando el pelaje de los niños weres.
Era una escena extraña de ver, pero no algo
que resultara imposible.
Sin embargo, los problemas vinieron cuando
escucharon a los adultos corriendo de un lado a otro. No eran sus padres, eran
los centinelas y también los hombres de Joe, el nuevo líder de la Colonia, que vestían
trajes de cuerpo completo y máscaras. Al ver como colocaban varios contenedores
en el centro de la plaza, se dieron cuenta que algo andaba mal.
Como si los niños weres pudieran prever lo
que sucedería, volvieron a sus formas humanas y tomaron a sus nuevos amigos, alejándose
de la plaza.
Al darse cuenta que no sabían hacia dónde
dirigirse, fueron los niños humanos quienes los condujeron, llevándolos lo más
lejos posible de la plaza y de aquel extraño gas que provocaba que les doliera
la cabeza.
—
¡Veneno!
—gritó uno de los niños y todos corrieron nuevamente,
cubriendo sus bocas con sus ropas aunque era difícil no respirar un poco de
aquel gas.
Cuando
giraron, se encontraron con un hombre en traje que estaba esparciendo el gas
con una manguera hacia los dormitorios. Cuando se dio cuenta de su presencia,
roció a una de las niñas a la cara y ésta cayó al suelo. Sin pensarlo, uno de
los weres cambió y se le lanzó encima, arrancándole la máscara, pero quedando
igual dentro de los gases.
Todos
corrieron, pero por todos lados el gas se extendía rápidamente, cubriendo todas
las secciones de la Colonia. Incluso jurarían haber visto a algunas personas
que no habían caído por los efectos de los gases, eran sometidas hasta que
finalmente caían.
Un
disparo resonó. Y después se le unieron más.
¿Los
estaban matando? ¡Oh, por Dios!
Algo
los jaló, metiéndolos dentro de una habitación. Se resistieron, pero cuando
vieron de quien se trataba, los niños humanos se arrojaron a sus brazos,
aliviados. Los niños weres mantuvieron su distancia, solo observando, entre
confundidos y asustados.
Emily
les devolvió el abrazo y rápidamente los apartó, indicándoles que guardaran
silencio y la siguieran.
Todos
los hicieron y rápidamente llegaron hacia una vieja bodega, provocando la
desconfianza en todos los niños. Pero cuando vieron que Emily empujaba unas
cajas y dejaba al descubierto una pequeña compuerta, entendieron que los estaba
llevando a una salida de emergencia.
—
Dense
prisa, niños. —les indicó, animándolos a que entraran.
—
Pero…
—
No
hay tiempo. Tienen que ir por los weres y los Cazadores.
—
¿Qué?
¿Por qué?
—
Estamos
siendo atacados. Nos han traicionado. —explicó Emily y
justo cuando los niños iban a preguntar algo más, la puerta por la que habían entrado
crujió. —¡Rápido!
Los
niños obedecieron, aterrados por los que golpeaban la puerta del otro lado. Eran
los hombres malos que querían atraparlos.
Entraron
en el pequeño y angosto espacio y comenzaron a gatear, apresurándose, mientras
Emily les deseaba suerte y volvía a cubrir la pequeña reja con las cajas.
Se
escucharon gritos y disparos del otro lado y después, cuando los niños casi salían,
algo cogió de la pierna a uno de los niños humanos. Trataron de jalarlo, pero
el adulto del otro lado lo había cogido demasiado bien. Solo alcanzaron a ver
sus pequeñas manitas desapareciendo dentro del agujero del ducto, mientras
ellos se alejaban, adentrándose en el bosque, siguiendo el rastro de su Alfa
que aun permanecía en los alrededores del bosque.
Querían
gritar y llorar, pero no había tiempo. Tenían que correr.
*****
[8
meses atrás —Cerca del Himalaya — Complejo Ingber (Acceso
Restringido)]
Solo
había tomado menos de 15 minutos para que toda la instalación fuera aniquilada.
No había ningún sobreviviente, salvo él, pero él no formaba parte de los
miembros del equipo que estaban designados a estar aquí.
Miró
las pantallas dentro de la Sala de Vigilancia y vio que la prisión yacía en el
suelo, partida a la mitad, mientras fragmentos de estacas ensangrentadas
estaban dispersas por todas partes. Algunas habían sido “reutilizadas” y ahora
estaban dentro de los cuerpos de los Fledermaus que estaban de guardia, los que
no habían sido brutalmente despedazados por interponerse en el camino del
prisionero.
Comenzó
a caminar, viendo toda la masacre a su alrededor. Las paredes estaban manchadas
con sangre y por todas partes había miembros ensangrentados y extraviados.
Había grandes marcas de garras y parecía que habían golpeado las paredes con un
marro, dejando grandes fisuras que iban desde formas circulares hasta cuartear
toda la superficie, amenazando con ceder en cualquier momento.
El
lugar estaba en completo silencio.
La
brisa helada del exterior se colaba dentro del largo pasillo y la nieve había
comenzado a amontonarse en la entrada. El único sonido era el de sus suelas con
cada paso que daba, chapoteando sobre la gran cantidad de sangre bajo sus pies.
Casi
podía escuchar el eco de los gritos y el sonido de las armas—aun olía a pólvora—. Había pequeñas
estelas de munición en las paredes, evidencia de un fuerte enfrentamiento. Una
mancha enorme de sangre en la pared como si hubiera estallado un globo lleno de
pintura.
Pasó
su mano sobre una de las paredes, acariciando aquella mancha ensangrentada con
forma de mano que se deslizaba hasta casi toda el suelo, donde yacía su creador—o lo que quedaba de
él—.
Había
sido una masacre. Nunca lo vieron venir. Aunque, igual si hubieran sabido, muy
poco habrían podido hacer.
Se
detuvo en el marco del largo pasillo que daba hacia la única salida del
complejo, viendo aquella delicada figura a mitad de la nieve. Su belleza le
arrebató el aliento, teniendo que parpadear varias veces para asegurarse de que
aquella visión era real y no un producto de su imaginación. Tragó en seco al
darse cuenta que había un pequeño rastro de pisadas carmesí que llevaban
directo a ella, exponiendo a la hermosa mujer como la culpable de la masacre
del complejo Ingber.
***********
Estaba
nevando, al igual que aquella vez.
¿Deja
vú?
Sonrió
para sí misma, dejando salir las lágrimas que al deslizarse por sus mejillas
removían los rastros de sangre en su barbilla, tiñéndose de un tenue rosa
apagado.
Era
libre.
Aspiró
profundamente, más como un acto de libertad que por necesidad, ya que ella no
requería del aire.
Pero
su tranquilidad fue interrumpida por una mirada curiosa, un intruso grosero que
no sabía que no debía molestarla.
—
Mi señora. —se presentó el extraño
delante de ella, haciendo una reverencia.
Evelyn se giró y saltó, rápidamente,
derribando al dueño de aquella voz. Sus largas uñas se extendieron, apuntando a
la garganta, quedando solo a escasos milímetros de tocar su piel.
Pero cuando Evelyn lo reconoció, en lugar de
apartarse y disculparse, gritó, tomándolo del cuello con más fuerza,
levantándolo del suelo. Era algo que no parecía creíble, que una mujer tan
pequeña tuviera semejante fuerza para levantar el cuerpo de un hombre que la
superaba en estatura y masa corporal.
Sus ojos lo observaban cuidadosamente,
examinándolo. Parecía que la chica fuera a perder la cabeza en cualquier
momento. Sus ojos rojos carmesí iban
desde su mentón hasta las puntas de su cabello y su entrecejo se fruncía cada
vez más con cada segundo, desaprobando lo que veía.
Sin embargo, en lugar de arrancarle la
cabeza, los ojos de Evelyn se humedecieron y, apretando su agarre, clavando con
más fuerzas sus uñas a través de su ropa, gritó de rabia, como un animal
herido.
El sonido de la voz de Evelyn fue más que
suficiente para indicarle a Mark que se habían equivocado al intentar esta
táctica. Incluso él lo había pensado, pero Ben siempre tenía sus propios planes
y a él solo le quedaba acatarlos, aunque eso implicara que le hicieran pedazos
por su imprudencia.
Podía sentirlo, en todo su cuerpo, como la
adrenalina se había disparado. Sentía que no podía mentirle a esta mujer. Ya
que si lo hacía, lo mataría.
—
Mi señora, yo solo… —se aventuró, pero
ella clavó aún más sus uñas, sofocando su voz por los alaridos de dolor.
La mirada en el rostro de Evelyn se había
tornado fría.
—
No
sé lo que pretendes lograr con todo esto, impostor, pero sí deseas seguir con
esto, te mataré. —Mark tragó en seco al sentir la honestidad
en esas palabras. Incluso aunque se podría decir que ellos compartían la misma
sangre la sensación que le causaba era perturbadora. Quería gritar y vomitar al
mismo tiempo. —Hay muy pocas cosas que puedo tolerar, y mancillar el recuerdo
de mi querido amigo y más leal sirviente no es una de ellas. —ella lo acercó un
poco más hacia su rostro, teniendo las ganas de llorar y suplicar perdón, algo
muy raro en él. ¿Así que esto era el poder de la Realeza? —Así que te
preguntaré; ¿qué es lo que pretendes al usar su rostro?
La
mirada de Evelyn era tan intensa, era como si pudiera ver a través de su alma—algo
que sonaba gracioso considerando su naturaleza—. Sus ojos rojos ahora brillaban
y le producían toda clase de malestar que jamás había experimentado. Tragó en
seco, sintiendo los temblores en sus manos.
Antes de que pudiera decir algo, Evelyn
puntualizó, alargando su uña del dedo pulgar sobre la suave piel de su cuello.
—
Si
me mientes, te destruiré.
Evelyn
no había dicho matar, sino destruir.
¿Acaso
había algo peor que morir? Ciertamente, él no quería descubrirlo. Además estaba
esa extraña sensación de no querer mentirle a esta persona delante de él.
—
¡Soy
un aliado, mi Señora! —gritó Mark, esperando que sus
palabras sonaran lo suficientemente honestas como para que Evelyn no lo
destruyera ahí mismo.
—
Tú
no eres leal a mí, así que deja de llamarme así. —advirtió
Evelyn y Mark se sintió avergonzado. ¿Por qué? Ese era el misterio.
Ella
lo miró, estudiándolo nuevamente, tratando de descubrir si lo que decía era
verdad o era mentira.
—
Ahora lo soy. Mi última orden fue que
yo obedecería a usted; Evelyn Raleigh. —confesó después de tanto tiempo, recordando la promesa que había
hecho hacía mucho tiempo. Él no podía fallar en cumplir con su promesa.
Evelyn esbozó una media sonrisa, riendo
suavemente, lo que le provocó a Mark una enorme, y misteriosa, alegría.
—
¿Incluso si eso significa matar a tu
antiguo amo, Mark? —el poder oír su nombre siendo pronunciado por ella le dio
una gran satisfacción, casi se sentía halagado por semejante honor, que él
creía no merecer. Incluso haciéndolo olvidar el hecho de cómo diablos había
conseguido su nombre si él no se lo había dicho en ningún momento—si bien
recordaba—.
—
Si es lo que desea, lo haré. —admitió
con toda la sinceridad que podía. No quería seguir repitiendo todo lo que Ben
le había dicho. Él tenía una voz propia y la iba a usar, al menos delante de
ella.
—
¿Me estás diciendo que no sentirías
nada al matarlo?
—
Lo haría, pero hice una promesa.
—
¿Una promesa, eh? Me gustaría saber a
quién le hiciste esa promesa, Mark. —presionó
Evelyn, liberando un poco se agarre alrededor de su cuello y colocándolo en el
suelo para que la mirara fijamente, pero a Mark se le hizo una descortesía, y
avergonzado, bajó la mirada.
—
A la persona que me dio mi libertad,
mi Señora. —admitió, agachando la cabeza.
No fue sino hasta que sintió el frio tacto de
Evelyn sobre sus cabellos que se atrevió a levantar la mirada, aun inseguro de
si era algo que debía hacer.
—
¿Y me darías tu propia libertad? ¿Por
qué, Mark? ¿Por una promesa? Eso suena difícil de creer. —dijo Evelyn, y por
primera vez le mostró un poco de compasión, quitándose aquella mascara de
frialdad. —¿Qué ganarías tú con todo esto? A mi parecer, no es algo muy justo.
Puedes hacer lo que quieras, ir a donde quieras, ser lo que quieras, ¡y aquí
estás! Pidiéndome ser mi sirviente. ¿Por qué?
Como si hubiera tocado el interior del
corazón de Mark, apretó los labios, esbozando una media sonrisa, hundiéndose de
hombros.
—
Porque le prometí, a la persona que me
salvó, que haría lo que yo quisiera sin arrepentirme. Y es hora de regresar ese
favor.
—
¿Y pretendes utilizarme para
conseguirlo? —la ceja de Evelyn se arqueó, escéptica.
—
¡No! Preten… ¡Quiero! Quiero que usted
me utilice para conseguirlo.
Las cejas de Evelyn se juntaron, en una señal
de confusión.
—
La persona que me salvó, la persona a
la cual yo amo con todo mi ser, me lo dijo; “Si todo parece perdido, búscala y
ella te ayudará. Sé que lo hará." —la honestidad y la seguridad con la que
Mark decía aquellas palabras realmente hacían sentir a Evelyn que él lo creía
con todo su ser.
Creer en un par de palabras, eso podría
resultar en una trampa o en algo peor; una desilusión. Ella sabía mucho de
ello, el poder que tenían las palabras de alguien cercano. El peligro que
conllevaba creerlas y no dudar.
De repente, sin poder ocultarlo, el rostro de
Mark comenzó a cambiar, agitándose como si fuera agua hirviendo o si tuviera
gusanos debajo de la piel. La estatura cambió, quedando casi a la misma que Evelyn,
el cabello se recortó, oscureciéndose por completo, quedando casi en un estilo
militar e incluso el color de sus ojos se tornaron de un verde césped.
Evelyn abrió la boca para decir algo, pero no
pudo decir nada, solo se cubrió la boca con ambas manos, perpleja por lo que
estaba viendo. No sabía si se trataba de alguna clase de broma, pero no podía
negar los hechos; era él.
Evelyn alargó su mano, descubriendo su boca,
hasta alcanzar la mejilla de “Mark”, quien solo se limitó a cerrar los ojos
ante el suave contacto y—en un acto de sumisión y respeto— se hincó, haciendo
una pequeña reverencia. Una que dejaba muy en claro su convicción y su lealtad,
a pesar de la renuencia de Evelyn de poder confiar en alguien tan fácilmente.
Finalmente, después de examinar el rostro que
había adoptado Mark decidió que bien podría darle el beneficio de la duda. No
tenía que confiar en él, pero sí que lo utilizaría. Y si él se rebelaba en su
contra, lo asesinaría.
—
Mi vida la pertenece. Puede hacer lo
que usted quiera conmigo. Yo le obedeceré fielmente y sin dudarlo. —dijo Mark,
casi como si pudiera saber lo que pasaba en la cabeza de Evelyn.
Sonrió y se inclinó, tomándolo de la
barbilla. Sus ojos se encontraron por vez primera, al menos a la misma altura,
sin que Mark tuviera que desviar la mirada, como no merecedor de aquel
privilegio.
—
Ese es un rostro muy interesante el
que tienes ahí, Mark. Me parece que es momento de que hablemos un poco más. Mi
deseo es volver a conquistar este mundo, pero necesito información. ¿Me dirás
todo lo que necesito saber?
—
¡Por supuesto!
—
Entonces, vamos. Hay un largo camino
que recorrer hasta la siguiente instalación. —dijo, sonriendo, divertida, pero
el color carmesí en sus ojos le indicaba que su emoción provenía de otros
pensamientos. Y la siguiente frase se lo confirmó. —Y los niños tienen hambre. Mucha hambre.
Un leve gruñido se escuchó detrás de ellos y,
al girarse, Mark se dio cuenta que los guardias que habían estado custodiando a
Evelyn Raleigh ahora se encontraban de pie, detrás de ellos. Sus ojos estaban
vacíos, pero podía sentir la sed de sangre.
La maldición de los traidores. El estado más
primitivo y deplorable para cualquier vampiro, ya que no eras consciente de tus
acciones, eras solo una marioneta, una mascota que obedecía ciegamente a su amo—Evelyn
Raleigh en este caso—. Era un castigo
por haber traicionado a tu amo, en el cual te privaban de tu libertad y estabas
condenado a la sed de sangre.
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