Solo... sienteme


|Solo… siénteme.

Todo estaba silencioso, después de que el botones le entregara la llave de su habitación y sus maletas, todo quedo en completo silencio. Suspiro profundamente, la única razón por la que había vuelto a la ciudad tan temprano, incluso todavía cansado por el viaje, era que lo vería el día de hoy. Pero ni una sola llamada o que mandara a alguien a recogerlo al aeropuerto.
 Sabía que no era el sujeto más romántico como para esperarlo con una pancarta que dijera su nombre y tuviera dibujados varios corazones alrededor, pero ¡Vamos! Incluso podía ser un poco más adulto y aceptar su relación como tal. No llevaban saliendo una semana, tampoco un mes, eran ya 5 años.
Que pésimo novio.
Sintiendo el dolor pulsante en su pecho, decidió no pensar más en ello. Simplemente lo ignoraría. Se despojó de su saco negro, dejándolo sobre el sofá, dando pasos hacia la ventana, des aflojó el nudo de su corbata. En realidad tenían razón muchos al decir que los asalariados con corbata eran como perros con correa.
Rio un poco, encontrándose a sí mismo tonto por ello. Cuantas bromas había logrado hacerle a sus jefes, y a diferencia de alguien, ellos las disfrutaban riendo a todo pulmón.
Se acercó hacia la ventana, corriendo las persianas. Una hermosa vista nocturna de la ciudad lo saludo. Casi era nostálgico el poder estar en el mismo lugar y aun así tener una gran barrera que los separara.
No es como si esperara que le diera un anillo o certificado de matrimonio, Takao sabía que esas cosas no le iban a él, tampoco las aceptaría, serian un simple papel y un objeto de metal que podía tener cualquier persona. No. El quería otra cosa, su amor. ¿Era mucho pedir?
Al parecer para el señor Fortuna, el destino no los tenía predestinados. Aun no podía recordar la cantidad de cartas y mensajes que la había enviado cuando fue al extranjero a conseguir cerrar el trato con Asthor Company. Dos meses fuera y eso había bastado para que simplemente lo dejara de lado.
Extendió su mano sobre la pieza de cristal, el frio de la noche lo hizo estremecerse, pero no la aparto. Soltando un grande y prolongado suspiro, su vista comenzó a nublarse por una pequeña capa de humedad. Podía parecer desinteresado, infantil, que siempre mantenía una sonrisa en el rostro, pero también sentía. Y el rechazo de su “novio” era doloroso. En el ventanal se marcaba una mancha blanca por el aire caliente de su respiración. Trazando con su dedo índice, dibujo una gafas, o al menos lo intento, no era el mejor dibujante.
-         Eres cruel, Shin-chan. – pronuncio para sí mismo. Su otra mano fue a su pecho, apretando la camisa, tratando de desaparecer el dolor, como si pudiera arrancarlo de su pecho, pero sabía que eso también era imposible. El dolor jamás se iba, solo aprendías a sobrellevarlo.
¿Eso significaba que terminaban?
Se quedó unos minutos más ahí, estático, llorando en silencio. No se sentía como si fuera dejado, de hecho sentía que la única persona triste era él.
Soltó un suspiro, se limpió las lágrimas con el dorso de su mano. No iba a ponerse melancólico y si lo hacía, lo haría como se debía. Diciendo esto, regreso hacia donde estaba su cama, se sentó en el borde y tomo el teléfono, marcando a la recepción.
-         Buenas noches, ¿en qué puedo servirle? – le respondió una educada voz, por el tono, mujer del otro lado.
-         Hola, ¿podrían mandarme la cena y una botella de vino?
-         ¿Qué clase de vino?
-         ¿importa? Solo encárguese. – en tono molesto.
-         Pero… - colgó el teléfono antes de recibir contestación. Menuda sorpresa, su carácter de “Me importa un carajo” había salido a flote. Lo mejor sería encerrarse o haría algún espectáculo.
Se dejó caer sobre la cama, extendiendo los brazos completamente, la cama era suave y cómoda. Podía dormir en ella, incluso sin el alcohol se las ingeniaría para dormir. Tal vez acurrucarse como un bebé en posición fetal hasta caer dormido. Pero eso le traería unas horribles ojeras. No, no podía.
Se levantó de a golpe, quitándose los zapatos y los calcetines. Para después quitarse la corbata y la camisa, botón por botón. Termino con los pantalones, dejándolos en el suelo, de hecho toda su ropa había quedado regada en el suelo, en una especie de caminillo desde la recamara hacia la ducha. No sin antes meter una toalla y una muda ropa limpia.
Podía usar la tina, pero eso sería aburrido. Mejor mojarse el cuerpo entero a flotar en tu propio sudor y polvo de la ciudad.
El agua caía por todo su cuerpo, deslizándose sobre sus músculos, la pesadez y el estrés en sus hombros parecieron ceder un poco ante el masaje líquido. Recargando la frente contra la pared de azulejo color hueso, un millón de pensamientos comenzaron a pasar por su cabeza, y en todos ellos un mismo artífice era el protagonista.
Midorima Shintarou.
Suspiro, tomando la barra de jabón, comenzó a frotarlo por todo su cuerpo, como si fuera la tarea más importante de su vida. Al pasar el jabón los recuerdos de como él solía hacerlo por él, se había vuelto dependiente de una persona, dejándose consentir, cuando lo llevaba a la ducha, con cualquier tonta insinuación y terminando teniendo sexo hasta que el agua caliente se acababa, no un sexo simple, sexo caliente en el que te tienes que aferrar al cuerpo de tu compañero para no caer. No era solo joder, era fundirse en cuerpo y alma, sintiendo cada emoción en sus músculos hasta llevarlo a la cúspide de los órganos, sentir el éxtasis en sus venas y estallar en sus labios, al probarse mutuamente.
Acaricio sus labios, inconscientemente. Quería ser fuerte, pero los recuerdos no le ayudaban.
 Sin embargo, aun así las lágrimas no dejaron de salir, perdiéndose entre el agua de la regadera hacia la coladera. Sus ojos ardían, y no necesariamente por el jabón. Rio un poco, burlándose internamente de sí mismo, que escena más extraña, un hombre adulto llorando como una colegiala.
********************
Finalmente termino de bañarse, se secó el cuerpo con la toalla y se puso la muda de ropa limpia. Pasándose la mano por los cabellos, en un intento por arreglarlos hacia atrás, se colocó la toalla alrededor del cuello.
Al llegar a su recamara se topó con lo que parecía ser su cena, estaba encima de la mesilla de noche y se mantenía sobre una charola de plata, al lado había una botella de vino, junto a una copa de cristal. No se puso minucioso con los detalles de la etiqueta, simplemente quito el corcho y se sirvió una copa. Acerco el borde de la copa hacia sus labios, saboreando el sabor con solo sentir el aroma, le dio un pequeño piquete. El sabor inundo sus papilas gustativas, ni tan dulce, ni tan agrio, era perfecto. Le dio otra probada, haciendo a un lado la comida, ya no era necesaria.
Después de la tercera copa, no pudo parar, el sabor de ese vino era adictivo, pero también un poco extraño. No sabía si era el alcohol o su cuerpo que le pedía descanso, pero comenzaba a sentirme cansado, un poco soñoliento. Se froto los ojos, sintiendo la pesadez hacerse más fuerte. Y ahí estaba, el gran bostezo.
Dejo la copa sobre la mesa, arrojo la toalla a cualquier parte de la habitación. Echando la cabeza contra la almohada, se giró para quedar de frente a la ventana y ver el panorama urbano que tanto había tardado Japón en crear. Luces y destellos, los ruidos del exterior, un ambiente animado, incluso al caer la noche seguía activa, la ciudad era una joya y sus edificios eran enormes construcciones que parecían erguirse hasta las nubes,  Japón era una ciudad en movimiento.
Era como si transmitiera un extraño sentimiento nostálgico. ¿Se sentirían igual de solos las demás personas?
¿Por qué pensaba en cosas como esas? No es como si él fuera alguien tan patético, solo un poco tonto. Le iba bien en la vida. Suspiro, respirando el aroma de las sabanas. Sus pensamientos estaban demasiado dispersos como para dejarlo dormir, aun teniendo todo el cansancio del mundo. Cerró los ojos, tratando de conciliar el sueño.
Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido molesto de algo. Se levantó, buscándolo con la mirada. Fácilmente lo encontró en sus pantalones, el brillo de su teléfono en el bolsillo. Salió fuera de la cama y tomo el teléfono rápido, presionando el botón de “contestar”.
-         Takao al habla. – respondió en tono profesional, frotándose ambos ojos con las yemas de los dedos índice y pulgar al mismo tiempo.
-         ¿Takao? – no necesitaba ser un genio para reconocer la voz, eso simplemente lo hizo estremecer. Camino hacia la ventana, mordiéndose la uña. Nervioso, obviamente.
-         Shin… quiero decir, Midorima. Cuanto tiempo sin saber de ti. – bien, continua así, se dijo así mismo. Trata de sonar más profesional, no te quiebres ahora.
-         ¿estás bien? suenas extraño.
-         ¿yo? Estoy perfectamente. ¿Por qué preguntas?
-         Bueno, normalmente me llamas Shin-chan.
-         Ah, eso. Somos adultos, ¿no? Debemos comportarnos como tal. ¿querías algo?
-         ¿estas ocupado?
-         N-no… - se muerde la lengua, no puede decirle que está solo, bebiendo como un idiota abandonado, no quería su lastima. Vuelve a pensar sus palabras y retoma la conversación con un aire más tranquilo y relajado - A decir verdad si, estaba a punto de salir. - miente, tan bien que hasta él podría creérselo, pero Shin-chan no es de los que se tragan esas mentiras sin pruebas.
-         ¿a estas horas? –refuta, un poco intrigado y sospechoso. Tiene que darle vuelta al tablero, no dejarlo ver a través de su des validez
-         Sí, tengo una cita. Bueno, más bien dicho quede con alguien para vernos.
-         Ya veo. No, yo solo quería saber de ti. Escuche que estabas aquí. – mentiroso.
-         ¿en serio? ¿Quién te dijo? – simulando sentirse curioso, aunque era claro que había leído sus mensajes y no los había respondido el idiota.
-         Kise me lo dijo. – mentira, Kise aún no sabía que vendría, solo lo sabían su jefe y Shin-chan.
-         Entiendo, mira, me gustaría estar hablando hasta la madrugada, pero tengo un compromiso.
-         ¡Takao! ¡Espera! – se sorprende, esta es la primera vez que le escucha alzar la voz  a través del teléfono, dejando de lado sus rabietas por hacerle alguna tontería, pero esta vez suena desesperado.
-         ¿Qué?
-         Mira, yo sé que estas molesto por lo de los mensajes, pero yo… - basta, no puede más. Sabe que si sigue escuchando terminara cediendo. Lo último que necesita. Debe poner un fin a todo esto, el único que sale herido es él. El tiempo ha pasado, mucho y las oportunidades igual. Ya no es necesario prolongarlo, pasaría después de todo.
-         ¿tú qué? ¿me dirás que puedes cambiar? No me hagas reír, Shintarou. He esperado por ti 5 años y yo… ya me canse, ¿sí? No sé qué quieres, no sé si me quieres, si te quieres o lo que sea. Pero ya no quiero seguir así. – las lágrimas amenazaban con salir, así que se muerde los labios, intentando contener las emociones en su cuerpo.
-         Lamento lo del aeropuerto, yo quería llegar, pero…
-         … hubo un percance, ¿no? – ya conocía el discurso, se lo había aprendido después de pasar por ello millones de veces.
-         Diablos, déjame terminar.
-         No. Creo que ya escuche suficiente. El silencio de tu parte fue una respuesta muy clara. Adiós, Midorima Shintarou. – diciendo esto último, que fue como si un vidrio le rasgara la lengua, cuelga el teléfono. Antes de ello escucha el reproche de su ex, pero le ignora.
Ahora está solo. El silencio invade la habitación, casi asfixiándolo. Ese dolor en su pecho es normal, pero aun así desea que desaparezca. No quiere sentirlo, pero sabe que es su culpa, por enamorarse de ese tonto.
Aprieta el teléfono en su mano, encorvándose, lo toma contra su pecho. El sonido de la melodía que le ha puesto solo sirve para torturarlo. Pegando el rostro contra el vidrio de la ventana, unas lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, escurriendo por todo su rostro. El llanto le acompaño. Se deja caer sobre sus rodillas y se hace un ovillo en el suelo, apretando el celular, que sigue marcando en la pantalla “Shin-chan <3”
-         Te odio… Kazunari, eres un idiota tal y como él siempre decía – se grita a sí mismo, o más bien al reflejo que apenas es visible en la superficie de la ventana. Sabe que es un idiota, siempre lo ha sabido, pero finalmente lo puede admitir en voz alta sin necesidad de que otros le estén empujando a ello.

Deja salir las lágrimas y ahí, en el suelo de la habitación, sobre la alfombra, es que se queda sollozando hasta que finalmente cae dormido. Con lágrimas en los ojos y la voz ronca y la nariz húmeda.

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