[Capítulo 10 —Competencia de Bastardos— parte 2]
Tres
sujetos venían detrás de ellos y se acercaban rápidamente, pero no podían
dejarse atrapar. ¡Tenían que advertirle al Alfa!
Disparos
pasaban cerca de ellos, casi dándoles, pero fallando a fin de cuentas clavándose
en algún árbol mientras huían o pasándolos.
Aun
así, los hombres no desistían de su tarea y continuaban dándoles caza, o las
consecuencias por dejarlos escapar serían terribles.
Finalmente,
después de correr, por lo que pareció una eternidad, en el bosque, una luz
iluminó delante de ellos.
¡Una
fogata! ¡Personas!
Sus
rostros se iluminaron de felicidad, pero los sonidos de las pisadas de los
hombres se escuchaban más cerca, en poco los alcanzarían.
—
¡Corre
Esther, te daremos tiempo! —dijeron los dos niños, quedándose atrás y
transformándose, plantándoles cara a sus persecutores.
Esther
corrió, sintiendo las lágrimas comenzando a salir de sus ojos y apretó los
parpados con fuerza, conteniendo el miedo que la embargaba.
Escuchó
gritos, gruñidos, un par de disparos y luego nada.
Se
arrojó hacia adelante y cambió, acelerando el paso, sintiendo su cuerpo más ligero
y veloz, lo que le permitía deslizarse con mayor facilidad entre la hierba y
avanzar a pasos agigantados, además de los grandes beneficios que tenía su
aguda vista que le permitía ver todo el terreno delante de ella sin ningún
problema.
Por
un segundo pensó en regresar y ayudar a sus amigos, o al menos vengarse, pero
negó fuertemente, luchando contra sus instintos salvajes.
No
podía desperdiciar el sacrificio de sus amigos, ella tenía una misión, de la
cual dependía toda su manada.
Corrió,
dejándose guiar por su olfato y, en segundos, dando un salto con las patas
hacia adelante, un gran grupo de hombres y mujeres en uniforme negro
aparecieron delante de ella, todos armados, apuntando a ella con cautela y
hostilidad.
Esther
apretó los dientes, clavando las garras en la tierra bajo sus patas, dejando
salir un leve gruñido de advertencia, adoptando su posición de ataque. Su
pelaje se erizó y mostró sus colmillos no dejándose intimidar. ¡Ella era una
were!
Uno
de los hombres más cercanos—con una cicatriz desde la sien a la oreja—se lamió
los labios, jugando con su largo cuchillo de 30 centímetros, dio un paso hacia
ella, inclinándose. Pasaba el cuchillo de una mano a la otra, mientras
balanceaba su peso de una pierna a la otra, buscando un ángulo perfecto para
atacar y someter a la criatura salvaje.
¿Acaso
sería la cena de estos hombres?
Esther
ladró, dándole una nueva advertencia. Su cuerpo entero vibraba debido a la
adrenalina y las comisuras de sus fauces temblaban, exponiendo sus largos y
afilados caninos recién mudados.
¿A qué estás
esperando?
Pensaba la niña, impaciente. Ella no sería una comida fácil. Iba a pelear con
todas sus fuerzas, incluso si eso le costaba la vida.
Pero
antes de que alguno de los dos pudiera hacer un movimiento, el sonido de un
disparo resonó y todos se giraron hacia el responsable.
Los
ojos de Esther se abrieron de par en par y, de no ser porque estaba
transformada, se habría arrojado a los brazos del grupo de hombres que estaban
del otro lado, mirándolos con expresiones confundidas y serias.
—
¡¿Qué
demonios está pasando aquí?! —preguntó el que había disparado, guardando su
arma y acercándose, mirando a sus compañeros.
—
¡¿Esther?!
—reconoció la voz de Abby entre los hombres y cuando la vio no dudo en correr
hacia ella, aullando lastimosamente. Podía ser una were, pero aún seguía siendo
una niña. Se frotó contra el pecho de ella y le lamió la barbilla, dejando
salir unas pequeñas lágrimas de felicidad. —Pero, ¿qué estás haciendo aquí?
Deberías estar en la Colonia.
Tan
pronto como dijo eso, Esther recordó la razón por la cual se encontraba en el
bosque y, sin pensarlo, se transformó.
Los
lobos podían comunicarse mentalmente, pero solamente después de que alcanzaban
la madurez. Mientras tanto no podían y, aunque estaba segura que le entenderían
a sus gruñidos y bramidos, tenían que decirlo en voz alta y como humanos.
Los
ojos de todos los hombres estaban sobre la desnuda criatura, pero Alo se colocó
frente a sus miradas, ceñudo, indicándoles que apartaran la mirada.
—
La
Colonia… Todos están… Taicionados… Hombes malos —maldijo no poder hablar bien,
pero necesitaba aire. Aspiró profundamente. —Ayuda. —dijo finalmente,
aferrándose a la blusa de Abby con los ojos llenos de lágrimas, temblando.
—
Ok,
ok. Necesitas calmarte un poco. —le indicó la mayor,
masajeando su espalda de arriba hacia abajo, tratando de tranquilizarla, pero
Esther seguía temblando frenéticamente. Cuando sintió que Esther dejaba de
temblar e hiperventilar, Abby preguntó. —¿Qué fue lo que pasó?
—
Hay
hombes malos… nos atacadon y muchos dispados. —señalando hacia donde estaba la
enorme montaña. Sus ojos fijos en la hierba que dividía el pequeño asentamiento
de los Cazadores y la naturaleza salvaje, temerosa de que pudieran salir en
cualquier momento a atacarlos.
—
Debemos
regresar. Ahora. —la voz autoritaria del Alfa la tranquilizó un poco,
deteniendo los temblores. Alzó la mirada hacia Randolph y notó la expresión
dura, dándose cuenta que todo estaría bien. No necesitaba decirlo, ella lo
sabía con solo mirarlo.
—
¿Y?
¿Cuál es el plan, Alfa? —preguntó el chico que había disparado.
—
Tenemos
que ir por nuestros compañeros y ayudar a los humanos de esa base.
—
Tal
vez ellos no quieran ser salvados. —dijo con cierta amargura y Randolph negó.
—
No
me importa lo que quieran, iremos. —declaró con seriedad y los weres adultos a
su alrededor asintieron sin emitir el mínimo respingo.
Los
weres se dieron la vuelta, al mismo tiempo que Abby ayudaba a Esther,
colocándole una sábana que Emba le había entregado para que la cubriera. Abby
agradeció el gesto, a sabiendas de que las mantas eran un recurso limitado
entre los Cazadores desertores.
Mao
los miró, sintiendo algo que no había sentido en mucho tiempo; conmoción. Las
espaldas de los weres mientras se alejaban hacia la gran montaña artificial en
donde se escondían los humanos sobrevivientes, y donde ahora sus amigos estaban
atrapados por un grupo rebelde, se iban desapareciendo mientras se metían
dentro de la oscuridad de la noche.
Chasqueó
la lengua y dio un paso hacia adelante, sabiendo que estaba cometiendo un grave
error, del que se arrepentiría más adelante.
—
Esperen.
—dijo, llamándolos y provocando que no solo los weres se giraran hacia él, sino
también varios de los Cazadores, sorprendidos y confundidos.
—
¿Mao,
qué estás haciendo? —preguntó Derno, cogiéndolo del brazo. Mao lo encaró,
dejando salir un suspiro cansado y se liberó de su agarre, sacudiéndoselo.
Odiaba
que lo tocaran sin su consentimiento y mucho más cuando alguien intentaba
imponerse sobre él. Frunció el ceño, mirando fijamente a Derno, quien decidió
apartarse, dando un paso hacia atrás ante la evidente amenaza del aura de Mao.
—
Los
acompañaré. —dijo finalmente, apretando la boca, aunque su voz no sonaba
demasiado convincente.
Los
weres se miraron entre sí, confundidos, pero el leve asentimiento del Alfa
Randolph le indicó que estaba bien ir con ellos. Aun así, decidieron permanecer
a una distancia pertinente, ya que parecía que los Cazadores necesitaban su
espacio para arreglar ciertos asuntos personales y no querían involucrarse y
perder valioso tiempo.
—
¿Acaso
perdiste la cabeza? Ni siquiera sabes… —el aspecto iracundo de Derno estaba
saliendo a flote y Mao no se sentía con ganas de lidiar con una de sus típicas
rabietas, menos mostrarle sus “problemas” a los weres. No quería hacer una
escena delante de ellos.
Mao
le cortó rápidamente, frunciendo el ceño. No quería empezar una pelea con
Derno.
—
Claro
que lo sé. Todos aquí lo sabemos. —admitió con amargura. Sus sospechas habían
resultado ser ciertas y eso era algo malo, muy malo. El tiempo era apremiante.
Tenían que darse prisa o todos pagarían las consecuencias. —Tenemos que
encargarnos de esas basuras.
—
¿Y
supongo que lo harás solo? —Derno arqueó una ceja y Mao notó a sus demás
compañeros desviar la mirada, rehuyendo de él.
—
Si
es necesario, sí.
No
esperaba que los demás lo acompañaran de buenas, y tampoco sería lo
suficientemente patético como para pedirles su ayuda, sabiendo que se reirían
en su cara ante semejante disparate.
—
No
lo harás. —dijo Emba, alistándose y acercándose hacia él. Mao se sorprendió un
poco, pero aun así le agradeció con un leve asentimiento. Derno los miró,
frunciendo el ceño.
Los
weres seguían mirándolos, con expresiones confundidas, pero aún en silencio,
con prudencia y respeto hacia los Cazadores.
—
Emba,
no tienes que… —intentó decir Derno, pero Emba se adelantó.
—
Esa
no es decisión tuya. Es mía. —puntualizó la chica, revisando su arma y metiendo
un cuchillo en la parte trasera de su cinturón, mientras sus ojos iban hacia
los weres y a Mao, quienes se dedicaban a observarlos e silencio, sabiendo que
no deberían decir nada a sus disputas internas.
Los weres asintieron y comenzaron a moverse
hacia el interior del bosque, mientras Mao y Emba se despedían de sus
compañeros, alejándose del grupo.
Derno miró a sus dos
compañeros y los demás quienes no dejaban de murmurar entre ellos mientras las
espaldas de Mao y Emba desaparecían entre la naturaleza, alejándose hacia quién
sabe dónde.
Derno
chasqueó la lengua, rascándose la nuca y gruñó, maldiciendo en voz baja, mientras
se lanzaba detrás de ellos, dirigiéndoles una mirada mortal a sus compañeros
Cazadores que lo seguían con la mirada.
—
Demonios
con ustedes. Más les vale que haya traseros los cuales pueda patear. —dijo,
molesto, acercándose hacia Emba, quien frotó su mano sobre su brazo.
—
Sabía
qué harías lo correcto, Derno. —admitió Emba, esbozando una media sonrisa,
contenta de saber que podía contar con su amigo y Derno sintió el calor en sus
mejillas, ruborizándose.
—
No
sé si esto sea lo correcto, Emba, pero es algo que se debe de hacer. De lo
contrario nos veremos comprometidos y nuestra reciente libertad se verá
afectada. —argumentó Mao, sabiendo que la presencia de vampiros en el área no
traería nada bueno para ellos. Solo complicaría las cosas, por no mencionar de
que había una gran posibilidad de que fueran encerrados nuevamente. Y ellos no
podían permitirse eso.
—
No
cortaremos la cabeza, solo cortaremos una pata, Mao. —declaró Derno, tratando
de esclarecer la mentalidad de su compañero. Y decir que cortaban una pata era
exagerar la situación, porque solo estaban cortando una uña en comparación, dentro
de toda esa estructura de orden mundial.
—
Por
algo hay que empezar. Primero, encarguémonos de esto y después veremos qué
hacer.
—
Nos
estás llevando directo a un conflicto que no nos compete, Mao. —murmuró Derno,
un poco incómodo por tener que unir fuerzas con los weres para salvar a un
grupo de humanos desconocidos. No le complacía, pero tampoco podía negar que
Mao tenía razón; la presencia de vampiros solo podría solo advertía problemas. Su
primer pensamiento habría sido convencer a los demás de que salieran de ahí
antes de su llegada, pero no se perdonaría si algo le llegaba a pasar a Emba.
—
Nos
compete a todos, Derno. —Mao se detuvo y se giró hacia Derno, mirándolo con
seriedad. Una mueca tensa se dibujó en su rostro, mientras desviaba la mirada,
hacia sus compañeros Cazadores y regresando hacia los weres que iban delante de
ellos. —Debemos dejar de pensar que esta guerra es solo de unos cuantos. Todos
estamos involucrados.
Sus
compañeros lo miraron con el ceño fruncido, conflictuados por la situación. Si
bien ellos no tenían un líder, tal vez esa era una de las cosas que debían
cambiar. Estos hombres necesitaban estabilidad, y no se refería solo a orden
moral, sino psicológico. Tantos años detrás de esas paredes, encerrados,
torturados y convirtiéndose en lo que eran, no podía culparlos por sentir miedo
a enfrentarse a los vampiros. Tendrían que hacerlo en algún momento, ¿Por qué
no ahora que tenían la oportunidad?
—
No
somos un ejército. —señaló Derno, nervioso.
—
Pero
tampoco somos humanos. —puntualizó rápidamente. Una leve sonrisa se asomó en su
rostro. —Y aún necesitamos venganza contra nuestros captores. Ya no somos sus
mascotas, Derno. Me niego a seguir siendo una rata que huye a esconderse todo
el tiempo.
—
No
los dejaremos que sigan haciendo lo que quieren. —dijo Emba, seria y con una
expresión sombría. —Este es el primer paso hacia nuestra libertad.
Sus ojos fueron hacia algunos de sus
compañeros que se acercaban hacia ellos, dispuestos a ayudarlos. Los demás
permanecieron en su lugar y les dieron la espalda, era claro que ellos no
estaban listos. Necesitaban tiempo, pero sabía que lo harían, tarde o temprano
la guerra los alcanzaría y no tendrían otra opción más que luchar o morir.
La verdad era que los humanos, o weres que
estaban cautivos, le importaban muy poco. Lo que realmente querían era
venganza. Este era su momento y si tenían que usar a los weres para
conseguirlo, lo harían.
—
Bien,
vamos a mostrarles de lo que estamos hechos, chicos.
*******
[Jason
—Carnaval]
Me
estaba hundiendo y no podía hacer nada para impedirlo. La pesa me estaba
jalando hacia abajo, impidiéndome que pudiera nadar y restringía mis
movimientos, mientras pataleaba y luchaba por no dejar escapar el aire de mis
pulmones, y es que el bozal no me ayudaba demasiado.
Luchaba,
intentando mantenerme a flote, pero el peso era mayor y me conducía al fondo
con rapidez. Forcejeaba contra la esposa que estaba sujeta a mi muñeca, pero
era demasiado dura y no podía zafarme.
Y
por si fuera poco, me faltaba el aire. Burbujas salían de mi boca y de mi
nariz, mientras más me hundía, impidiéndome ver con claridad, ya que las
burbujas se acumulaban en el bozal.
El
fondo se veía oscuro, pero a mí alrededor podía ver las figuras de los demás
prisioneros que nadaban junto a mí, yendo hacia la superficie, luchando contra
el agua y no ahogarse. Varias luces iluminaban sobre mi cabeza, fragmentándose
en pequeños destellos acristalados, pero aun así era casi imposible el ver algo
entre tanta oscuridad. Hacia donde quiera que giraba solo veía la oscuridad de
las sombras que rodeaban el fondo.
Por
si fuera poco, el dolor de mi brazo, que se extendía desde mi muñeca hacia mi
hombro y parte del cuello, por el tirón que había sufrido, comenzaba a hacerse
presente.
De
repente, noté que una sombra aparecía cerca de mí, deslizándose con gran
velocidad a través del agua, buceando rápidamente desde la superficie hasta
donde me encontraba.
Finalmente,
se colocó a mi lado, cubierta de bruma debido a su pataleo, manteniendo su
identidad oculta y la falta de luz no hacía más que empeorar mi vista. Solo era
una figura distorsionada, envuelta en sombras y pequeños destellos que no
revelaban nada sobre su identidad.
No
podía ver bien de quien se trataba, y en un principio había pensado que se
trataba de alguien que había visto su oportunidad conmigo, al verme en
problemas, y se había arriesgado, yendo hacia el fondo, para terminar rápidamente
con mi vida. Pero descarté ese pensamiento cuando, finalmente, logré divisar su rostro, aun distorsionado, y
con el cabello agitado por la corriente de agua.
Intenté
retroceder, pero la cadena que estaba sujeta a la pesa me impidió moverme y me
jaló, haciendo un sonido seco cuando chocó contra la superficie del fondo y
gruñí. El chico cogió la cadena y, apretándola con fuerza, los eslabones se
doblaron, crujiendo, pero no cedieron fácilmente. Así que volvió a hacerlo,
haciendo un movimiento como de sonajero y, de un tirón, trituró tres de los eslabones con su mano de acero.
Tan
pronto la cadena que estaba sujeta la pesa se rompió, liberándome, fui disparado hacia la superficie a gran
velocidad.
Aspiré
profundamente cuando estuve fuera del agua, tratando de compensar la presión
del agua y la falta de aire, inhalando lo máximo que la mascarilla me permitía.
Nadé, sin ninguna dirección aparente, solo moviéndome. Lo peor que podía hacer era
quedarme quieto.
Braceé
unos segundos, aun con la vista afectada y sintiendo el agua dentro del bozal
colarse por mi boca y por la nariz, pataleando hasta que, finalmente, me detuve
cuando choqué contra una pared de concreto y, sintiendo las pequeñas olas que
se formaban y me golpeaban, empujándome con fuerza hacia la pared, mis ojos
comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad de la fosa.
El
agua me chorreaba desde la cabeza y me provocaba picor en los ojos, por lo que
tenía que parpadear varias veces, tratando de entornar la mirada.
Arañaba
la superficie, tratando de aferrarme con fuerza y no ser ahogado. Veía más
personas nadando, desesperadas, confundidas, atrapadas en esta enorme charca de
la que no se veía una salida a simple vista. La pared todavía se extendía por
encima de mi cabeza.
Hubo
un pequeño estruendo que agitó el agua, similar a un cañonazo, e hizo temblar
la pared, seguido de la caída de varios fragmentos del techo. Me cubrí con el
antebrazo, tratando de protegerme, aun sintiendo un pedazo de la cadena y el
grillete alrededor de mi mano, esforzándome por mantenerme a flote, siendo
azotado contra la pared de concreto por el fuerte vaivén de las violentas olas.
Me
atreví a abrir los ojos y mirar hacia arriba, donde había escuchado la explosión.
Vi como pequeñas estrellas caían desde el cielo y se caían sobre el agua,
hundiéndose. Después de unos segundos de que cayeran, empezaron a titilar,
desprendiendo una pequeña luz plateada e iluminando toda la fosa, dándonos un
aspecto fantasmagórico, proyectando pequeñas sombras y fragmentando la luz
plateada del agua, aclarando ciertas zonas en una gran variedad de matices de
azul.
Podía
ver algunos cuerpos en el fondo, semi-inmóviles, ya que se movían debido al
ritmo del agua. Eran las personas que se habían ahogado y no habían logrado
salir a tiempo.
Gracias
a la luz plateada que iluminaba todo el lugar me percaté de que había una
pequeña escalera de barrotes a unos metros de mí. Así que comencé a nadar hacia
ella, aferrándome al último barrote, aunque casi me había resbalado por la
humedad y el resto de lama que se había formado, sintiendo como el flujo del
agua de la fosa me mecía, levantándome hacia arriba y también las olas
arremetían contra mí y la pared, tratando de ahogarme, y yo no solo luchaba por
mantenerme a flote, sino por mantenerme sujeto y no hundirme.
Trepé
rápidamente, sintiendo la presión del agua abandonar mi cuerpo y permitirme
moverme con mayor facilidad, hasta que termino la escalera y me dejé caer sobre
la fría superficie de concreto.
Rodé,
dejando salir un suspiro de alivio, escupiendo un poco de agua, aun sintiendo
mis extremidades heladas, quedando boca arriba, mientras dejaba descansar mi
cuerpo fatigado. Estaba cansado y mi brazo dolía. Podía sentir el ardor
mientras respiraba, producto de haber tragado demasiada agua y sentía un
escozor en los ojos que me impedía ver bien todo a mi alrededor.
Me
tallé los ojos con los nudillos y tosí un poco más de agua, sintiendo una
punzada de dolor en mi brazo izquierdo. Apreté la mandíbula y dejé salir un
pequeño quejido ahogado, aspirando profundamente. Tenía el músculo del hombro
duro y cuando presioné un poco sobre la carne, palpando la superficie, me
doblé, aguantando una maldición, sintiendo como se me llenaban los ojos de
lágrimas, haciéndome ver pequeños destellos a través de mis parpados.
Las
lágrimas salieron y me doblé hacia adelante, tensando toda la extremidad y
pegando mí frente a mis rodillas.
Me
quedé unos segundos en el suelo, adolorido y con los ojos enrojecidos por las lágrimas,
hasta que decidí ponerme de pie, apoyándome sobre la pared, me impulsé,
sintiendo las piernas como gelatina, hacia arriba y me incorporé, sosteniendo
aún mi brazo lastimado, encorvado hacia el lado izquierdo.
Caminé,
lento, ya que no sabía que tan segura era la superficie en la que me encontraba y tampoco quería tentar mi
suerte y resbalarme con toda esa agua por todos lados y volver a caer dentro de
la fosa, de la cual había escapado.
Mis
ojos fueron hacia la fosa, notando el brillo platinado que se proyectaba desde
el fondo y vi que aún quedaba mucha gente dentro del agua. Algunos estaban
peleando, empujándose los unos a los otros para alcanzar una escalera o solo,
victimas del pánico, trataban de alejar a todo aquel que se les acercara. Nadie
confiaba en nadie. Eran un buen número de personas, pero del mismo modo,
también había algunos que habían conseguido salir de la fosa como yo y que
ahora observaban el “espectáculo” de inocentes que no sabían nadar o que no
tenían ni idea de lo que hacer—aunque yo tampoco lo sabía—.
Miré
hacia arriba, tratando de descubrir desde qué altura habíamos caído, pero
estaba demasiado oscuro y era imposible decirlo con seguridad. Ni siquiera se
podía ver de dónde habíamos caído, o
cuántos éramos en realidad. En este lugar no había nada de luz que pudiera
ayudarnos, salvo la que se encontraba en el fondo de la fosa y que
proporcionaban las “estrellas”.
De
repente, noté que alguien me miraba y me giré hacia el responsable,
encontrándome con el chico del brazo mecánico que estaba del otro lado de la
fosa, y que había logrado salir también. Un escalofrío recorrió mi espalda al
caer en la cuenta de que había estado a punto de morir ahogado y que si no
fuera por él, yo… estaría en el fondo de la fosa.
Le
agradecí en silencio y él asintió, entendiendo nuestra conversación carente de
palabras, en la que solo bastaba una mirada.
Las
“estrellas” que flotaban sobre el agua comenzaron a parpadear más rápido y
continuamente—casi pareciendo un destello normal—, acompañadas de un fuerte
pitido que retumbaba en todo el lugar. Había expresiones de sorpresa y
desconcierto y otras, ya acostumbrados, esbozaban pequeñas sonrisas, con la
vista fija en la fosa donde todos comenzaban a nadar con mayor velocidad,
apresurándose por salir. Tenía un presentimiento muy malo sobre lo que aquello
significaba.
Un
chico intentaba subir por la misma escalera por la que había subido yo e
intenté ayudarlo, un poco inseguro de si sería una buena idea hacerlo.
Me
hinqué y alargué mi mano buena.
―
¡Date
prisa! —grité y él me miró, despegando la mirada de los demás que venían detrás
de él y de las lámparas flotantes, que habían aumentado su intensidad,
indicándonos que se acercaba el momento de algo malo. —¡Rápido! —le ordené y se
apresuró, pero justo cuando estaba a punto de coger mi mano, su cuerpo, aún
metido desde la cintura dentro de la fosa de agua, comenzó a retorcerse,
doblándose y tensando todo su cuerpo, mientras convulsionaba fuertemente,
dejando salir un fuerte y alarido de dolor.
Se
soltó de la escalera y cayó dentro del agua, agitándose salvajemente.
Un
leve zumbido comenzó a resonar y se le unieron una serie de gritos
desgarradores, de aquellos que no habían logrado salir, quienes se agitaban,
revoloteando y sacudiendo el agua, mientras pequeños destellos salían y una
nube de humo salía dela capa de agua, elevándose hacia arriba.
Aquellas
cosas no eran lámparas flotantes—mucho menos “estrellas”—, ¡eran bombas eléctricas!
Me
llevé una mano a la boca al ver aquello y aparté la mirada, aun escuchando los
alaridos de dolor de las pobres víctimas, al igual que el aroma a carne
quemada.
¿Qué
es lo que acababa de pasar?
Sintiendo
una ligera brisa desde atrás, me abracé a mí mismo, sintiendo el frio
deslizándose desde mis rodillas hasta mi nuca y notando un pequeño destello de
luz desde la pared a la que le daba la espalda.
Me
giré hacia donde sentía la brisa y noté que la pared se abría de lado a lado,
mientras la luz se intensificaba, bañándome con la luz artificial y dejaba al
descubierto una larga pasarela.
Apreté
los ojos, parpadeando para acostumbrarme al ardor en los ojos por la intensidad
de la luz, ya que me había acostumbrado a la oscuridad.
Abrí
los ojos cuando se me hizo soportable, levantando las cejas en sorpresa.
Delante de mí se extendía un largo pasillo que no parecía tener fin, o al menos
no lo podía ver de inmediato, pero que solo iba en dirección recta.
Levanté
la mirada sobre las paredes de los lados de la pasarela, que se elevaban tan
alto que era imposible saber su medida, pero que se veían duras, cubiertas de
una fina capa de humedad, lama y algunos restos oscuros—probablemente de sangre
o alguna porquería debido al aroma agrío que despedían—. En éstas, había
pequeñas ventanas, esparcidas aleatoriamente. Algunas tenían ventanales de
cristal, otras eran de madera, también las había de materiales reciclados
(basura y chatarra) y otras que no tenían nada, salvo cortinas desgarradas que
se mecían suavemente por la brisa, dejando
en evidencia los arcos desnudos. Había luz saliendo de ellas e incluso pude
divisar algunas figuras mirando a través de ellas, curiosas, con miradas
recelosas, pero tratando de mantenerse ocultos detrás de ellas.
¿Había
gente viviendo en las paredes?
Varias
personas comenzaron a acercarse, alcanzándome y, al parecer, por su aspecto,
sobrevivientes igual que yo. Nadie decía nada, solo nos dedicábamos a observar
nuestro nuevo entorno, examinarlo y acostumbrarnos a él. Noté algunas miradas
furtivas sobre mí, pero las ignoré, tratando de descubrir lo mayor que pudiera
y que estuviera a la vista, sin pasar nada por alto.
El
chico que me había ayudado en la fosa no se encontraba en el grupo de
sobrevivientes, pero los que sí eran los buscapleitos con los que me había
topado en el comedor. Sus miradas eran de fastidio y odio. Rodé los ojos, no
tenía tiempo para preocuparme por estúpidos. Aunque eso no significaba que
bajaría la guardia con ellos, ya que seguían siendo peligrosos después de todo
y, en mi estado, me las vería difíciles si intentaban algo contra mí.
Me
obligué a mí mismo a ocultar el hecho de que estaba lastimado, levantando el
mentón e irguiéndome con firmeza. No quería que ellos lo vieran como una
oportunidad para atacarme ahora que estaba en desventaja.
Por
lo que podía observar, a simple vista, las ventanas en las paredes estaban
demasiado lejos del piso—unos tres metros aproximadamente—. Y no parecía que
los que se encontraban mirándonos desde ellas tuvieran alguna intensión de
bajar y ayudarnos. Lo que me llevaba a preguntar; ¿Cómo le habrían hecho para
llegar hasta ellas? ¿Habría alguna escalera especial, o entrada secreta, oculta
entre las paredes, que permitía el acceso a ellas?
Una
alarma comenzó a resonar, provocando que tuviera que cubrirme los oídos para
evitar lastimarme los oídos. Las luces blancas fueron sustituidas por una luz
de color azul y vi que en las paredes aparecían dibujos luminosos gracias a la
nueva luz—desde ojos que daban la impresión de seguirnos hasta un enorme dragón
que atravesaba todas las ventanas, serpenteando, y se distendía hasta el techo
y una llamarada de fuego salía de su hocico—. También que el piso estaba
pintado, con una serie de flechas y líneas que no entendía cuál era su función
pero que señalaban hacia delante de la pasarela, incluso estaba pisando una.
Además de enormes manchas de salpicadura que se extendían por todas partes como
pequeños estallidos, que comprendí finalmente, se trataba de sangre. Había
marcas de manos, dedos o líneas largas que iban de un lado a otro.
Mis
ojos fueron hacia uno de los sobrevivientes delante de mí que estaba vomitando
en una esquina, encorvado. A su espalda más específicamente, donde reposaba un
enorme número “78”, dibujado con la misma pintura que había en las paredes.
Me
giré hacia los demás y, efectivamente, me di cuenta de que él no era el único
que tenía un número pintado en su espalda. Todos los teníamos. Ni siquiera
tenía que mirar mi espalda para estar seguro de esa afirmación.
Hubo
un leve temblor, sacudiéndonos a todos los presentes. Por un segundo, pensé que
se trataba de otra trampa en el suelo, pero al notar que unos focos en el piso
comenzaban a titilar hacia adelante, en las esquinas, y otros que subían hacia
el techo, me di cuenta de que no era el caso.
El
sonido del ronroneo de un motor comenzó a sonar desde detrás de nosotros y nos
giramos hacia su procedencia, notando que la puerta por la que habíamos
ingresado estaba cerrada, y no dejaba ver la fosa en la que habíamos estado a
punto de morir ahogados hacia unos minutos.
Apreté
los ojos, tratando de descubrir qué era lo que se encontraba ahí, pero la
oscuridad era imperante y me costaba mucho trabajo poder distinguir algo.
Las
ventanas, que hasta el momento se habían mantenido desiertas, ahora estaban
llenas de espectadores y que nos miraban a nosotros, amontonándose por la gran
cantidad de personas que buscaban ver lo que sucedía, había de todas las
edades, desde bebés hasta ancianos que miraban curiosos.
Sentí que una fuerte corriente de aire me
envolvía, como si estuviera siendo jalado,
provocándome escalofríos y que el vello de la nuca se me erizara.
Levanté
la mirada, aun sintiendo el suelo temblar suavemente, provocando pequeñas
vibraciones en el largo pasillo y que me zumbaran los oídos.
Dejé
salir un largo suspiro, apretando los ojos y traté de concentrarme en el
sonido. Aspiré profundamente y, al abrir los ojos, una luz de color violeta nos
bañó. Dos enormes círculos que se encontraban a tres metros de altura nos
cubrieron, enfocándonos a todos los presentes.
El
motor rugió con fuerza y una ráfaga de humo nos golpeó, forzándonos a
retroceder y cubrirnos de la nube. Seguido de esto, pequeñas luces comenzaron a
iluminar el artefacto que se encontraba a diez metros de distancia de nosotros.
Era un enorme robot con forma rectangular, pero que en lugar de contar con
piernas, tenía una cadena de oruga que utilizaba para desplazarse y que era
iluminada por una luz verdosa que salía por debajo de ella. La placa de su
pecho se iluminó, mostrando diferentes figuras, desde pequeños triángulos hasta
grandes círculos y en el centro sobresalía un enorme cuadrado amarillo. Sus dos
brazos eran dos enormes pinzas en forma de garra de tres dientes que se abrían
y cerraban constantemente.
Una
serie de gritos eufóricos resonaron y me di cuenta de que se trataba de los
habitantes de las ventanas, quienes celebraban alegremente, lanzando confeti y
serpentinas sobre nosotros, mientras silbaban y aplaudían.
Sus
rostros estaban pintados e iban disfrazados desde calaveras hasta animales o
incluso solo usaban cascos que emitían luces de neón. Aplaudían, palmeando las
paredes, aumentando el ruido y provocando que las vibraciones se
intensificaran.
No
sabía qué estaba pasando o por qué estaban tan emocionados, pero todo esto me
daba mala espina. Me mordí el labio, inquieto y miré al robot. El cuadrado en
el pecho del robot comenzó a brillar y un enorme número tres comenzó a brillar.
Un fuerte pitido resonó y el numeró cambió al dos, al mismo tiempo que los
habitantes de las ventanas repetían el numero en voz alta, entre gritos y risas,
demasiado animados.
El
dos cambió a uno y, finalmente, éste cambió a cero y una alarma resonó, similar
al de una corneta y pequeñas chispas salieron disparadas del robot.
El
enorme robot tembló y, levantando los brazos, comenzó a avanzar, lentamente, mientras
los aplausos aumentaban. Las luces de sus ojos titilaban, iluminándonos cada
dos segundos, mientras continuaba su marcha. Sus brazos se movían como dos
enormes serpientes que se agitaban, mientras iba aumentando su velocidad y el
ruido del motor rugía, provocando que el suelo temblara y mandara vibraciones a
todos los que estábamos de pie.
Retrocedí
y, no siendo el único de los presentes, comencé a correr hacia el otro lado del
pasillo, ya que no había ninguna otra dirección para tomar con el robot bloqueando
el otro lado de la pasarela y solo nos dejaba una sola dirección para movernos.
El
robot comenzó a avanzar y los habitantes de las ventanas dejaron de arrojar
confeti y comenzaron a lanzar globos de pintura y con un extraño líquido que
parecía ser gasolina.
Una
de las garras del robot se detuvo encima de él, adoptando la forma de ataque de
una cobra y salió disparada, alcanzando a uno de los sobrevivientes y lo
levantó del suelo, pero solo lo mantuvo atrapado. El cuadrado de su pecho se
abrió, dejando salir una luz verde y revelarnos dos enormes rodillos llenos de
largas y afiladas cuchillas en funcionamiento.
―
¡Ayuda!
¡Nooooo…! —gritó el sobreviviente, sabiendo lo que se avecinaba, forcejeando
contra la garra del robot que lo sujetaba con firmeza, aumentando la presión
haciendo crujir sus huesos y que soltara un alarido de dolor.
Lo
agitó en el aire, como si fuera un muñeco viejo, y, después de que lo tenía lo
suficientemente agitado y, aprovechando su falta de energía, lo arrojó dentro
de su pecho, donde quedó atrapado dentro de ambos rodillos que lo comenzaron a
triturar y despedazar. El pobre hombre gritaba desesperado, mientras la sangre
salía de su cavidad hasta que su voz acalló y solo se vio un pedazo de su brazo
que se perdía en el interior del robot.
Más
gritos de felicidad de los habitantes de las ventanas que parecían complacidos
y demasiados entusiastas con la primera muerte de muchas más. Al igual que los
globos aumentaban también y ya habían caído sobre la mayoría de los
sobrevivientes.
La
otra mano pasó por encima de una de las chicas que tenía la mitad del rostro
manchada de pintura, pero que se había logrado agachar, sintiéndose a salvo.
Esbozó una enorme sonrisa, feliz y complacida, cuando un largo y puntiagudo
arpón le atravesó el pecho, perforándole el torso, haciéndola chillar por el dolor.
La
chica fue jalada hacia atrás, mientras gritaba y se agitaba, luchando por
zafarse, pero sus intentos fueron en vano, ya que terminó dentro de su pecho,
donde fue triturada hasta que sus gritos acallaron.
Los
habitantes gritaron, eufóricos. Y más globos comenzaron a caer sobre nosotros,
aunque era muy difícil correr y esquivar a los habitantes y al robot que nos
perseguía. Mientras más avanzábamos, más era consciente de que el nivel de peligro
iba aumentando y las ventanas, en lugar de menguar, era todo lo contrario.
Una
bomba cayó delante de mí y un gas comenzó a salir de él, provocándome picor en
los ojos y que se me llenaran los ojos de lágrimas, al igual que me ardía la
garganta.
Tosí,
pero no me detuve, continué corriendo, tambaleándome por la falta de visión. No
podía detenerme o de lo contrario me
atraparían, o en el peor de los casos, terminaría debajo del robot, aplastado.
Algo
chocó contra mí, empujándome hacia la pared de concreto y gemí de dolor al
golpear mi brazo lastimado y apoyar todo mi peso sobre éste.
Intenté
levantarme, apretando mi brazo, pero un golpe en el rostro me hizo volver a
caer sobre mi trasero, perdiendo el equilibrio y aturdiéndome por el golpe que
me había dado detrás de la cabeza contra la pared.
Me
deslicé y alcé la mirada, encontrándome con los buscapleitos, quienes ahora me
miraban con sonrisas socarronas y se mantenían de pie delante de mí.
―
¿Qué
te parece eso, perra? ¿Te gustó? ¿Quieres otro? —bramó, escupiendo a mis pies,
mientras sacudía su puño, abriendo y cerrando la mano.
El
hombre con el rostro deformado me cogió de la camisa y me levantó, encarándolo,
hasta poder aspirar su aliento hediendo y ver sus dientes chuecos y manchados.
Aguanté la respiración, tratando de no inhalar su aroma asqueroso y contener
las náuseas, pero aún veía pequeños destellos blancos debido al golpe y me
resultaba difícil concentrarme y responder al ataque de los dos sujetos.
—
Esh
momento que pagesh. —dijo, esbozando una media sonrisa, aunque era difícil de
asegurar, ya que parecía más una mueca compungida.
Ambos
rieron, pero, ignorando el dolor en mi brazo y tratando de desaturdirme,
deslicé mis brazos hacia sus hombros e impulsándome, usándolo como apoyo, estrellé
mi rodilla contra la parte inferior de su mandíbula.
Hubo
un crujido, proveniente de su cabeza y su agarre perdió fuerza, liberándome.
Aproveché
ese momento, dejándolo desplomarse sobre el suelo y embestí al otro sujeto,
quien no dudó en recibirme de la misma forma y ambos forcejeamos, empujándonos
hacia adelante y hacia atrás, tratando de ganar el control.
Lamentablemente,
fui yo quien perdió el equilibrio al pisar una sustancia resbaladiza que estaba
en el piso y caí de rodilla, pero no dejé que mi contrincante aprovechara esa
vulnerabilidad, sino que lo jalé conmigo hacia atrás y ambos caímos al suelo,
donde comenzamos a rodar, tratando de acertar algún golpe.
El
puño del hombre me dio en la oreja derecha, yo lo empujé hacia el lado y,
rodando, caí sobre él. Lo sacudía, estrellándolo contra el suelo. Me coloqué
encima de él, sobre su pecho, e inmovilizando sus brazos con mis piernas, le di
un fuerte puñetazo en el rostro, a lo que lo siguieron una serie repetidas de
derechazos continuos, utilizando el brazo izquierdo para sujetarle del cuello y
mantenerlo contra el suelo, ignorando el dolor en el hombro por la adrenalina.
Estaba
por dar otro golpe, notando que mi contrincante estaba completamente
inconsciente en el suelo y que había varias manchas de sangre por todas partes,
no solo en su rostro y en mi rostro, o en mi puño, una enorme lanza se clavó
cerca de mi pierna, rasgando un poco mi pantalón.
Levanté
la mirada y vi que ahora, en lugar de usar bombas, los residentes de las
ventanas ahora agitaban lanzas sobre sus cabezas y las estaban lanzando contra
nosotros.
Retrocedí
a tiempo, dejándome caer sobre mi espalda y cayendo sobre mi trasero, viendo
como una lanza perforaba el estómago del hombre en el suelo y otras dos más caían sobre él, una en
su hombro y otro en su cuello, pero él no pareció inmutarse, ya que habían
acabado con su vida instantáneamente.
Una
lanza pasó silbando a escasos centímetros de mi brazo derecho y me di cuenta de
que ahora yo me encontraba en su mira.
Me
puse de pie y comencé a correr, moviéndome en zigzag, mirando por encima de mi
hombro para ver si alguien me estaba apuntando y si tenía que esquivar.
Algo
se me clavó en el cabello. Llevé la mano y me pinche toda la palma, sintiendo
diversos piquetes cuando intenté removerlo. Volví a intentarlo y cuando abrí la
mano para ver de lo que se trataba me di cuenta que era una especie de cardo
con picos afilados y que tenía un poco de mi cabello y sangre que se le había
quedado pegado.
Lo
tiré y continué corriendo. No sabía de dónde estaban saliendo tantas cosas,
sino hasta que me giré y vi que de una ranura que simulaba la forma de una boca
en el robot se había abierto y pequeños objetos salían lanzados mientras movía
la cabeza de izquierda a derecha.
Sentí
el mismo dolor en la espalda, solo que esta vez sentí cuatro piquetes y la
forma en que las agujas se clavaban en mi piel, atravesando mi ropa y la sangre
comenzaba a manar donde se había pegado. No sabía por qué sangraba, pero estaba
seguro de que algo debían tener, porque incluso mi mano seguía sangrando y
podía sentir la sangre que manaba desde mi cabeza.
Una
lanza pasó rozándome el brazo, pero, a pesar de esquivarla, el impulso me hizo
perder el equilibrio y tambalearme, haciéndome derrapar y estrellarme contra el
suelo como un saco de arena.
Rodé
al darme cuenta que se aproximaba una lluvia de cardos sobre mí, quedando boca
abajo para impedir que se me clavaran en el rostro, pero eso no me salvó de que
se clavaran en mi espalda y gritara de dolor. Podía sentirlos desde mi cabeza
hasta los pies, como si fuera un alfiletero.
Ponerme
de pie requirió de toda mi fuerza, porque sentía que las piernas me fallaban, a
pesar de que los cardos se desprendían con cada movimiento que hacía y aunque
debería sentir alivio por no sentirlos pegados a mi cuerpo, sentía un abrasador
calor que aparecía en donde habían estado.
Ya
ni decirlo el ponerme en movimiento nuevamente, ya que me dolían los músculos y
me daba vueltas la cabeza, pero el sonido del avance del robot me hizo darme
cuenta de que no podía darme ese lujo de un respiro porque eso significaría mi
muerte.
Caminé,
pegado a la pared para apoyarme y mantener el equilibrio, ya que mi pierna
derecha estaba muy lastimada, mientras aferraba mi brazo contra mi pecho.
Podía
imaginarme a mí mismo, moviéndome torpemente y en un estado lastimero,
demasiado vulnerable y cansado.
Un
globo me explotó encima, provocando que no pudiera abrir el ojo izquierdo por
el líquido que contenía y que se deslizaba por todo mi cuerpo. A este le
siguieron dos más y rápidamente me vi envuelto en una lluvia de globos,
acompañados de abucheos y otros objetos que me golpeaban.
Levanté
la mirada y me di cuenta de que los habitantes de las ventanas se estaban
burlando de mí y no pude evitar dejar salir unas pequeñas lágrimas, tanto por
la fatiga como por el trato tan inhumano.
Una
lanza se clavó en mi pierna y me hizo caer al suelo sobre mi espalda,
provocando que me volviera a clavar los cardos más profundamente y que el dolor
me hiciera doblarme y chillara de dolor.
Recostado,
mientras las lágrimas brotaban de mis ojos y nublaban mi vista, solo deseaba
que todo terminara pronto. El ruido a mi alrededor fue desapareciendo
gradualmente hasta que lo único que podía escuchar era mi gimoteo y el fuerte
zumbido se iba haciendo más fuerte, ensordeciéndome.
Siempre
me había visto en esta clase de situaciones—de vida o
muerte—, pero había algo diferente esta vez y no pude evitar sentirme
débil, frágil. ¿Qué me estaba sucediendo?
La
pregunto apareció de repente; ¿Y si dejaba que todo terminara aquí? Así el
dolor se iría finalmente. Podría descansar y no tendría que seguir preocupando
por pelear.
No
más peleas.
Cerré
los ojos, deseando que todo acabara pronto.
Jason…
La
voz resonó en mi cabeza, haciéndome espabilar. Abrí los ojos, viendo el techo, y
el sonido a mi alrededor comenzó a aumentar.
¡Levántate, mi amor!
¡Lucha!
Era
la voz de Randolph, no sabía cómo era posible, pero sabía qué era él.
Tenía
razón, aún no era tiempo para que yo muriera. No aquí. Aún tenía que cumplir
una promesa y aunque tuviera que pelear contra el mismísimo Diablo la
cumpliría.
Agradecí
a Randolph, sintiendo mi corazón estremecerse y como mi cuerpo adquiría una
nueva dosis de energía, que no sabía de dónde provenía y gruñí, irguiéndome a pesar de todo el dolor que
me invadía.
Tomé
la punta de la lanza y la jalé, y, sin apuntar al responsable, la lancé hacia
uno de los ventanales, donde se clavó en un despistado que se había expuesto
demasiado, mientras los que estaban a su alrededor se burlaban de él y
aplaudían divertidos, agitando palos al aire y otros objetos puntiagudos.
Me
levanté y, mordiéndome el labio, luchando con el dolor que azotaba cada poro de
mi cuerpo, comencé a correr, dando saltos, aferrándome a la pared—donde iban quedando las huellas de mis dedos—, empujándome al límite. Me ardían los ojos y el
cuerpo me dolía, y podía sentir que no me estaba respondiendo como deseaba. Aun
así no me podía permitir parar, tenía que seguir adelante y luchar contra todo,
incluso si eso significaba luchar contra mi propio cuerpo maltratado—destrozado—. No iba a morir en este hueco. ¡Ni hoy, ni
nunca!
Alguien
tropezó contra mí y ambos caímos al suelo, pero en lugar de sentir el frío y
duro concreto, me hundí dentro del agua, salpicando por la caída.
Me
levanté, confundido, mirando al chico que había chocado contra mí y que me
miraba con la misma desconfianza, alejado, pero listo para atacar a cualquier
señal de amenaza. Estábamos sentados sobre un charco enorme que si nos poníamos
de pie nos llegaría hasta las rodillas, pero como estábamos aún sentados sobre
nuestros traseros llegaba hasta nuestro pecho. Había un aroma fétido alrededor
que me provocaba náuseas y que tuviera que cubrirme la nariz.
Al
parecer el agua sobre la que habíamos caído era aguas negras y eso no ayudó en
nada a que me dieran ganas de vomitar por estar flotando en aquella suciedad.
Lo
único bueno de todo el asunto era que ya no me ardían los ojos, ya que cuando
me había “bañado” con el agua sucia es que me había quitado el gas lacrimógeno
de las bombas, aunque no sabía si eso era algo bueno o malo, considerando que
bien podría coger una conjuntivitis por exponer mis ojos de esa manera.
Ninguno
de los dos tuvimos que hacer algo, ya que, y para sorpresa de nosotros, vimos
como por el espacio que habíamos entrado, se cerró con unos delgados, pero
duros barrotes que nos separó del
pasillo donde estaban los residentes y el robot que nos perseguía.
Me
acerqué, aferrándome a los barrotes, intentando jalarlos, pero fue inútil.
Chasqueé la lengua, pero antes de poder decir algo más, una luz naranja iluminó
mi rostro y al asomarme del otro lado de los barrotes, vi que los pocos
sobrevivientes que aún seguían en el pasillo estaban siendo quemados por un
enorme lanzallamas que sobresalía de la boca del robot y que bañaba todo el
pasillo, asegurándose de no dejar a nadie vivo.
Me
aparté, cayendo sobre mi trasero, apartando la mirada de la rendija y tratando
de no prestar atención a los gritos de dolor de los que eran carbonizados hasta
cenizas. Una mano cayó a través de los barrotes, quedando colgado hacia nuestro
lado, llenando el lugar con el aroma a carne chamuscada y a gasolina.
Ambos
suspiramos, aliviados, pero sin bajar la guardia.
Una
pequeña luz amarillenta empezó a parpadear sobre nuestras cabezas y el agua
sucia comenzó a brillar de un color azul, revelando que era más un pasillo
lleno de agua, similar a una piscina. La
pared era estrecha y solo iba hacia una dirección, así que no había demasiadas
opciones.
Revisamos
las paredes, en busca de cualquier cosa, pero las superficies eran lisas, a
excepción de las lámparas sobre nuestra cabeza. Miré al chico, sintiendo que me
observaba con demasiado interés, poniéndome incómodo.
—
Soy
Jason. —dije, tratando de romper el silencio en el
que nos habíamos sumido y el chico me miró confundido, algo tenso.
—
S-Soy Gabin. —respondió, poniéndose de pie y comenzando a caminar,
peleando con el agua que le complicaba moverse con facilidad, y dando por terminada la conversación.
No
sabía qué más hacer, así que lo seguí, aferrándome a la pared, ya que aún
seguía adolorido y tenía que moverme más lento que Gabin, aunque este no
parecía preocuparse de que pudiera dejarme atrás. Lo entendía, él tenía que
preocuparse por sí mismo y no por otros. Aun así pude darme cuenta que Gabin no
era ajeno a mi lentitud, ya que no avanzaba tan deprisa como debería en su
estado.
¿Hacia
dónde nos llevaría este pasillo? ¿Más pruebas? ¿Gabin sería alguien en quien
podría confiar lo suficiente o debería cuidarme la espalda?
No
lo sabía, tendría que esperar un poco más antes de poder responder eso, pero lo
que sí sabía es que no podía bajar la guardia y que debía mantenerme con vida.
**************
Al
final se les unieron cuatro hombres más, una mujer entre ellos y el tipo de
nombre Derno, que parecía iba más en contra de su voluntad. Los otros dos
tenían algo extraño también, y no solo las cicatrices que tenían en las
cabezas, como si una podadora les hubiera pasado por la cabeza y hubiera
cortado, no solo sus cabellos y el cuero cabelludo, sino también las puntas de
sus orejas y dejado cortes alrededor de su rostro.
Randolph
podía solo atreverse a suponer, aunque no estaba seguro, pero uno de ellos olía
familiar. Le sorprendió, pero no dijo nada sobre ello. No era el momento para
hacerlo, además de que no le competía meterse en los asuntos que no le
correspondía.
—
¿Podemos
confiar en él? —preguntó Alo, mirándolos de reojo, todavía desconfiado de los
Cazadores, mientras caminaban hacia la base de la montaña.
—
Quiero
creer que sí, hermano. —respondió Randolph, no muy
seguro de sus palabras. Por el momento utilizaría todo a su disposición si así
podía salvar a su manada, y sabía que con ellos cerca tendría una mayor
oportunidad para llegar a Jason. A pesar de que el pensamiento de su pareja le
provocó un leve escalofrío, se controló, tratando de concentrarse. Necesitaba
estar listo para lo que fuera que se avecinaba. —Además, es mejor que
esté de nuestro lado que en contra de nosotros.
―
Si
tú lo dices, te creeré. —musitó Alo. Apretó los
labios, inquieto. —Pudiste haberte desligado de esta manada desde hace
mucho tiempo e ir a por Jason.
Randolph
se giró hacia su hermano, mirándolo, un poco sorprendido por su repentino
comentario y con las cejas elevadas. Lo meditó al ver que su hermano—y Beta—no lo miraba,
sino que seguía atento hacia la enorme montaña donde se encontraba la Colonia.
A pesar de sus palabras, era obvio que Alo estaba preocupado por Jason, solo
necesitaba entender y comprobar que si su voluntad flaqueaba.
―
Lo
sé. Pero no puedo hacerlo, porque se lo prometí; que los protegería, al igual
que él lo hizo. Ambos lo prometimos. —dijo con pesar,
tensando la mandibula. —Él lo hizo, ahora me toca a mí protegerlos.
―
O
podrias simplemente irte y abandonarnos.
―
¿Me
crees esa clase de hombre?
―
¡Por
supuesto que no! —levantó la voz su hermano,
avergonzado de que su Alfa creyera que él pensaba eso, aunque sus palabras
decían otra historia. Solo habia pensado en meterse un poco con Randolph. No
dudaba de su convicción, mucho menos de su liderazgo. Solo no podía evitar
estar preocupado por él. Porque había muchas posibilidades de que lo que
encontraran, al final de su búsqueda, no fuera lo que él esperase. Quería que
su hermano estuviera preparado para lo que se avecinaba, porque podría no ser
de su agrado. —Pero…
―
Jason
esta en mi corazón, todo el tiempo. Incluso después de que fue capturado. —admitió Randolph con orgullo y dolor. —Pero pensar
en él no lo regresará a mi lado, lo haré yo mismo. Aún así tienes razón; no
puedo hacer las cosas sin pensarlo. Eso sería estúpido. Necesito un plan. Y es
por eso que necesito tu ayuda, hermano.
―
Ir
a ese lugar es como ir al mismo infierno. Podríamos no regresar vivos. O peor
aun, ni siquiera acercarnos a Jason. —puntualizó Alo
con amargura. Era peligroso, pero Jason era uno de ellos. Habia demostrado ser
alguien valiente y que tenía lo necesario para estar con su hermano.
―
Lo
sé. Pero debo intentarlo. Ellos me lo quitaron, justo cuando lo había
encontrado. No puedo perderlo. Pero tampoco puedo perderlos a ninguno de
ustedes. —dijo de corazón, indicándole a Alo que no
era necesario preocuparse por la convicción de su hermano. Él estaba preparado
para todo lo que iba a enfrentar.
―
Lo
traeremos de regreso, alfa.
―
Gracias.
—dijo Randolph, sintiéndose afortunado por contar con
un hermano como Alo y una familia en quien confiar. —Ahora, ¿estás
listo?
Alo podía no confiar en los Cazadores, pero confiaba en su Alfa y
eso era suficiente para él.
―
¿Tienes
que preguntar? Siempre, alfa.
Los
ojos de Mao fueron hacia donde los weres caminaban, con pasos seguros y firmes,
mientras ellos mantenían los ojos revisando todas partes. Era algo lindo ser
were, poder oler y oir todo en el bosque y no ser sorprendido fácilmente,
aunque también esa era una de sus debilidades; confiar demasiado en sus sentidos.
Mao
envidiaba un poco esa cercanía; la camaradería. Habría sido algo bueno haber
nacido como un were.
Aunque
sabía que eso tampoco habría sido bonito. Recordaba lo que les sucedía a los
weres de donde venía. Ni siquiera la muerte era algo que pudieras desear,
porque ni morir se te tenía permitido. Y a veces morir era peor que vivir.
―
¿Y?
¿Cuál es el plan? —preguntó Mao, algo inquieto por el
subido silencio en el que el pequeño grupo se había sumido, sintiendo las
miradas inquisitivas de sus compañeros cazadores.
No
conocían el terreno, ni el número de enemigos, o sus armas, ya ni hablar de su
fuerza. Estaban a ciegas ante su enemigo desconocido que tenía una gran ventaja
sobre ellos al tener lo más importante para un ataque; información.
Se
sentía como un novato nuevamente que iba a su primera excursión de
reconocimiento; asustado, nervioso y malditamente perdido.
Hasta
ahora los weres no habían compartido ni un poco de lo que tenían en mente sobre
su “asalto” improvisado a la Colonia de humanos en la que estaban cautivos,
tanto humanos como weres. Lo que
provocaba que todas las alarmas en la mente de Mao se dispararan. Sentía que en
cualquier momento los weres irían a traicionarlos, entregándolos a ellos a cambio
de su preciada manada.
―
Al
menos tienen un plan, ¿verdad? —preguntó, nuevamente,
desconfiado, ansioso. No podía desarraigarse tan fácilmente de ese sentimiento
dentro de su mente que lo hacía dudar de todo, personas o situaciones.
―
Por supuesto que lo tenemos, Cazador.
—respondió Kadar, sin mirarle, aún con la vista fija hacia el frente. Estaba
preocupado y las palabras de los Cazadores no ayudaban demasiado.
Mao
siguió sus miradas. Era evidente que los weres veían algo, a pesar de la
oscuridad, que él no—al menos sin equipo—.
―
No
es nuestra primera misión tampoco, ¿sabes? Sabemos muy bien lo que tenemos que
hacer. —dijo Randolph dirigiéndole una mirada seria y
Mao pudo notar que sus ojos se tornaban dorados.
―
¿Qué tal si lo comparten con nosotros también? —ordenó Derno,
diciendo aquello que sus demás compañeros pensaban.
―
Tranquilo, ¿sí? Cuando sea el momento, lo sabrán. Solo sean
pacientes. —musitó Alo, inclinándose hacia adelante en una posición que le
recordó a Mao a un felino.
Sus
palabras no tenían ningún sentido. Y es que eran ellos los que se estaban
jugando el cuello al seguirlos.
―
¿Cuándo
sabremos que es el momento? —preguntó, atento a su
alrededor, tratando de estudiar el terreno en busca de algún movimiento
extraño.
―
Lo sabrás, créeme. —dijo Randolph, esbozando una media.
Tras
decir esto último, Randolph, acompañado de los demás weres, comenzaron a
transformarse. El pelaje creció, las extremidades se alargaban, y el grupo de
hombres dejaba de estar sobre sus dos piernas para apoyarse sobre cuatro
fuertes patas que tenían afiladas garras y un sonoro aullido resonó cuando el
lobo negro más grande se irguió, levantando el hocico hacia el cielo, estirando
todo su enorme cuerpo, mientras los demás lobos se le unían.
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