Cuerpo Frío, Corazón Caliente -Capítulo 0 - Prisión de Hielo
[8 meses atrás —Cerca
del Himalaya — Complejo Ingber (Acceso Restringido)]
Solo
había tomado menos de 15 minutos para que toda la instalación fuera aniquilada.
No había ningún sobreviviente, salvo él, pero él no formaba parte de los
miembros del equipo que estaban designados a estar aquí.
Miró
las pantallas dentro de la Sala de Vigilancia y vio que la prisión yacía en el
suelo, partida a la mitad, mientras fragmentos de estacas ensangrentadas
estaban dispersas por todas partes. Algunas habían sido “reutilizadas” y ahora
estaban dentro de los cuerpos de los Fledermaus que estaban de guardia, los que
no habían sido brutalmente despedazados por interponerse en el camino del
prisionero.
Comenzó
a caminar, viendo toda la masacre a su alrededor. Las paredes estaban manchadas
con sangre y por todas partes había miembros ensangrentados y extraviados.
Había grandes marcas de garras y parecía que habían golpeado las paredes con un
marro, dejando grandes fisuras que iban desde formas circulares hasta cuartear
toda la superficie, amenazando con ceder en cualquier momento.
El
lugar estaba en completo silencio.
La
brisa helada del exterior se colaba dentro del largo pasillo y la nieve había
comenzado a amontonarse en la entrada. El único sonido era el de sus suelas con
cada paso que daba, chapoteando sobre la gran cantidad de sangre bajo sus pies.
Casi
podía escuchar el eco de los gritos y el sonido de las armas—aun olía a
pólvora—. Había pequeñas estelas de munición en las paredes, evidencia de un
fuerte enfrentamiento. Una mancha enorme de sangre en la pared como si hubiera
estallado un globo lleno de pintura.
Pasó
su mano sobre una de las paredes, acariciando aquella mancha ensangrentada con
forma de mano que se deslizaba hasta casi todo el suelo, donde yacía su
creador—o lo que quedaba de él—.
Había
sido una masacre. Nunca lo vieron venir. Aunque, igual si hubieran sabido, muy
poco habrían podido hacer.
Se
detuvo en el marco del largo pasillo que daba hacia la única salida del
complejo, viendo aquella delicada figura a mitad de la nieve. Su belleza le
arrebató el aliento, teniendo que parpadear varias veces para asegurarse de que
aquella visión era real y no un producto de su imaginación. Tragó en seco al
darse cuenta que había un pequeño rastro de pisadas carmesí que llevaban
directo a ella, exponiendo a la hermosa mujer como la culpable de la masacre
del complejo Ingber.
***********
Estaba nevando, al
igual que aquella vez.
¿Deja
vú?
Sonrió
para sí misma, dejando salir las lágrimas que al deslizarse por sus mejillas
removían los rastros de sangre en su barbilla, tiñéndose de un tenue rosa
apagado.
Era
libre.
Aspiró
profundamente, más como un acto de libertad que por necesidad, ya que ella no
requería del aire.
Pero
su tranquilidad fue interrumpida por una mirada curiosa, un intruso grosero que
no sabía que no debía molestarla.
—
Mi
señora. —se presentó el extraño delante de ella, haciendo una reverencia.
Evelyn
se giró y saltó, rápidamente, derribando al dueño de aquella voz. Sus largas
uñas se extendieron, apuntando a la garganta, quedando solo a escasos
milímetros de tocar su piel.
Pero
cuando Evelyn lo reconoció, en lugar de apartarse y disculparse, gritó,
tomándolo del cuello con más fuerza, levantándolo del suelo. Era algo que no
parecía creíble, que una mujer tan pequeña tuviera semejante fuerza para
levantar el cuerpo de un hombre que la superaba en estatura y masa corporal.
Sus
ojos lo observaban cuidadosamente, examinándolo. Parecía que la chica fuera a
perder la cabeza en cualquier momento. Sus ojos rojos carmesí iban desde su
mentón hasta las puntas de su cabello y su entrecejo se fruncía cada vez más
con cada segundo, desaprobando lo que veía.
Sin
embargo, en lugar de arrancarle la cabeza, los ojos de Evelyn se humedecieron
y, apretando su agarre, clavando con más fuerzas sus uñas a través de su ropa,
gritó de rabia, como un animal herido.
El
sonido de la voz de Evelyn fue más que suficiente para indicarle a Mark que se
habían equivocado al intentar esta táctica. Incluso él lo había pensado, pero
Ben siempre tenía sus propios planes y a él solo le quedaba acatarlos, aunque
eso implicara que le hicieran pedazos por su imprudencia.
Podía
sentirlo, en todo su cuerpo, como la adrenalina se había disparado. Sentía que
no podía mentirle a esta mujer. Ya que, si lo hacía, lo mataría.
—
Mi
señora, yo solo… —se aventuró, pero ella clavó aún más sus uñas, sofocando su
voz por los alaridos de dolor.
La
mirada en el rostro de Evelyn se había tornado fría.
—
No
sé lo que pretendes lograr con todo esto, impostor, pero sí deseas seguir con
esto, te mataré. —Mark tragó en seco al sentir la honestidad en esas palabras.
Incluso aunque se podría decir que ellos compartían la misma sangre la
sensación que le causaba era perturbadora. Quería gritar y vomitar al mismo
tiempo. —Hay muy pocas cosas que puedo tolerar, y mancillar el recuerdo de mi
querido amigo y más leal sirviente no es una de ellas. —ella lo acercó un poco
más hacia su rostro, teniendo las ganas de llorar y suplicar perdón, algo muy
raro en él. ¿Así que esto era el poder de la Realeza? —Así que te preguntaré;
¿qué es lo que pretendes al usar su rostro?
La
mirada de Evelyn era tan intensa, era como si pudiera ver a través de su
alma—algo que sonaba gracioso considerando su naturaleza—. Sus ojos rojos ahora
brillaban y le producían toda clase de malestar que jamás había experimentado.
Tragó en seco, sintiendo los temblores en sus manos.
Antes
de que pudiera decir algo, Evelyn puntualizó, alargando su uña del dedo pulgar
sobre la suave piel de su cuello.
—
Si
me mientes, te destruiré.
Evelyn
no había dicho matar, sino destruir.
¿Acaso
había algo peor que morir? Ciertamente, él no quería descubrirlo. Además,
estaba esa extraña sensación de no querer mentirle a esta persona delante de
él.
—
¡Soy
un aliado, mi Señora! —gritó Mark, esperando que sus palabras sonaran lo
suficientemente honestas como para que Evelyn no lo destruyera ahí mismo.
—
Tú
no eres leal a mí, así que deja de llamarme así. —advirtió Evelyn y Mark se
sintió avergonzado. ¿Por qué? Ese era el misterio.
Ella
lo miró, estudiándolo nuevamente, tratando de descubrir si lo que decía era
verdad o era mentira.
—
Ahora
lo soy. Mi última orden fue que yo obedecería a usted; Evelyn Raleigh. —confesó
después de tanto tiempo, recordando la promesa que había hecho hacía mucho
tiempo. Él no podía fallar en cumplir con su promesa.
Evelyn
esbozó una media sonrisa, riendo suavemente, lo que le provocó a Mark una
enorme, y misteriosa, alegría.
—
¿Incluso
si eso significa matar a tu antiguo amo, Mark? —el poder oír su nombre siendo
pronunciado por ella le dio una gran satisfacción, casi se sentía halagado por
semejante honor, que él creía no merecer. Incluso haciéndolo olvidar el hecho
de cómo diablos había conseguido su nombre si él no se lo había dicho en ningún
momento—si bien recordaba—.
—
Si
es lo que desea, lo haré. —admitió con toda la sinceridad que podía. No quería
seguir repitiendo todo lo que Ben le había dicho. Él tenía una voz propia y la
iba a usar, al menos delante de ella.
—
¿Me
estás diciendo que no sentirías nada al matarlo?
—
Lo
haría, pero hice una promesa.
—
Una
promesa, ¿eh? Me gustaría saber a quién le hiciste esa promesa, Mark. —presionó Evelyn, liberando un poco su agarre
alrededor de su cuello y colocándolo en el suelo para que la mirara fijamente,
pero a Mark se le hizo una descortesía, y avergonzado, bajó la mirada.
—
A
la persona que me dio mi libertad, mi Señora. —admitió, agachando la cabeza.
No
fue sino hasta que sintió el frio tacto de Evelyn sobre sus cabellos que se
atrevió a levantar la mirada, aun inseguro de si era algo que debía hacer.
—
¿Y
me darías tu propia libertad? ¿Por qué, Mark? ¿Por una promesa? Eso suena
difícil de creer. —dijo Evelyn, y por primera vez le mostró un poco de
compasión, quitándose aquella mascara de frialdad. —¿Qué ganarías tú con todo
esto? A mi parecer, no es algo muy justo. Puedes hacer lo que quieras, ir a
donde quieras, ser lo que quieras, ¡y aquí estás! Pidiéndome ser mi sirviente.
¿Por qué?
Como
si hubiera tocado el interior del corazón de Mark, apretó los labios, esbozando
una media sonrisa, hundiéndose de hombros.
—
Porque
le prometí, a la persona que me salvó, que haría lo que yo quisiera sin
arrepentirme. Y es hora de regresar ese favor.
—
¿Y
pretendes utilizarme para conseguirlo? —la ceja de Evelyn se arqueó, escéptica.
—
¡No!
Preten… ¡Quiero! Quiero que usted me utilice para conseguirlo.
Las
cejas de Evelyn se juntaron, en una señal de confusión.
—
La
persona que me salvó, la persona a la cual yo amo con todo mi ser, me lo dijo;
“Si todo parece perdido, búscala y ella te ayudará. Sé que lo hará." —la
honestidad y la seguridad con la que Mark decía aquellas palabras realmente
hacían sentir a Evelyn que él lo creía con todo su ser.
Creer
en un par de palabras, eso podría resultar en una trampa o en algo peor; una
desilusión. Ella sabía mucho de ello, el poder que tenían las palabras de
alguien cercano. El peligro que conllevaba creerlas y no dudar.
De
repente, sin poder ocultarlo, el rostro de Mark comenzó a cambiar, agitándose
como si fuera agua hirviendo o si tuviera gusanos debajo de la piel. La
estatura cambió, quedando casi a la misma que Evelyn, el cabello se recortó,
oscureciéndose por completo, quedando casi en un estilo militar e incluso el
color de sus ojos se tornaron de un verde césped.
Evelyn
abrió la boca para decir algo, pero no pudo decir nada, solo se cubrió la boca
con ambas manos, perpleja por lo que estaba viendo. No sabía si se trataba de
alguna clase de broma, pero no podía negar los hechos; era él.
Evelyn
alargó su mano, descubriendo su boca, hasta alcanzar la mejilla de “Mark”,
quien solo se limitó a cerrar los ojos ante el suave contacto y—en un acto de
sumisión y respeto— se hincó, haciendo una pequeña reverencia. Una que dejaba
muy en claro su convicción y su lealtad, a pesar de la renuencia de Evelyn de
poder confiar en alguien tan fácilmente.
Finalmente,
después de examinar el rostro que había adoptado Mark decidió que bien podría
darle el beneficio de la duda. No tenía que confiar en él, pero sí que lo
utilizaría. Y si él se rebelaba en su contra, lo asesinaría.
—
Mi
vida le pertenece. Puede hacer lo que usted quiera conmigo. Yo le obedeceré
fielmente y sin dudarlo. —dijo Mark, casi como si pudiera saber lo que pasaba
en la cabeza de Evelyn.
Sonrió
y se inclinó, tomándolo de la barbilla. Sus ojos se encontraron por vez
primera, al menos a la misma altura, sin que Mark tuviera que desviar la
mirada, como no merecedor de aquel privilegio.
—
Ese
es un rostro muy interesante el que tienes ahí, Mark. Me parece que es momento
de que hablemos un poco más. Mi deseo es volver a conquistar este mundo, pero
necesito información. ¿Me dirás todo lo que necesito saber?
—
¡Por
supuesto!
—
Entonces,
vamos. Hay un largo camino que recorrer hasta la siguiente instalación. —dijo,
sonriendo, divertida, pero el color carmesí en sus ojos le indicaba que su
emoción provenía de otros pensamientos. Y la siguiente frase se lo confirmó. —Y
los niños tienen hambre. Mucha
hambre.
Un
leve gruñido se escuchó detrás de ellos y, al girarse, Mark se dio cuenta que
los guardias que habían estado custodiando a Evelyn Raleigh ahora se
encontraban de pie, detrás de ellos. Sus ojos estaban vacíos, pero podía sentir
la sed de sangre.
La
maldición de los traidores. El estado más primitivo y deplorable para cualquier
vampiro, ya que no eras consciente de tus acciones, eras solo una marioneta,
una mascota que obedecía ciegamente a su amo—Evelyn Raleigh, en este caso—. Era
un castigo por haber traicionado a tu amo, en el cual te privaban de tu
libertad y estabas condenado a la sed de la sangre.
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