El Exorcista y el Tigre - Capitulo 2 - El plan

Capítulo 2 - Sombras – El Plan

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El sujeto encapuchado esbozo una sonrisa, demasiado tenebrosa para pasar por una sonrisa normal. Pero para él el significado de normal no se aplicaría.
Su ropa oscura desentonando en el paisaje de cielo azul y sol brillante. Chasqueó la lengua, molesto por ese vomitivo aspecto. Aunque el estar flotando a mitad del espacio aéreo desentona en todas las normas posibles.
Levitando en el cielo, agita sus manos sobre el espacio, las nubes del cielo comienzan a moverse, arremolinándose más rápido hasta que el cielo comienza a oscurecerse, formando cúmulo gigantes.  Una enorme nube grisácea eclipsa el sol, nublando el cielo. Sus cabellos negro se agitan con la ventisca, sacando la lengua, dejo caer varias pequeñas de sus amadas arañas sobre la propiedad escolar.
Sus compañeros ya estaban en posición, ahora solo faltaba la orden.
-       Bien, bien, bien, vamos mis pequeñas bellezas. Rompan a esos exorcistas y devoren sus huesos – soltando una risa psicótica que resuena fuerte. El cielo se llenó de nubes negras, no llovía, solo se ocultaba el sol, como si fuera un manto. El cual trae los malos presagios y la oscuridad debajo de él – Ataquen a esas escorias. – dio la orden, mandándole el mensaje a todos sus subordinados, que asintieron con un “sí, señor”.

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[Consejo Estudiantil]

Cuando llegue a la sala del consejo Estudiantil, casi pude sentir como la presencia de Akashi-kun se imponía dentro de la habitación. Era tanta la presión, que al entrar me incline, casi recitando mis respetos al linaje Akashi.
En el lugar solo estaba Akashi-kun, Midorima-kun debía seguir en sus clases de “Practicas de Campo”. Los sirvientes de Akashi-kun están presentes, o al menos están cerca, puedo sentir su presencia latente alrededor.
Mibuchi-senpai aparece detrás de Akashi-kun, entregándole un pequeño papelito, después de saludarme con una cálida sonrisa desaparece, dejando la habitación nuevamente en silencio. Tragó en seco, y me atrevo a pronunciar palabra.
-       Akashi-kun, yo… - me impide seguir hablando al levantar su palma frente a él. Negando con la cabeza en un sutil movimiento.
-       Tetsuya, basta, Muéstrame tu mano. – alarga su mano, extendiéndola para que yo haga lo mismo.
-       ¿mi… mi mano? Yo… ¿para qué? - tartamudeo, apretando mi mano. La mirada fija y penetrante de Akashi no se despega ni un solo segundo de mí.
-       Muéstramela, he dicho.
Maldición. No puedo negarme. Suspiro y me acerco, quitándome el guante de la mano, él la toma. Examinándola, pasa sus dedos sobre mi palma, no siento su tacto, eso es malo.  Sus ojos mirando fijamente la superficie, torciendo el gesto al darse cuenta que no siento la mano en su totalidad, hasta por encima de la muñeca.
Hay algo extraño en mi piel, y eso es que su color se ha vuelto azul, aunque no lo parezca esto son los síntomas de utilizar mi poder de hielo sin cuidado, cuando utilizo mucha energía, mi cuerpo reciente el sobre-esfuerzo y las consecuencias se presentan sobre mi piel, una ligera capa de hielo cubre mi la piel de mi mano.
No sé porque se origina, solo sé que no debo depender demasiado de mi poder de crear hielo a mi disposición en exceso o podría terminar volviéndome una paleta humana.
-       Como lo suponía. Estuviste peleando, ¿no es así?
-       Solo fue… un accidente. – digo avergonzado. Levanta la mirada, enarcando una ceja al aire.
-       No puedes tener esa clase de accidentes, Tetsuya. Ya hemos hablado de ello. Si sigues siendo descuidado puede terminar mal para ti. La última vez tardo dos semanas en que el efecto de la cristalización desapareciera. –  Es verdad. La última vez que pasó todo mi brazo término cubierto de hielo, era como si hubiera pasado toda una semana en el congelador. Aparto mi mano, cubriéndola rápidamente con el guante. Coloco mi mano detrás de mi espalda.
-       Lo siento. Yo… prometo tener más cuidado, Akashi-kun. Lo siento.
-       Tetsuya, no puedes seguir siendo amable con ellos. No todos los espíritus en este mundo son buenos, algunos podrían matarte si vacilas un poco. ¿lo sabes? – cruza ambas manos en su regazo, recargando la espalda contra el mueble, quedando en una posición más imponente. Asiento en silencio, sin mirarle.
-       Sí.
-       Entonces, ¿Por qué sigues ignorando mis advertencias? – hay un silencio incómodo. En el cual trato de evadir cualquier tema sobre ello, si sigue indagando habrá problemas, para Kagami-kun. Un suspiro, lo veo soltar un poco de rigidez de su cuerpo  -  Mira, no te he llamado para reprenderte, ni nada por el estilo, solo quería ver tu condición.
-      
-       ¿lo echaste?
-       Lo marque, no hará daño a nadie. – devuelvo la mirada, un poco menos nervioso. Indicándole que he creado un nuevo cristal, los cuales impiden que los espíritus se alimenten de los humanos. Como una cadena con doble efecto.
-       Bien hecho. Supongo que eso es todo, solo trata de no utilizar tu poder esta semana. Avisare a los profesores para que te dejen utilizar solo invocaciones. ¿hiciste lo que te dije, cambiaste tu arma?
-       No, lo hare más tarde.
-       Ok. Puedes retirarte. Ah, por cierto, Imayoshi está aquí. – veo a Akashi-kun mover los labios, diciendo algo más, pero lo único que mi cerebro procesa es “Imayoshi… aquí…”.
-       ¡¿Qué?! ¿a qué te refieres? ¿aquí en la escuela? – no sé porque ahora siento que hay un millón de ojos alrededor de mí y me están viendo fijamente, observándome. Giro los ojos alrededor de toda la habitación, como si fuera a salir de las paredes. Siento mis manos temblar levemente, al igual que mi corazón se ha acelerado, el pánico en todo mi sistema nervioso advierte una segunda ventisca. Akashi-kun no nota mi cambio repentino, lo bueno de ser alguien demasiado neutral en expresiones.
-       En los alrededores, últimamente ha habido muchos disturbios, supongo que ya lo sabes, ¿verdad?
-       O-Oí algo de ello.
-       Me alegro. Bueno, solo quería informarte. Tal vez quieras verlo…
-       ¡NO! – reacciono al ver la expresión de Akashi, me mira fijamente, titubeo, sobándome la nuca - Digo… ahora no, tengo algunos pendientes que solucionar. Sera mejor que me vaya, adiós. – digo, saliendo casi como alma en pena, sin esperar la respuesta de Akashi-kun.
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Como cual ladrón, los pequeños bichos se movían a través de la propiedad escolar sin dificultad, con sus 8 patas, sin ser percibidos. Todas tomaron direcciones diferentes, pero todas tenían el mismo objetivo; infectar.
Las primeras víctimas llegaron rápido, solo un pequeña mordida y después el veneno recorrería su sistema nervioso hasta llegar a su cerebro y darles el control. Moviéndose a través de las paredes, deslizándose para atacar y buscar nuevas víctimas.
Una de las últimas crías de araña se acercó demasiado y fue aplastada después de darle un pinchazo en el cuello a una chica en los baños.
Con eso, todas las pequeñas musarañas habían logrado cumplir las órdenes de su amo. Volviéndose ceniza después de haber terminado lo encomendado. Un rastro de polvo que se desvanecía en segundos con el soplo del aire.
El plan comenzaba a maquilarse como debía.

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[Akashi – Consejo Estudiantil]

-       ¿Qué con esa reacción? – pregunto Reo, sacudiendo su cabello suavemente, mientras se acercaba a Akashi con una bandeja, en la que traía su té en la tetera y una taza aparte. Le deposito en la mesa y sirvió a su amo. Quien tomó la taza de porcelana entre sus manos, acercándola a sus labios, solo para darle una calada al olor del té recién hecho. Regreso la mirada a su sirviente, que estaba a un lado, mirando por la ventana, como siempre curioso por los jóvenes exorcistas (chicos) que entrenaban atletismo fuera.
-       Es normal, Imayoshi fue su entrenador.
-       Querrá decir maestro.
-       No, no me equivoque en lo que dije. Imayoshi fue el entrenador personal de Tetsuya
-       Creí que había dejado de enseñar.
-       Digamos que para Imayoshi enseñar tiene muchos significados, la mayoría de ellos ligados al dolor extremo en sus víctimas. – dándole otro trago a su té. Cerrando los ojos para concentrarse en el exquisito sabor.
-       No perdona a ninguno, ¿verdad? – soltando una pequeña risita, jugueteando con su mechón que caía, lo paso detrás de su oreja.
-       Es cierto, sean humanos o espíritus, mientras pueda herirlos, todo está bien para él.
Un toque en la puerta. Reo se encamino a abrirla, un Kotaro entró, haciendo una reverencia a su maestro Akashi.
-       El señor Akashi, su padre, le solicita urgentemente en la mansión. Creo que se trata de un encargo, mi señor.
Suspiro, a trabajar, se dijo a si mismo mientras colocaba la taza en la mesa y se levantaba de su asiento. Arreglándose sus ropas. Percatándose del extraño cambio en el cielo, ¿un día nublado? Eso no lo habían pronosticado. Las nubes moviéndose más rápido, y las ramas de los arboles meciéndose fuerte por la ventisca.  Negó, tenía cosas que encargarse como el cabecilla de la familia Akashi. El clima era irrelevante.
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[Sala de Profesores]

-       ¡Estos chicos están más estúpidos cada día! ¡¡Malditos mocosos!! – bramo el profesor Tabana, dándole otro trago a su recién hecho café, el humo caliente saliendo encima. Los demás profesores negaron con la cabeza, de todo el profesorado él era el más viejo de la escuela y siempre tenía problemas con los estudiantes, porque el hombre era una regla en sí, no permitía que nadie hiciera eso llamado “improvisar”. Nada de juegos, sin tartamudear al responder, no goma de mascar debajo del asiento, no reírse de los compañeros que se equivocan, para eso está él.
Todo se debe seguir al pie de la letra. Además de ser uno de los profesores más estrictos, sus exámenes eran los más temidos, bueno, quién no le temería a un examen de más de 45 páginas. Muchos de los profesores actuales fueron alguna vez sus estudiantes, por lo que entendían el predicamento de los nuevos reclutas (sacrificios).
 Hyuuga se atrevió a hablar.
-       Bueno, algunos no son tan malos. Hay buenos elementos en la escuela, ¿no?
-       Pocos. Del 100% hay como un 2.5% que valen la pena. Los demás no sé qué están pensando. 
-       No todos están hechos para el campo, sensei – una voz apareció detrás de la puerta corrediza. Riko ingresó, saludando a todos, el sensei se relajó un poco al verla, de todos ella era una que ocupaba ese 2.5% de sus viejos estudiantes. Respondió a su saludo con un asentimiento. Riko sacó su termo, lo comenzó a llenar con agua. Colocándose junto a Hyuuga.
-       ¿no quieres café? – pregunto Hyuuga, indicándole la máquina. Ella negó.
-       Estoy bien, solo necesitaba un poco de agua. ¿Y? ¿de qué se trata esta vez?
-       Ya sabes, Tabana-sensei está molesto.
-       Que sorpresa – rodando los ojos, continúo con su labor.
-       Les pidió a sus estudiantes que convocaran un Fenio, para practicar las invocaciones fuertes.
-       ¿y cómo fue?
-       Digamos que necesitamos más extintores.
-       No puede ser. – cubriéndose la boca para evitar reír. Hyuuga asintió.
-       Sí, todo el salón estalló en llamas. Y el sensei fue regañado por pedirles a novatos que convocaran un espíritu tan fuerte.
-       Bueno, tienen razón en enojarse con él. Los fenios no son fáciles de convocar, a pesar de tener la ventaja de que son fáciles de regresar a su mundo, una simple chispa y te puede chamuscar completamente. Oye, prepare un poco de curry, ¿Qué dices? – Hyuuga casi se atraganta ante tal bomba que le había aventado Riko. Limpió lo que había salido de su boca con una servilleta y negó.
-       Paso – dijo en tono monótono, a lo que Riko se molestó.
-       ¿Qué? ¿Por qué? Tarde demasiado.
-       La última vez que comí tu curry termine en un coma  y no quiero otro lavado de estómago, gracias.
-       … está bien, tú te lo pierdes. – tomo su termo lleno de agua y salió de la sala.
Sabía que tendría que disculparse, o Teppei lo obligaría más tarde, pero tenía que ser sincero. No  se le daba cocinar, era como si estuviera diciéndole a alguien “come este poco de veneno para ratas, por favor”.
Dándole otro sorbo a su café, volvió a continuar escuchando las quejas de Tabana-sensei. Sobándose las sienes con el dedo pulgar e índice, el dolor de cabeza había aumentado drásticamente.
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Iba pasando por las escaleras, subiendo el último escalón, cuando siento que alguien choca contra mí, me aferro a la baranda y veo que he derribado a alguien. Y no es cualquier persona, es Riko-sensei.
La miró, ayudándola a ponerse de pie, viste una bata de laboratorio, su cabello corto arreglado en una coleta, y un libro que se aferra a su plano pecho, guardándome esto último porque es muy susceptible con respecto a lo de su busto.
-       Oh, Kuroko-kun, que sorpresa verte. – la saludo como se debe, cuando unas personas desconocidas pasan junto a nosotros, la madre haciendo una leve reverencia. Riko-sensei la saluda, deteniendo su paso, empiezan una conversación. Por lo que el momento se ha vuelto incomodo, quiero salir de ahí, aún tengo un regaño que recibir por parte de Akashi-kun. Me quedo quieto, volviéndome parte del paisaje de las paredes del pasillo de la escuela. Veo algo que se remueve debajo de la falda de la mujer, lo que me sobresalta un poco, pero al ver como un pequeño se aferra  a la pierna de su madre, casi levantándole la prenda, me tranquilizó. Mirándonos a ambos, con ojos tímidos y desconfianza. Temeroso. Una voz detrás de nosotros llama por un nombre femenino, al parecer el de la mujer porque ella responde con una sonrisa y un “vamos” Riko-sensei vuelve la atención hacia mí, disculpándome por lo anterior, retomando la conversación donde la hemos dejado.
-       Si, lo mismo digo. ¿Quiénes eran? – digo  señalando por donde se habían ido, que no era más que la Sala de Profesores.
-       Ah, ellos. Vinieron a preguntar por el plan de estudios para niños de 7 años.
-       ¿el niño es una exorcista?
-       Dijeron que muestra ciertos rasgos, escucha y algunas veces ve cosas que no deberían estar ahí.
-       … - no respondí,  pensando. Esos síntomas no solo podría indicar el poder de un exorcista, también habían otras explicaciones para ello, y las más acertada era…
-       Tranquilo, sé lo que estás pensando, por eso hemos decidido hacerle una pequeña prueba. Para cerciorarnos si es un Exorcista o si el niño está siendo seguido por un espíritu.
-       Posesión. – puntualizó.
-       Así es. Los niños son más fáciles de ser influidos por el poder del más allá.
-       Esperemos que sea eso, sería terrible para el que la prueba de exorcista saliera positiva – digo, inconsciente de que Riko-sensei está a un lado mío. La verdad es que cuando un exorcista es descubierto, tiene un riguroso entrenamiento, para llenar todos esos años de vagancia que no tuvo preparación y vivió como los demás. Y cuando se trata de niños… me muerdo el labio, apretando las manos. Es cuando siento el tacto de Riko-sensei en mi hombro, dirigiéndome una sonrisa amigable.
-       Solo el examen lo dirá. Tranquilo, Kuroko-kun. Nos vemos, debo darles una clase a estos genios. – dijo, dándose un golpecillo con el lomo del libro que llevaba en la mano, sacando la lengua en broma. Sonreí y me despedí, viéndola entrar a su salón, dando un fuerte regaño para acallarlos.
Riko-sensei se encargaba de la clase de doméstica, antes, pero después de descubrirse su gran talento para convertir una sopa en un veneno toxico, se decidió que sería mejor ella enseñara Química, que no es como las clases donde te enseñan cómo crear un volcán con carbonato y un poco de jugo de limón. Sino más bien que te enseñan a preparar toda clase de venenos, antídotos, químicos peligrosos e incluso pociones. Lo interesante de la clase de Riko-sensei es que ella utilizar materiales simples, cosas que puedes encontrar en el hogar y los vuelve mortales. Su lema; “Un exorcista debe saber utilizar lo que tiene a su alcance a su favor”
Me gire nuevamente, viendo a la familia irse, la madre sosteniendo la mano de su pequeño, que iba con una pelota entre sus brazos. Ocultando el rostro detrás de ella.
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[Cafetería]

Tome mi bandeja llena con mis alimentos, que no consistían más que en una hamburguesa y una malteada, que no era del mismo sabor que mis favoritas, pero era algo para poder beber.
-       Oh, Kuroko-senpai. Buenas.
-       Sakurai-kun. Buenas.
-       Oí que lo nombraron exorcista novato, ¿es cierto?  - Sakurai levanto la vista hacia mí, aunque como las veces anteriores volvió a bajarla, un tanto nervioso. Suspire.
-       Así es.
-       Wow, genial, perdón, hablo demasiado y no le doy tiempo de contestar.
-       No hay problema, me gusta habla contigo. Por cierto, ¿Qué tal van las clases de defensa personal?
-       Ummm, van bien. Creo. Bueno, ya sabe, cuando no tienes otra habilidad más que física, solo te queda reforzarla – dijo con una sonrisa, refiriéndose al hecho de que él no compartía la misma naturaleza que nosotros. Sakurai no tenía poder como exorcista, era más bien alguien que tenía antepasados exorcistas, pero que él no había heredado su poder. Era casi igual a un humano normal, solo que podía percibir a los espíritus como cualquier exorcista, solo que no tenía poder para enfrentarlos, a menos que se utilizara un arma. Serviría en la retaguardia para los que si utilizaban conjuros. Más como apoyo que guerrero. Los llamaban “soporte”. Coloque mi mano sobre su hombro, dedicándole una sonrisa.
-       Haces un excelente esfuerzo, continua así. No importa si no tienes un poder, sigues siendo un exorcista, uno de los nuestros. ¿entendido? Espero que nos toque algún día una misión juntos.
-       Kuroko-senpai…. Gracias – viendo que su sonrisa se hacía más grande, después de notarlo, salió disparado hacia un grupo de la cafetería para terminar sus alimentos.
Buscando con la mirada un lugar disponible entre las demás bancas. Todas ocupadas. Finalmente me senté junto a Kise-kun, quien no dejaba de hacerme señas para que me sentara en su mesa.
-       ¿solo eso comerás?
-       No tengo demasiada hambre.
-       Bueno, al menos comete mi gelatina.
-       Kise-kun, yo…
-       Vamos, solo la gelatina. Una hamburguesa y malteada no son suficientes para un exorcista novato. – suspiró al ver su sonrisa de “no aceptare un no como respuesta” y tomó la gelatina que me ha entregado, junto a la pequeña cucharilla, pero cuando intento tomar la cuchara, esta se resbala de mis manos, dejando caer la gelatina en la mesa. Un dolor recorre todo mi brazo. Intentó cerrar la mano, pero mis dedos siguen de la misma forma, como si estuviera agarrando una cuchara, pero no aplican nada de fuerza. Kise-kun toma mi mano, apretándola entre la suya, pero tampoco siento el calor de sus manos. Guardo mi mano dentro de mi  bolsillo.
-       Estoy bien, solo es algo temporal.
-       Fue él, ¿verdad? – sigo la mirada de Kise-kun, que no es hacia otro lado más que donde esta Kagami-kun, sentado engullendo una hamburguesa. Ambos cruzan miradas, e instantáneamente siento como el ambiente de toda la cafetería cambia, no soy el único que los mira, hay más personas que los miran mientras comen,  curiosos, como esperando el primer golpe. Es tenso, Kagami-kun acaba de bajar su hamburguesa a su bandeja, torciendo el labio, y con el ceño fruncido. Kise-kun está más serio, y aunque sonríe, sus ojos me dicen que no es exactamente de felicidad por encontrarse con un viejo amigo espíritu, sino todo lo contrario. Ahora que lo pienso detenidamente, Kagami-kun es un felino y Kise-kun un canino. Eso, ¿sería posible que ellos…?
-       Kise-kun, tu… - mi voz es cortada por una segunda desde el otro lado de la cafetería. Las conversaciones cesan, ahora todos están interesados en esa declaración de guerra.
-       ¿Se te perdió algo, zorrito?
-       ¿ah? Realmente tienes agallas estúpido gato sub-desarrollado. – bufo, levantándose de la mesa hacia donde Kagami-kun.  Trató de retenerlo, pero avanza de igual manera. Esto no acabara bien.
Ambos se miran fijamente, es palpable como las chispas saltan entre ellos. Trago en seco, viendo como Kise-kun golpea la mesa de Kagami-kun, quien solo se limita a levantar la vista, con una ceja arqueada. Kagami-kun no se levanta, como si esperara que el otro retrocediera, le da segundos de pensar su disculpa y se retire.
No lo hace, sigue ahí, delante de Kagami-kun.
Los murmullos inquietos, había escuchado a alguien decir “apuesto a que Kise le rompe el hocico” y otros más “el nuevo se ve rudo, 5 a que gana él”. Dirigiéndoles una mirada mortal para que se callaran, aun así no dejaron de pasarse los billetes. Rodé los ojos. Retrocedí, colocándome delante del grupo de estudiantes, los brazos cruzados en mi pecho, mientras veo como esto se desencadena. Incluso yo tengo mis límites con respecto a intervenir.
En  unos segundos, el comedor de la Cafetería se convirtió en un campo de batalla, en el que las llamas rojizas y doradas salían disparadas de un lado a otro. Kise-kun fue el primero en atacar, empujándole la bandeja de comida en la cara a Kagami-kun, quien, después de quitarse la porquería que solía llamarse comida, arrojo encima de Kise-kun la mesa, levantándola en el aire con ambos brazos, dándole un puntapié para hacer que el rubio saliera estrellado contra la pared.
Después de eso, disparos, llamas, sus manos envueltas en flamas. Orejas y colas apareciendo desde la parte de debajo de sus espaldas. Están a mitad de la transformación. Kise-kun con una cola esponjosa de color amarillo y unas orejas puntiagudas. Kagami-kun mostrando su larga cola de tigre, con rayas y sus orejas redondas.
En algún momento todo esto se salió de control, y los estudiantes comenzaron a correr por todas partes. Incluso las apuestas ya no importaban. Los dos saltaban uno encima del otro, dándose golpes y ataques con sus elementos de fuego. Destruyendo la cafetería. Las sillas, mesas y parte de las ventanas por los esquivos de los ataques.
Cuando nos dimos cuenta, los profesores estaban interviniendo, separando a los dos espíritus. Usando conjuros de restricción para someterlos y tranquilizarlos, que no funcionaban demasiado bien.
Akashi-kun me va a matar si se entera, que si lo hará.
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Estaba harto, me mojé el rostro, eliminando las pequeñas manchas negras que habían quedado después de que la Cafetería se incendiara por dos espíritus fuera de control. Me mire en el espejo, cerciorándome que no había nada malo con mi uniforme o mi cabello que olía a quemado. Lo único fuera de lugar era que mis parpados se veían un poco oscuros por la falta de sueño. Volví a mojar mi rostro, dándome unos pequeños golpes en las mejillas.
-       Deberías de haberte tomado el día libre. – dijo el señor elocuencia dentro de mi cabeza, rodé los ojos, limpiándome la cara.
-       Sabes que no puedo hacer eso. Por cierto, ¿a qué se debe el beso de Kise-kun?
-       ….yo…
-       No me lo digas, solo quiero saber, ¿mi cuerpo sigue siendo puro y casto?
-       Define puro y casto.
-       ¿Aún sigo virgen?
-       Sí, sí. Solo platicamos un poco.
-       Humph, bueno, pídele que no me bese cuando sea yo, y no tú. ¿entendido?
-       Claro, señor.
Suelto un largo y prolongado bostezo, cubriendo mi boca con mi mano, salgo del baño, ahora más limpio. Las clases se han suspendido debido a problemas con la cafetería incendiándose. Así que puedo regresar a casa y descansar un poco. Cosa que agradezco, necesito cerrar los ojos un momento y descansar.
Algo golpea mi pie. Bajando la mirada hacia el objeto, una pelota de color rojo estaba junto a mí, aun moviéndose suavemente por el balanceo de su redondez. Me incline y la tome entre mis manos. ¿Qué hacia una pelota aquí?
El sonido de un tartamudeo nervioso me hizo girarme. El mismo niño que había visto entrar con su madre a la Sala de Maestros estaba parado a pocos metros de mí, sus manitas jugueteando impacientes con el borde de su camisa, la mirada gacha y sus labios apretados.
-       ¿es tuya la pelota? – dije, en tono bajo y calmado. El niño levanto la mirada, viéndome, se encogió de hombros asintiendo levemente, se le veía tímido. Me incline, entregándosela en las manos. Él la tomó, haciendo una pequeña reverencia en señal de agradecimiento. Asentí, sonriendo.
Toda la luz del lugar se fue. Dando un vistazo por la ventana, el cielo se veía oscuro, con pequeños destellos y sonidos similares a los de un rugido de león. Una tormenta.
Sintiendo como algo se aferra a mi pierna, casi saltó al darme cuenta que se trataba del mismo niño, solo que ahora está más asustado, con unas pequeñas lagrimas sobresaliendo de sus ojos.
-       Tranquilo, solo es la lluvia.
Los vidrios del pasillo estallaron en un segundo. Pedazos de cristal volando por todas partes. Tomé al chico entre mis brazos y lo envolví, cubriéndolo para que no le pasara nada. Dándole la espalda a la ventana.
Levante la mirada, buscando la explicación, pero el chico entre mis brazos no dejaba de temblar. Lo tome de los hombros, tranquilizándolo.
-       No pasa nada, ¿sí? – dije en tono seguro, aunque después de escuchar el horrible rugido que venía desde las escaleras, acompañado de unas enormes pisadas dudé sobre lo que había dicho. Trague en seco, tomando al niño de la mano comenzamos a correr por el pasillo, hasta adentrarnos en uno de los salones al ver que no podíamos bajar al otro piso.
Nos ocultamos, asegurando la puerta con el seguro. El niño detrás de mí, casi haciéndome tropezar por la forma en que se aferraba a mi pierna. Escuchamos como los pasos se acercaban, más y más. Fui a la ventana, encontrándome que no podíamos salir de ahí sin que cayéramos. Tal vez podría invocar a un espíritu para protegernos. Rebuscando entre mis ropas, no encontraba mis pergaminos.
-       Maldición, los deje en mi casillero. – dado que no podía utilizar mis conjuros porque sería peor para mí, los había dejado en el casillero.
-       Tengo miedo.
-       Tranquilo, ¿sí? Quiero que te ocultes en el casillero y no hagas ruido. ¿sí? – el niño asintió, metiéndose dentro, le hice un gesto con el dedo para que no gritara. Volvió a asentir.
Viendo a mi alrededor con el fin de encontrar algo con que defenderme, lo más peligroso fue el extintor. Tomándolo, saque el seguro y comencé a apuntar hacia la puerta. Me temblaban las manos, y podía sentir como mi corazón latía más rápido, al igual que el sudor bañaba mi frente.
Un rugido y la puerta cedió ante la embestida de este, entrando en la habitación. El cuerpo oscuro, envuelto en sombras, sus extremidades eran muy largas para la proporción de su torso. Casi parecía un gigante. Levantándose del suelo, se colocó en dos piernas, no tenía rostro, así que no estaba seguro si me estaba viendo a mi o no.
Sin pensarlo al ver como avanzaba hacia mí, accione el extintor y lo bañe con el contenido de este. Haciéndolo retroceder. No le afecto demasiado. Viéndolo regresar a su intento, ahora bañado en espuma blanca. Abanique el contenedor, golpeándolo justamente por debajo de lo que creí seria su mandíbula. Esté cayó al suelo. Aproveche y salí del salón, siendo perseguido por él.
Hice aparecer mi pistola en mi mano y dispare, mezclando mi magia de hielo y la bala, esta atravesó el frente de la sombra, haciéndola estallar. Cerré lo ojos, protegiéndome de la putrefacción. Todo el pasillo termino cubierto por un líquido oscuro.
Baje el arma. Soltando un suspiro de alivio.
-       Qué bueno que solo fue uno. – digo, limpiándome con la mano la putrefacción de la cara. Cuando algo detiene mis pasos. Bajo la mirada, debajo de mí, donde está la muestra del contenido de la sombra, una mano me agarra fuerte el tobillo. Forcejeo, pero caigo. Bañándome más de esta oscuridad. Disparo hacia el interior, pero no parece que me suelte. Más manos aparecen y me jalan al interior, pero me resisto. - ¡Ah! ¡Ayuda! – el suelo se había vuelto como si hubiera un agujero, el cual me tragaba más y más. Estaba nadando en putrefacción. Aferrándome al borde. Unos pequeños zapatos aparecieron frente a mí. El niño. Le extendí la mano, pero este se dedicó a aplastar mi mano. Me solté, viendo como era engullido por aquellas sombras. El rostro del chico fue lo único que pude ver antes de que todo se volviera oscuro.
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[Gimnasio -  Prácticas de Campo]

Wakamatsu estaba al pendiente del progreso de su estudiante, que parecía llevarla bien con la Umbra (Sombra). Manami la tenía encerrada en un campo de contención, sus manos juntas, recitando el antiguo cantico. Asintió al ver que lo llevaba bien, bajo la mirada hacia su lista de estudiantes, al parecer no tendría tiempo de evaluarlos a todos. Tal vez mañana podría terminar con suerte. Odiaba que Kiyoshi le dejara todo el trabajo, se lo haría pagar haciéndolo que le invitara los tragos la próxima vez.
El sonido de cristales haciéndose pedazos le llamo la atención, levanto la vista, encontrándose con dos enormes criaturas aladas que salían dentro de la ilusión que mantenían sus estudiantes. Soltando un graznido feroz que resonó, lastimando sus oídos. En un segundo, una figura delgada apareció en medio de ellas, agitando sus cabellos amarrados en sus largas coletas, era su estudiante, que mantenía una sonrisa torcida. Unos grandes perros venían detrás de ella, gruñendo en molestia.
Avanzaban hacia ellos.  Pero lo que llamaba más la atención del profesor no fueron tanto las criaturas oscuras, sino lo que escurría de las muñecas de la chica, unas largas líneas de sangre rojizas y que caían en el suelo como si fuera agua. Wakamatsu tragó en seco, colocándose enfrente de sus alumnos.
-       ¡¡Todos, invocadores y los demás, atrás de mí!! – grito, advirtiéndole a los estudiantes, que rápido tomaron la posición pedida por el profesor. Rápidamente los invocadores se apresuraron a crear una barrera alrededor de ellos. Los demás estudiantes hicieron lo propio en esas situaciones, sacando sus pergaminos y uno que otro sacando su arma. Midorima se colocó a un lado del profesor, indicándole que le ayudaría. – no, necesito que te encargues de sacarlos de aquí.
-       Sensei, no voy a dejarlo aquí, además, no aguantaría un solo round con esas cosas-nanodayo. – refiriéndose a los enormes perros de ojos rojos que parecían dispuestos a matar a la primera orden de su ama.
-       Son Warlos.
-       Por eso mismo. Los Warlos son seres guardianes. Le ayudare-nanodayo.
-       ¿y Takao? Lo necesitas.
-       Él vendrá cuando sea necesario. Mientras tanto me encargare de ellos.  – acomodándose los anteojos con un movimiento de su dedo índice sobre el puente entre su nariz y el respaldo.
-       Tsk, mocoso. Te ensenare que aunque sea un viejo, sigo siendo un exorcista.
Frente a ellos, la chica se hinco, echando la cabeza hacia atrás, cerró los ojos, tomando una gran bocanada de aire. Los perros se acercaron hacia ella, abriendo las fauces lo más que podían y comenzaron a devorarla. Los gritos de dolor mientras sus miembros eran desgarrados por los fuertes caninos. El sonido que producía la piel siendo arrancada y la carne siendo despedazada era tan mórbido y un poco asqueroso. Algunos de los que veían semejante escenario no pudieron más que vomitar, o tirarse sobre su trasero, cubriéndose la boca por el terror.
En un par de segundos el cuerpo de Manami fue reducido a un montículo deforme, en el que piel y órganos, mesclados con huesos y la misma sangre, predominaban. Los warlos se giraron hacia el grupo de estudiantes agrupado dentro de la barrera, lamiendo sus hocicos, comenzaron a dar pasos alrededor de ellos, cazándolos. Las criaturas aladas, que no resultaban ser más que gárgolas (demonios hechos de tierra, que no tienen alma, pero se mueven por el deseo de la sangre), se mantenían flotando encima.
El primer ataque vino de una de las gárgolas, arremetiendo contra la barrera, que hizo temblar el interior de esta. Los invocadores completamente tensos, mantenían el cantico hechizo sin chistar, temiendo que si se descuidaban por un segundo y todos terminarían muertos o como su alimento.
Midorima y Wakamatsu  se hicieron una señal al ver como los warlos se acercaban más a la barrera. Midorima salto fuera de la barrera, lanzándoles un chiflido para llamar su atención. Los Warlos se giraron, lanzándose a su ataque. Wakamatsu aprovecho y salto encima de uno de ellos, sacando su largo cuchillo, lo clavo en la parte trasera de este, aferrándose a su espalda, este se sacudía e intentaba sacárselo de encima, pero eran esfuerzos inútiles, Wakamatsu presionaba fuerte sobre el cuerpo del animal, desgarrándole. El rugido de dolor.
El segundo Warlo vio que su compañero estaba siendo atacado e inmediatamente salto en su ayuda. Pero Midorima no le permitió moverse más de 5 centímetros. Invocando el elemento del aire, comenzó un pequeño remolino dentro del edificio. Las corrientes de aire comenzaron a arremolinarse en sus manos, mientras formaban unos pequeños vórtices que hacían más grande el remolino, atrayendo las figuras. Wakamatsu tomo la bestia y la lanzo dentro del vórtice, retrocediendo para evitar ser salpicado, el cuerpo del warlo fue destrozado  por la fuerte brisa. El segundo warlo fue jalado dentro, al igual que las gárgolas siguiéndoles después de perder el vuelo.
Recitando un viejo conjuro, en un idioma extraño, Midorima agito su mano, lanzando a las criaturas contra las paredes del gimnasio.
Los estudiantes aprovecharon la situación y comenzaron a correr, apresurándose a la salida. Wakamatsu solo se limitó a esbozar una sonrisa forzada, molesto de ver como su estudiante presumía sus habilidades. Aunque él también había logrado deshacerse de un warlo. Wakamatsu avanzo, sacando de la nada una enorme hacha de color plateado, un listón rojizo enredado en la parte del final del mango. Echándosela en el hombro, viendo como las criaturas salían de los escombros del gimnasio (y parte del techo)
Extendiendo su brazo derecho, mientras con su otra mano arreglaba sus lentes en un movimiento deslizante hacia arriba con su dedo índice, apretando los labios, frunciendo el ceño. Una larga vara de color negro apareció en su palma, tomándola por la mitad, sin parar sus pasos. Al agitarla, una larga hoja plateada apareció del final, como si hubiera presionado un botón secreto, tomó su forma original. El arma de Midorima Shintarou, una guadaña de mango oscuro.
Dando un salto para romper la distancia, de un solo movimiento, logro destrozar el cuerpo del segundo warlo por la mitad. El aullido de dolor ahogado mientras se desvanecía en un cumulo de humo negro.
Una de las gárgolas salió despedida contra Midorima, tratando de embestirlo con su cuerpo, Wakamatsu atravesó la distancia y dándole una sola tajada, la convirtió en pedazos de piedra.
-       Gracias.
-       No trates de robarme el crédito mocoso.
-       ¿eso hacia? No me di cuenta. – curvando el borde, medio sonriendo. Nuevamente, de las paredes y donde quiera que hubiera una sombra, aunque fuera pequeña, comenzaron a salir las extrañas criaturas de ojos rojizos.  Warlos y más Warlos. Desde atrás de ellos, una masa más grande apareció. Era muy alta, sus brazos cayendo a sus costados, mientras sus piernas se mantenían dobladas, no tenía rostro, era todo oscuro y lo que más resaltaba eran esas enormes protuberancias que salían del cráneo, parecidas a unas orejas.
-       ¡¡Bien, vengan, yo me encargare de todos ustedes!! – dijo un animado Wakamatsu, Midorima resoplo, tendría que vigilar a su sensei o este podría herirse. Y aun no podía contactar con Takao.  Suspiro, se las arreglaría el solo.
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[Takao – Azotea de la Escuela (Teiko)]
Suspiro, cansado. El sonido de las campañillas retumbando en su cabeza, significaba que “Shin-chan”, como él le decía, necesitaba de su ayuda. Apretando las piernas contra su pecho, hundió el rostro entre ellas. No quería verlo. Estaba molesto.
Sintiendo un escalofrió recorrer su cuerpo. Levantó la vista, concentrándose. Algo… algo andaba muy mal. Podía sentirlo en su cuerpo. El aroma a oscuridad alrededor, era casi palpable. Pero… Teiko tenía una barrera, entonces, ¿Cómo…?
Cerró los ojos, tomando un suspiro, despejando su mente, en cuestión de segundos comenzó a usar su habilidad, concentrándose en cada rincón de la propiedad escolar. Viendo cada punto desde el mismísimo cielo, como si tuviera un satélite que observaba cada ángulo desde lo más alto. Haciendo un mapeo general con su mente, no encontraba nada fuera de lugar.
O eso pensó, cuando una explosión hizo retumbar el edificio. Revisando nuevamente, se encontró con la sorpresa de que las explosiones venían desde el gimnasio, en aquel donde había dejado a su Shin-chan. El sonido de rugidos y maldiciones de Wakamatsu indicaban una pela intensa. Se levantó de su lugar, dando un salto para quedar encima de la malla protectora de la azotea, aquella que impedía que por “juegos del azar” algún estudiante tuviera un accidente. Iba  a dar otro salto, para dirigirse a auxiliar a su maestro (amor) cuando un objeto paso volando a escasos centímetros de su mejilla, esquivándolo justo a tiempo.
El dueño del arma apareció frente a él, a pocos metros, vistiendo una capucha, que removió, esbozando una media sonrisa. Los cabellos negros cayeron a sus costados, en ambas manos un arma filosa, alguna clase de estaca en la derecha y en la izquierda una daga puntiaguda.
-       Veo que lo esquivaste, pajarito. – dijo en tono de burla, riendo al final de sus palabras. Cosa que molesto a Takao, quien inmediatamente se colocó a la defensiva.
-       ¿Quién demonios eres tú?
-       Ummm, esa es una pregunta muy ambigua, ¿sabes? Deberás ser más específico.
-       Tu nombre.
-       Ummm, ¿y por qué debería decirte mi nombre? A ti, un espíritu traidor que ayuda a los humanos. Repugnante.
-       ¿Qué acabas de decir?
-       Tranquilo, hermano traidor, pronto nosotros limpiaremos todos tus pecados cometidos. Tu muerte significara solo un paso más a la destrucción de los humanos, y a esos estúpidos exorcistas.
-       ¡Cállate! Si no me vas a decir quién demonios eres, entonces no me queda más que matarte.
-       Adelante, aunque dudo que logres… - acallo su palabrería al ver como varios objetos en forma de dagas salían volando contra él, esquivándolas, algunas lograron rasgar sus ropas y parte de su piel. El corte más fuerte era el mismo que le había hecho a Takao. Sonrió, la gota de sangre de su mejilla se deslizo, pero él la atrapo con su lengua, saboreándose a sí mismo. – Vaya, creo que me encontré con algo divertido aquí. ¿me entretendrás lo suficiente, pajarito?
-       Déjate de bromas. Dime, ¿eres tú el culpable de lo que está pasando aquí?
-       Tal vez. ¿Por qué tanto interés?
-       No dejare que te salgas con la tuya.
-       ¿uh? ¿Crees que podrás detenerme? Incluso con tu poder y velocidad, sigues siendo solo un rival menor para mí. Está bien, te diré, sino me reconoces es porque has estado tanto tiempo con los humanos. Mi nombre es… - hizo una pausa, saltando de un lugar a otro, rompiendo la distancia entre ambos. El aludido lanzo una patada directa contra Takao, quien logro defenderse, pero al hacerlo el otro aprovecho para tomarlo de los cabellos de atrás y soltarle un golpe contra el rostro. Ambos cayeron desde lo más alto. Takao aterrizo de espaldas, mientras el otro cayó encima de su estómago, haciendo que escupiera sangre de la boca, su voz ahogada en un grito de dolor - …Hanamiya Makoto. Y después de que acabe contigo, voy a encargarme de tu maestro. No tenía planeado acercarme a ellos, pero ya que me has molestado, tomare toda mi ira contra él.
-       ¿Q-Qué has dicho…? Tu… ¡¡¡maldito hijo de perra!!! – Takao se levantó del suelo, escupiendo la sangre que quedaba en su boca, se quitó la chaqueta de la escuela y dejando entrever como desde su espalda algo se removía. Hanamiya admiro como el espíritu tomaba su verdadera forma. Unas largas alas de color gris comenzaron a sobresalir de su espalda, extendiéndose detrás de él, a sus anchas. Agitándose un poco, levantaron el polvo. Takao abrió los ojos, estos tomaron una tonalidad más clara, el azul plateado volviéndose más claro, que incluso podía pasar por gris. Fijando su mirada en la de Hanamiya, apretando las manos en puños, su mandíbula tensa. “Te voy a matar” estaba escrito en toda su expresión.
Dominado por la rabia de las palabras de Hanamiya, Takao salió disparado, embistiéndolo, ambos sujetos atravesaron la parte de todo el primer piso del edifico escolar, destruyendo, soltando golpes y algunas veces usando sus poderes. Hanamiya le lanzaba veneno en forma de nubes vaporosas, pero Takao las removía con sus ventiscas, después de todo era un espíritu de aire. Y cuando intentaba darle un golpe directo se protegía con sus propias alas, como si de un escudo se tratase, sus plumas eran más duras que nada.

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[Kagami – Pasillo]

Iban caminando juntos, molestos, después del sermón dado por la directora Asaki por haber destruido el comedor. Ninguno se decía nada, solo se miraban fugazmente.
Ambos detuvieron sus pasos. Un aroma extraño les llamo la atención. Era Kuroko, pero habia algo mas. Sangre.
Comenzaron a correr por el pasillo, subiendo las escaleras, no competían por ver quien llegaba primero.
Al llegar al ultimo piso, ambos quedaron pasmados, encontrándose con una extraña cosa a mitad del pasillo. Kagami fue el primero en atreverse a acercarse. Rodeándola. Una enorme esfera de color negro estaba ahí, levitando.
-       ¿Qué es esto…?

-       Es Kurokocchi. Esta dentro de ello. 

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