Shinigami - Extra
Extra [El mar de almas y Aomine Daiki]
Caminando a través
de un enorme prado lleno flores, de todos los tipos (rosas, lirios, girasoles,
margaritas, tulipanes, etc.), una gran variedad de colores gráciles y
tranquilos a su alrededor, dándole un aspecto más alegre. El gran shinigami se
abría paso, avanzando lentamente, sin prisa. Los pliegues de su túnica pasando
encima de las flores, agitándolas suavemente, como si estuviera flotando encima
de estas. Las semillas de los dientes de león salían volando, dejándose llevar
por el viento.
Caminando largos
tramos, sin importarle el tiempo o la distancia que llevaba recorrida, lo hacía
con una sonrisa, y paciencia. Sin notar como su apariencia de parca iba
cambiando con cada paso que daba hacia adelante. Las llamas siendo dispersas,
mientras una piel rosada cubría aquel cráneo, y pequeños mechones de color azul
claro sobresalían, alargándose hasta llegar a sus hombros, agitándose
suavemente con la brisa, en un movimiento grácil. Sus labios rosados y
delgados, formando una media sonrisa, mientras un par de ojos celestes se
revelaban cuando parpadeaba, tan serenos que parecía que el chico tenía
sueño. Adoptando un aspecto más humano.
No fue sino hasta
que noto como el prado de flores iba quedando atrás, y que sintió la humedad
sobre sus plantas, que se dio cuenta que había llegado a su destino. Deteniendo
sus pasos. Entrecerró los ojos, el agua se agito suavemente, y pequeños
destellos comenzaron a flotar a su alrededor, como luciérnagas que recién
despertaban ante la penumbra, iluminando el lugar.
Un pequeño lirio apareció frente a él,
abriéndose por completo. El shinigami asintió, metiendo su mano dentro de su
túnica, hurgando en su interior hasta que logro atraparlo. Un pequeño quejido,
y al sacar su mano de su pecho, una pequeña llama azul apareció en su palma.
Sin apretarla demasiado, y con sumo cuidado, soplo suavemente esta, produciendo
que la llama despidiera pequeñas lenguas de fuego hasta por encima del
shingami. Un fuego precioso.
Pero antes de
entregársela al lirio, para su descanso. El shingami se detuvo, sosteniendo la
llama con ambas manos, mientras no podía evitar sonreír
-
Yo creo que…
esta vida es muy corta, pero igualmente hermosa, ¿no lo crees? Tranquilo,
Aomine Daiki, sé que volverás a reencontrarte con esa persona que tanto amas.
Si su amor es fuerte, lo lograran. Hasta tu próxima vida. No dejes de
intentarlo.
Dicho esto, el
shinigami se inclinó, colocando la pequeña llama, con sumo cuidado, encima del
lirio. Viendo como este lo engullía en su interior, cerrando sus pétalos, hasta
que solo una pequeña luz se veía y el lirio volvía a hundirse en las
profundidades. Hasta que volviera a estar listo.
Las lágrimas
comienzan a escurrir desde sus ojos, deslizándose por sus mejillas, mezclándose
con el inmenso mar, perturbando un poco a las demás almas. Se encorva, envolviéndose
en un auto abrazo y deja salir las lágrimas, pero son una mezcla de tristeza y
felicidad, por lo que no puede evitar esa tonta sonrisa.
Viendo su reflejo
en el agua, tan claro que se sorprende. Tanto tiempo de no verlo. Tiene un rostro hermoso y su cuerpo es
delgado, pero debido a que es un shinigami debe acatar las reglas de mantener
su verdadera identidad oculta, ante los ojos mortales él solo es otro Dios de
la muerte. No hay excepciones. Es su obligación cuidar de las almas hasta que estén
en su nuevo hogar. Normalmente solo va y toma las almas, jamás interactúa, pero
esta vez fue especial. Esta alma había sido especial para él. Al menos
escucharlo fue suficiente para calmar su pecho.
Se limpia las lágrimas
y con una sonrisa en su rostro, se aleja con pasos tranquilos.
“Gracias,
Aomine-kun. Por amarme todo este tiempo”
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