Corazón Oscuro - Capítulo 1 - Presentación de los Generales

[Capítulo 1 – Presentación de los Generales]

[Reino de Erion — Bosque de Edzard — Zona Sureste]

Los bandidos se movían con rapidez, manteniendo la formación. Mientras veían como una mata verdosa aparecía delante de ellos, advirtiéndoles que se acercaban a su objetivo. Todos sacaron sus espadas, listos para lo que viniera.
Sin embargo, al ingresar en el terreno de la naturaleza salvaje, no hubo nada que les retuviera a pasar, más que la misma naturaleza con sus ramas y terrenos lodosos. Ninguna clase de barrera o magia protectora. 
“Que descuidados eran los de Erion, tal vez se les había subido demasiado a la cabeza su prestigioso nombre.” Pensó el líder del grupo.
Les indicó con un gesto de manos a sus compañeros que se separaran inmediatamente. Los hombres asintieron a sus órdenes y en un segundo, todo el grupo se dividió en tres. Tomando direcciones diferentes, de acuerdo al plan.
Atacar diferentes puntos, así sería más fácil colarse en el reino y adentrarse en el Palacio.
[***]

“Están aquí.”
Pronunció una voz en sus cabezas, advirtiéndoles de la presencia de los intrusos. Los tres hombres asintieron y tomaron sus posiciones de ataque. No se dijeron palabra alguna, no había necesidad de ello, ya tenían su misión y eso era lo único que importaba. Cada uno por su lado y completar la orden de su Señor.

[-*-]

Tan pronto como cada grupo se separó, cada uno tomó sus posiciones con respecto a su papel en el plan. Listos para atacar sin piedad si encontraban a algún grupo de soldados vigilando el terreno.
Sin embargo, su sorpresa fue máxima al encontrarse con un individuo que les bloqueaba el paso. Solo un hombre. Los hombres esbozaron una sonrisa ante tal broma de los de Erion.
[-*-]
[Theron]

Los hombres sacaron sus espadas, listos para pelear. Cuando uno de ellos se adelantó, colocando su brazo frente de ellos, indicándoles que no avanzaran. Traía el rostro cubierto por un pañuelo, por lo que solo dejaba ver sus ojos cafés, y vestía el atuendo de cualquier asesino a sueldo, ropas ligeras y blandía una espada de un solo filo con forma de media luna.
              Es mío. —dijo, con tono petulante. Los demás hombres asintieron, riendo ante las palabras de su compañero.
              Sera una batalla muy injusta, Fath.
              Es su culpa por subestimarnos. —declaró, un tanto molesto.
              ¿Eh? ¿Subestimarlos? —los hombres se giraron a aquel sujeto de tez morena y cabello grisáceo que se había mantenido quieto desde su encuentro y no había mostrado el mínimo interés ante su presencia. Soltando una fuerte carcajada, haciéndolo doblarse, cubrió su boca y le miró, haciendo un gesto como si se limpiara una lagrima.  Suspiró y se enderezó, entrecerrando los ojos, sin perderlos de vista, manteniendo una mano en la empañadura de su arma a un costado de la cintura. Ojos de un color café claro se enfocaron en ellos, y por un segundo pareció que éstos se aclaraban aún más mientras les miraba. —Para nada. Es más, he venido a darles la bienvenida a Erion.
              ¿Bienvenida, dices? Insolente.
              Oh, y también para despedirlos. —esbozando una media sonrisa, estrechando los ojos. Su semblante había cambiado, y aunque sonaba a burla, su tono revelaba una seriedad alarmante.
              ¿Despedirnos? Señor, este sujeto se lo está buscando. Deje que me encargue.
              No, yo me haré cargo. —el hombre se adelantó a sus hombres, agitando su espada entre sus manos. Tratando de intimidar a su oponente, quien en lugar de mostrarse nervioso, solo sonrió y avanzó un paso.
              Perdón, no me expliqué bien. Vine a despedirlos, de este mundo, sucia carroña.
Tan pronto como sacó su espada de la funda, el hombre acortó la distancia y, haciendo un movimiento en forma de arco, atravesó a su oponente por el pecho, cortando también la espada por la mitad.
              ¿Quién sigue? —dijo, haciendo más grande su sonrisa, lamiéndose los labios, removiendo la sangre de su espada.
Los hombres aún seguían viendo el cuerpo de su líder hecho pedazos, ni siquiera habían notado cuando el moreno los había pasado. Su velocidad era impresionante, pero más su fuerza, por ser capaz de partir una espada y a su usuario al mismo tiempo en un solo movimiento.
[-*-]
[Mahan]

El hombre delante de ellos se veía fuerte, de una complexión fornida y de estatura que los dejaría mirándole hacia arriba. El sol lo iluminaba, resaltando aquella piel bronceada suya, producto de varias horas de estar bajo los rayos del sol, que relucía, provocando que cierto resplandor mágico le cubriera dándole cierta aura mística. 
Por unos segundos no estuvieron seguros de haber visto bien a su oponente, preguntándose si aquel delante de ellos era humano o algo más. Las criaturas mágicas eran conocidas por adoptar la forma de los humanos como anzuelo para atrapar a sus presas, por eso de su inquietud ante la apariencia del sujeto. Era casi hipnótica.
Los rizos rebeldes de su cabello castaño se agitaban suavemente por el aire, pero ni eso le perturbaba, el hombre se mantenía quieto. Sentado sobre sus piernas, mirando el cielo y no a ellos, sosteniendo lo que parecía ser su arma, envuelta en vendajes.
¿No los había detectado?
No, sí lo había hecho. Solo que les estaba ignorando. Los estaba provocando, tal vez. Haciéndolos parecer que no merecían su atención.
Era un insulto. Ellos eran guerreros, al menos merecían la atención debida y que no se les subestimara de esa forma. Necesitaban darle una lección.
Con la sangre hirviendo por la falta de respeto hacia su persona, sacaron las espadas y salieron contra el enorme sujeto.
              ¿Eh? ¿Quiénes son ustedes? —se giró, pareciendo que había salido de sus pensamientos a la fuerza. Parpadeó, revelando unos hermosos ojos tan verdes como el follaje de los árboles.
Sus adversarios, listos y decididos, abalanzándose contra él. Esbozó una media sonrisa, haciendo que se le remarcara un hoyuelo en la mejilla derecha. E inmediatamente una ráfaga sacudió el lugar, provocando que las aves huyeran despavoridas y el polvo se levantara, mientras una enorme mancha carmesí pintaba el suelo.
[-*-]
[Grant]

El hombre a mitad del campo de hierba seca se mantenía quieto, con una expresión dubitativa, solo se podía ver cómo el aire movía los pliegues de su túnica que le cubría el cuerpo entero, agitando su largo cabello oscuro que llegaba hasta los hombros, cubriéndole como un manto. Ante sus ojos, el hombre no era alguien de cuidado, sino todo lo contrario.
Los hombres flanquearon sus costados, sacando todos sus espadas, lanzándose en contra de él.
              Es inútil – dijo en voz baja, pero lo suficientemente audible para sus acompañantes.
En un segundo, tras levantar su túnica, sacó de su costado un largo látigo. Dando un giro, lo agitó en el aire, golpeando a los hombres, quienes salieron disparados contra el suelo.  
Sin darles tiempo de responder, pequeñas agujas salieron disparadas y atravesaron sus pechos, matando instantáneamente a sus oponentes.
Grant arregló sus lentes de montura metálica, deslizándolos con su dedo índice por el puente de la nariz, acomodándolos en su lugar.
Cerró los ojos un momento, respirando profundamente, haciendo una reverencia, aunque sabía que esa pelea no había sido demasiado equilibrada como para merecer una reverencia. Era la costumbre, tal vez.
Abrió los ojos lentamente, musitando unas palabras en voz baja. Acercó la punta de su dedo índice hacia el metal de sus lentes, tres pequeños círculos aparecieron delante del cristal de su lente derecho y el aumento en el cristal comenzó a hacerse mayor. Podía ver a larga distancia como Theron se batía en duelo con algunos de los bandidos del grupo. Por su costado derecho, Mahan  terminaba con el último del escuadrón que le había tocado, dándole el golpe de gracia.
Asintió en silencio y suspiró, volviendo a ajustar el aumento en sus lentes. La visión de sus compañeros desapareció.
              Terminamos, Edzard. Regresa la barrera a su forma original.
              Entendido. —resonó una voz en su cabeza, provocándole que se le erizara el vello de la nuca. Era una sensación a la que nunca se acostumbraría.
En un segundo, pudo sentir el aire frio golpearle, agitándole el cabello. Levantó la mirada y vio como la barrera se expandía, cubriéndolos como un manto invisible, retomando su forma original.
Aunque una barrera era difícil de identificar, no significaba que fuera fácil de traspasar. Eso era conocimiento básico, al menos si te considerabas a ti mismo mago.
Todo había salido de acuerdo al plan. Al menos como lo había predicho.
[-*-]
[Theron]

Las espadas chocaban con fiereza, mientras los hombres se batían en un duro encuentro. La fuerza de ambos era casi la misma, obligándose a sí mismos a retroceder.
Aunque ese casi se acortó rápidamente cuando uno de ellos le repelió el ataque, haciéndole retroceder, usando su espada para decapitarle en ese pequeño desliz.
El cuerpo del soldado cayó al suelo, mientras del cuello manaba la sangre, manchando su pecho, creando un charco debajo de él. Uniéndose a sus compañeros caídos.
Theron agitó su espada en un movimiento en arco, removiendo la sangre de su espada con este, y la volvió a guardar en su vaina a un costado.
Dejó salir un suspiro de alivio e inhaló profundamente, llenando sus pulmones con el aire fresco de la naturaleza. Pero en su lugar, lo que llegó a su nariz fue el aroma a oxido y a tierra húmeda. Además de humo, un aroma que se deslizaba por el ambiente. Era el aroma de la batalla, uno que él conocía muy bien, puesto que su vida entera el campo de batalla había sido más su hogar que su propio reino. Aunque no sabía si considerar a tal encuentro como una batalla.
Miró a su alrededor, donde todos sus oponentes yacían en pedazos debajo de él, esparcidos por todas partes. La sangre mezclándose con la tierra, dándole un aspecto siniestro al paisaje natural. Una vista a la cual estaba acostumbrado, después de todo, ese era el mismo paisaje que tenía después de cada batalla. Porque, aunque no quisiera sonar arrogante, ese era el paisaje que solo los vencedores podían apreciar.
Sintiendo la otra espada, aun enfundada, torció el gesto, inconforme.
              Supongo que no hubo necesidad de usarte, ¿eh? —dijo para sí mismo con una media sonrisa, sujetando la empañadura.
Había querido usarla, así podría mostrar todo su poder, pero al parecer no había encontrado a nadie merecedor de semejante poder. Ningún digno oponente al que derrotar. Eran buenos, pero no lo suficiente como para lograr hacerlo ponerse serio.
Se dio media vuelta y se dispuso a regresar al castillo, su tarea había terminado.
Colocando los brazos detrás de su cabeza, juntando ambas manos, miró el cielo. No había sido muy divertido, pero, ¿Qué se le podía hacer?
Sonrió para sí mismo, recordando a su viejo amigo. Si bien no había sido un día fructífero, bien podía enseñarle su nuevo movimiento con la espada.
[-*-]
[Torre Este — Aposentos del Amo Genji — Terraza]

[Misha]

Que agradable era el mirar el sol desde la ventana de la torre más alta del castillo, pero más agradable era poder sentir los rayos del sol acariciando mi cara, el aroma que viajaba alrededor del castillo de los jardines que ocupaban gran parte del terreno, como capricho de la antigua reina, despidiendo una agradable fragancia que hacia volar la imaginación.
También el de la comida que se vendía en el mercado, que te hacia agua la boca, y la fruta fresca pasando de mano en mano, algunos compradores parecían examinar cada una de ellas con minuciosa curiosidad, como si la fruta fuera algo irreal, al verla tan natural y con ese típico color vivo, que al verlo podías imaginar el sabor dulce de ella en tu boca.
Y es que ningún otro lugar te podía dar una mejor vista que éste. Desde aquí, yo podía ver a todos, estar en todos lados y ni siquiera ser percibido.
Todo el ambiente era abrumador, entre gritos y risas de partes de todos los presentes el mercado era un espectáculo grandioso de diversidad. Comerciantes de todas partes del mundo que, identificados por sus vestimentas extravagantes y diferentes, traían sus productos a vender en carabinas, con trabajadores o su familia, jamás podía decir que el mercado era aburrido. Conocías a toda clase de personas.
La plaza estaba igualmente animada, ocupada mayormente por familias debido a la hora, los padres preocupados por sus niños que corrían lejos de ellos, ignorando sus advertencias, o jugando con ellos, y las madres cuidadosas que los regañaban por sus imprudencias. Para luego ser cargado por su padre en hombros y regresar a casa, antes del anochecer, como familia.
Los artistas callejeros animaban el ambiente haciendo payasadas o actos graciosos, entre ellos malabaristas y payasos, alguno que otro mago barato, más bien ilusionista, porque no podía ser catalogado como mago, ya que solo hacia trucos de ilusión, como desaparecer monedas o sacar un tigre de su sombrero, o cambiar la apariencia de su rostro.
Las torres de vigía estaban ocupadas por los arqueros y los guardias, siempre alertas. Los guardias se paseaban por las calles, vigilando que el orden del reino se mantuviera igual, no es que hubiera disturbios y esas cosas constantemente, solo que era mejor estar preparados para lo peor. Y lo peor venia del exterior. Eso no quitaba que hubiera pequeñas riñas o desacuerdos entre habitantes y se requiriera la intervención de algún guardia para no hacerlo más largo.
Disfruté unos segundos más de aquella agradable sensación de plenitud. Había muy pocas veces en las que se podía disfrutar de este tipo de momentos. La gente suele moverse a un ritmo apresurado, sin percatarse de lo que se pierden, sumergidos en la rutina. Eso no significaba ser apático e irresponsable, solo darle su tiempo a todo.
Suspiré, abriendo los ojos lentamente. Una sonrisa se deslizó en mi rostro.
Él regresaba hoy.
Todo estaba arreglado, su habitación preparada e incluso me había tomado la molestia de preparar el guardarropa. Sus flores favoritas se encontraban adornando todo rincón de la habitación y había abierto las cortinas, iluminando el lugar. No me faltaba nada, estaba seguro.
Me giré cuando sentí algo rozar mis dedos, bajando la mirada hacia aquel pequeño libro de pasta verde, “Magia de Curación III: Herbolaría”. Llevaba un buen rato leyéndolo y solo me faltaban algunas páginas más para terminarlo, lo que significaba que tendría que conseguir el tomo IV.
Me había tomado mi tiempo para terminarlo, anexando la ubicación de cada una de las plantas por si era necesario este conocimiento en un futuro lejano. Por supuesto, no todas porque algunas se encontraban en otros lugares, debido al clima.
Tragué en seco, acariciando con el dedo índice el lomo del libro, sintiendo un pequeño nudo formándose en mi garganta. ¿Por qué estudiaba magia de curación  y no de defensa? Eso sería lo más lógico cuando eres joven, ya que la magia de curación, en nuestro días, estaba sobrevalorada. Y era poco común que alguien optara, voluntariamente, a ella. Después de todo, no podías hacerte daño si sabias defenderte, ¿no?
Pero como había dicho, no todos optaban por ella, a menos que fuera porque no quedaba otra opción.
“Solo quiero ayudar, aunque sea poco, a los demás. Ser útil.”  Pensé para mí mismo. Sintiendo como si esas palabras calmaran, un poco, mi interior.
El aire hacia que las nubes se movieran mas rápido, pero para nosotros ese movimiento era más lento, tanto que si te quedabas mirándolo más de quince segundos podías imaginarte el sentir aquella figura en forma de cumulo sobre tus manos.
Tan solo seguirle el paso me hacía sentir una pereza enorme, quería recostarme y descansar todo el día, de ser posible con el sol encima de mí, pero eso no podía ser. Tenía cosas que hacer. El trabajo de un sirviente nunca acaba.
Cerré los ojos, echando la cabeza hacia atrás, respirando profundamente. Algo pasó encima de mí, lo noté porque una sombra eclipsó, por unos segundos, la luz que me estaba dando.
Abrí los ojos, colocando una mano encima para poder ver un poco mejor aquello que se movía en el cielo. Me levanté del suelo, alejándome de la baranda del balcón.
Una enorme ave de color dorado surcaba los cielos, con movimientos gráciles, era como si realizara una danza alrededor de ése astro llamado sol. Alargando las alas lo más que podía hacia giros que solo podían decirse que estaba presumiendo de su técnica de vuelo. Y así era, en parte.
Dando vueltas alrededor de la torre, la seguí con la mirada en cada movimiento que hacía, soltando uno que otro graznido cuando nos encontrábamos.
Finalmente dejó de moverse en círculos alrededor del castillo y descendió, acercándose hacia el balcón donde yo me encontraba. Levantó un poco de polvo cuando agitó las alas, nuevamente, para amortiguar su aterrizaje. Tuve que apartarme un poco para darle el suficiente espacio donde aterrizar y también para no ser arrojado por la ventisca.
Se sacudió un poco, agitando el pico y soltando un grave graznido, provocando que las palomas que se encontraban cerca salieran volando despavoridas, mientras extendía sus alas y las volvía a replegar. El ave quedó, aun cuando me había apartado, a escasos centímetros de mí, sus ojos dorados me miraban fijamente, dando pequeños pasos hacia mí.
Me acerqué, dando pasos cuidadosos, imitándole. El ave no mostraba ninguna señal de ser agresivo, así que alargué mi mano. Él inclinó la cabeza un poco para que pudiera alcanzarlo, cerrando los ojos mientras lo hacía. Sus suaves plumas tocaron las yemas de mis dedos, rápidamente, después de perder un poco el miedo de que me saltara encima, comencé a acariciar suavemente su cabeza, repitiendo el movimiento como si peinara sus plumas hacia atrás. Éstas eran de una tonalidad de amarillos diferentes, canario, amarillo limón, dorado, algunas que parecían un poco más anaranjadas que amarillas, era hermoso, casi como si fuera irreal.
El ave avanzó, agachando la cabeza, tocando con la coronilla mi pecho. Me aferré a él, envolviéndolo entre mis brazos, sintiendo la suavidad de sus plumas por encima de mi barbilla.
              Bienvenido a casa, Amo Genji. —pronuncié y el ave continuó frotándose contra mí, haciendo su típico sonido que hacia cuando lo mimaba. Sí, podía parecer un ave salvaje, pero era mi amigo.
La brisa comenzó a hacerse más fuerte y, sintiendo como el ave se agitaba entre mis brazos, vi como un montón de plumas amarillas salían volando detrás de ella. El viento se las llevaba y mientras flotaban en él se hacían polvo, desapareciendo en la nada.
Sintiendo como un par de brazos me tomaban por la cintura, levantándome del suelo, hizo girar mi cuerpo al dar una vuelta sobre sus pies. Tuve que aferrarme al pecho de mi amigo para evitar no ser lanzado fuera de la pequeña terraza.
              He vuelto. —pronunció suavemente contra mi oreja, aun abrazado fuertemente. Lo dejé que descansar un poco más en mi hombro.
              ¿Qué tal es tuvo su viaje, Amo? —me liberó y dio un vistazo por la terraza, viendo a la gente de abajo. Se recargó sobre el mármol de la baranda y me miró, soltando un largo suspiro.
              Fue cansado. —dijo, apartándose y comenzando a caminar hacia la habitación.
Me adelanté a él y le abrí la puerta de la terraza. Ambos ingresamos a la habitación, él pasa primero y le seguí, abriendo un poco más las ventanas y dejando las cortinas abiertas para que el lugar se iluminara—porque sé que es una de las pocas cosas que le gustan de su habitación—.
Lo veo que empieza a despojarse de sus prendas, una por una. Usar su uniforme es sofocante, el cual consta de una chaqueta, botas y pantalón. El color de tu uniforme varía, dependiendo del rango que tienes. Como el Amo Genji es un General viste de blanco y dorado, los colores del emblema de Erion.
Debió de haber sido una gran pelea, demasiado larga y pesada. Su rostro lo decía todo. Estaba hecho polvo. Era seguro que no había dormido en los últimos 3 días, o comido algo decente.
Entendía el por qué. Últimamente los rumores de ir a la guerra y que las relaciones entre los reinos vecinos no iban bien estaban en boca de todos, al igual que en el Consejo, que lo que más se debatía era si debían atacar primero. La tensión aumentaba. Pero el príncipe Dalziel aún se negaba a llegar a esos extremos.
“Todavía hay una posibilidad, sin tener que usar la fuerza”.
              Oh, Misha. Te extrañé mucho. —unas manos se colocaron  sobre mis hombros, y levanté la mirada, sintiéndome un poco avergonzado por las muestras de cariño de mi amo. Pero él es así, no puede evitar el contacto con otros. —¿Y tú, me extrañaste?
              Por supuesto, Amo Genji. Me alegra que haya regresado sano y salvo. —respondí honestamente.
Él se agachó y me abrazó, haciendo caso omiso a su falta de ropa.
Nos separamos y le vi tomar su muda de ropa de la cama. Comenzando a quitarse el resto y colocarse la nueva, casi como si yo no estuviera ahí. No es que me importe, he visto a muchos hombres hacerlo y es una costumbre cuando te encargas de cuidar a los heridos. Te toca bañarlos, curarles las heridas e incluso vestirlos o asistirlos cuando no son capaces de hacer sus necesidad por si solos.
              ¿Quiere que le traiga algo de comer? Debió haber sido un viaje muy cansado. —tomé la jarra, sirviendo un vaso y se lo extendí cuando él se giró. Lo tomó de mis manos y lo bebió rápidamente. Me devolvió el vaso y volví a llenarlo. Se repitió esto tres veces más, hasta que negó cuando alcé la jarra. Dejó el vaso sobre la mesilla.
              Estoy bien. —dice, aunque sus ojos me miran, entrecerrados. Su ceja derecha se arqueó y dando un paso hacia adelante, se acercó hacia mí. —Misha, te he dicho un millón de veces que dejes de tratarme de usted. Me haces sentir viejo.
              Pero yo… —quería replicar y decirle que era una falta de respeto y no sería bien visto por los demás sirvientes, o personas. No es que sea porque sea mayor, es por respeto a mi posición como sirviente y la de él como General.
              ¿Cómo qué pero…? —se acercó aún más, y yo me quedé con la jarra frente a mi pecho, aferrándola fuertemente. Estábamos frente a frente, yo esperando a que me diera el primer golpe por responderle—sí, algunas secuelas de haber servido tantos años a los miembros de la familia real—. Pero en su lugar sentí como mis mejillas son presionadas fuertemente. Abrí los ojos y vi al amo Genji burlándose, quien coloca su frente contra la mía. —Eres un tonto, Misha. Quiero que pienses en todo el tiempo que hemos vivido juntos, lo que hemos compartido, desde que éramos pequeños, y me respondas cuando te pregunte, se honesto. ¿Acaso no somos una familia?
Genji me miraba fijamente, mordiéndose internamente la lengua para no decir nada. Estaba nervioso. ¿Cómo responder a esa pregunta?
Piensa en todo el tiempo que hemos vivido juntos…
Era verdad. Había crecido en el castillo y durante todo ese tiempo había tenido que aprender a valerme por mi mismo, era el único camino que tenía un huérfano como yo. El que no trabaja, no come.
Con el paso del tiempo había  logrado volverme un sirviente decente y digno de tal puesto, no perfecto, pero al menos ya no era ignorado por los demás sirvientes, quienes solían darme tareas ridículas para quitarme de su camino y que no les estorbara.
Finalmente, después de terminar mi entrenamiento, se me encomendó servir exclusivamente al príncipe Dalziel. En un principio creí que me jugaban una broma cuando me lo habían comunicado—y no creo haber sido el único que lo pensó—. Pero no fue así, era verdad.
Mis tareas eran las mismas que solía hacer, solo que la condición principal era no separarme del príncipe Dalziel, permanecer con él en todo momento y hacer su vida más fácil. Mantenerme pendiente de sus necesidades y ayudar en su preparación para volverse el líder que todos esperaban que fuera.
No consideraba mi trabajo tan grande como para influenciar en la formación del príncipe, solo me mantenía junto a él y cumplía sus órdenes. Acompañarlo cuando tenía clases con sus tutores, asistirlo preparando su guardarropa, cuidar su alimentación, y evitar que incumpliera con su apretada agenda.
Creí que sería sustituido en algún momento, pero no fue así, sino todo lo contrario. El príncipe me mantuvo con él por más tiempo del que sus consejeros o profesores habían durado. Y así fue como el príncipe Dalziel se convirtió en mi amo—o más bien, nos hicimos amigos—.
Ante los ojos de cualquier persona podría pasar como un simple sirviente, pero el amo Dalziel nunca me dio el trato que debía haber recibido como sirviente, sino todo lo contrario. Siempre refiriéndose a nosotros no como Amo y sirviente, sino amigos, de los cuales él carecía debido a su descendencia.
Claro que después de la llegada de los Generales, cuando aún eran pequeños aprendices y no se les conocía así, al Reino de Erion, ellos también se volvieron parte de mi vida. Si bien yo no era un mago normal, y que puede ser tomado de erudito que disfruta de la lectura y aprender cosas nuevas, mi vida gira en torno a estos cinco hombres. Ellos eran mi responsabilidad.
Todavía podía recordar cuando llegaron aquí. La indiferencia de Mahan, la expresión vacía de Genji, la antipatía de Grant, y la arrogancia de Theron. Con los años eso había cambiado y, aunque me había costado mucho esfuerzo, había logrado que me aceptaran y pudieran confiar, lo suficiente, en mí.
No podía corregirle. Tal vez lo éramos—de una forma extraña. Pero ¿Quién soy yo para decidir cómo están formadas las familias? Ante mis ojos, ellos eran lo más cercano a una. Si es que alguna vez hubiera tenido una, porque aunque no sabía cómo era, presentía que se sentiría de esta forma.
              Sí, lo somos. —admití.
              Gracias. —sonrió, dándome un fuerte abrazo, el cual correspondí. Después de un momento me liberó y me miró, un leve rubor en sus mejillas. Se mordió los labios, como si le costara decirlo. Finalmente pareció hacerlo. —¿Está aquí?
              Ha estado esperando por tu regreso desde ayer.
              Entonces, creo que no la haré esperar más, ¿no crees?
              Eso sería de mala educación.
              Bien dicho. Vamos.  —me tomó del brazo y comenzó a jalarme fuera de la habitación, hablándome de todo lo que vio y conoció en su viaje. Las personas que estuvieron a su servicio y los soldados que lucharon valerosamente, sin dejarme detalle sin contar.
[***|***]

Después de despedirme del amo Genji y que él tomara su camino con dirección hacia donde estaba la casa del Clan Zelig, emprendí hacia un lugar en común. Tratando de pasar desapercibido, me las ingenié para alcanzar a llegar hacia donde estaba la pequeña plaza rectangular.
La plaza Pavilion, donde la mayoría de los jóvenes magos entrenaban sus magias y sus cuerpos, estaba rebosante. Se podía sentir el calor de la adrenalina de los jóvenes que se batían en fieros encuentros. Practicando sus magias entre ellos o entrenando el combate cuerpo a cuerpo, aunque algunos utilizaban espadas o bastones de madera. Nadie descansaba, todos se mantenían en constante movimiento, bajo el riguroso y estricto entrenamiento del entrenador Anker, un maestro veterano en el arte de la espada y mago de tierra.
En un mundo donde todo se regía por la magia, era esencial en la formación de los jóvenes magos aprender los principios de ésta para poder hacer uso de ella debidamente. Hay diferentes manifestaciones de la magia, las cuales son agua, fuego, tierra, aire y rayo.
En total son cinco, pero asegurarlo en su totalidad sería una mentira, ya que algunas veces nuevas magias nacen, pueden ser buenas o malas, como el poder de crear un ecosistema en un desierto o sanar una herida mortal, al igual que el de quitar la vida a alguien o el de provocar desastres naturales.
Desperté de mi trance al ver como las llamaradas de fuego flameaban casi hasta el techo de la plaza, a algunos que hacían  el polvo levantarse en torbellinos o a alguien que hacia la tierra temblar y tragar a sus enemigos como si fuera arena. Era entretenido, pero solo podía ver desde lejos. No se me permitía asistir a las clases de defensa. Bueno, si lo tenía permitido, pero si no tienes magia con la que defenderte, te vuelves un blanco fácil al cual atacar sin restricción y los magos de Erion tienen cierta afición por hacer daño.
En otras palabras, cuando eres un no mago, solo te queda hacerla de diana para recibir todos los ataques. Algunas veces me había tocado recibir alguna que otra llamarada, pero siempre el profesor les detenía cuando estas estaban a punto de quemarme vivo. Solo dejaban que me “dorarán” un poco.
Continuaba observando, oculto detrás del pilar, cuando de repente una bola de fuego impactó con el pilar. Salté de mi lugar ante el susto y caí al suelo. El pilar se partió por la mitad, dejando caer un poco del techo y a duras penas logré que ningún fragmento me cayera encima.
Había caído de espaldas sobre mi trasero. Viendo como una sombra aprecia, frente a mí. Aunque no los veía, sabía que los demás chicos me miraban, formando una pequeña rueda a mí alrededor. Tragué en seco, bajando la mirada, hundiéndome de hombros. Algo malo iba a pasar.
              Hey, Misha. ¿Te parece divertido espiar a los demás? —dio un paso hacia adelante, yo abrí las piernas para evitar que me aplastara el muslo. Atraje mis piernas contra mi pecho, notando como chasqueaba la lengua, molesto. No tenía una muy buena experiencia con los chicos de mi edad, y debido a mi estatus como sirviente, no me veían con buenos ojos.
              L-Lo siento… yo… —me mordí el labio, acallando, cuando la suela de su bota fue puesta sobre mi pecho.
              No te pedí que hablaras. Ahora, ven. —me tomó del brazo  y me obligó a pararme, llevándome con él, arrastrándome por toda la plaza. Los demás nos miran y yo solo podía tratar de controlar a mi corazón que estaba a punto de sufrir un ataque en cualquier momento. —Ayúdame con mi entrenamiento. —dice, soltándome finalmente.
Estamos a mitad de la plaza Pavilion, todas las miradas sobre  nosotros. Me invade el pánico, mis manos no paran de sudar y siento como si mis piernas fueran a fallar en cualquier momento. Sin embargo, no me moví. Estaba estático, viendo a Arno sonreírme santurrón y con las manos apretadas en puños, tomando una posición de ataque.
              Pero yo… no tengo… —digo, en un intento por zafarme de esto. Pero él niega, frunciendo el ceño.  Se acercó y me tomó de las manos, colocándolas frente a mí para que adoptara una posición  defensiva.
              Vamos, que al menos puedes esquivar. Pasas mucho tiempo con los Generales, al menos debiste aprender algo de Theron o de Genji. Muéstranos un poco. —me sacudió un poco, indicándome que pusiera los brazos más firmes.
              No, yo no he… —traté de zafarme, pero él negó.
Levantó el brazo, llamando la atención del entrenador a cargo, y los demás estudiantes. Ahora nos hemos vuelto un espectáculo.
              ¡Entrenador Anker! —gritó hacia un pequeño grupos de chicos que practicaban posturas con la espada, bajo la vigilancia de un hombre corpulento y que, sobresalía del resto de jóvenes por su gran estatura, estaba a un costado. El hombre se giró hacia nosotros.
              ¿Qué sucede, Arno?
              Misha dice que se unirá a nosotros en el entrenamiento de hoy.
El entrenador se separó del chico al que le ayudaba a corregir su postura y comenzó a caminar hacia nosotros. Sus cejas se elevaron cuando llegó a nosotros, su sorpresa reflejada en su rostro. 
              ¿En serio? Wow, bien. Ese es el espíritu, Misha. —dijo, palmeándome el hombro. —Pues vamos a hacerlo.
Maldición. Estoy atado de manos. No puedo huir. El entrenador Anker es muy estricto. Si le digo que no es verdad, me castigara por interrumpir su clase y hacerle perder el tiempo. Y sus castigos son de sostener tablas a mitad de la plaza bajo el terrible sol del mediodía hasta que se oculte.
Miré a todos lados, intentando buscar una forma de zafarme, pero no hay nada. Encaré a Arno, quien ya ha formado una pequeña llama en su palma. La sostiene, haciéndola crecer y luego hacerla pequeña, repitiendo esto continuamente durante unos minutos. Su magia, al igual que él, está impaciente.
El entrenador Anker se coloca en medio de nosotros. Los demás chicos se han apartado de la plaza y miran desde una zona segura, puedo escuchar sus risas, algunos silban, e incluso les veo arrojar monedas de cobre dentro de un casco viejo.
Anker me hace espabilar cuando me toma del hombro, provocando que salte sobre mi sitio, y susurra a ambos.
              Ok, Arno, no seas tan rudo. Misha, aguanta. —rodé los ojos. Aguanta significaba “no sangres mucho y aprieta los dientes”.
Arno asintió y, rápidamente, estamos en lados contrarios de la plaza. Desarmado y solo con mis manos, lo cual no es mucho a comparación de mi contrincante que puede hacer fuego aparecer solo chasqueando los dedos, todos saben el resultado de la pelea. Y tampoco es como si fuera el mejor en combate cuerpo a cuerpo. Tal vez un poco de esto y lo otro, pero nada sorprendente como para hacer frente a un mago.
Lo que más me pone nervioso son las sonrisas de los demás, los susurros de “será vencido en 15 segundos”, a los cuales se les une también el entrenador. Me sorprendería si alguien ha apostado por mí.
              ¿Listos? —nos da una mirada de reojo a ambos y levanta el brazo, bajándolo en un solo movimiento, dando comienzo al combate. —¡Ahora!
No pasan ni dos segundos que una enorme llamarada me pasa por encima. Casi podía sentir el calor acariciarme las mejillas. Avancé, dando pasos torpes, pero sin perder mi objetivo. Arno hace que chispas caigan del cielo, pero logré esquivarlas.
Nunca me había acercado demasiado. Alargué la mano, en un puño, con dirección a Arno, pero antes de hacerlo él me toma del brazo y me levanta en el aire, estrellándome contra el suelo. Con la vista hacia el cielo, veo como Arno vuelve a crear otra llama en su mano y, antes de que la lance, rodé en el suelo, logrando esquivarle nuevamente.
Estoy a punto de levantarme, cuando siento un fuerte golpe en el costado izquierdo. Rodé, esta vez por la fuera con la que me han golpeado. Mirando hacia el costado izquierdo, Arno vuelve a acercarse, traté de levantarme, pero me duelen las costillas.
Sentí el tironeo de mis cabellos, levantándome del suelo.
              ¿Te crees gracioso? Bien, veamos cómo te verás después de que te haga más gracioso con una cicatriz en la cara. —vi como acerca aquella llama hacia mí, y nadie interviene. Está a pocos centímetros de mí, la acerca y después la aleja, está tonteando conmigo. Sin pensarlo, apreté mis manos en el suelo, tomando un poco de tierra y se la lancé a la cara. Él retrocedió y me liberó.
Aproveché para asestarle un fuerte golpe en el estómago y darle una patada en el rostro, tirándolo al suelo. Intenté recobrar el aliento, pero mis costillas aun duelen por el golpe y tengo que doblarme ya que no puedo mantenerme erguido.
Diablos, se supone que no debo usar mis habilidades. Theron se enojará conmigo si se entera—que lo hará—, que las he estado utilizando en combate con ellos. No me había enseñado a pelear, sino simplemente a esquivar y defenderme, pero nada de ataques directos porque sería peligroso. Me lo había improvisado.
Cuando estoy por acercarme a Arno para ayudarle, una llamarada sale disparada y yo retrocedí, cubriéndome con ambos brazos. Arno se levanta y me ataca, sus manos envueltas en llamas, intentando asestarme un golpe directo. Retrocedí y esquivé como puedo, sintiendo como Arno me presionaba.
Me agaché y lo hice perder el equilibrio, atacando sus piernas. Él cae y aproveché para huir, tratando de alejarme de él. Sin embargo, mis pies se quedan estáticos, algo me retiene. Bajé la mirada, encontrándome en cómo mis piernas son engullidas por el mismo suelo. Intenté liberarme, pero no sirve de nada. Al otro lado, uno de los amigos de Arno se acerca—obviamente el culpable de que la tierra actué extraño—.
Arno se le une, colérico. Otros dos más se le unen, esbozando sonrisas divertidas.
Genial, estoy muerto.
 Solo puedo ver como se acercan y el entrenador desvía la mirada—de seguro así podrá negar haber sido testigo—.
Cerré los ojos, apretando tanto los parpados que presiento perderé las pestañas por la fuerza, esperando el ataque conjunto de todos.
Pero en su lugar siento una ráfaga de aire. Cubriéndome con el antebrazo, cuando abrí los ojos, me encontré con un sujeto de cabellos largos y de lentes que mantiene su brazo extendido, provocando un torbellino en la plaza, donde el polvo se agita y todos se cubren. Los estudiantes salen volando por los aires, arrojados a todas partes.
De repente, el aire cesa. El polvo se calma y todo vuelve a la normalidad, a excepción de los estudiantes y el armamento que esta por todas partes de la plaza. El hombre se ajusta los lentes y camina hacia mí. Se detiene frente a mí y se inclina, hincándose sobre su rodilla derecha.
-                Creí que su Majestad, el príncipe Dalziel, te había prohibido venir a la Plaza Pavilion después de los últimos tres incidentes – dice, sin expresar emoción alguna en su voz, pero con una mirada inquisitiva
-                Perdón, amo Grant. Yo solo…
-                No importa. – me extiende su mano y aceptó, mientras siento como la tierra me libera. Me sacudo el polvo de mis ropas y le miró, avergonzado.
-                ¿P-Por qué esta aquí?
-                Se suponía que me ayudarías con la Biblioteca del Palacio, ¿lo olvidaste? – dejó salir un suspiro de sorpresa y asiento, avergonzado, bajando la mirada. Grant deja salir un suspiro – Bueno, supuse que estarías aquí sino estabas en ninguna de las torres sirviendo a alguien. De todas formas, ¿estás bien?
-                S-Sí. – respondo, haciendo una leve reverencia.
-                Será mejor que te tomes la tarde libre. Avisaré al príncipe Dalziel y a Melos que te he dado la tarde para que no tengas inconvenientes.
-                Pero aún tengo…
-                He dicho que estás libre de tus quehaceres por hoy. Retírate. – dice, molesto.
Asiento y, volviendo a hacer otra reverencia, me retiró el lugar. Sintiendo las miradas detrás de mí. 

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